Cuerdos e imprescindibles
Los Esquizos de Madrid. Figuración madrileña de los 70. COMISARIOS: Juan Pablo Wert,
19 junio, 2009 02:00Carlos Alcolea: Greta Garbo, 1972
Una Carmen del siglo XXI, rubricada por Gardiner, llegará en los próximos días al Festival de Granada y, más tarde, a la Quincena Musical de San Sebastián. La ópera de Bizet es, sin duda, el acontecimiento del año en la agenda del director británico. Porque vertebra una larga e intensa gira internacional (que incluye Lucerna, Edimburgo o los Proms londinenses) y reivindica junto a sus inseparables compañeros de viaje (el Coro de Monteverdi y la Orquesta Revolucionaria y Romántica) el afán historicista como seña de autenticidad.
La muestra, de título equívoco -aquello de los esquizos madrileños y los oligos de Barcelona no fue sino una tonta refutación entre iguales que ahora se eleva a categoría-, quiere proyectar las figuras de sus artistas más allá del espacio estricto de su pintura, y se sirve para ello de un variopinto conjunto documental, que demuestra cómo la bibliografía, la cinemateca y los discos de la gente de los 70, nada tenía que ver con los de sus mayores, y mucho, aunque con algo de retraso, con lo que estaba pasando en el mundo.
Lo mejor del recorrido es la pintura misma y su mayor acierto la selección efectuada, que es copiosa, aunque nada sobrecargada, y deja inevitablemente fuera alguas piezas, pero reúne obras mayores de Gordillo, Alcolea, Franco, Rafael Pérez Mínguez, Herminio Molero, Pérez Villalta, Quejido, Chema Cobo y un extrañamente incluido Sigfrido Martín Begué, amigo y colega sin duda, pero que se me hace más lejano que otros a los que no se ha tenido en cuenta. Así, incomprensiblemente para mí, Alfonso Albacete o, en la escultura, claro, Miquel Navarro, parejo en aquellos años el valenciano a los sevillanos, gaditanos y madrileños. La presencia de Jaime Aledo y Carlos Forns casi no dice nada y la breve inclusión de Luís Pérez Mínguez apenas informa sobre su importancia; del mismo modo que la sala dedicada a Javier Utray no creo que precise su decisiva influencia no sólo en alguno de los pintores presentes, sino en el aire y la temperatura de la generación misma. Son, sin embargo, un intento correcto de ampliar el campo de visión, como lo es la tímida presencia de artistas foráneos.
Los bloques en las que está subdividido el conjunto proporcionan suficientes claves respecto a las aportaciones singulares del grupo -que no fue nunca un colectivo, por lo que importan, y mucho, las propuestas individuales-, a la vez que despliega un desarrollo cronológico que permite apreciar los cambios habidos y también la senda personal seguida por los artistas en la década siguiente.
Extraña que en el catálogo, que reproduce más obras de las expuestas y reúne un interesante aunque no completo aparato teórico, se incluya un recorrido fotográfico por algunos de los acontecimientos de aquel tiempo y se excluya en cambio la documentación recogida en la muestra. En cualquier caso, quedará en la bibliografía de manejo inexcusable y sirve para reavivar los fundamentos que sustentaron posiciones estéticas tan amplias como exigentes y cuyo desarrollo certifican sus protagonistas todavía en activo, que no está de más recordar que lo son todos, salvo los desaparecidos, incluido el que fue primer comisario de la exposición, Quico Rivas, al que sus compañeros, María Escribano, Juan Pablo Wert e Iván López Munuera, dedican la publicación.
DESDE ENTONCES
Tres años después de la publicación de Qué te voy a contar, Martín Casariego (Madrid, 1962) lanzó Algunas chicas son como todas y en 1997 obtuvo el premio Ateneo de Sevilla con La hija del coronel. Autor, entre otras, de Nieve al sol o La primavera corta, el largo invierno, y guionista de Dos por dos y Amo tu cama rica, en octubre de 2008 Casariego obtuvo el II premio Ciudad de Logroño por su novela La jauría y la niebla.