El caso Matadero, tragicomedia municipal
El equipo directivo y varios artistas durante la presentación de la nueva programación teatral de Matadero. Foto: Álvaro López del Cerro
La apuesta del director teatral de Matadero, Mateo Feijoo, por la vanguardia en detrimento del teatro de texto ha puesto en pie de guerra al sector, que ya se divide entre partidarios y detractores del nuevo responsable. Tato Cabal, ex director del Circo Price y gestor cultural, asistió atónito a la rueda de prensa de presentación del nuevo Centro de las Artes Vivas de Madrid. He aquí su crónica del acto.
En el escenario había una fila con once sillas ocupadas por artistas de diversas procedencias, pero que bien podrían formar parte de la misma pandilla de amigos; a juzgar por los disfraces, se repartían en el estrecho arco que va del grafitero urbano al hípster.
El actor que saltó de la silla resultó ser Mateo Feijoo, nuevo director de las Naves Matadero. Se sabía desde el comienzo que el suyo era el papel estelar porque estaba sentado en el centro, junto a la única mujer de la función, y porque antes se había largado un monólogo extenso y bien embutido de pedantería (mira que les gustan los juegos florales palabrísticos; si no fuera por lo elemental de las invenciones tendríamos que acabar todos con un diccionario. Por ejemplo: paisaje sonoro es que ponen un equipo de sonido) con el que nos quiso explicar las razones por las que esos espacios escénicos se van a dedicar "íntegramente" a las artes contemporáneas (no actuales, matizó; contemporáneas), vanguardistas y experimentales.
Lógicamente, esto no es fácil y Feijoo tuvo que desplegar un complejo argumentario: comenzó destacando que nos vemos atrapados en las "dinámicas propias de una sociedad definida (sic) por dos palabras: el miedo y el ruido". El primero es a lo desconocido, lo que le da todas las bazas al poder establecido para anularnos como individuos. Esto no lo he pillado completamente, pero me lo he apuntado y este fin de semana me lo estudio. Y el ruido, en esto diría que se queda corto, no nos deja pensar; ni dormir si es por la noche.
La industria cultural, prosiguió, es almacenamiento, en tanto que las artes vivas son efímeras, argumento que le permitió arremeter contra el "capitalismo cultural". Debo añadir que se entendió perfectamente, puede que fuera por el tono, que lo primero era malo y lo segundo, bueno. No entiendo esa aversión de los vanguardistas por lo almacenable, pero no me parece preocupante mientras no alcance al campo de la alimentación, en concreto a los almacenes de ibérico de bellota. Pero tampoco entiendo ese amor por lo efímero; menos mal que Picasso y Bach, y todos esos, no lo compartían tampoco.
Finalmente afirmó que lo importante son los procesos, no los resultados; o sea, los ensayos, no el estreno. Tampoco lo entiendo, pero no me lo he apuntado para el fin de semana porque con lo primero tengo bastante.
Todo esto, como queda dicho, fue en el soliloquio inicial. Perdón, tampoco fue lo inicial: previamente nos situaron con la actuación de un rapero angloparlante, acompañado por el muy contemporáneo y vanguardista baile de break dance (que ya ha cumplido los cuarenta) a cargo de tres jóvenes atléticos y virtuosos, todo hay que decirlo. Cuando el actor protagonista saltó de su silla y se afianzó sobre el suelo fue, tras su monólogo, en el último acto, el más jugoso sin ninguna duda.
Era el momento de las preguntas. El aforo estaba lleno y se palpaba la tensión. El día anterior se había anunciado la decisión de acabar con el nombre de las salas Max Aub y Arrabal, renombrándolas (o, mejor dicho, renumerándolas) con los ordinales de origen. Los ánimos estaban caldeados, por lo que habían acudido a la presentación muchos teatreros de los de actor y texto, o sea, viejunos y cebolletas. A la alcaldesa le habían dado el queo (me imagino la escena: "Jefa, que los de cultura la están liando otra vez", "A ver, ponme con los chicos") y había prometido enmendarlo.
Ese fue el primer tema que se suscitó. Respondió la concejala Celia Mayer, la susodicha única mujer, que compartía la cabeza del cartel; o no se sabía el papel o estaba mal escrito, porque comenzó a hablar de la parte contratante de la primera parte con que si nadie había dicho que se fueran a cambiar los nombres porque además no eran los nombres verdaderos, sino que eran, por así decirlo, como los motes que el anterior director del Español les había puesto, y tal y tal. Ante la insistencia injustificada del periodista, que decía que por qué, entonces, se habían quitado los rótulos con el nombre de la sala, la Mayer zanjó la cuestión con un "la concejala no está para ocuparse de lo que pone en los carteles".
En crescendo súbito, alguien demandó a esta buena mujer una razón por la que se haya consultado a la ciudadanía sobre la remodelación de la Plaza de España y no sobre la conveniencia de modificar la línea de programación de las Naves. Cuando la concejala comenzó a balbucir que le parecía muy juiciosa la propuesta y que opinaba que se debería consultar todo, Feijoo, impetuoso, la interrumpió sin contemplaciones: "No estoy de acuerdo", tronó, "esto es arte y la gente no tiene nada que opinar". Se escucharon risas contenidas. La concejala puso una cara como si acabara de regresar del Tíbet y declaró su amor por los debates.
Nadie aplaudió, pero este fue uno de los momentos estelares; ahí comenzó a crecer la comunión teatral en detrimento de la rueda de prensa, y el espíritu de Arrabal se adueñó por completo de la sala. Contribuyó notablemente la Directora General, Getsemaní San Marcos, en el papel de sensata de la estampita, quien salió por el lateral, apeó a un rapero sin contemplaciones y se sentó en su lugar hasta el final. La Mayer cambió entonces de papel y comenzó a hacer del rubio de los Hermanos Marx con notable maestría.
Y entonces llegó el momento: el actor protagonista saltó de su silla, se afianzó sobre el suelo del escenario con las piernas en tensión y miró al público. Iba vestido como el caballero de Olmedo en un montaje de La Fura; también en eso se notaba que era el protagonista. Le acababan de afear que se abandonara la programación de teatro después de lo que había costado hacer que el público se acostumbrara a ir a lugar tan apartado (añadiendo que si se quería hacer un Centro de Artes Experimentales de Vanguardia que se buscase un nuevo lugar en la ciudad). Eso no lo pudo sufrir, ¿no entendían que lo suyo también son artes escénicas?, y saltó: "¿Qué es el teatro? ¡Teatro es esto que estamos haciendo ahora!", dijo señalando a los de la fila de sillas del escenario, que escuchaban con perplejidad. "Además, teatro, en realidad, es un local, el contenedor, y no solo los que tienen telón, que es algo más bien moderno, sino los que son más puros, los teatros griegos". Confieso que a mí me abrió la mente. "Ahora caigo", me dije, "en que el primer griego que construyó un teatro fue un vanguardista".
El sumun llegó al pronto, cuando un nuevo sarraceno insistió en la idea aludiendo a una intervención de Pablo Iglesias, que no estaba en esa misa, y Feijoo de Olmedo saltó de nuevo: "¡Yo no tengo nada que ver con ese señor! Mírame", dijo pasándose la vista sobre su propio pecho como quien busca una mancha después de haberse tomado un sándwich mixto con huevo, "¿me parezco en algo yo a Pablo Iglesias? Escucha, te voy a dar un titular: solo he votado una vez, a Ahora Madrid, y no pienso volver a votar nunca más en mi puta vida". La catarsis.
No hubo muchos aplausos (pero los acólitos palmearon con fervor) ni saludos ni bises. Yo me fui con un incómodo run-run en la cabeza.
Lo de Mateo Feijoo es absolutamente justificable, por más que perdiera los nervios; es una persona que cree en lo que hace, que se presentó a un concurso (pasemos de puntillas) y que fue seleccionado para llevarlo a cabo. Lo que no tiene nombre es lo de la Concejalía de Cultura. ¿Qué han hecho, más allá de aupar a los de su cuerda? Solo palabrería hueca: "…generar un espacio de creación y pensamiento contemporáneos para que funcione como un catalizador entre creadores y ciudadanos". Dejen ya la verborrea; no nos hablen más de "territorios de transversalidad"; ¿no es transversal el teatro, donde confluyen la literatura, la interpretación, las artes plásticas y la música?
¿Han recompuesto el desaguisado heredado en Madrid Destino? ¿Han replanteado algo en los eventos y festejos propios de la acción municipal? ¿Han sacado brillo a algo? ¿Han definido sus líneas maestras para la ejecución de una política cultural mínimamente coherente? ¿Por qué no han recuperado el presupuesto de cultura a su llegada, y no a año y medio de las nuevas elecciones?
Ah, sí; presumen de haber acabado con lo de ir a taquilla (ahora, para los raperos internacionales). Como si lo de pagar un caché fuera el no va más. ¿No están ustedes pagando cachés de trescientos euros en los centros de los barrios a compañías de siete y ocho personas?
Poco más se puede decir de esta iniciativa de la concejala de cultura. En lo único que disfruta de una ventaja sobre el común de los mortales es en que una crítica de sus ideas nunca puede ser extensa.