En el estudio de Jordi Teixidor (Valencia, 1941) todo está perfectamente calculado. Es un local a pie de calle en el barrio de Carabanchel, en Madrid, ese al que hoy se han mudado tantos artistas y galerías y en el que él lleva ya dos décadas trabajando. Va a diario, a veces previo paso por el Museo del Prado donde, cuenta, se planta a primerísima hora para disfrutar en soledad de un cuadro.
Varias de las paredes de la nave están cubiertas ahora con obras embaladas, listas para su viaje al IVAM de Valencia. Ahí se inaugura el 3 de febrero un recorrido por los más de 50 años de este Premio Nacional de Artes Plásticas, que ha sabido llevar al límite la simplificación formal.
Comenzó sus pasos en Valencia, donde coincidió con Yturralde y el Equipo Crónica. "Entonces —recuerda— ya sabía lo que quería hacer. En la escuela pintaba lo que me decían y en casa era abstracto, la abstracción contiene unas posibilidades expresivas mayores que la figuración". Con Yturralde siguió en Cuenca, en el Museo de Arte Abstracto, y después viajó a Nueva York, donde el contacto con los artistas americanos dejó una huella indeleble en su trabajo.
“El negro es el color en el que todo tiene lugar. Hay un planteamiento y muchas posibilidades espaciales”
De las superficies de sus lienzos llama la atención esa factura mate, en composiciones perfectamente delimitadas entre líneas horizontales y verticales. Aplica el óleo con brochas y barras con las que consigue una expresividad mayor, "una transmisión más directa desde la muñeca, cierto grafismo". En otra de las mesas tiene desplegados varios de sus cuadernos-diario donde siempre ha anotado sus hallazgos en el estudio, las tripas de un proceso creativo en el que muchas obras se han quedado en el camino.
Pregunta. ¿Es muy exigente con su trabajo?
Respuesta. Soy muy crítico, sí, aunque con los años he aprendido lo que tengo que hacer cuando me enfrento al lienzo, los resultados son muchas veces inesperados. No hago cocina y soy muy severo con el color, uso el que el cuadro exige, no el que a mí me gusta. No es un proceso doloroso, pero sí preocupante, algo que experimento con agrado.
P. El título de la muestra, Final de partida, hace pensar en un desenlace, ¿a qué conclusiones ha llegado?
R. Intento mostrar de una manera no cronológica en qué ha devenido Jordi Teixidor después de tantos años. El título tiene que ver con el ajedrez, cuando ya no hay lugar para una nueva partida e incluso percibes que puedes perderla y que lo sabio es tirar el rey. También hay una alusión a Beckett, pero sin tremendismos. Son obras que explican momentos concretos, por eso he querido que me acompañaran un bodegón barroco de Van der Hamen y dos de los artistas que más he tenido en cuenta en mi trabajo: Ad Reinhardt y Barnett Newman. Ellos son los verdaderos conductores de lo que el público irá viendo.
P. ¿Cómo se acerca un pintor abstracto a un bodegón?
R. Creo que lo que más se parece a una pintura abstracta en la historia del arte es precisamente el bodegón. Permite al artista sentirse libre, porque no tiene que explicar nada: una jarra, un tomate... No hay más que pensar en los cubistas.
P. La obra de Ad Reinhardt que ha escogido se compone de planos negros. ¿Qué papel ha tenido ese color en su pintura?
El otro gran referente de Teixidor ha sido Barnett Newman, también en la muestra, "por su elegancia y su sentido poético del vacío". Y, por supuesto, Matisse, al que ha vuelto en diversas ocasiones en Final de partida. La Riviêre (2020), un lienzo al que ha dedicado casi 20 años. "El primer boceto lo hice a tinta china en 2002. Vinieron muchos después, dos de ellos de 1,80 x 3,80 metros que destruí más tarde cuando me di cuenta de que estaba equivocado. En el inicio de la pandemia decidí pintarlo en grande y me salió a la primera. Me di cuenta de que era el cuadro quien había sabido salir y no yo el que lo había sabido pintar, y que era un punto de llegada con el que se cerraba una etapa. Chirbes decía que cuando acababa de escribir un libro descubría el asunto que quería contar; y yo al contemplar esta pintura me doy cuenta de qué es lo que quiero pintar".
Grandes cuadros y ausencia
P. ¿Ha dejado de pintar después de esto?
R. No, acabo de terminar otro cuadro de más de 2 metros y sospecho que he abierto una nueva puerta. Con el tiempo mis lienzos no han menguado, sino todo lo contrario, en los grandes formatos puedo expresar mejor la idea de ausencia. Me interesa el mundo de la negatividad como discurso.
P. ¿Y cómo ha envejecido su pintura en estos años?
R. No ha cambiado mucho pero sí ha profundizado. Mis obras dicen más que antes, cuentan lo que al principio solo balbuceaban, algo bueno tiene que tener hacerse mayor. Hay algunas de mis inicios que me gustan mucho y que todavía me pregunto cómo fui capaz de realizarlas. Cuando tienes descaro y preparación, el resultado es bueno.
P. ¿Es muy distinto el mundo del arte hoy?
R. Sí, ha cambiado la manera de entender el arte, no tanto de aproximarse sino de posicionarse. Los artistas jóvenes emplean un lenguaje diferente, que suena y se escucha de otra manera. En el mercado hay algo de espectáculo, de marketing. Se visita más el Museo Louis Vuitton en París que el Pompidou, viajamos a una isla para vivir "una experiencia"... El museo es un habitáculo donde se produce parte de ese espectáculo, y los hay buenos y malos. El arte tiene que seguir siendo la esencia.