La 38ª edición de los Premios Goya ha visto la coronación absoluta de Juan Antonio Bayona y La sociedad de la nieve, que ha conseguido doce de las trece estatuillas a las que optaba. Es la primera vez que el barcelonés se lleva el cabezón a la mejor película, pero es el cuarto en su trayectoria como director.
Bayona ha querido reivindicar las buenas cifras de una película española y en español, la producción más grande de la historia de nuestro país, que ya ha atraído a más de 45.000 espectadores a salas. El director ha tenido unas palabras para con la salud del cine de masas: “El público es nuestra gran asignatura pendiente”, alegando que falta “un público fuerte, una industria fuerte para que podamos desplegar todo el talento que tenemos”.
Ha sido una noche de pocas sorpresas, a pesar del aturdimiento ante una homogeneidad tal en el reparto de los galardones, que a ojos de quien les escribe lleva a plantear la necesidad de otro sistema de votos, por comité o por especialidad.
20.000 especies de abejas, la otra favorita de la velada por su buena carrera en festivales y premios, traía quince nominaciones y se llevaba la dirección novel para Estibaliz Urresola, el mejor guion original y la mejor actriz de reparto para Ane Gabarain.
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Cerrar los ojos, de Víctor Erice, partía con once nominaciones pero finalmente sólo ha conseguido el galardón a mejor actor de reparto para José Coronado. Por otra parte, Pablo Berger ha conseguido dos estatuillas con su Robot Dreams, una para mejor película animada y la otra para mejor guion adaptado por su trabajo sobre la novela homónima de Sara Varon.
Nada fuera de lo esperable, ya que las previsiones situaban la batalla entre las dos grandes triunfadoras de la temporada: la de Estibaliz Urresola como epítome del cine independiente que brilla en festivales (a pesar del casi-vacío de la ganadora de la Concha de Oro, O corno, que sólo ha celebrado a Janet Novás como actriz revelación).
“El David” contra “el Goliat”, lo calificaban los medios: el buen año del cine indie español contra la buena racha del cine-gigante. La sociedad de la nieve lleva un presupuesto estimado de 60 millones y Netflix detrás.
En las categorías interpretativas protagonistas, se cumplían pronósticos con David Verdaguer por Saben aquell y Malena Alterio por Que nadie duerma, ambos anteriormente galardonados en los Gaudí y en los Feroz. Verdaguer ha tenido unas palabras para “los humoristas y los cómicos de este país, porque hacen un trabajo muy serio” en tiempos de “mucho miedo”.
Quizás el momento más caluroso de la velada lo haya dado Sigourney Weaver, Goya Internacional. La afamada teniente Ripley, que ha rodado hasta seis veces en España (entre otras, con Ridley Scott, Roman Polanski, Rodrigo Cortés y el mismo J. A. Bayona), recibía el galardón de manos del director de aquella Un monstruo viene a verme.
“He conocido ¡e interpretado! a algunos monstruos”, ha explicado sobre su trayectoria por la industria, “siempre en busca de historias sobre y para mujeres que nos recuerden lo poderosas que somos, de maneras muy sorprendentes”.
Absolutamente pletórica, ha aprovechado para dedicar el premio a la actriz de doblaje que lleva más de una treintena de películas dándole voz, desde Alien: María Luisa Solá. Era un momento de auténtica conexión emocional dentro de una gala marcada por las denuncias en formato “lista de la compra”.
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El discurso de Fernando Méndez-Leite, presidente de la Academia de Cine, unía en una misma enumeración a Argentina, Gaza, Ucrania y a los abusos, condenados ampliamente bajo el lema de #SeAcabó.
Todo el mundo contento, en una ceremonia profundamente dividida por las contradicciones. Porque sí se ha aupado la diversidad y a la representación trans, pero siempre con la cámara pinchando solamente a La Dani (intérprete no binarie nominade por Te estoy amando locamente) como respuesta desde la platea.
Y sí, los Javis y Ana Belén han presentado una gala repleta de bromas “maricas”, incluso hemos aplaudido las referencias a “Valladolinch” (en referencia a la maravillosa influencer Carmen Merina/Rayo McQueer, ídolo queer) y al Valladolid de Miguel Delibes y Los santos inocentes... Mientras los líderes de Vox seguían sentados en la platea.
La ultraderecha y sus alegaciones ofensivas contra el cine español han recibido abucheos y comentarios más o menos directos, pero entonces: ¿para qué invitarles en primer lugar? ¿Puede convivir el cambio real, la diversidad y el espacio seguro, con una organización que obliga a la convivencia con el odio?
En 2025, los premios Goya se entregarán en Granada y las contradicciones seguirán allí… Deberíamos empezar a resolverlas, como industria y como pueblo.