María José Montiel es Carmen
Montiel en El dúo de la africana. Foto: Javier del Real
Nos preguntamos muchas veces cuáles son las razones de que cantantes teórica y prácticamente dotados, poseedores de indudables cualidades, innegables a poco que se mantenga una visión mínimamente objetiva, no acaben de triunfar en determinados medios y no tengan una presencia más continuada en los teatros de los lugares que los vieron nacer. El caso no es nuevo. Podrían citarse decenas de ejemplos históricos de cantantes misteriosamente postergados y que a la postre tuvieron que buscarse fuera, aparte una formación, los garbanzos. Luego sucedía que, cuando el reconocimiento exterior llegaba, empezaban a abrirse las puertas por nuestros lares.Este exordio nos sirve para poner sobre la mesa, como muy representativo del de otros cantantes españoles, jóvenes y menos jóvenes, de mayor o menor calidad, que pugnan por salir a flote en nuestros teatros, el caso de la madrileña María José Montiel, una voz de indudable presencia desde hace años y que ha visto extrañamente ensombrecida su carrera dentro de nuestra fronteras. Hay que preguntarse la razón por la que una cantante que ha participado ya en eventos señalados, como la inauguración del Real con La vida breve o las representaciones dedicadas a Las golondrinas, haya desaparecido hace años del cartellone de nuestro primer coliseo -con el que ha colaborado desinteresadamente en el espectáculo incorporado a las dos funciones navideñas de la zarzuela El dúo de la Africana- y que sus actuaciones se reduzcan a episódicas apariciones, en las que suele atender compromisos de servicio puntual a nuestra música más reciente. Como es el caso de la partitura que escribió Tomás Marco -de quien la cantante estrenó Ojos verdes de luna- para festejar, precisamente en el Real, los 25 años de la Constitución. Estamos hablando de una artista dotada de una voz importante, timbrada, rica en armónicos, carnosa y cálida; ancha y extensa, de muy apreciable volumen, bien regulada. Su carrera se había desarrollado en la cuerda de soprano. Hace poco más de un año la cantante decidió trasladarse al territorio de las mezzos.
Cambio provechoso
Un cambio parece que provechoso, a juzgar por los resultados. El centro, siempre amplio y sonoro, y los graves, muy naturalmente apoyados, al moverse en tesituras más bajas, sirven de perfecto sostén a unos agudos que ahora se antojan más firmes, timbrados y desahogados, de mayor vibración y entidad que los de su anterior etapa. Casa bien en el campo de las mezzos líricas, aunque compactas, de relativa oscuridad tímbrica. Se está acreditando, por ejemplo, como una muy apasionada Carmen, parte que ya ha cantado y que va a afrontar en los próximos días en Berna bajo la dirección de Miguel ángel Gómez Martínez. Se ha revelado asimismo como competente Leonore de La favorite de Donizetti. Riccardo Chailly la ha elegido entre muchas para sus conciertos más comprometidos. Con él ha hecho ya el Réquiem de Verdi, la Novena de Beethoven y, repetidamente, el Stabat Mater de Rossini, que ha ofrecido en Italia, Japón y, días atrás, en Canarias. La crítica más solvente de esas latitudes la ha ensalzado y la ha considerado una revelación. Parece haber, según lo expuesto, una cierta unanimidad en estimar la categoría musical de nuestra protagonista; lo que contribuye a que la extrañeza por su falta en nuestros principales teatros se centuplique. Como si sobraran voces de entidad en este país y estuviéramos en disposición de prescindir de ellas.