Reinaldo Arenas, rebelde con causa
El escritor cubano, perseguido por el castrismo por homosexual y rebelde, fue un ejemplo de fortaleza y sensibilidad intelectual únicas
Dentro de aquella apariencia de suave fragilidad había una fortaleza de espíritu difícil de superar. Era así Reinaldo Arenas: un rebelde con causa, capaz de soportar todos los horrores posibles sin doblar un pulso superior que lo hacía ganar combate tras combate frente a sus enemigos, el G2 castrista y el régimen militar —la dictadura, en fin— que lo perseguía. En Antes que anochezca, sus memorias hiperbólicas, confiesa haber dormido cientos de veces en el Parque Lenin, a la intemperie, para escapar de los CDR y los esbirros policiales que lo andaban buscando por homosexual y rebelde. Mikel Riera le publicó en Barcelona El mundo alucinante, su novela mejor, que fue un éxito crítico y literario de primer orden y que demostró que en Reinaldo Arenas había un escritor completo.
Fui a buscarlo a Nueva York, cuando salió de Cuba, para contratarle toda su obra posible y publicarla en Argos Vergara. Lo invité a comer en el restaurante Costa Vasca, el favorito de Hemingway en Manhattan, en la calle 55 casi en la Quinta Avenida, muy cerca del Hotel Sant Regis. Conocí a un hombre nervioso, que temblaba y miraba constantemente para todos lados, "porque en todos lados hay un agente castrista", me repetía cuando yo le llamaba la atención y le recomendaba que estuviera calmado, que no pasaba nada. Hablamos de literatura y de su vida en La Habana, del delirio de persecución al que estuvo sometido durante tantos años, del cuidado que ponía en esconder los originales de sus escritos, de sus pesadillas en el Parque Lenin, de sus muchos hombres (en sus memorias confiesa 5.000, que me parecen demasiados aunque se tenga mucha hambre), de La Habana y de Holguín, su tierra natal.
Contraté para publicarlos en Argos Vergara Celestino antes del alba, El jardín de las blancas mofetas y el texto primigenio de Otra vez el mar, para la Biblioteca del Fénice que dirigía Carlos Barral, que editó el libro casi sin terminar o terminado muy deprisa (años más tarde eso sería subsanado por Tusquets en una edición definitiva). Y lo trajimos a España. Su presencia iba a ser un revulsivo literario y le rogué que no se entretuviera demasiado en la crítica política al castrismo porque la prensa española era todavía muy propensa a seguir las consignas propagandísticas del castrismo y no me haría mucho caso. No atendió a mi petición y su visita fue un fiasco cultural, pero a él no le importó nada: había cumplido una vez más con su idea libre de la vida y se fue tan tranquilo, esta vez para Miami, durante una temporada.
Años después me lo encontré allí, en una fiesta cubana, en medio de toda una reunión de compatriotas que le rendían algo así como la pleitesía suprema. No dejaba de hablar y de mirar alrededor, siempre en guardia, sometido al examen (y sometiendo al examen) de todos (y a todos) los que alcanzaba su vista. Le di un abrazo. Estaba sudando. Sudaba frío y a veces temblaba mientras miraba alrededor. Volví a repetirle que se tranquilizara pero él era así, una roca en plena tormenta, preparado siempre para un ataque que ya conocía de antemano. "No te olvides, J. J., que en cada ciudadano cubano hay un agente de Fidel Castro", me dijo con una sonrisa sarcástica. Fidel Castro: su enemigo principal. Después leí con sumo placer El color del verano. Ahí está continuamente en todas las páginas "Fifo" (Fidel Castro), a quien ridiculiza intelectual y humanamente. Me pareció entonces otra de sus exageraciones, pero después supe que aquel texto era una verdadera revelación del "monstruo de Birán", como lo llamó desde el principio el poeta Gastón Baquero.
Antes que anochezca fue otra epifanía. No me gusta leer de un tirón, pero lo hice y el libro de memorias me impresionó. La película de Schnabel a partir del libro es mala sin paliativos. La salva la magnífica interpretación de Javier Bardem, paradoja sobre "parajoda": hay momentos de la película en la que no sabemos si estamos ante un actor o ante la mismísima emanación intelectual y rebelde de Reinaldo Arenas. El escritor cubano murió en Nueva York, solo y enfermo (tenía que subir un montón de escalones todos los días para llegar al fin a su cuchitril, el lugar que para él fue el más libre del mundo en los últimos años).
Ahora que hablamos de Cuba, de juventudes y de rebeldes, conviene recordar que Reinaldo Arenas fue uno de ellos, una suerte de profecía individual que luchó contra un gigantesco aparato policial y político y salió indemne. Ahí está su obra. Échenle, por favor, alguna mirada con atención y verán la sombra enorme de un gigante al que quisieron apagar sin nunca poder hacerlo. Este tipo de gigantes libertarios son los que me siguen interesando, hasta más allá de lo político e inútilmente correcto, hoy y siempre tan frecuente y monstruoso. Arenas es para mí un recuerdo de fortaleza, de dureza espiritual y de sensibilidad intelectual únicas. Lo seguiré teniendo en mi memoria, aunque haya perdido sus cartas, como las de tantos, después de tantos años.
PS: Les debo a mis lectores una excusa. La semana pasada, en mi artículo sobre Cabrera Infante, me confundí gravemente al utilizar el título de una canción muy popular con el de su relato, que en verdad era "Delito por bailar cha-cha-cha". No quiero yo ser como el profesor "Florindo", a quien sus alumnos llamaban así por sus cursilerías consuetudinarias. "Florindo" llamaba a sus errores "distracciones", con el cinismo habitual del analfabeto, cuando era nada menos que Catedrático de Literatura Española en la Universidad de La Laguna. Una vez adjudicó el verso "Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas" a Jorge Manrique (¡qué tendrán que ver ajos con coles!); en otra ocasión, siendo miembro de un jurado de doctorado, citó a Julio Verne como autor de Robinson Crusoe. Sic transit gloria mundi. Queda dicho y escrito.