Luis Gordillo (Sevilla, 1934) se sienta, obediente, en una de las sillas de su estudio, como quien entra a la consulta del médico. Se mueve divertido sobre esas cuatro patas, silba como un chiquillo, grita, solo puntualmente, imitando una actuación de John Cage que sufrió en carnes propias.
Un mural de nueve metros de largo reviste una de las paredes de esta gran nave de dos alturas diseñada por los arquitectos Ábalos & Herreros. A falta de los toques finales para su presentación en la Sala Alcalá 31, el 27 de septiembre, sirve como resumen excepcional del conocido universo gordillensis. En él conviven las cabezas y los laberintos de color, el collage y la pintura, lo analógico y lo digital. Otros tantos retazos de papel cubren el suelo, los tubos de pintura se acumulan en una de las mesas, y los libros y todo tipo de objetos en las estanterías.
Y así, con los ventiladores como únicos espectadores, se desarrolla esta conversación en un Madrid en el que todavía aprieta un calor que el artista esquiva desde esta atalaya entre encinas, mirlos y murciélagos desde una de esas urbanizaciones en las que se desdibuja la periferia de la ciudad para convertirse en campo.
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Pregunta. Acaba de cumplir 89 años y sigue al pie del lienzo, ¿le da la energía
Respuesta. Para bien o para mal es lo único que hago, estoy todo el día a disposición de la pintura, me sirve de trabajo y de diversión.
P. ¿Cómo se encuentra?
R. Ahora un poco accidentado pero bastante mejor por fuera que por dentro. Desde hace tiempo siento que me muero todos los días un poquito, que voy perdiendo centímetros de vida. La memoria, el sexo… a veces el simple hecho de bajar una escalera es una epopeya. Hacerse mayor es un drama y creo que lo único que me salva de la catástrofe es la pintura, la vida afectiva y los cariños. A veces hago esfuerzos ímprobos para seguir activo y no dejo de preguntarme de dónde saco la fuerza. Es una pelea casi constante por mantener el tipo y hacer obra nueva sin avergonzarme. No sabía que esto de la vejez fuera tan duro.
“No ha sido fácil vivir del arte. En una ocasión tuve que hablar con el banco para pagar la hipoteca con un cuadro”
P. ¿Vive el proceso creativo con disfrute o con tormento?
R. El dibujo es muy cómodo y disfrutón pero los cuadros son terriblemente complicados y no tienen nada que ver con esa imagen de diversión que a veces tiene el público. Mi producción es muy pequeña, aunque parezca lo contrario, casi siempre trabajo en siete u ocho lienzos a la vez para poder tomarme descansos y retomarlos con más fuerza. Cuando el cerebro se cansa de un cuadro, hay que dejarlo respirar.
P. ¿Y cómo pasa sus días, dentro y fuera del estudio?
R. Sin prisa, porque tengo muchas horas disponibles. Me levanto cuando quiero, leo tranquilamente el periódico con el desayuno, trabajo por la mañana y por la tarde con una pausa para la siesta, que es fundamental para romper, limpiar y descargar la cabeza. En verano corto a la hora del atardecer, que aquí merece mucho la pena, y me doy un baño. Después veo el tenis, me he enviciado con Alcaraz, o un documental. Hace poco me tragué uno sobre Oppenheimer y la bomba atómica mucho más interesante que la película. La enorme calidad técnica del cine actual no lo salva, es rarísimo encontrar una película en la televisión que realmente te coja. Cada vez me aburren más.
P. Con esas lecturas matutinas entiendo que está muy puesto en la actualidad política, ¿es así?
R. La sigo normal, ahora en fase PSOE, al que siempre he votado excepto una vez que me fui más a la izquierda. El partido de Felipe [González], que tiene unos años menos que yo, nació en Sevilla en un ambiente muy próximo a mi familia. Mi hermano Ramón, el primero de los ocho que somos (yo soy el segundo), era un intelectual profundo, muy conocido en Sevilla y muy amigo suyo, y yo indirectamente. Ya en Madrid, Felipe nos invitaba a Pilar y a mí a La Bodeguilla, un espacio subterráneo en La Moncloa en el que recibía junto a Carmen, su mujer de entonces, a gente muy conocida de la cultura. Ese primer gobierno del PSOE fue de museo, de un nivel intelectual muy alto en un momento en el que se salía de la Dictadura y se jugaba de verdad a realizar todas nuestras ilusiones. Era de un nivel irrepetible, ahora parece que la gente inteligente solo se va a las eléctricas y a las grandes empresas.
“La enorme calidad técnica del cine actual no es suficiente, es rarísimo encontrar una película que te coja”
P. Entiendo entonces que esa leyenda de que Alfonso Guerra tiene un cuadro suyo a los pies de la cama es real y que vendrá de esa época.
R. No lo he comprobado pero me han llegado ecos. Admiro su carácter discreto, que no haya querido seguir jugando a la fama ni a hacer dinero. Le tengo cariño. En una ocasión dio una conferencia en una de mis inauguraciones.
P. Ahora que por fin se habla, y bastante, de salud mental. ¿Cómo ha sido su relación con el psicoanálisis, lo recomienda?
R. Me he pasado la vida psicoanalizándome. Mis niveles depresivos no me los ha curado nadie pero el primer psicoanálisis, que hice durante ocho años a mi vuelta de París, robusteció mi compromiso con el arte y me ayudó a tomármelo profesionalmente en serio. Hasta entonces no me decidía por la pintura. Era pintor un mes y otro lo dejaba y me preparaba las oposiciones de derecho, para después volver a la pintura. Las sesiones me ayudaron a normalizar mi relación con las mujeres, a las que hasta entonces había tenido miedo a nivel erótico. Bueno, supongo que sería el psicoanálisis porque son tantos años de terapia que al final no se sabe qué viene de ahí y qué tiene que ver con la evolución natural de uno. Los psicoanalistas son muy prudentes y solo dicen lo necesario, no son tus amigos, se mantienen muy neutros, muy objetivos.
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P. ¿Qué huella le dejó ese París de finales de los cincuenta?
R. Fui por primera vez en el 58 con un intercambio y volví meses después para quedarme. Entonces yo era un bicho raro, timidísimo, completamente asocial y no aproveché París en el plano erótico, pero sí que me bebí sus museos. En la segunda estancia entré de lleno en el informalismo francés, menos político y matérico que el español, más intelectualoide y con mucha más obra sobre papel. Es el momento también de mi adoración por Tàpies, un calentón que se me pasó después, aunque aprendí mucho.
P. Sin embargo participó en la sección de la Bienal de España de 1976, la llamada Bienal Roja, que comisariaron Valeriano Bozal y Tomás Llorens. ¿Cómo se sintió en ese marco ideológico?
R. Estábamos en pleno antifranquismo y yo entonces era más rojo de lo que soy ahora. Al lado de Tàpies, Saura o Millares entré un poco de refilón, de hecho colocaron mis cuadros al final del recorrido. Los comisarios eran del Partido Comunista y casi todos los universitarios de mi estilo nos sentíamos también cercanos a esos ideales. Parece mentira que fuéramos tan ignorantes. Todavía no nos habíamos dado cuenta de lo que era en realidad el sistema soviético, no hay más que ver en lo que se convirtió Rusia, dictatorial y sangrienta, casi a la altura de Hitler. Nosotros chupábamos de un comunismo ortodoxo, casi poético.
“El psicoanálisis me ayudó a normalizar mi relación con las mujeres. Hasta entonces les había tenido miedo”
P. ¿Le ha resultado difícil vivir del arte?
R. No fue fácil. Incluso cuando ya era conocido no podía vivir de mi pintura. Tuve que trabajar muchos años dando clases de francés en un colegio, donde coincidí con Isabel Baquedano, hasta que me llamó el galerista Fernando Vijande a través de mi amigo José Luis Alexanco para proponerme un sueldo mensual. Fue mi salvación. Ya no tenía que dedicar tantas horas del día a dar clase, algo que además no me resultaba fácil porque yo no era nada autoritario. Vivía en Aluche y antes había alquilado una habitación en casa de una señora y una buhardilla mínima en la Glorieta de Bilbao donde pinté las cabezas Pop de los años sesenta. Fue después cuando ya pude comprarme esta parcela con las ventas de una exposición y una hipoteca y todo fue sobre ruedas hasta que Vijande tuvo problemas económicos y no pudo pagarme. No me quedó otra que ir a hablar con el director del banco y proponerle pagarle con cuadros y, para mi sorpresa, aceptó, y me perdonó todo lo que quedaba de hipoteca a cambio de un tríptico de 3 metros que acababa de hacer. Fue enormemente generoso, la familia Bergé tiene ese cuadro como un tesoro.
P. Veo que el tema de la pérdida de memoria es lo que peor lleva.
R. Es hiperdramático porque te arrancan trozos de vida. Mientras tenemos esta conversación da la sensación de que recuerdo todo, pero es pura comedia. Con la infancia me pasa menos, pero conforme avanzamos en el tiempo no me acuerdo de nada de las inauguraciones importantes en el extranjero. Y no hablemos de nombres de artistas, músicos, novelistas… Se los ha llevado el viento. Mi memoria se fue, ahora se llama Pilar [Linares], mi mujer.
P. Voy a tener que ponerle a prueba. ¿Quiénes han sido los artistas que le han acompañado todos estos años?
R. En cada época han sido distintos nombres. De mis inicios en Madrid recuerdo a Alfredo Alcaín, Ángel Orcajo, Isabel Baquedano o Juan Antonio Aguirre, que nos juntó en la exposición de Nueva generación con Elena Asins, Alexanco, Teixidor, Yturralde o Barbadillo. Después vino todo el entorno de la galería de Fernando Vijande, Darío Villalba, Zush, por ejemplo, un bicho raro maravilloso que se cambia de nombre cada dos por tres y que vaticino que será reconocido con el tiempo. Era íntimo de Fernando, dicen que estuvo a su lado cuando murió. Y últimamente hay un grupo de artistas jóvenes que admiran mi trabajo, y yo el suyo: Miki Leal, Rubén Guerrero, Fernando Clemente o el mismo Secundino Hernández, que además es coleccionista de mi obra y presta una pieza para esta exposición en Alcalá 31 .
P. ¿Se ha sentido también un poco bicho raro?
R. Yo no me veo así. Rarillo, quizá. Me ha llamado siempre la atención que la crítica se haya referido a mí con esa etiqueta de “estilo propio”. Es verdad que no tengo ningún antecedente en la línea de la historia del arte en España. Soy libre, como Zush.
P. ¿Espera una gran exposición de despedida en el Reina Sofía?
R. En Manuel Borja-Villel he tenido un buen amigo, pero yo ya hice allí una gran exposición en 2007 que vio mucha gente y tuvo un catálogo espléndido. Esta de Alcalá 31 empieza donde terminó aquella, repasa los últimos años de mi trabajo.
“El primer gobierno socialista fue de museo, ahora la gente inteligente se va a las eléctricas”
P. Estudió derecho y música, ¿hizo sufrir mucho a sus padres, dedicándose a esta otra profesión?
R. Supongo que a mi padre no le haría la menor gracia y que hubiera preferido que fuera notario o abogado del Estado, con un buen sueldo y la misma tranquilidad que había tenido él como médico, pero eso era algo imposible para mí. Todavía hoy me acuerdo del día en el que se lo dije, acompañado de mi hermano mayor. Ya había terminado Derecho y me había dado cuenta de que mi temperamento y sensibilidad eran de artista en cada cosa que hacía, en la música, en el arte, en la escritura…
P. ¿Por qué cree que el arte contemporáneo sigue alejado del público mayoritario?
R. Es algo sobre lo que he reflexionado mucho y creo que el tiempo coloca a cada uno en su lugar. Monet o Van Gogh fueron vanguardistas en su momento. Si a Van Gogh le llegó el reconocimiento tardío, ¿por qué no va a ocurrir lo mismo los conceptuales? Esta ecuación continúa vigente y lo que no se entiende hoy quizá sea lo que mande en el futuro. En mi caso dejé de ser vanguardista hace mucho tiempo, me noto ya muy comprendido, a la gente no le extraña mi obra, la compra, es decir, no soy demasiado raro. ¿Por qué lo hago, entonces? ¿Por qué sigo insistiendo si ya está hecho? Es algo que me hace sufrir.
P. ¿Le preocupa repetirse a sí mismo?
R. Sobre todo me pregunto: ¿existe o no existe la pintura? Se puede atacar desde muchos flancos y decir que ha muerto y que no es un arte de nuestros días, que es el otro tema que a mí me hace sufrir muchísimo. En el mercado sigue funcionando, se puede vender. Cuando la miro con lentes de fiscal coñazo pienso que eso ya no es válido, que es un muerto bien conservado. Soy hipercrítico conmigo mismo y si me dan un pequeño argumento es que me destruyo.
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P. ¿Se pone esas zancadillas sabiendo que le respeta la crítica, los museos, los comisarios y que los pintores más jóvenes le buscan y admiran?
R. Vivo en una especie de limbo cruento, que me lo creo, que no me lo creo. Sin embargo, repaso los libros de arte y citas como la Documenta de Kassel y los pintores son una minoría. Casi todo el mundo que merece la pena se dedica a hacer instalaciones o performances, que están más cerca del teatro, del ballet o de la publicidad. Este tema me da para una conferencia. Lo mismo ocurre con la música.
P. Pónganos algún ejemplo.
R. Todavía me acuerdo del gran espacio que se le dedicó a John Cage en Los Encuentros de Pamplona, que fueron tan importantes en España, coordinados por José Luis Alexanco y Luis de Pablo. Ahí estaba él, sobre una tarima no muy alta en medio de una fábrica abandonada, dando voces todo el tiempo con un micrófono. La gente entraba, se sentaba y se iba y yo, que siempre he sido muy aguantón, me quedé ahí un buen rato, tratando de descifrar qué era eso que hacía de Cage alguien tan importante como Marcel Duchamp y que a mí se me escapaba.
“Cuando miro la pintura con lentes de fiscal coñazo pienso que ya no es válida, que es un muerto bien conservado”
P. ¿Y lo consiguió?
R. No, no lo descubrí. Me es muy difícil su obra, y mira que he hecho esfuerzos en casa. Al cabo del rato, aburrido, me fui y le dejé gritando. Son obras revolucionarias importantísimas para la historia cultural pero yo la impresión que tengo es que la música también se está acabando. En Alemania, que ha sido muy vanguardista en este campo, ha habido conciertos prácticamente sin público. ¿Y quién escucha hoy en España a Luis de Pablo? Solo los hiperselectos aguantan los serialismos, no creo que sea una música que envejece bien. Me interesa ese fenómeno pero prefiero a György Ligeti, que tiene una obra que sí se puede escuchar aunque sea muy moderna. No sé si era Schoenberg o Cage el que decía que la armonía era un terrorismo del mercado y que no debía existir porque engolosina a la gente.
P. Le veo ya de vuelta de todo...
R. Me acuerdo bien de discusiones con mi padre sobre Dalí y Picasso. Mi hermano me contaba que, cuando yo no estaba, mi padre iba a mi habitación y, plantado frente a mis pinturas de informalismo radical, le preguntaba a mi madre: “¿Qué será esto, Rosario?”, como queriendo salvarme. Era una situación adorable y, fíjate, ahora soy yo el que está como mi padre.
Premio Nacional de Artes Plásticas y Premio Velázquez, Luis Gordillo (Sevilla, 1934) sigue a sus 89 años al pie del lienzo. Hipersensible, serio y vital por partes iguales, inaugura el próximo 27 de septiembre dime quién eres Yo en la Sala Alcalá 31, la siguiente gran cita tras su Memorándum en el Museo Universidad de Navarra en 2021. El Museo Reina Sofía, el CAAC de Sevilla, el IVAM de Valencia o el CGAC de Santiago son solo algunos de los museos que han dedicado individuales a este artista inclasificable.