Antonio Mendez Esparza (Madrid, 1976) ha desarrollado su carrera en Estados Unidos –estudió cine en la Universidad de Columbia–, dirigiendo dos filmes cercanos a la no ficción que han puesto la lupa en el reverso oscuro del sueño americano: Aquí y allá (2012), en donde abordaba la inmigración mexicana, Gran Premio de la Semana de la Crítica de Cannes, y La vida y nada más (2017), que retrataba la discriminacion de la población negra en California, galardonada con el prestigioso Premio John Cassavetes. Tras estrenar en 2020 el documental Courtroom 3H, inmersión en el sistema judicial estadounidense, el cineasta por fin ha rodado en España su primera película.
Se trata de Que nadie duerma, adaptación de la novela homónima de Juan José Millás, que tras pasar por la sección oficial de Seminci llega a las salas el 17 de noviembre. El filme sigue los pasos de Lucía (Malena Alterio), una mujer que no se deja desanimar por los golpes que le da la vida (y no son pocos).
El último es la pérdida de su trabajo de informática por culpa del desfalco del propietario de la empresa, lo que la lleva a reinventarse como taxista. Esto coincide con un intenso enamoramiento del vecino que escucha sin parar la ópera Turandot, un actor que se le presenta como Calaf (uno de los personajes de la obra de Puccini) y que, tras besarla, desaparece del edificio sin dejar rastro.
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Partiendo de un tono realista y directo (aunque la incisiva música de Zeltia Montes aporta desde el principio un aura de tensión y de cierta extrañeza), esta suerte de Taxi Driver cañí se convierte poco a poco en una reflexión sobre la propia ficción, que le permite al director transitar sin solución de continuidad por distintos géneros, desde la comedia romántica al cine de venganza, pasando por el relato de misterio o la road-movie.
Y es que desde el momento en el que conocemos que Lucía lleva años mintiendo (a los demás, pero quizá también a sí misma) sobre un hecho trascendental de su pasado, el filme se adentra en un terreno ambiguo en el que el espectador no puede más que desconfiar de la veracidad de lo que se presenta en pantalla (algo que refuerza un final sin duda impactante, pero quizá más revelador de lo necesario).
Un Madrid precario
El cine previo de Méndez Esparza conecta con Que nadie duerma a través del paisaje de fondo del periplo de Lucía, un Madrid precario que resulta de lo más veraz y vívido, y que el director rueda sin ánimo de embellecer ni idealizar, recurriendo a actores naturales para la mayoría de secundarios.
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Así, por el taxi de Lucía irán desfilando variopintos personajes, aunque dos serán trascendentales para la historia: Roberta, una productora teatral interpretada por Aitana Sánchez-Gijón, y Ricardo, un escritor al que da vida José Luis Torrijo. Y como fuerza principal del filme una Malena Alterio que se come la pantalla, en la que está presente desde el primer al último minuto del filme, siendo convincente en todas las vertientes que muestra su complejo personaje.
En definitiva, un filme que, aunque en algún momento puede resultar algo frío y antipático, deja poso con sus interesantes juegos metaficcionales.