Dudas y furia del primer Vargas Llosa
El documental Mario y los perros, de Chema de la Peña, indaga en la creación y difícil publicación de la primera novela del premio Nobel, La ciudad y los perros
27 junio, 2019 08:56En enero de 1962 Mario Vargas Llosa consigue ponerle el punto y final a su primera novela, La ciudad y los perros. Tan solo tiene 26 años, ha tardado cuatro en finalizarla y las dudas asaltan en ese momento crucial al joven peruano que todavía tiene reparos a la hora de considerarse escritor. “He decidido dejarla tal y como está”, escribe desde París, donde reside en aquella época, a su amigo Abelardo Oquendo. “Me deprime su dimensión, su tema, y ya no tengo simpatía por los personajes. Me parece que le he dedicado demasiado tiempo. Es mejor que pase a otra cosa. Ojalá se pueda publicar allá, aunque su extensión espantará a los editores. Sería triste que quedara inédita”.
Parece que Vargas Llosa no es consciente de lo que tiene entre manos: una novela asombrosa y demoledora sobre la adolescencia y las relaciones de poder que 56 años después de su publicación se sigue estudiando en institutos y universidades de todo el mundo y que no para de reeditarse. Sin embargo, las dudas iniciales del escritor son reforzadas a medida que las editoriales, a uno y otro lado del Atlántico, rechazan su manuscrito. Entre ellas, Ruedo Ibérico, Editorial Losada, Ediciones Era, Editorial El Sol… Desde la francesa Julliard se muestran tajantes. En una contestación demoledora de pocas líneas destrozan la obra, calificándola de burda novela de realismo indigesto sin calidad literaria.
Desmoralizado, Mario Vargas Llosa está a punto de abandonar la idea de publicar La ciudad y los perros. Pero en el último momento aparece el editor catalán Carlos Barral quién, enamorado de la historia, se empeña en llevarla a las librerías y, así, pone en marcha el boom latinoamericano. “Fue la novela iniciática”, explica Chema de la Peña (Salamanca, 1964), director del documental Mario y los perros, que se estrena este jueves (27) en Cineteca. “La editora Carmen Balcells, por ejemplo, tenía clarísimo que La ciudad y los perros fue la primera novela moderna en español y que hubo un antes y un después de su publicación”.
Sin embargo, Vargas Llosa y Barral todavía tuvieron que salvar un último obstáculo: la censura franquista. Para ello, Barral diseño una estrategia que pasaba por ganar el premio Biblioteca Breve (así fue, con un fallo del jurado que mencionaba a Faulkner, Flaubert y Sartre como referencias de la obra). Posteriormente, tras varios dictámenes de la oficina de censura (que primero prohibió el libro y después exigió la modificación de 37 páginas) consiguieron publicar con pequeños cambios en siete párrafos. Lo demás es historia, Premio Nobel incluido.
Escrita a martillazos
Pero, ¿qué llevó en el Perú de los años 40 a un niño de provincias a viajar a París para escribir un libro como La ciudad y los perros? ¿Qué sucedió en su vida de aquellos años para que surgiese como una erupción esta primera gran novela “escrita a martillazos”, como diría Javier Cercas? A estas cuestiones intenta responder Mario y los perros, documental que parte de la fascinación del director Chema de la Peña con el debut literario de Vargas Llosa desde que lo leyera en adolescencia. “La leí a finales de los 70 o principios de los 80 y aunque no había ya en España esa represión que se lee en la novela, sí que todavía estaba reciente la dictadura de Franco y por ahí podía conectar con ella”, explica el director. “Sin embargo, lo que más me impactó fueron aspectos como la estructura de la novela, los cambios de tiempo y de persona, la cantidad de referencias geográficas… Creo que fue la primera novela que leí en la que no había ni buenos ni malos, ni ganadores ni perdedores. Eso fue muy novedoso para mí”.
Mario y los perros cuenta ese viaje personal e iniciático de Vargas Llosa desde los 10 años a los 26, que trascurre por Lima, Piura, Madrid y París, desvelando la estrecha relación que existió entre su vida y su primera obra. El documental arranca con la llegada a Lima tras la aparición de su padre, al que creía muerto, lo que le obligó a cambiar la idílica vida con su familia materna en Piura por el violento maltrato que este les infringió tanto a él como a su madre en Lima. “Para él fue un shock importante conocer a su padre”, opina el director. “Eso le hizo querer demostrarle cuanto antes que podía vivir de la literatura y ganarse la vida por sí mismo cuanto antes. La relación tan violenta que tuvo con él hizo además que creciera en su interior una fuerza, una rabia y una furia que volcó en su escritura. La madurez que demuestra a los 26 años con su primera novela es impensable hoy en día. Solo creo que se podría comparar con Orson Welles y su precocidad en Ciudadano Kane”.
Después llegaría el internado en el durísimo colegio militar, su inicio en el escabroso periodismo de sucesos, la militancia comunista y la lucha contra la dictadura del general Odría en la Universidad, el matrimonio furtivo a los 18 años con su tía política 10 años mayor, la solitaria estancia en el Madrid gris de finales de los 50 donde tomó la decisión de ser escritor y la dura supervivencia vendiendo periódicos en el París de los primeros 60. “De todas estas experiencias, yo creo que la que más le marcó fue el paso por el Colegio Militar Leoncio Prado, en el que trascurre su primera novela”, explica De La Peña. “Él venía de una burguesía provinciana de clase media-alta y prácticamente no había salido de ese entorno familiar. Pero en el Leoncio Prado descubrió un mapa étnico de lo que era Perú en aquellos años y además puedo entender lo que había detrás de cada uno de los chicos del instituto. Cada uno venía con su mochila llena de complejos. Además, allí había hijos de familias ricas que eran un poco indomables y también chicos sin recursos que entraban con becas y subvenciones. Eso le hizo abrir los ojos sobre lo que era la realidad sociocultural del Perú de aquellos años”.
Rodado en blanco y negro, el documental cuenta con la participación del premio Nobel, que no solo concede una entrevista sino que dio acceso al equipo para que buceara en su archivo. “Fue muy generosos”, asegura el cineasta. “Desde que tiene 7 u 8 años lo guarda todo y además perfectamente clasificado. Es como si supiera desde pequeño que iba a ser alguien importante. Pero el trabajo de documentación para conseguir todas las imágenes fue ingente”.