Antoni Tàpies, el cuerpo despedazado
“Las generaciones vuelven las cosas oscuras -escribió una vez Lezama Lima- pero los artistas de vida prolongada nos llenan de claridad y de pronta respuesta”. Hay que pensar en el viejo Tiziano, en el Monet tardío, en el Picasso final, incomprendidos durante tanto tiempo y al cabo vindicados como luminosos. La verdad es que me había propuesto evitar hacer el elogio del artista-viejo-que-está-más-joven-que-nunca, del creador anciano que sigue en plena forma cuando otros que podrían ser sus hijos o sus nietos se han quedado por el camino. Quería huir de ese tópico, pero al final la evidencia se nos impone. Cuando iba a ver la exposición pensaba que tal vez me decepcionaría, que quizá le habría llegado también al pintor octogenario la hora del declive. Pero ninguna desconfianza resiste a la energía de este conjunto de obras creadas en los últimos meses y en el cual hay piezas del mejor Tàpies de siempre.
A la entrada de la exposición encontramos una gran pintura, uno de esos homenajes que Tàpies rinde de vez en cuando a los maestros antiguos. El cuerpo tendido de un hombre decapitado, dibujado sumariamente, asoma entre dos sábanas clavadas sobre la superficie de la pintura, sábanas que evocan un sudario y actúan al mismo tiempo como un telón de teatro que se abre para revelarnos la escena. La imagen me recuerda el Descubrimiento del cuerpo de Holofernes de Botticelli; incluso la negra forma de la espada que cuelga delante del cadáver aparecía en Botticelli. La espada no sólo ha decapitado el cuerpo, sino que divide materialmente el cuadro en dos mitades, unidas sólo por cinco grandes grapas de metal. Esta obra espléndida anticipa el tema dominante de la exposición, un tema que ha sido una constante en la carrera de Tàpies: el cuerpo humano amputado y despedazado. La mayoría de las piezas expuestas evocan fragmentos de cuerpos. Hay un torso con cabeza pero sin brazos ni piernas (Agregats) y otro torso en primer plano que también parece mutilado (1/2). Un cuerpo desnudo como plegado, empaquetado dentro de un marco hasta volverse informe, irreconocible (Nu enquadrat) y otro cuerpo arrodillado sobre un soporte en forma de cruz (En forma de creu). O simplemente, unos ojos y una mano yuxtapuestos, como síntesis de los atributos del pintor (Mirada y mà).
El cuerpo desmembrado, descuartizado, viene de la antigua tradición alegórica que concebía al hombre como microcosmos. En los calendarios del final del Medievo y del Renacimiento, la figura humana se dividía y repartía entre las influencias de los astros: cada una de las partes anatómicas pertenecía a un planeta o a un signo del Zodíaco. El desmembramiento se trasladó más tarde a la emblemática; el emblema, según las estrictas reglas de los tratadistas, no podía contener ninguna figura humana entera, pero sí partes del cuerpo aisladas: en las estampas que ilustran los Jeroglíficos de Horapollo o los Emblemas de Alciato aparecen cabezas, manos, ojos desgajados. Cada uno de estos miembros dispersos encarna una facultad o una virtud, según un mecanismo alegórico que volvemos a encontrar por ejemplo en la “anatomía moral” del hombre que Gracián propone en El Criticón. Como comprendió Walter Benjamin, el desmembramiento era una operación al servicio de la producción semiótica: el cuerpo humano había de ser despedazado para que sus fragmentos se trocaran en signos claros, transparentes. Así se entendería también la función del martirio en la pintura barroca; el suplicio en que el mártir es descuartizado sirve a la Escritura sagrada. Presentados en una bandeja, la cabeza del Bautista, los ojos de Santa Lucía, los pechos de Santa ágata, son las letras con las que se escribe la Palabra (los padres de la Iglesia habían hablado del cuerpo del mártir como inscripta Christo pagina”).
Tàpies ha redescubierto esa vieja elocuencia textual de los fragmentos anatómicos; la ha reinventado proponiéndonos el cuerpo como carta de amor, como epitafio, como oración. El cuerpo es para él un racimo de signos que, además, no se dibujan o se pintan simplemente sobre la superficie del cuadro, sino que se inscriben en la materia pictórica, con surcos arañados o excavados en la pasta lenta, viscosa de polvo de mármol. El cuerpo es otro recurso, acaso el más eficaz, de la interminable escritura material que es la obra de Tàpies.