'Nunca, casi nunca, a veces, siempre': historia de un aborto
La cineasta neoyorquina Eliza Hittman refleja con emoción y sin prejuicios el aborto de una adolescente sensible y abrumada por las circunstancias
25 septiembre, 2020 09:00La directora estadounidense Eliza Hittman (Nueva York, 1979) tiene un interés especial por la sexualidad en la adolescencia. Su debut, It Felt Like Love (2013) trata sobre una joven que busca en el sexo una forma de encontrarse a sí misma. Su segundo título, Beach Rats, disponible en Netflix, es una película atmosférica y algo pretenciosa sobre un joven musculado que busca hombres adultos en las playas surferas de California.
Ahora Hittman estrena en cines Nunca, casi nunca, a veces, siempre, ganadora de premios en Sundance y Berlín, donde aborda con coraje y sensibilidad el tema del aborto juvenil. A la cineasta le interesa la línea que separa el sexo del amor y concibe la promiscuidad como una forma de búsqueda y de desesperación afectiva que coloca a sus personajes en situaciones vulnerables.
Nunca, casi nunca, a veces, siempre transcurre en el plazo de apenas dos días. En la primera secuencia, muy elocuente, entendemos de manera rápida y concisa la situación de la protagonista, Autumn, (otoño en inglés), a la que da vida Sidney Flanigan. Es una chica nerviosa, con sensibilidad artística, con tendencia a enamorarse y dejarse llevar cuando le gusta un chico. La película apunta, de manera sutil, que quizá esa necesidad de reconocimiento masculino está relacionada con el desprecio de un padre distante y burlón. En cualquier caso, la vida se le complica cuando se queda embarazada sin haber cumplido los 18 años. Lo que Nunca, casi nunca, a veces, siempre cuenta es el viaje que realiza con su prima Skylar (Talia Ryder) desde la provincia a Nueva York para abortar.
Hittman plantea su película sin apriorismos ni juicios morales, no es un alegato a favor del aborto ni tampoco un ataque. Eso no quita que exponga los argumentos de los antiabortistas con respeto y, al mismo tiempo, retrate con crudeza que es un acto que, en cualquier caso, es duro física y emocionalmente. Lo que le interesa es la propia protagonista, el retrato de ese momento de primera madurez en el que nos damos cuenta de que las chiquilladas tienen consecuencias reales, algunas veces brutales, en el mundo adulto.
Hay algo de anécdota, en el buen sentido, en la película, como el encuentro con el joven músico pretencioso que las considera unas paletas a las que Nueva York puede redimir. El pulso de Hittman, en su humanismo a ultranza y su aparente frialdad, recuerda un poco a los Dardenne aunque la suya es una cámara menos nerviosa y también menos presente. Los planos sostenidos y los primeros planos conjugan con planos generales que vienen a acentuar el sentimiento de soledad y de insignificancia de las jóvenes protagonistas en un mundo muy grande.
Hittman huye del tono melodramático o épico para reflejar con sutilidad y atención a los detalles las emociones de su joven protagonista, una chica que se ve ante un dilema mayor del que es capaz de asumir a una edad tan temprana. Nunca, casi nunca, a veces, siempre, tiene la grandeza de las historias minúsculas que se quedan atrapadas en nuestro corazón y se recuerdan para siempre. La historia del aborto de Autumn nos concierne, nos atrapa y nos afecta emocionalmente casi sin que nos demos cuenta.