El inmoral y retorcido reino de Stanley Elkin
Macabra, insensible, desagradable y políticamente incorrecta, ningún otro escritor en el mundo podría haber firmado algo tan retorcido como 'Magic Kingdom'
28 septiembre, 2021 09:22De entre los distintos modos existentes en los que una obra literaria puede llegar a desconcertar a sus lectores, quizás el más inquietante de todos sea aquel que consigue provocar durante la lectura numerosas preguntas que se saben desde el principio sin respuesta. Me refiero a preguntas del tipo “por qué alguien querría escribir una historia así” o “por qué me estoy riendo con esto cuando creo que no debería hacerlo”.
El que no lleguemos a tener clara la respuesta a estas cuestiones se debe no tanto a una presunta incapacidad intelectual nuestra como a la existencia de cierto prurito —llamémosle moral— que nos impide traspasar nuestra conciencia colectiva más allá del descansillo. Es por esto que no querré saber nunca por qué una obra tan incómoda como es este Magic Kingdom (1985) de Stanley Elkin (Nueva York, 1930 - St. Louis, 1995) me ha parecido una novela tan osadamente superlativa, sin que ello signifique que crea que es lo mejor que ha escrito su autor, pero significando por otro lado que probablemente ningún otro escritor en el mundo podría haber firmado algo así de retorcido.
Sentado lo anterior, creo que conviene exponer, aunque sea brevemente, la trama de esta novela que gira en torno al viaje que unos niños enfermos —ojo: terminales todos ellos— hacen a Disney World. Ya solo con esta premisa se puede hacer cualquiera una vaga idea del choque de realidades que se van a describir en ella. Añadamos al coctel (molotov) el hecho de que los chiquillos son británicos —importante matiz este, como se verá— y que no son precisamente —al menos no todos ellos— criaturas apocadas. Disney World se convertirá pronto “en una especie de Meca para estos niños, como un Lourdes al revés”, tal y como señala Elkin con no poca sorna en una de las páginas, y a partir de ahí es lógico que cualquier cosa pueda suceder en un lugar tan irreal como ese y entre un grupo de adolescentes —chicos y chicas, la mayoría vírgenes— más que conscientes de que van a morir pronto y de que la vida, en fin, es una mierda.
No querré saber nunca por qué una novela tan incómoda como 'Magic Kingdom' es tan osadamente superlativa
¿Es Magic Kingdom una novela macabra, insensible, en algunos momentos desagradable, bastante excesiva y en cierto modo políticamente incorrecta? Diría que sí, sin miedo a ello, sin paños calientes, principalmente porque a mi juicio no termina de “motivar” —resáltese aquí, por favor, el entrecomillado— ninguna de las barrabasadas que nos narra Elkin. No obstante, por muy contradictorio que esto pueda parecer, es justo dicha indefinición “moral” la que creo marca la grandeza de esta obra literaria, al humanizar sin sensiblerías todo el insólito discurso de ¿madurez existencial? que contiene.
No debe olvidarse además que estamos ante una obra puramente elkiniana, con su fauna de chavalines tanto perdedores como acosadores hechos todos ellos ya a una misma próxima certidumbre que los hermana como ningún otro suceso en el mundo podría hacerlo. Desde esta perspectiva creo que no resultaría nada descabellado afirmar que estamos ante un texto en el fondo de lo más vitalista, a la manera nietzscheana.
Al hilo de esta reflexión, debería resaltarse también lo atípico que supone el reciente proceso de recuperación de una obra de estas características, pues resulta innegable que las sensibilidades lectoras se han desplazado enormemente desde que este texto viera la luz por primera vez. Sorprende, en este sentido, que la compañía Disney no haya querido nunca hacer desaparecer esta novela de la faz de la tierra. Las referencias a sus personajes clásicos son constantes y, no, no son nada amables, son al contrario de lo más patéticas, también, cómo no, de lo más desopilantes.
Sorprende también en consecuencia el resalto que tantos lectores de antaño hicieron del carácter cómico de esta novela, innegable sin duda, aunque quizás ahora deba advertirse que por cada amarga carcajada, por cada sonrisa congelada que nos arranca Stanley Elkin con Magic Kingdom seguramente muera un cervatillo en algún lugar del mundo.