Aitor Ortiz o cómo ser moderno en el s. XXI
Serie Modular Rec, 2002
Pocos autores son capaces de desarrollar el ejercicio de autocrítica y evolución formal que ha llevado a cabo, a lo largo de su carrera, Aitor Ortiz. A unos comienzos que combinaban lo mitológico y lo nostálgico, con la Ría bilbaína como objeto, siguió una serie de juegos formales, que no eran sino tanteos en busca de una puerta de escape. Una vez traspasada ésta, sus últimos trabajos demuestran que estamos ante un autor consolidado, alguien que ha encontrado su camino, su discurso y una poética con que desarrollarlo.Modular es un paso adelante, arriesgado, además, en la línea iniciada con Destructuras. Y éstas una evolución de Caosmos, que a su vez rompía y mantenía lazos con aquellas primeras fotos de la Ría. De este modo, enlazando cada etapa con la anterior y abriendo camino, Ortiz se ha situado, curiosamente, en una senda trazada por el arte... hace un siglo. Nadie entienda esto como un desmérito, y menos en el momento actual, donde si algo está muerto es la idea de originalidad. Ortiz lo sabe y conscientemente revisita los planteamientos de la primera vanguardia. Ya en Destructuras rompió con la idea de uno de los fundamentos de la fotografía: el lugar. Mediante el tratamiento digital, sus fotos abandonaban la ligazón al "aquí" y "ahora" para constituirse en representaciones de espacios imaginarios basados en fundamentos lingöísticos caros al arte moderno, como la repetición. Ahora, neutralizada ya totalmente la función de registro, de reproducción de lo visible, habitualmente conferida a la fotografía, Ortiz, en la senda de Moholy Nagy, se dedica a la producción de visible: a la combinatoria lingöística de elementos visuales transformados en lexemas de un vocabulario propio, hecho de formas arquitectónicas básicas (pilares, columnas, fragmentos que ya en su función arquitectónica llevan inscrito el principio de modularidad), que hacen aparecer un espacio, pero sin llegar a nombrarlo, a definirlo de una manera precisa.
Por el contrario, lo que busca la serie es, precisamente, lo contrario: la combinatoria y sus posibilidades expresivas: cada una de las piezas que componen la muestra puede recombinarse con cualquiera de las otras. Para llevar la experiencia un paso más allá, la bidimensionalidad de la imagen es trascendida, al tiempo que puesta de relieve, mediante el montaje de cada pieza en la exposición: una rótula permite moverla respecto a su posición canónica, superponiéndolas, girándolas o inclinándolas respecto al muro. Ortiz se ha instalado en una fotografía constructivista, en la que las formas elementales se combinan buscando producir en la mente del observador una experiencia exclusivamente plástica. Constructivista y fenomenológica, puesto que la forma expuesta en esta ocasión no es sino una de las muchas presupuestas por la obra. Difícil condición para la recepción de un medio en cuya esencia se encuentra lo contrario: lo figurativo. Duro esfuerzo para quienes lo primero que exigen de una fotografía es saber qué es lo fotografiado. Modular no se limita a exigir del espectador contemplación, le exige trabajo. Requiere tiempo y concentración, saber renunciar a las expectativas de lo figurativo y centrarse en el juego formal, en las superposiciones espaciales y la interrelación de unas formas que el autor, basándose en la óptica y el tratamiento de la imagen, apenas desvela.
La muestra comprende dos series; dos concepciones de esa combinatoria planteada por su autor. Modular mod desarrolla la disolución del espacio, transformando los elementos que lo hacen aparecer (la arquitectura) en piezas de un puzzle; presentado en una de sus muchas combinaciones posibles. Con ello, el espacio proyectado, inherente a la imagen fotográfica, se convierte en un espacio construido. Modular rec, en cambio, aborda la disolución del espacio en el movimiento, haciendo aparecer el segundo elementos de la fotografía: el tiempo. Ortiz cierra con ello el bucle de su crítica de la representación fotográfica, señalarnos que, si bien se considera ésta como un medio de captura del tiempo, el verdadero modo de representación de éste no es sino la desaparición de la forma.