El navegante dormido
Abilio Estévez
18 septiembre, 2008 02:00Abilio Estévez. Foto: Antonio Moreno
Abilio Estévez (La Habana, 1954) parece cerrar con la presente novela aquella trilogía que se iniciara con Tuyo es el reino (1999) y Los palacios distantes (2002), novelas galardonadas en Cuba y Francia y profusamente traducidas. Formalmente compleja, intenta profundizar en la esencia cubana, país al que compara con el huracán, cuya espera constituye el eje principal de la trama, aunque de hecho retorna al tema de los balseros. El mitificado personaje Jafet, hijo de un estadounidense y una cubana, escapará en una vieja barca, bautizada como "Mayflower", cuando el ciclón Katherine, el 14 de octubre de 1977, está a punto de llegar a la Isla. El personaje será símbolo de la libertad, y a su épica y desdichada aventura, dedicará el novelista un breve capítulo final, "Luces del Norte". Pero la ambiciosa novela pretende relatar la evolución de Cuba a través de la familia Godínez, lejanamente emparentada con Elisa, la primera esposa del dictador Batista, que fue madrina de Elisita.Heredaron un caserón próximo a la playa que, en su día, hizo construir un excéntrico médico norteamericano Samuel O. Reefy. Estévez narra un rompecabezas en el que cada pieza o personaje acaba encajando y cobrando sentido. La casa se inició el 13 de abril de 1909 y pasará a manos de Mino, tan amante del jazz y de la canción popular norteamericana, que ejerció de administrador de aquel afamado médico que eligió un rincón de la costa cubana para establecer su residencia alternativa. La casona, ya medio en ruinas, resultará un símbolo de Cuba, donde "las cosas siempre tenían el toque supremo de la soñolencia y la inacción. Nada que hacer, salvo esperar" (p. 317).
El conjunto se plantea desde la perspectiva de Valeria, ya residente en Nueva York, que ofrece de forma cronológicamente deslabazada la vida de personajes y los preparativos de los allí reunidos, incluyendo la vaca y los más de 200 pájaros que mantiene el Coronel Jardinero en una de las habitaciones. Al recurso de la casa, eje asimismo de Cien años de soledad, se añadirán otros temas de un realismo mágico reelaborado y actualizado.
Como novela-saga, aunque fraccionada, pese a ser fruto del recuerdo de uno de los personajes, no deja de constituir una novela bizantina, quijotesca, garcíamarqueña. Los tiempos históricos constituirán otra de las claves. El navegante dormido resulta también una novela política. Se expone el anticomunismo, el repudio a ciertos métodos castristas, como la censura (p. 140), se alude a la zafra, a los balseros, se ridiculiza la Revolución, se da noticia de la existencia de un museo en Key West de objetos de quienes abandonaron la Isla. La mayor parte de los símbolos conducen a incrementar la perspectiva crítica de un país, cuyas desgracias históricas, sentidas íntimamente por el autor, se intentan descifrar.
Estévez resulta un excelente contador de historias -aunque el desmembramiento complica en exceso el relato- y un brillante paisajista (p. 183). Si el Coronel acaba odiando Cuba, Estévez intenta comprenderla.