Tras su trilogía ibérica, conformada por Torremolinos 73, Blancanieves y Abracadabra, el director Pablo Berger abre una nueva etapa en su filmografía con el filme de animación Robot Dreams, que tuvo su presentación mundial en Cannes y ha sido premiada en Annecy y en Sitges. El filme adapta una novela gráfica homónima de la ilustradora norteamericana Sara Varon, publicada en 2007, e imagina un mundo habitado por animales antropomórficos en el que los robots ejercen de mascotas.
Pregunta. ¿Cuál era su relación con la animación?
Respuesta. Siempre he estado atento a las películas importantes. Todo empezó con Disney cuando era niño, aunque la televisión también ha jugado un papel importante como dealer de dibujos: Mazinger Z, Meteoro, Heidi, Marco... Y en los últimos años diría que no se me ha escapado nada. Me interesa desde el stop motion de Mary and Max (Adam Elliot, 2009), Isla de perros (Wes Anderson, 2018) o La vida de Calabacín (Claude Barras, 2016), pero también Persépolis (Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, 2007), I Lost My Body (Jérémy Clapin, 2019) o lo que hizo Alberto Vázquez en España con Unicorn Wars (2022).
P. ¿Cuando descubrió la novela gráfica de Sara Varon?
R. Hace más de 10 años. Era una de los títulos de mi colección de libros ilustrados sin palabras ni bocadillos. Me gustó mucho el dibujo y me divirtió, emocionó y sorprendió.
P. ¿Es el filme fiel a la novela gráfica?
R. Respeta su alma y esencia y aborda los mismos temas: la amistad, las relaciones, la fragilidad, la pérdida y cómo podemos superarla a través de la memoria, como seguir adelante después de una ruptura.
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P. ¿Ha sido difícil adaptarse al mundo de la animación?
R. Siempre hago el storyboard de mis películas, por lo que era un buen punto de partida. Pero como no dominaba la técnica, era imprescindible rodearme de los mejores jefes de equipo. Si Fernando Trueba tiene a Mariscal, yo tengo a José Luis Ágreda. La diferencia fundamental es que sustituyes a los actores por los animadores, pero he utilizado el mismo lenguaje para trabajar con ellos.
P. ¿Cuál es la ventaja?
R. Que no hay límites. En los filmes de imagen real aparece la autocensura, porque no sabes cuánto puede dar de si el presupuesto.
P. Como Blancanieves, es un filme sin diálogos…
R. Pero ni silente ni mudo, hay un diseño de sonido muy complejo. La escritura en imágenes es lo que convierte el cine en una forma de expresión única. Para mi la época dorada del cine son los años 20, con Gance, Dreyer, Sjöström, Murnau… La llegada del sonido supuso un paso atrás.
P. ¿A qué público va dirigido el filme?
R. Es una película lasaña, con una capa para cada espectador. Y la bechamel, que es lo que hace que todo tenga sentido, es la sencillez de la historia. Es una fábula fantástica que cualquier persona de cualquier edad puede entender.
P. ¿La fábula es otra de las constantes de su filmografía?
R. Me gusta definirme como un contador de cuentos más que como un director de cine. Tiene que ver con mi manera de enfrentarme a la escritura, que es muy caótica. Para mí, el teclado del ordenador es como una especie de ouija y me dejo llevar por mis fantasmas, mis monstruos, mis pasiones, mis obsesiones… Y, al final, a esa vomitona de ideas le pongo orden a través de la fábula. Por otro lado, no me gusta el lugar común, prefiero jugar con lo esquinado, lo alternativo, lo excéntrico, pero dentro de una narrativa tradicional.