Luis supo que tenía un problema grave de riñón a los nueve años. A esa edad, su cuerpo ya había soportado dos trasplantes. El primero fue a la edad de siete; el segundo, meses después. Y aunque nunca fue consciente de ellos, sí recuerda los meses ingresado en el hospital y las enormes cicatrices, que todavía hoy horadan su abdomen en toda su amplitud.
Cuenta Luis que tomó consciencia de la gravedad de su delicada salud en mitad de la carretera nacional cuarta, justo el día que se dirigía a toda prisa a recibir su tercer riñón. Dos presagios se cruzaron en su camino: un gato negro y un coche que a punto estuvo de estrellarse contra el suyo al invadir el sentido contrario. Ese día, su padre esquivó la muerte de un volantazo y el pequeño Luis dijo adiós a la diálisis durante diez años, el tiempo que tardó su cuerpo en rechazar su nuevo órgano. No fue el último. Después de ese riñón llegaron dos más. Cinco en total. Lo que hace de Luis el hombre más trasplantado de España. O, al menos, eso cree él.
Nunca fue Luis de hablar de sus problemas de salud con la gente. Ni con su familia ni con sus amigos. Siempre le gustó mantener su fachada de hombre indolente, fuerte y capaz de sobreponerse a todo lo que la vida le deparase. Ahora habla con EL ESPAÑOL justo antes del Día Nacional del Donante de Órganos; gracias a ellos, Luis lleva hoy una vida normal. O todo lo normal que es una vida con cinco trasplantes de riñón y un largo historial de ingresos hospitalarios que se remontan a su niñez.
"Mi infancia no fue triste, solo fue distinta", explica Luis, un hombre de 35 años y escasa talla, apenas mide un metro y sesenta y pesa 62 kilos. Nació en Chiclana de la Frontera (Cádiz) con el diagnóstico de enfermedad renal congénita. Todavía vive con sus padres, Antonia y Juan, ambos de 60 años de edad; su pequeña pensión de apenas setecientos euros por su incapacidad absoluta no le brinda la posibilidad de emanciparse de nuevo.
A sus padres les debe la vida, la casa y una infancia sin complejos. "Nunca me tuvieron en una burbuja, nunca fueron sobreprotectores, y se lo agradezco", recuerda. A su madre, además, le debe el cuarto de sus riñones. Los tres anteriores fueron de personas fallecidas. Todos los rechazó.
"He creado anticuerpos que hacen que mi cuerpo rechace los órganos"
"Antes, con la operación, se trasfundía sangre del donante al receptor —narra Luis—; era la innovación de la época. Ahora sé que por culpa de esa técnica he creado muchos anticuerpos que hacen que mi cuerpo rechace los órganos, por mucha compatibilidad que exista con el donante".
Recuerda Luis la mayúscula sorpresa de los médicos cuando supieron del rechazo del órgano de su madre. "Se supone que la compatibilidad es completa", justifica. También rememora los nervios previos al trasplante, los meses de pruebas y la incertidumbre con las que se acometían. "Queríamos hacerlo cuanto antes, fueron momentos cruciales para la familia, que siempre se mantuvo unida; creo que nunca habrá momentos como ese", detalla el receptor.
"No soy mucho de demostrar los sentimientos", apunta Luis. "Soy muy frío, pero esos días noté que no habrá vida, dinero ni nada en el mundo que pueda dar para agradecérselo a mi madre. Ella no tuvo dudas. Nunca. Porque los médicos pensaron que sería el definitivo", relata. Pero solo duró diez meses.
El rechazo de su cuarto riñón pilló a Luis en Madrid, donde trabajaba de cocinero y vivía con su por aquel entonces pareja. Todo fue de un día para otro. Año 2012. Una mañana descubrió que tenía los pies hinchados, la orina empezaba a ser cada vez más turbia y la fiebre subía por momentos. "Yo ya sabía lo que era, sabía lo que era", cuenta visiblemente afligido.
Tal fue su reacción que a las 12 de la noche cogió el primer autobús en dirección a Cádiz. Llegó casi por la mañana y se fue directamente al Hospital Puerta del Mar. Allí lo recibieron entre análisis y demás pruebas médicas. Solo entonces llamó a su familia para advertirles del motivo del atropellado viaje. Los resultados fueron tajantes, la creatinina estaba por las nubes, era un rechazo agudo.
"Comparo el perder el órgano de mi madre a la muerte de un familiar"
Sin dilación, empezaron los tratamientos. "Corticoides a punta pala, me hinché… llegué a pesar 80 kilos, el riñón no renaba —enumera—; me pasé un mes completo ingresado. Fue un palo muy gordo, sobre todo por perder el riñón de mi madre".
—¿Qué supuso emocionalmente ese rechazo?
—Para mí ha sido el palo más duro de mi vida. Del resto me he levantado; de este, también. Lo comparo a la muerte de un familiar, como si fuese un padre, un hermano. Me dejó muy mal de ánimos. Gracias a mi familia nos levantamos.
En solo 10 meses volvieron sus visitas a la diálisis. Tres veces a la semana: lunes, miércoles y viernes. Unas cuatro horas cada día. "Al regresar ya había amigos que no estaban, que habían fallecido", recuerda. Esas faltas afectaban anímicamente. "Por mucha actitud positiva que tuviera… cada vez me venía más abajo", responde lacónico.
Luis tiene varios tatuajes en su cuerpo, en uno de ellos se lee "Y si por eso hay condena, yo no le temo al castigo". Es una estrofa de una comparsa de Juan Carlos Aragón, letrista del carnaval de Cádiz, una de las aficiones de Luis. "Yo nací condenado —justifica—; y mi condena es entrar en diálisis. Aunque ya no le temo. Hay cosas peores". En otro de sus tatuajes hay una frase de Extremoduro: "Para algunos, la vida es galopar un camino empedrado de horas, minutos y segundos".
"Y aquí estoy —zanja Luis—, galopando a pesar de lo duro del camino".
—¿Cómo le ha afectado la enfermedad a su vida personal?
—Creo que positivamente. Soy la persona que soy por lo que he pasado. La experiencia hace a la persona.
—¿Qué costes ha tenido?
—Mi trabajo, que echo mucho de menos, y mi relación. No es fácil estar con una persona con esta situación. Yo no le culpo. Fuimos felices, pero no fue mi momento.
Después del rechazo del riñón de su madre, Luis estuvo tres años y medio "muy largos" yendo a diálisis. Durante ese tiempo, sus dos hermanos, Juan Antonio, dos años mayor que él, y Carmen, de 24 años, acudieron varias veces al hospital para saber si eran compatibles. Los médicos les recomendaron que lo mantuvieran en secreto. Para no crear falsas expectativas. Pero no, el resultado fue positivo en el mayor. Cien por cien de compatibilidad. "Como si fuésemos gemelos", apunta el chiclanero.
"Tenía que ser egoísta", o el trasplante o la diálisis de por vida
Cuando su hermano Juan Antonio le dio la noticia, Luis salió corriendo. "No le di ni las gracias. Sentía muchas cosas. Creía que ya no había más opción para mí. Estaba contento. Era una prueba de mucho valor para mi hermano, que tiene mujer y dos hijas", comenta.
—¿Alguna vez pensó en decirle que no lo hiciera?
—Nunca, tenía que ser egoísta. O era el trasplante de mi hermano o pasar el resto de mi vida en diálisis. Es casi imposible que te llamen de una lista de espera para un quinto trasplante. Debía ser egoísta. Es más, quería salir de allí cuanto antes.
Su abdomen tiene una docena de cicatrices. Su sobrina bromea con él preguntándole que cuántos ombligos tiene, por los agujeros que se reparten por toda la barriga. Luis es un tipo contento. Sus amigos dicen de él que es un héroe. Reflexión que se incluye en el título del libro que protagoniza: Oficio de héroe, escrito por la periodista gaditana Nuria Sánchez-Gey y que en las últimas semanas está recorriendo varias ciudades andaluzas como Sevilla y Jerez de la Frontera.
Luis sabe que su hermana no es compatible. Su padre tampoco le puede donar. Aunque no se pone en lo peor.
—¿Es consciente de que esta es su última oportunidad?
—Por supuesto, sé que esta es mi última oportunidad. Me cuenta mi familia que el urólogo que hizo la última operación advirtió justo después de la intervención que ya no habría más operaciones.
—Con su historial, ¿ha conseguido desterrar el pensamiento del "y si falla"?
—Nunca pienso en que va a fallar. No me puedo levantar pensando en que puede fallar, porque habría días que no le levantaría de la cama. Mi abuela tenía una frase: "No llores para mañana". Cuando llegue el momento, y ojalá nunca llegue, ya se verá.