Vicky, Cristina, Barcelona
Director: Woody Allen
18 septiembre, 2008 02:00Penélope Cruz es Maria Elena en Vicky, Cristina, Barcelona
Lo que podríamos llamar la "tentación europea" ha existido siempre en el cine de Woody Allen. Esa deriva se ha manifestado, algunas veces, a través de obras concebidas y realizadas "a la manera de" Ingmar Bergman (Interiores), Federico Fellini (Stardust Memories) o el expresionismo alemán (Sombras y niebla). En otras ocasiones, sus personajes se han paseado por los canales de Venecia (Todos dicen I Love you) o por las calles de Londres (Match Point, Scoop), y ahora lo hacen por escenarios de Barcelona y de Asturias. Bien, hasta aquí no parecería que hubiera nada nuevo en el horizonte de su cine, pero es indudable que algo ha cambiado, y además de forma evidente, en la materia misma e incluso en las formas con las que juega el cineasta de Manhattan.Obligado casi a una especie de exilio profesional, dadas las crecientes dificultades con las que se encuentra para continuar haciendo cine con completa libertad en su propio país, Allen parecía haberse aclimatado sin dificultad, casi de una manera natural, en el ámbito exquisitamente británico que auspicia (en términos de producción) y que presta su fisonomía (en el territorio de la ficción) a sus tres realizaciones anteriores. Match Point (2005), Scoop (2006) y El sueño de Cassandra (2007) mostraban a un cineasta que se reencontraba a sí mismo en los perfiles más negros y que sacaba petróleo humorístico de la dialéctica cultural anglo-americana. Sin necesidad de forzar los retratos y sin recurrir al folclore exótico (quizás porque la mirada del cineasta "no lo ve" dentro de la sociedad inglesa), esos tres filmes mostraban a un creador fértil (no siempre igual de inspirado) que se movía con soltura entre figuras que en modo alguno le resultaban ajenas, pero a las que podía comprender sin necesidad de caricaturizarlas.
Ahora bien, el paso adelante que supone la aparición de Vicky Cristina Barcelona es ya de otra naturaleza. Desde un cierto punto de vista, esta nueva entrega de su prolífica filmografía podría considerarse, simplemente, como un nuevo capítulo de ese exilio antes aludido. Como no puede rodar lo que quiere y como quiere en Nueva York, Allen continúa encontrando en Europa las fuentes de financiación que le dejan las manos libres para seguir dando rienda suelta a su inventiva sin tener que atarse a ningún tipo de servidumbre. Pero, si esto es realmente así también en el caso que nos ocupa, entonces, ¿por qué su nueva película se empeña en pasear a sus protagonistas por un catálogo turístico de manual hasta convertir el filme en lo que acaba mostrándose, ciertamente, como el más brillante -y muy probablemente también rentable- spot publicitario de la Ciudad Condal que cabe imaginar? La pregunta se impone por sí misma: ¿estaba Woody Allen atado por obligaciones contractuales que llegaban, incluso, a tener que incluir el nombre de Barcelona dentro de un horrendo y absurdo título? Responder afirmativamente a esta pregunta no es fácil. Con independencia de la letra del contrato de producción (que en definitiva es lo de menos), resulta bastante difícil imaginarse a Woody Allen prisionero de tales servidumbres, porque, en todo caso, ¿qué sentido tiene escapar de unos lastres (en Estados Unidos) para caer en otros (en Barcelona) no precisamente más productivos en términos de libertad creativa? Sin embargo, la cuestión gana mucho en interés si nos la planteamos de otra manera. Supongamos ahora que no existieron tales servidumbres y que es, simple y llanamente, la mirada del cineasta la que se pasea en libertad por esos escenarios (a cual más tópico, amén de inverosímiles en muchos de los casos) y, sobre todo, la que "ve" -de la manera en que los pinta- a los personajes españoles de la historia, es decir, a los interpretados por Javier Bardem y Penélope Cruz. ¿A qué conclusiones podemos llegar entonces?
La primera tiene que ver (es una hipótesis) con un hecho cultural: es muy probable que la mirada de Allen pueda encarnar de manera fértil y natural con el humus paisajístico, sociológico y humano de un entorno anglosajón (mucho más cercano a sus propias raíces, a pesar de todas las diferencias), mientras que "resbala", tan sólo, por la epidermis más engañosa y superficial de un ámbito latino como el de Barcelona, del que la película -curiosamente- no rescata su vertiente más urbana, cosmopolita y contemporánea (algo que podía esperarse de un magnífico retratista de Manhattan), sino su faceta más turística, exótica y folclórica, incluida esa "masía de artista" en la que transcurren algunas secuencias con protagonismo de los actores españoles o esa guitarra de Paco de Lucía en los bares más chic de Barcelona. La segunda apunta a una posibilidad más lúdica, según la cual estaríamos, sencillamente, ante una mera "película de vacaciones", en la que el cineasta se contenta con retratar estereotipos sin molestarse mucho en inyectarlos mayor encarnadura. Así pueden entenderse, sobre todo, los retratos -casi en la frontera de la caricatura- de ese artista ibérico seductor y libertino interpretado por Bardem y de esa "mujer al borde de una ataque de nervios" (explícitamente almodovariana) a la que da vida (es un decir) una Penélope Cruz excesiva y casi granguiñolesca. Frente a ellos, las dos verdaderas protagonistas (Cristina y Vicky) apenas traspasan tampoco la coraza del estereotipo, pero al menos sus perfiles están defendidos con naturalidad y sin mayor esfuerzo por sus respectivas intérpretes (magníficas Rebecca Hall y Scarlett Johansson) hasta componer dos personajes de comedia funcionales, que se relacionan bien y que están dibujados con pinceladas humorísticas en las que sí resulta posible reconocer a su autor.
El resultado es una comedia que funciona con fluidez y con cierta gracia, tan ligera como evanescente (la que necesita la propuesta), cuando narra el intercambio de papeles entre estas dos mujeres, pero que parece ensimismada y tópica cuando cede la pantalla a los personajes españoles de la trama, cuyos rasgos excesivos, casi hiperbólicos, denotan lo más preocupante de toda la función: el desinterés real del creador por sus criaturas, puesto que se contenta con dibujar sus perfiles más externos sin atreverse (o sin poder) comprender su interior, sin llegar a dotarles de una verdadera entidad como personajes. Ahí reside la faceta más vulnerable (y para muchos, incluso irritante) de una película que más parece una excursión vacacional que un esfuerzo creativo con verdadera enjundia. Permanecen, pese a todo, la mano ágil y rápida para deslizar algunas pinceladas incisivas, el oficio del cineasta para introducir determinados apuntes al vuelo, casi impresionistas, que emergen como un único logro genuino de lo que tiene todo el aspecto de un liviano, extraño, casi incomprensible paréntesis dentro de una filmografía que todavía podría, y debería, dar mucho de sí.
Europa vs EEUU
La última película de Woody Allen llega a Europa más de un mes después de su estreno en Estados Unidos, donde puede verse desde el 15 de agosto. Allen, que tiene un problema de imagen muy grave en su país desde que se casó con la hija de Mia Farrow, ha recibido por esta película, que muchos críticos españoles y europeos han denostado, algunos de los mejores comentarios de su carrera, siendo la máxima beneficiada Penélope Cruz, quien ya suena como favorita para los Oscar del año que viene como mejor actriz secundaria. "Hay mucho de Rohmer aquí -escribió Roger Ebert, el crítico más importante del país en el Chicago Sun-Times-. Los actores son atractivos, la ciudad es maravillosa, las escenas sexuales comedidas y todo el mundo termina el verano un poco más sabio de cómo lo empezó. ¿Alguien puede pedir más?". "Es un filme tan atractivo que es como si Allen hubiera rejuvenecido: el verano en España le ha sentado muy bien", dijo Richar Corliss en Time. Y Manhola Dargis, en The New York Times, abunda en los piropos a Cruz: "Hace un trabajo sensacional con su voz, que sugiere un entramado emocional interior incluso más sugestivo que el que proporciona el propio guión". La taquilla ha acompañado, con 16 millones de dólares recaudados, a un éxito con pocos precedentes para Allen.