Varios de los dibujos al carboncillo en la exposición
Han sido unos años muy intensos para Secundino Hernández (Madrid, 1975) desde que Heinrich Ehrhardt le dedicara su primera individual en Madrid en 2006. El título, Hauch!, fue premonitorio del soplo de aire que supuso su pintura para los coleccionistas de medio mundo, avivados en 2013 por los míticos norteamericanos Don y Mera Rubell que se lo compraron todo en aquella edición de ARCO. Un soplo que se ha convertido en vendaval: en una expectativa constante, en un ritmo sin descanso y en una demanda de obra que se vende casi antes de ser pintada.Algo de metáfora de esa presión parecen tener las últimas obras que presentó este verano en la galería Victoria Miró, una de las más prestigiosas del mundo, en su primera individual en Londres. Siguen los formatos grandes y el juego con el color, pero la pintura parece desaparecer, en parte por haber utilizado máquinas para lavar los cuadros tras volcar el color en el lienzo. Aunque ese proceso de pintar, despintar y volver a pintar es habitual en sus obras, todo parece aquí más liviano. El artista sólo tiene en mente pintar con mayor tranquilidad, y se nota. En sus nuevas obras reivindica su oficio de pintor, una dinámica más calmada, un poco de tiempo, incluso, para el error.
De ahí parte su propuesta para esta nueva exposición en Madrid. Tras los cuadros paleta que empezó en 2008, en los que volcaba en el lienzo todo lo que ocurría fuera (mezclar colores, limpiar pinceles o incluso las manos), ha ido depurando pintura hasta reducirla al puro hueso, a lo estructural de la forma, a la idea de lo que es la pintura. "Casi al esperma", dice él. Desde ahí puede leerse el título de la muestra, Mi primera corrida. Es su primera exposición dedicada a obra sobre papel, que tratan de transferir esos primeros esquemas, ensayos de color y las instrucciones que el artista hace en pequeños trozos de papel al propio cuadro. El juego a lidiar aquí está en trasladar algo tan sutil como unas notas al margen en la propia pintura sin más color que el negro del carboncillo, un material que no admite corrección posible. Todos los recursos formales que eran conocidos en su pintura están ahora obligados a adaptarse a otros modelos y métodos. Lo mismo que tiene de reto como de liberación. También de incertidumbre, abierta hacia nuevas respuestas y lugares. Por ahí también puede entenderse el título de la exposición.
Cierta poética de los materiales hay también en las acuarelas que presenta. Parten de un precepto de leyenda: los veinte colores utilizados por Paul Cezánne y que Secundino Hernández ha revisitado evitando un único color, el blanco. Como en otras de sus obras, los fondos suelen quedar vacíos con lo que se provoca un estado gravitatorio. Lo mismo sucede con las figuras, que se hacen más rotundas y cerradas o se abren y se desintegran. Secundino Hernández siempre trata de crear un equilibrio formal entre estos dos conceptos, fondo y forma. Después, todo se revoluciona con la inclusión del detalle y es cuando la lectura del cuadro se multiplica. Es lo que buscan sus nuevas obras huyendo de la inercia y de los atajos.