La trayectoria artística de Carmen Linares (Linares, Jaén,1951) está escrita con palabras concluyentes, nada conformistas, lejos de eufemismos y avaladas por una actitud en la que no se contempla el término desánimo. Todo ello como resultado de una vocación torrencial presidida por la ética y el compromiso y por una fuerza interior arrolladora, de vigorosa solidez.
Esta maestra viva del siglo XXI, con el suficiente talento como para haberse dotado de una profunda formación clásica y, además, con una clara y decidida inteligencia creativa, comenzó a cantar desde muy niña, acompañada a la guitarra por su padre, Antonio Pacheco, un fervoroso aficionado. Ahora cumple lo que ella misma ha llamado cuarenta años como artista en solitario, aunque aclarando que el extenso y fructífero periodo anterior fue el del aprendizaje, la investigación y el estudio, el despertar a un mundo de impactos categóricos, por un lado luminosos y, por otro, perturbadores al descubrir una realidad de rostro indescifrable. Aunque, al pisar por primera vez los escenarios y llevar a cabolas inaugurales apariciones ante el examen de un público de comportamiento tornadizo, detectase que se establecía una cálida reciprocidad, gracias a su innata facultad para originar un ámbito positivo de afinidades y a su indesmayable y poderosa capacidad de transmisión.
A los viajes con la compañía de Fosforito hay que sumar la disciplina en la compleja técnica de cantar para el baile, sus estancias en los tablaos madrileños Café de Chinitas y Torres Bermejas, compartiendo cartel y noches con Enrique Morente, El Indio Gitano, Luis, Pepe y Carlos Habichuela, Camarón, Paco Cepero, José Mercé y La Perla de Cádiz, una de sus más apreciadas maestras, así como lo fueron también Pepe de la Matrona, Rafael Romero o Juan Varea. Todo ello constituyó una impagable experiencia de vida y arte y un enriquecedor ciclo de enseñanzas. Hasta que en la década de los 70 abordó el registro de sus discos Carmen Linares canta flamenco y Carmen Linares, secundada por la magnífica guitarra de Juan Habichuela, en el primero, y las de Juan y Pepe Habichuela, en el segundo. Y ese es el momento que señala como el inicio de los 40 años de flamenco, una gira de celebración que ya ha compartido con otros artistas, como Luz Casal, Pitingo, Marina Heredia o Miguel Ángel Cortés, y que este sábado exhibirá en el Festival Internacional de Granada.
"La fórmula para abordar la maravillosa herencia flamenca es ofrecer tu temperamento artístico basándote en las raíces”
Cuarenta años de dedicación, entrega, innovación, búsqueda, actuaciones por los cinco continentes, 40 años de pasión. “Claro, porque el flamenco es un arte que requiere conocimiento y una consistente base, digamos, académica, pero al mismo tiempo necesita pasión, incluso requiere vehemencia, entusiasmo y mucho amor. Y comprometerte con total responsabilidad, asumiendo que es lo mejor que tenemos, una de las grandes músicas del mundo. Entonces hay que tratar de estar a la altura. Cuanto más sepas, cuanto más tiempo le dediques, cuanto más profundices en la esencia del flamenco, más autenticidad adquirirá tu cante y más se revitalizará tu discurso expresivo”.
Desde el alma
Después vinieron Su cante, de 1984; Cantaora, de 1988; La luna en el río, de 1991; Desde el alma, de 1994, o Canciones populares antiguas de Lorca, de 1993, hasta llegar al fundamental e imprescindible doble CD de carácter antológico, Carmen Linares. La mujer en el cante, publicado en 1996 con reedición en 2007, donde, a lo largo de un agudo y serio trabajo de indagación, tanto histórica como estilística y musical, conecta con el flamenco antiguo en las voces de La Niña de los Peines, La Serneta, La Mejorana, María la Moreno, Concha la Peñaranda, La Antequerana o Pepa de Oro.“Creo que han sido mis grabaciones más significativas, y marcan un antes y un después en mi carrera profesional. Me dio prestigio y me consolidó como artista. Nadie antes había realizado un trabajo de esa naturaleza, tan minucioso, tan profusamente documentado, en el que rescato formas flamencas prácticamente olvidadas, que han estado ahí, que pertenecen a otras épocas y que hicieron otras mujeres, y yo las he interpretado según mi sentimiento y personalidad. Considero que esa es la manera de abordar la maravillosa herencia del pasado, porque no se trata de remedar ni reproducir lo ya hecho, sino de poner al servicio del flamenco los conocimientos que yo tengo. Pienso que esa es la fórmula que hay que seguir: ofrecer tu temperamento artístico basándote en las raíces”.
A su producción discográfica previa se fueron sucediendo Locura de brisa y trino, de 1999, donde canta a Federico García Lorca; Un ramito de locura, de 2002,con textos, entre otros, de Jorge Luis Borges y José Ángel Valente; Raíces y alas, de 2008, teniendo como base literaria los versos de Juan Ramón Jiménez; Remembranzas, de 2011, con textos también de Juan Ramón Jiménez y Miguel Hernández; y Verso a verso. Carmen Linares canta a Miguel Hernández, de 2017, inspirado íntegramente en diversos escritos del poeta de Orihuela. Aunque ya Carmen había cantado anteriormente a los hermanos Antonio y Manuel Machado, es en sus últimas grabaciones donde definitivamente busca en la poesía de autor el sustento literario para suscantes. “El flamenco posee un patrimonio literario tradicional maravilloso, auténticas joyas de la poesía popular o de autor anónimo. Mejorar eso es difícil. Pero incorporar a grandes poetas le otorga categoría, calidad y otra dimensión, sin perder su carácter. Cuido mucho la selección y he intentado que el poema fuese el reflejo espiritual de un estilo determinado, que la correspondencia entre una y otra manifestación artística resultase perfecta con el propósito de aglutinarlas en una sola voz”.
Cuarenta años en forma de extenso camino, sin pausas y sin concesiones, en el que se ha ido construyendo una obra inmensa, donde siempre se ha buscado la excelencia y la altura artística, elaborada, aunque fresca en su originalidad y plena de inventiva, arquetipo del mejor flamenco. Una ejecutoria donde la existencia de Carmen Linares no se concibe desprovista de música y en la que ella misma es música, total y desnuda, sin aditamentos, en un escenario revelador donde se entrecruzan, en humana persistencia, los destellos que hacen de la vida un acto de plenitud.