Venecia le da la razón a Álex de la Iglesia
Las predicciones del cineasta se cumplen tras el pase de su Balada triste de trompeta en El Lido: la película gusta pero desconcierta por su mezcla de emociones
7 septiembre, 2010 02:00Álex de la Iglesia, hoy en Venecia. Foto: France Press
Hace unos meses Álex de la Iglesia era un hombre consumido por su propio trabajo. Pero no sólo por el estrés, la cantidad de horas de rodaje, la presión o las prisas, y ni siquiera por sus obligaciones como presidente de la Academia de Cine, sino sobre todo porque se estaba enfrentando a una trama-espejo en la que el argumento, entonces sin concretar del todo, era una especie de versión de su propia vida, de su infancia, de las cosas que le habían hecho convertirse en el hombre que es hoy.Varios meses después, y con un final de montaje al que han llegado por los pelos (apenas unos días antes de desembarcar en la ciudad italiana), el cineasta español es uno de los nombres que más fuerte suenan para el León de Oro de la Mostra, donde su Balada triste de trompeta ha despertado aplausos y asombro a partes iguales. Las críticas de los enviados al Lido coinciden en señalarla como un notable ejercicio cinematográfico que, en cambio, no oculta el desconcierto de un autor sometido a diversos vaivenes durante su creación. En las palabras del propio cineasta, esta historia en torno a la España gris de la transición es "tan extrema, que parece como si mi cabeza hubiera ardido y el jugo que quedase debajo fuera un caldo en el que están los payasos de la tele y el terrorismo. El año 73 era un circo en el que todos iban disfrazados: los payasos, los terroristas con su pasamontañas... Todos llevábamos un disfraz en esos años", confesaba De la Iglesia a Elcultural.es al terminar una de las jornadas de rodaje. Y añadía: "Es una película terriblemente personal y a la vez es como si intentase ver dentro de mí".
Como bien anunciaba el director y reciente premio de Cinematografía, esta película suya, que etiqueta como "una tragedia grotesca", es "mucho más íntima" que su propio guión. Quizá por eso ha despertado en Venecia una suerte de sentimientos disparados muy acordes a lo que él presagiaba: "emoción, desconcierto, ternura, rabia". Y sin embargo, esta intimidad ha sido ya traducida tras el pase como un paso del cineasta hacia la creación de un universo personal propio a medio camino entre sus filmes anteriores -al margen de la frialdad comercial de la anterior, Los crímenes de Oxford- y su novela Payasos en la lavadora, madre directa de este grotesco circo con historia de amor incluida que llegará a las salas españolas el mes de noviembre. "El amor conduce inexorablemente al horror y la única manera de impedirlo es a través del humor", ha declarado tras el pase, en una frase que resume bien tanto sus intenciones como las primeras reacciones de los profesionales y del público.
De la Iglesia al borde de un ataque de nervios
Así se mostraba en su blog el director el pasado domingo poco antes de partir con su película recién montada para competir en la Mostra: "Cojo ahora mismo el avión para Venecia. He visto la película acabada por fin, en el cine de la academia. Descubro que realmente es una película de amor. Y detrás del amor siempre hay humor, pero sobre todo horror. Lo bello siempre oculta algo siniestro, decía Eugenio Trías, y creo que tiene razón. Amor de monstruos, como el jorobado enamorado de la gitana, o del hombre sin brazos que lanzaba cuchillos con los pies, llenos de dolor y de angustia, atrapados en un pasado que murió, pero que resucita en sus pesadillas. La frase que resume la película podría ser: la ira y el ansia de venganza conducen inexorablemente a la destrucción."