Cuando Béla Tarr (Pécs, Hungría, 1955) estrenó en 2011 El caballo de Turín, aseguró que aquel desolador drama en blanco y negro, Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín, era su testamento creativo. Y hasta ahora ha cumplido su palabra, pues salvo el corto Muhamed (2017), no ha sumado ninguna otra película a su selecta e influyente filmografía.
La capital alemana sirvió de escenario el pasado mes de febrero para la proyección de una versión restaurada en 4K de su obra seminal El tango de Satán (1994), una meditación de siete horas y media sobre la desesperación del ser humano que este año celebra su 25 aniversario.
El legendario autor aprovechó la cita en la Berlinale para reiterarse en su negativa a volver a dirigir, pero aseguró que esa retirada del largometraje no implica una jubilación. De su situación en activo da fe su participación en el Wiener Festwochen, donde en junio exhibió un proyecto entre el teatro, el cine y la instalación multimedia titulado Missing People, en el que con un enfoque documental retrataba la miseria oculta en Viena. También participará, entre el 27 de agosto y el 1 de septiembre, en un taller de realización cinematográfica en Pantón (Lugo). Entre volutas de humo y juramentos intercalados en la conversación, el director de Nido familiar (1978), El intruso (1981) y Gente prefabricada (1982) habló con El Cultural del ritmo demasiado lento de nuestros tiempos.
Pregunta. Hace un cuarto de siglo estrenó El tango de Satán en la Berlinale. ¿Qué recuerdos conserva de aquel momento?
Respuesta. Me vienen a la mente muchos recuerdos. Estaba cansado, porque acababa de terminar de montar la película. El público la vio en tres partes, con dos descansos. La primera fueron dos horas y 20 minutos; la segunda, dos horas y 10 minutos; y la tercera, dos horas y media. No les resultó pesado. Si vas a Bayreuth a ver El Oro del Rin de Wagner, ya son seis horas y media. Y si representas correctamente Hamlet, también son seis y media, pero siempre la cortan. No sé quién fue el idiota que dijo que una película debía durar hora y media. Es como decir que Guerra y paz, de Tolstoi, es un libro demasiado largo, que como la parte de la paz es aburrida, lo mejor es eliminarla.
P. Sin embargo, usted realizó una versión de Macbeth para televisión comprimida en 72 minutos y dos planos. ¿De qué depende la duración de sus películas?
R. A veces sientes la sensación de que ha de durar un tiempo, otras, otro. Tengo una película de cinco minutos, llamada Prologue (2004), que considero mi haiku, y la adoro, del mismo modo que adoro El tango de Satán y sus más de siete horas.
P. ¿Cómo convive la película con la política actual?
R. El tango de Satán tiene un mensaje más universal que la política diaria. La política cotidiana es transitoria. Viene y va, por eso no le presto atención. Lo relevante es algo diferente: la calidad de la vida, la dignidad humana… eso es lo que me interesa. El resto pasará.
P. Pero la política puede ser inspiradora también, ¿no le parece?
R. No, para mí lo principal son los problemas sociales y cómo se las arreglan las personas para salir adelante. De hecho, no hay ninguna razón para dirigir más películas, porque todas las historias están en el Antiguo Testamento. Así que la cuestión es cómo volvemos a contar las mismas historias antiguas, y eso pasa por observar de qué manera reaccionamos frente al otro, cómo nos comunicamos e interrelacionamos.
"No hay razón para dirigir más películas. Todas las historias están en el antiguo testamento. La cuestión es cómo volver a contarlas"
P. ¿No comparte la máxima de que todo es político?
R. No, porque hoy día todo pasa por los intereses: la gente quiere tener una existencia mejor, ser millonaria, sobrevivir… En nuestras sociedades, las personas miden sus vidas en función de la riqueza.
P. ¿Le interesa el cine contemporáneo, acude a festivales, visita las salas ?
R. A veces, pero he de decirle que sobre todo veo las películas de mis amigos. No tengo un hábito diario de ir al cine, pero voy siempre que Apitchapong (Weerasethakul), Carlos Reygadas o Pedro Costa estrenan algo nuevo.
P. Esas palabras me han hecho recordar que al principio de su carrera lo compararon con Tarkovski y ahora etiquetan a ciertos directores noveles como los nuevos Béla Tarr.
R. Ni yo era Tarkovski ni los directores a los que llaman los 'nuevos yo' lo son. Cada cual es diferente, nos hemos criado en una religión distinta, tenemos nuestra propia historia, nuestra cultura y color de la piel… ¿Para qué va nadie a repetir a otro?
P. No obstante, su cine inauguró una corriente llamada 'remodernismo', que ha sido muy influyente para otros cineastas.
R. Durante cuatro años dirigí mi propia escuela en Sarajevo. Fue una de las mejores experiencias de mi vida, porque en cada curso había 20 directores de todas las esquinas del mundo. Cada uno era distinto. Y mi objetivo no era educarles, sino darles paz, libertad y ayudarles a encontrarse a sí mismos. Nuestro poder reside en nuestras diferencias. Los profesores, habitualmente, se dedican a decir cuál es la forma correcta de hacer las cosas, pero en el siglo XXI ya no hay reglas y puedes hacer una maldita película como te dé la gana. Sé tú mismo, confía en ti, escucha tus instintos.
P. ¿Está a favor de hacer películas con móviles?
R. Estoy en contra de ver películas en el móvil, pero puedes usarlo como cámara si es un dispositivo lo suficientemente bueno para poder proyectar lo que ruedes en la gran pantalla. Y por eso, cuando los jóvenes cineastas se quejan de la falta de dinero, me pongo enfermo. ¡Joder, levántate y filma! La creación es la naturaleza del ser humano. Forma parte de nosotros. Así que los aspirantes a director han de encontrar la vía para realizarse, porque, en caso contrario, serán infelices. No hay nada peor que sentir el impulso, saberte capaz y no poder hacer algo por los límites, las reglas, las fronteras y toda esa mierda.
Metafísico y demoníaco
Béla Tarr no es un nombre conocido del gran público, pero sí toda una referencia en el cine de autor. Entre los creadores rendidos a su obra, se halla la fallecida fotógrafa Susan Sontag, que adoraba La condena (1988), y Gus Van Sant, que considera al maestro húngaro una referencia. En su trayectoria se distinguen dos etapas, una primera, en palabras del crítico estadounidense Jonathan Rosenbaum, donde el respetado cineasta profiere "gritos de rabia de factura realista socialista", y una segunda, en la que desde la mordacidad afronta "una derrota moral a la que añade ramificaciones de orden metafísico y demoníaco". En su cine abundan el blanco y negro, las tomas largas, el naturalismo de las interpretaciones y la imitación del tiempo real, con un ánimo contemplativo que exige una gran paciencia del espectador. Lo compensa, la belleza de su cine, los interrogantes filosóficos que plantea y el acceso a la tragedia de la vida.
"Me fastidia lo que Putin, Trump y Erdogan están haciendo pero los hemos elegido en las urnas. Quiero leer sobre la vida de la gente, no sobre guerras"
P. Grandes títulos del año pasado, como Roma, de Alfonso Cuarón, y Cold War, de Pawlikowski, se han filmado en blanco y negro. ¿Dónde reside su poder?
R. Con el blanco y negro puedes jugar con la escala de grises, puedes esconder algo que quieres que permanezca oculto, del mismo modo que puedes poner el foco en otro elemento que quieres que destaque. Y te permite ser más realista. No obstante, lo que yo hice fue diferente al trabajo de los dos directores que ha citado. Yo fui más valiente, porque decidí dejar en negro parte de la imagen, ya que sabía que los ojos de la audiencia se iban a dirigir, de manera automática, hacia el punto más luminoso de la pantalla.
P. ¿Qué parte del proceso de realizar una película es la que le interesa más?
R. La escritura, desde luego, no. Nunca escribo. No he usado un guion en mi vida, porque el cine es ritmo, sonido e imagen. La parte más relevante es la preproducción: la localización de escenarios y el casting.
P. Hoy la mayoría de los directores ignoran el tiempo a favor de la acción, ¿por qué son tan importantes para usted el tiempo y el espacio?
R. Porque la vida sucede siempre en un tiempo y en un lugar, y si no lo respetas, significa que eres estúpido y que no sabes observar la existencia. ¿Qué es una película? Observar la vida, transformarla en cine y compartirla con el espectador.
P. No obstante, ¿no le da la impresión de que todo va muy rápido hoy en día?
R. No, le diría que incluso va más lento. No avanzamos nada y estoy harto. De ahí que no quiera abrir ningún jodido periódico, porque me fastidia lo que Trump, Putin y Erdogan están haciendo. Quiero leer sobre la vida de la gente y no sobre guerras. Sé que estos tipos pueden destruir nuestras vidas, pero es culpa nuestra, porque los elegimos en las urnas. Bueno… yo no.
P. ¿Echa de menos algo de la etapa comunista?
R. Nada, me robó 40 años. Y quiero dejar claro que aquello no fue comunismo, sino un trozo de mierda feudal.