De Fitzgerald a Springsteen
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No creo que David Simon y Paul Haggis hagan buena combinación. Creo que el primero es demasiado político y honesto para el segundo y que el segundo es demasiado artificial y tramposo para el primero. El santo y seña del creador de The Wire –“Que se joda el espectador medio”– no encaja con los hábitos narrativos y los efectismos sentimentales del director de Crash, y sin embargo Haggis –y esto nunca ha dejado de sorprenderme– goza de una envidiable reputación en el cine americano. Su guion de Million Dollar Baby, que Clint Eastwood trasladó magistralmente a la pantalla, le precede. Además, las cuestiones de autoría en televisión, como el mismo Simon me explicaba hace un año en esta entrevista, son realmente complejas y escurridizas. En todo caso, el cóctel Simon y Haggis no deja de antojarse algo peregrino, extraño, antinatural, como si Bruce Springsteen y Robbie Williams se pusieran a hacer música juntos.
La música de Springsteen está omnipresente en Show Me a Hero, miniserie que supone el regreso a la teleficción del comandante en jefe de The Wire y Treme… con Paul Haggis. Apenas en el minuto 25 del piloto ya el director siente la necesidad de hacer recapitulación de personajes –sí, es una obra coral, como todas las de Simon– con un largo encadenado de imágenes amenizados por el tema Hungry Heart. Se trata de un recurso inimaginable en The Wire o en Treme, donde la clave del rompecabezas narrativo es que siempre estaba roto, saltando de una trama a otra, de un personaje al siguiente, sin solución de continuidad y, al menos en The Wire, evitando cualquier recurso aglutinador. Apostaría a que los repetitivos, inecesarios “montajes musicales” no son cosa de guion, sino que responden a decisiones del realizador: The River y Tunnel of Love son sin duda dos de los mejores álbumes del Boss, pero su empleo extradiegético es abusivo y torpe. Acaso solo el de Valentine’s Day (episodio 4) adquiere cierta organicidad.
El título de la serie procede del popular aforismo del escritor F. Scott Fitzgerald –"Muéstrame un héroe y te escribiré una tragedia"–, quien como Simon en la ficción televisiva volcó su sensibilidad tanto en el retrato de las ciudades norteamericanas como en su amor por el jazz. La pequeña ciudad de Yonkers donde transcurre Show me a Hero fue donde, casualidad, creció la gran dama del jazz Ella Fitzgerald, con lo que todo parece encajar bajo la conexión Fitzgerald. Entiendo sin embargo que sea la conexión Springsteen la que, en principio, puede vincular las distantes sensibilidades culturales de Simon y Haggis. La música del rockero de Nueva Jersey establece el tono de esta historia que transcurre en un suburbio neoyorquino, entre finales de los años ochenta y principios de los noventa. Los temas que escuchamos son contemporáneos a la reconstrucción de la historia del alcalde Nick Wasicsko (Oscar Isaac) y su odisea político-oportunista en la construcción de viviendas sociales en distritos de clase media-alta, haciendo convivir a la población blanca con la negra, y que generaron una fuerte oposición electoral, revelando los miedos sociales y las pulsiones racistas de la sociedad norteamericana durante los ‘reaganomics’.
El interés por la comunidad negra americana, la aproximación humanista a los sistemas de organización social, el rigor periodístico de los hechos (una investigación basada, en este caso, en el libro homónimo de la reportera del The New York Times Lisa Belkin), la concatenación de un crisol de historias cruzadas hasta formar el retrato de una ciudad, la resistencia al sentimentalismo y al sensacionalismo, un extraordinario reparto… son elementos todos ellos que conforman la espina dorsal de la ficción televisiva de David Simon, también presentes en Show Me a Hero. Todo ello simboliza la metamorfosis de la ciudad americana en la era post-industrial, acaso el tema central de Simon.
[caption id="attachment_790" width="450"]La corriente central, en todo caso, es el retrato de Wasicsko, alrededor del cual confluyen las subtramas hasta formar una historia expansiva pero excesivamente “empaquetada”, como si las seis horas se quedaran cortas para contar todo lo que es necesario contar, para ofrecer un retrato lo suficientemente extenso y profundo de la ciudad de Yonkers: el empleo de elipsis y saltos temporales imprimen un ritmo a la exposición de los hechos a lo largo de los años que parece ir en contra del ritmo interno que demandan las escenas. No desaparece la sensación de que los guionistas estaban corriendo para llegar a algún sitio, ni de que un considerable número de secuencias responden más a la necesidad de atar cabos que a la de crear un sentimiento unitario.
La serie contiene muchos elementos para ser admirada, pero muy pocos para convertirse realmente en un objeto de devoción. Es admirable cómo un asunto tan específico –los mecanismos políticos y legislativos de los planes urbanísticos de una pequeña ciudad– se convierte en el pathos de una semitragedia sobre el oportunismo y el liderazgo político y las transformaciones urbanas de la ciudad moderna (¿cómo se vende esto a un productor?), si bien las tensiones formales que anida Show Me a Hero parecen indicar que los responsables han tratado de darle un lustre comercial, casi mainstream, a un serie cuya naturaleza es claramente opuesta, destinada a una audiencia menor y exigente, que no busca estímulos inmediatos (acción, violencia, sexo) o tramas sorprendentes vehiculadas por el suspense entre capítulos.
El asunto central, o el interés primordial del drama, es en todo caso el retrato de Wasicsko, o al menos la forma en la que Simon y William F. Zorzi, colaborador en The Wire, lo presentan. Consiguen algo realmente complejo: dejar clara la naturaleza ambigua de sus propósitos, mostrándonos a lo largo del tiempo cómo su excesiva ambición, su vanidad y hambre de reconocimiento pudieron llevarle hasta un punto en el que sus decisiones ya no tenían una base ideológica o política, sino la mera búsqueda de poder. La serie en todo caso no se recluye en la burbuja de las maquinaciones políticas –aunque seguramente sea lo más interesante del mosaico narrativo– como Boss y House of Cards, sino que trata de buscar (sin realmente encontrarla) algo de verdad en las calles, en el retrato de varias vidas tratando de crear un hogar para sus familias. El tema de fondo de Show Me a Hero es acaso ese mismo, la creación de un hogar como espacio de convivencia familiar y comunitario.
La naturaleza de Show Me a Hero es en todo caso más novelística (o periodística) que cinemática, como lo era The Wire que, recordemos, no encontró nunca al gran público durante sus cinco años de emisión… ni tampoco lo buscaba. La diferencia sustancial (aparte de muchas otras) de esta miniserie –formato en el que Simon ya había trabajado en Homicidio, The Corner y Generation Kill– con las que preceden a su autor es que su aspecto y su modulación visual buscan, acaso con desesperación, un público que probablemente no es el suyo. Y aunque no queramos entrar en galimatías teóricos de análisis fílmico, en este punto es obligado hablar de algo de lo que generalmente no se habla en el ámbito de la teleficción, pero que en este caso resulta fundamental: la “puesta en escena”.
Lo haré en todo caso en el próximo post, donde no solo hablaré de Show Me a Hero, también de la segunda temporada de True Detective.