El lado oscuro de Zurbarán
Cristo coronando a San Ramón Nonato. Col. Eleuterio Laguna
Después de tantas exposiciones como las que se han dedicado en los últimos años a Zurbarán, y teniendo en cuenta que sólo hace un par de meses se clausuró en el Museo de Bellas Artes de Bilbao una tan significativa como la titulada Zurbarán. La obra final: 1650-1664, no era fácil conseguir que una nueva muestra del célebre pintor nos aportara una nueva visión. ésta, patrocinada por la Obra Social y Cultural de Caja Segovia, lo logra por el procedimiento de hacer hincapié en un aspecto del trabajo de Zurbarán que, si bien nos es conocido, se ha presentado habitualmente desde una perspectiva negativa y no ha merecido suficiente atención. Me refiero a la importancia, dentro del conjunto de su producción, del trabajo debido a su obrador. Aunque desde la sensibilidad moderna -no sé si tanto desde la postmoderna- lo que resulta decisivo es verificar la autoría inequívoca e individual de la obra de arte, en pleno siglo XVII el trabajo de un obrador, del conjunto de pintores que cooperaban con un maestro en su taller era, además de una consecuencia lógica del sistema habitual de aprendizaje, un recurso imprescindible para poder satisfacer determinados encargos. Fue el caso de Zurbarán, cuyas eficaces representaciones de santos impulsaron a muchas de las órdenes religiosas que se establecían en las colonias del Nuevo Mundo a pedirle una imagen de su fundador. Si añadimos a estos retratos los apostolados y otras imágenes devocionales solicitadas desde América, entenderemos que se hiciera necesario un trabajo prolífico y un sistema de comercialización eficaz. Del primero se hizo cargo su obrador y del segundo, probablemente, la familia de su segunda mujer, asentada en el Perú.La exposición del Torreón de Lozoya está compuesta fundamentalmente por tres grupos de obras: el célebre apostolado de la Colegiata de Marchena, un fantástico conjunto de retratos de fundadores de órdenes religiosas y una serie de imágenes de ángeles y arcángeles -estos últimos atribuidos inequívocamente a su obrador-. A ello hay que añadir un cuadrito que ese expone ahora en público por primera vez y que representa el éxtasis de San Ramón Nonato. Pintado en 1636, fue oportunamente identificado por Don José María Carrascal Muñoz. De los apóstoles de Marchena cabe decir que representan al Zurbarán más severo y tenebrista, en el que la utilización del claroscuro debe menos a Caravaggio y Ribera que a la profundización en la tradición realista española. Junto con soberbios paños blancos y rojos, llama la atención esa mezcla de energía y ternura que se desprende no ya de los rostros, sino incluso de los miembros de sus personajes: San Andrés sujeta el madero de su cruz con manos de violinista. Mucho más entretenidos son los retratos San Agustín, San Jerónimo, Santo Domingo, San Francisco, etc., procedentes de Perú. Es notable su captación de rasgos psicológicos, hasta llegar casi a lo caricaturesco en algunos de los rostros. La composición general está determinada, como suele ser en estos casos, por la plasmación de los atributos de cada santo. Lo singular aquí es la interpretación de estas pautas convencionales: San Agustín, que con un infolio abierto mira al cielo en busca de inspiración; Elías, con todo el atrezzo de un profeta, incluida la espada flamígera, bajo un cielo tumefacto. Son todos ellos cuadros excelentes, que por sí mismo merecerían una exposición. La última sección corresponde a una galería de ángeles y arcángeles en donde se perciben muchos rasgos que ya no son tan típicos de Zurbarán, y que remiten más bien al manierismo italiano, pero también a la necesidad que experimentó Zurbarán -y que trasladó a su obrador- de dulcificar sus composiciones, a impulso del éxito que empezó a cosechar Murillo a partir de 1640. La lejana procedencia de muchos de estos cuadros, junto con el interés concreto de algunos de ellos, convierten esta exposición en una estupenda ocasión para conocer algunos de los aspectos más oscuros del maestro.