Resulta especialmente significativo que el primer español en hacerse con el León de Oro, Luis Buñuel en 1967 por Belle de jour, lo hiciera con una producción francesa. En pleno franquismo, claro, no podría haberse hecho. Casi sesenta años después, la victoria de Almodóvar técnicamente sí lleva la banderita española, pero… ¿nos creemos que lo sea?
Digo, más allá del hecho de que La habitación de al lado, la película ganadora en Venecia, esté rodada en Nueva Inglaterra, en inglés, y que aparte de Tilda Swinton y Julianne Moore, la mitad del reparto de secundarios españoles (Victoria Luengo, Juan Diego Botto...) lo pase bomba disfrazando de yanqui sus acentos castellanos.
Si bien el cine es fundamentalmente apátrida, el triunfo de Pedro Almodóvar ha levantado algunas astillas que vale la pena visibilizar. Antes que nada, a estas alturas debería enfadarnos que un tecnicismo en las bases del Oscar a Mejor Película Internacional (que exige una cuota de Habla No Inglesa a las concursantes) haya descartado la buenísima baza de un León rojigualdo en la selección de las tres precandidatas españolas a la 97.ª edición de los Premios de la Academia.
De las que sí han podido presentarse, Segundo premio, La estrella azul y Marco, sin desmerecerlas, ninguna tiene el músculo o el prestigio internacional de Almodóvar... El vacío de Marco de Jon Garaño y Aitor Arregi, que en Venecia competía en la paralela Orizzonti, habla por sí solo.
Las imágenes desencajadas de Almodóvar
Luego habrá que hacerse cargo del espejo roto sobre el que se refleja la imagen de Almodóvar. Está la prensa internacional, que ha sido absolutamente fría con la América dibujada por el manchego y que ha desacreditado a sus protagonistas por no resultar lo bastante realistas (IndieWire insinuaba, para más inri, que se debía a un "lost in translation" idiomático), con actuaciones "amaneradas".
El martes Tilda Swinton auguró que no habrían entendido la poética antirrealista del cine de Pedro, una defensa parecida al "qué sabrán ellos" que se le viene a cualquiera cuando se nos habla, sin propiedad, de lo nuestro (llamémoslo Almodóvar-xplaining).
Ahora: considerando los tibios resultados de sus últimas películas en la taquilla española, podemos argüir que Almodóvar —a la práctica, cuando toca pagar ocho euros por una entrada— aquí tampoco nos interesa tanto. Como Julieta, Madres paralelas fue un auténtico patinazo… Por múltiples razones, pero entre las que sobresale su estreno en octubre, un fin de semana copado por los estrenos; un cuadro muy parecido al de La habitación de al lado (llega a salas el 18 de octubre).
¿Que si es justo comparar los diecisiete minutos de ovación de pie durante el pase de la película en Venecia con el silencio que seguramente despierta a su llegada en cines? Esperemos ahorrarnos el dilema con una taquilla a la altura.
Dicho esto, el León de Oro continúa siendo una maravillosa noticia. No solo por los méritos de una obra brillante, honda y placentera (nuestra crítica lo acredita), sino porque Pedro Almodóvar, que de por sí representa la mezcla perfecta entre folklore y espíritu crítico, lleva aprovechando cada una de sus intervenciones en público para la denuncia política alta y clara.
De hecho, en la rueda de prensa el realizador sacaba a colación la urgencia de la lucha contra el fascismo, el cambio climático y el fundamentalismo religioso; tres temas, por cierto, presentes en el filme. También fue diametralmente claro acerca de la necesidad de regularizar la eutanasia, un derecho en el que ha reiterado durante su discurso de agradecimiento. Almodóvar sabe tomar los micrófonos a su alrededor para volver, una y otra vez, al vínculo indisociable entre estética y ética. Emplea el privilegio de forma altruista; así, felices de que siga ganando.
Isabelle Huppert y el cine que puede ser salvado
Cada día más hierática y con menos filtros, la presidenta del jurado internacional Isabelle Huppert dejaba caer, en la primera jornada del certamen, que se sentía inquieta por el estado de salud "muy débil" del cine, refiriéndose de forma más o menos explícita a un determinado cine de autor sin concesiones. Anoche, durante la presentación del veredicto, la actriz parecía hacer borrón y cuenta nueva al bromear: "Tengo buenas noticias para vosotros. El cine está en gran estado de forma", apelando después a las cuatro vagas virtudes del sueño colectivo ("la capacidad de hacernos viajar" y otros tópicos).
Es decir, después de ver veintiuna películas la actriz ha cambiado completamente de opinión… Y atendiendo al palmarés (a falta de más explicaciones), su viraje parece haber sido, también, por gracia de un tipo muy concreto de cine. Por un lado, ha premiado el rincón cinéfilo-duro de las apuestas arriesgadas y las obras magnas indistribuibles más allá del nicho.
Aquí cae el León de Plata al Mejor Director, por la fantástica The Brutalist de Brady Corbet, con sus portentosas tres horas cuarenta minutos y su lustroso formato en Vistavision (un formato en desuso) a prueba de "los Goliats corporativos tratando de manipularnos" para vender entradas. O el ajo de Dea Kulumbegashvili, April, una cinta deliberadamente maltratadora de sensibilidades que reafirma la Concha de Oro por Beginning y que en Venecia se ha llevado el Premio Especial del Jurado.
Sin embargo, el cine que ha merecido más distinciones en el palmarés ha sido el de producción francesa y, más en concreto, el de escala media (películas de carácter preocupado socialmente pero no por ello menos populares). Por partes: a excepción de The Brutalist y Babygirl, estadounidenses, y La habitación de al lado, española, el resto de premiadas son francesas o coproducidas por Francia.
El dato puede pasar desapercibido, porque ni Vermiglio de la italiana Maura Delpero (Gran Premio del Jurado) ni Ainda estou aquí del brasilero Walter Salles (Mejor Guion para Murilo Hauser y Heitor Lorega) pasan en la Galia, y no tienen una sola línea en francés. Pero en sus créditos encontramos la participación de Charades y MACT Productions, respectivamente.
Siete de diez. Puede parecer un "barrer para casa" vergonzoso, acuciado si cabe por la familiaridad que Huppert y Vincent Lindon han tenido en la entrega de la Copa Volpi a la interpretación, cuando el actor ha repetido cuatro veces "gracias, Isabelle", le ha plantado un beso y después, ha enumerado mecánico al resto de miembros (entre los cuales James Gray, Andrew Haigh o Agnieszka Holland) y ha olvidado el nombre de Abderrahmane Sissako. Tanto afecto para una, tan poco para el resto. Una lógica favoritista para un palmarés favoritista.
En Cannes, cuya competencia está del todo copada por el proteccionismo al producto nacional (por dinámicas de monopolio y por reglamento, el tema es complejo), seguramente no le hubiéramos dado tanta relevancia. No obstante, si comparamos los ganadores de anoche con el fallo del jurado del año anterior, encontraremos entre las ocho ganadoras sólo dos coproducciones francesas: Io capitano del italiano Matteo Garrone y Green Border de la polaca Agnieszka Holland.
Si acaso, la oblicuidad en el palmarés es producto de una mirada despreocupada por mantener el equilibrio en las cuotas… Pero el colonialismo de la patrie en los circuitos del gran cine de autor (los festivales de Clase A) existe y no desaparecerá de un día para otro. Aunque no lo detectemos, o justamente porque no lo sabemos reconocer.
En fin. Por el carácter popular de las premiadas –decíamos que todas parten de un cine de sala media, con ánimo comercial y sin renunciar a un formalismo más teórico o social (para que nos entendamos, oferta para señoras del Verdi)–, los laureles pueden llegar a ser útiles. ¿Recordáis el León de Oro impreso sobre las marquesinas de Pobres criaturas, en diciembre pasado? ¿No? Eso es porque el León ni siquiera figuró en el póster.
Ayer se premiaba, en cambio, a un tipo de estreno que ha perdido mucho fuelle estos últimos años: un tipo de películas medianas que antes encontraban salida en los formatos domésticos, pero que ahora deben confiar en el buen trato de las salas o en un éxito inmediato para no ser discretamente expulsadas de las carteleras por los grandes estrenos. Mientras planteamos una reforma estructural profunda sobre las lógicas que las están matando, pongámosles un León por tirita, a ver qué pasa.