Image: En busca del Trainspotting perdido

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Cine

En busca del Trainspotting perdido

17 febrero, 2017 01:00

Ewen Bremner, Ewan McGregor, Jonny Lee Miller y Robert Carlyle.

La falta de horizontes, la edad, la nostalgia, el miedo. Estos son algunos de los elementos que Danny Boyle ha incluido en su nueva entrega de Trainspotting, que pudo verse en la Berlinale y que se estrenará en España el día 24. Veinte años después, nos encontramos a Mark Renton (Ewan McGregor) y sus amigos en un mundo que ha cambiado sus reglas.

La percusión ejerce como poderoso artefacto de nostalgia. El clásico de Underworld, Born Slippy, icono de la cultura rave que incendió los 90 y cristalizó cinematográficamente en la película Trainspotting (1996), con la que Danny Boyle tocó el cielo, funciona como esa magdalena proustiana a la que el propio Boyle hace referencia. Una percusión con tintes electrónicos que marcaba el tono del filme y de casi toda una época, la de principios de los 90, en la que Gran Bretaña recuperó la hegemonía cultural perdida con el nacimiento de esa ‘cool Brittania' a la que músicos como Blur, Oasis o Pulp pusieron música y que los desdichados pero radioactivos protagonistas de Trainspotting dieron rostro. Basada en una novela de Irvine Welsh, la película traspasó su condición fílmica para convertirse en un mito juvenil y contracultural con la misma fuerza que películas como Rebelde sin causa (Nicolas Ray, 1955), novelas como En el camino de Jack Kerouac o fenómenos musicales como The Doors. Era el regreso del "sexo, drogas y rock and roll" en versión escocesa pero también de la electrónica Manchester, porque Danny Boyle es de Manchester, la ciudad de New Order, Joy Division, The Smiths o Chemical Brothers, y eso marca.

Poetas como Kavafis o Jaime Gil de Biedma escribieron versos eternos sobre el paso del tiempo. Veinte años después, es precisamente ese salto temporal el tema que marca una secuela en la que vemos a los personajes ya conocidos, y queridos, tiñéndose el pelo y tratando de revivir glorias pasadas con un tono más sórdido, porque la juventud, como es sabido, lo hace todo más bonito. Lo explica Boyle durante una visita a Madrid: "La primera película se desarrolla dentro de sus cabezas. No es realista. Entre otras cosas porque una película realista sobre la heroína no se podría ver porque no pasaría nada. No hay nada más aburrido que un yonqui. Sería gente farfullando durante horas. Esta película tenía que tener su propio tono y estilo. Marca también que sean mayores porque la energía es diferente. Las circunstancias también son diferentes. Renton ahora tiene dinero. Ahora sus problemas son emocionales y tienen que ver con el sentido de pertenencia. Por eso es distinto".

Los personajes de Trainspotting han adquirido tal entidad, simbólica y física, que incluso a un actor como Ewan McGregor (que después de aquel filme ha desarrollado una trayectoria con grandes éxitos) lo identificamos desde la primera secuencia con el icónico Mark Renton de la anterior entrega. Ese "yonqui encantador" y glamouroso que a ritmo de Lust for Life, de Iggy Pop, se pegaba unas juergas monumentales. La película terminaba con Renton robando a sus propios amigos y soltando ese famoso discurso de "escoge vida" que prefiguraba su ingreso en la vida convencional. Veinte años después, el personaje regresa a casa para encontrarse con sus viejos amigos rencorosos por aquel hurto y las cosas más o menos donde estaban, aunque ahora son todos más viejos. "Para mí -dice Boyle- esta es una película muy personal. He necesitado hacerme mayor para poder llevarla a cabo. Eso de tener 46 años y sentirte muy jodido y preguntarte, ¿qué voy a hacer ahora? ¿Qué queda? La primera también era muy personal, pero esta lo es de una manera muy directa. A los actores les ocurre lo mismo. Creo que todos estaban muy contentos de salir sin maquillaje y parecer lo que son".

Spud, Begbie, Renton y Sick Boy en la primera entrega

Habla Boyle de En busca del tiempo perdido, una novela que dice no haber leído pese a que le ha influido en el filme, en el que, cree, se habla especialmente de la condición masculina: "La vanidad del hombre es mucho peor que la de la mujer. Porque los hombres somos muy malos gestionando el paso del tiempo, las mujeres eso lo hacen mucho mejor, entienden que la vida tiene etapas. Los hombres se aferran al pasado y a la juventud". Veinte años después, la cultura británica está dominada por figuras soft como Adele, Coldplay o Muse. Y aunque en la última década ha habido grandes películas, ninguna, ni siquiera Holy Motors (Léos Carax, 2012) o Shame (Steve McQueen, 2011), han tenido el mismo impacto contracultural. "Creo que la nostalgia está siempre ahí. El riesgo era que esa nostalgia se lo coma todo. Con el pasado ocurre que, cuando te haces mayor, una de las pocas compensaciones es que te das cuenta de que hay una línea de tiempo que tiene una sola dirección, pero los tiempos vuelven", señala el director de Slumdog Millionaire.

No deja de ser curioso que de un filme tan musical, la secuela rescate los clásicos de la primera parte -como Lust for Life o el mencionado hit de Underworld- debidamente remozados porque Boyle quería que sonaran modernos. Renton y compañía siguen siendo unos perdedores. Los tintes de pelo y las arrugas no hacen sino acentuar la sordidez de su afición a las drogas. Entre el caos de los estupefacientes, sus paraísos artificiales y el nihilismo de la crisis económica, el Brexit y Trump, los personajes de Trainspotting parecen abocados a decidir entre lo malo y lo peor en un Edimburgo que los quiere enviar a la periferia.

Concluye Boyle: "Tenemos un dicho en inglés que dice que ‘la juventud se malgasta con los jóvenes'. Lo que ves es muy triste en muchos aspectos pero hay algo vibrante en esa desesperación por reconstruir el pasado. Dicen que si haces un pacto con el diablo no pierdes tu juventud. Sin embargo, es imposible volver a tener inocencia".

@juansarda