Ian Curtis, poeta en blanco y negro
Ian Curtis durante un concierto. Foto: S.I.N. / CORBIS / Peter Anderson
Malpaso publica Ian Curtis en cuerpo y alma. Cancionero de Joy Division, un volumen que reúne en edición bilingüe las cuarenta composiciones que escribió para el grupo.
Pero, ¿qué le definía como escritor? ¿Otorgó una personalidad concreta a su obra? ¿De qué trataban canciones como Digital o Ceremony? Ian Curtis nació en Mánchester en 1956 aunque se crió a las afueras de Macclesfield, donde también murió. Era un chico introvertido pero estudioso que ganó el premio escolar de Historia en 1971 y el de Religión en 1971 y 1972. Según Deborah Curtis, que lo conoció en aquella época, era obsesivo y perfeccionista, pero también cautivador. Tenía ya en la adolescencia un aire de poeta y de hecho leía a autores como Ted Hughes, Tom Gunn e incluso Chaucer. Le gustaban también Oscar Wilde y Edgar Allan Poe. Después de varios años de relación, el 23 de agosto de 1975, Deborah e Ian se casaron y se fueron a vivir juntos. Ian necesitaba escribir y por eso, en cada casa que ocuparon, una habitación estaba destinada a ser el centro de su creación, su santuario. Pero la literatura no era lo único que ocupaba el tiempo de Ian. La música era su otra obsesión y sentía devoción por The Doors, Iggy Pop o David Bowie.
El 1976 llegó el hecho fundacional que dio lugar no solo a la formación de Joy Division sino a toda una escena musical en Mánchester, como bien retrata la magnífica película de Michel Winterbottom, 24 Hour Party People. Los Sex Pistol actuaban en la ciudad y, durante el concierto, Ian Curtis conocería a Bernard Summer y a Peter Hook y el resto sería historia. Joy Division estuvo en activo durante cuatro años y solo publicó dos discos, Unknow Pleasures y Closer, suficiente para convertirse en el estandarte del sonido de una ciudad que ha acunado a grupos notables como New Order, The Smiths, The Charlatans o The Stone Roses. A pesar de su efímera existencia, la influencia de la banda en el panorama del rock se adentra hasta nuestros días con miles de grupos de nuevo cuño que, por todos los rincones del mundo, tratan de asimilar la característica línea de bajo de Hook o la cavernosa voz del autor de Love Will Tear Us Apart.
Terry Mason, Peter Hook, Ian Curtis y Bernard Summer, los componentes de Joy Division. Foto: Paul Slattery
Desde su origen, y por el influjo ejercido por las lecturas de Curtis, Joy Division tenía un carácter profundamente libresco. Sin ir más lejos, el nombre de la banda procede de La casa de las muñecas de Ka-Tzetnik, quién relataba en forma de diario la historia de unas jóvenes sometidas a esclavitud sexual en un campo de concentración nazi: la división de la dicha o el placer. En los setenta, editoriales como Corgi y Panther, se hacían de oro gracias a este tipo de novelas de subgénero amarillento que regresaban a la II Guerra Mundial desde cualquier perspectiva imaginable. Al mismo tiempo la edición barata vivía su edad de oro en Gran Bretaña y las mentes jóvenes podían acceder a autores modernistas y de ciencia ficción por solo 50 peniques la novela.De este batiburrillo intelectual se alimentó el genio de Curtis. El conjunto de su obra refleja una inquietante visión del mundo, amarga y en muchos sentidos distópica. Las letras de sus canciones están influidas por renovadores del lenguaje narrativo como William Burroughs, cuya técnica del recorte aleatorio venía siendo una marca identitaria del punk y post-punk de la época desde hacía tiempo. Pero las referencias literarias del autor de She´s Lost Control iban mucho más allá, como demuestra los títulos que poblaban su biblioteca. Uno de los favoritos de su infancia era A Century of thrillers: From Poe to Arlem, una antología del Daily Express publicada en 1934. Entre sus volúmenes predilectos, autores como J. G. Ballard, Antonin Artaud, Rimbaud, Aldous Huxley, Anthony Burguess, Dostoiesky, Sartre, Hermann Hess, Nietzsche... Y, por supuesto, Kafka.
Sin embargo, sus letras fueron mutando desde la regurgitación, a veces mal digeridas de sus fuentes, hacia lo angustiosamente confesional. En este viraje tuvo una gran influencia el hecho de que fuera diagnosticado de epilepsia en 1979, cuando el grupo empezaba a conseguir los primeros éxitos y Deborah estaba embarazada. Al tiempo, Curtis comenzaba una relación extramatrimonial que venía a complicarlo todo aún un poco más. Love Will Tear Us Apart (El amor nos desgarrara) fue el punto de inflexión, el giro sobre sí mismo, la vivencia personal convertida en experiencia colectiva.
A pesar de las señales, nadie supo ver el pozo hacia el que se encaminaba Ian Curtis, cada vez sometido a más presión laboral y familiar y con el agravamiento de su enfermedad. Esto último le obligó a cancelar uno de esos conciertos en los que, por otro lado, llevaba su cuerpo hasta el límite con una intensidad exacerbada. El final de este chico de 23 años fue triste y es de sobra conocido. El suicidio silenció a una voz difícilmente clasficable que supo capturar en un riguroso blanco y negro el pulso de una época (el Mánchester de finales de los setenta) y las inquietudes y el dolor generados en el paso de la adolescencia a la madurez.