Los riesgos del pasaporte de vacunación: por qué la ciencia no lo apoya del todo
Mientras no sepamos si todas las vacunas eliminan la posibilidad de contagiar sin pasar la enfermedad, la seguridad que aportan es relativa.
4 marzo, 2021 00:34Noticias relacionadas
El asunto no es el qué, sino el para qué. El anunciado pasaporte de vacunación en el que lleva meses trabajando la Unión Europea ha provocado intensos debates incluso entre los países miembros. Consideraciones éticas aparte, no hay nada malo en recoger los datos Covid de cada viajero: PCRs realizadas, positivos anteriores, qué vacuna y cuando…
Otra cosa es cómo utilices esa información y hasta qué punto esta especie de certificado digital tenga como objetivo sustituir otros métodos más seguros a la hora de garantizar un turismo sin demasiadas complicaciones.
Y es que ni siquiera está claro que fomentar el turismo sea un objetivo común: los países del sur están tirando de la cuerda para que este pasaporte de vacunación sea en el fondo una carta blanca. Francia y Alemania lo ven con mayor recelo. ¿Qué riesgos puede conllevar una medida que en principio es positiva o que al menos, por decirlo a las claras, "no sobra"? Hay varios.
El primero de ellos, aunque no el más importante, es el burocrático. Si algo hemos aprendido durante esta pandemia es que centralizar cualquier tipo de información basada en datos es complicadísimo. Centralizar toda la información de cientos de millones de europeos parece un reto gigantesco. Eso abre la posibilidad de trampas, errores y confusiones con tal de llegar al objetivo antes de verano, una fecha quizá demasiado optimista.
Aun así, podría conseguirse. O, al menos, podría conseguirse un poco más tarde. Pongamos que no "salvamos el verano" en términos de turismo internacional pero sí conseguimos "salvar la Navidad" 2021/2022. Ahí es donde entran las dudas puramente científicas.
Que las vacunas están funcionando prácticamente en todos lados, incluso aquellas que aún no están autorizadas por la Unión Europea, es indiscutible. Otra cosa es que sepamos durante cuánto tiempo funcionan o qué tipo de inmunidad garantizan. Lo intuimos. Cada vez tenemos más información. Pero no lo sabemos, y el pasado nos ha dado varias lecciones acerca de los peligros de actuar ante lo desconocido de manera temeraria.
Los distintos experimentos realizados a las vacunas que se ponen en la Unión Europea -Pfizer, Moderna, Astra Zeneca, pronto Janssen…- nos hablan de un 90-95% de efectividad. Es fantástico. Ahora bien, eso implica que un 5-10% de las personas a las que se les aplica el tratamiento no consigue producir suficientes anticuerpos como para quedar protegidos ante la enfermedad.
Obviamente, cualquiera de ese 5-10% podría contagiarse en cualquier momento y contagiar a otros a su vez. Sin embargo, su pasaporte vacunal no recogería anomalía alguna puesto que a priori es imposible saber quién va a tener la respuesta esperada y quién no.
De por sí, este argumento debería valer para descartar el pasaporte de vacunación como una carta blanca. Por supuesto, tendrá su utilidad informativa y sanitaria, como la tienen las cartillas que vamos cumplimentando desde que nacemos, pero no es una garantía absoluta de inmunidad.
De hecho, mientras no sepamos si todas las vacunas eliminan también la posibilidad de contagiar incluso sin pasar la enfermedad, la seguridad que aportan solo puede ser individual y en ningún caso de grupo. La política pandémica de un país no debería regirse por un parámetro cuya exactitud aún desconocemos. La mayoría de los estudios al respecto son optimistas, pero no son definitivos. En principio, al eliminar casi toda la carga viral, el contagio se hace muy improbable pero no imposible.
Aquí ya la decisión es política. ¿Qué riesgo estoy dispuesto a asumir? ¿Me vale un turismo "moderadamente" seguro a cambio de poder reactivar un sector que me es imprescindible? La respuesta escapa a la ciencia como tal, por supuesto. ¿Podría completarse este pasaporte de vacunación con otras medidas ya existentes como tests en origen y cuarentenas en destino? Por supuesto. De hecho, es lo que de verdad sabemos que funciona y, este mismo miércoles, España ha anunciado ocho nuevos países a cuyos viajeros se imponen cuarentenas, entre ellos, Perú.
Se entiende que la inmensa mayoría de los contagiados pueden transmitir el virus en un plazo de 7-10 días. Esto tampoco sucede en el 100% de los casos, así que alguien podría pasar ese período de cuarentena y mostrar síntomas después, pero digamos que es lo más seguros que podemos estar de que alguien está libre de virus. Si alguien está vacunado, presenta un PCR negativo de una semana antes en su país, otro justo antes del viaje y pasa una cuarentena de 2-3 días completamente aislado en destino, las posibilidades de que no vaya a iniciar un brote son del 99,9%.
Ahora bien, cada cosa por su cuenta limita mucho ese porcentaje. Pongamos que el 90% de los vacunados consiguen la inmunidad en el sentido de que no pasan la enfermedad. Pongamos a su vez que el 90% de ellos no desarrollan siquiera carga vírica suficiente como para pasarla a una tercera persona. Son cálculos optimistas, pero aun así esclarecedores: de cada 20 viajeros con pasaporte en regla, dos podrían contagiar y contagiarse.
De los otros dieciocho, aproximadamente otros dos podrían contagiar cuando menos. Ahora hagamos el cálculo sobre vuelos con 200 personas en ellos. ¿Cuántas personas pueden contagiar ahí? Unas cuarenta, tal vez algo menos. Pongamos que entre treinta y treinta y cinco. En cada vuelo.
Obviamente, hablamos de un riesgo moderado puesto que estos posibles contagiadores entran a su vez en contacto con una población que confiamos en que esté ampliamente inmunizada en verano. Con todo, ¿pueden producirse rebrotes? Pueden. ¿Pueden estos rebrotes, además, introducir en un país extranjero una variante ajena? Desde luego.
Y ahí nos metemos, quizá, en el tercer gran inconveniente del pasaporte de vacunación como único requisito necesario: mientras el virus mute, es imposible anticipar cómo se van a comportar las vacunas ante esas mutaciones. Podemos ser optimistas o pesimistas o lo que cada uno quiera pero volvemos a la primera casilla: no lo sabemos.
A partir de ahí, podemos convivir con esa incertidumbre o echarla de nuestra cabeza a patadas. Australia y Nueva Zelanda han apostado por segunda. Prácticamente el resto del mundo está en lo primero. Eso no hace que deje de ser una apuesta arriesgada… y evitable. Los tests y cuarentenas por sí mismos ya eliminan buena parte del peligro. Ahora bien, son un rollo.
Por qué hemos basado nuestro comportamiento y por lo tanto nuestra economía en evitar situaciones "que son un rollo" nos llevaría a un debate demasiado extenso. Lo que se pretende con el pasaporte no es solo la seguridad, es la comodidad. Ahora bien, el precio a pagar lo desconocemos. Puede que después de todo, nos salga gratis. En el fondo, no tenemos ni idea.