Soy de los que siente verdadero pudor para hablar de uno mismo. Lamento que hoy tenga que entrar en escena, pero como en las novelas sin trama no hay desenlace. Otros viven instalados en la primera persona, yo, mi, me, conmigo. Su vanidad produce delirios y se ven fundidos en estatua de bronce. Debieran releer las coplas manriqueñas.
Recientemente he tenido que pasar por el quirófano, en una intervención de cirugía mayor. Durante décadas he sido usuario de la sanidad de la empresa privada, a la que accedo a través de una compañía aseguradora. No soy rico, ni voy desparramando el parné o enseñando fajos de billetes. No tengo hechuras de ricacho, ni las quiero. Es de pobres de espíritu pensar solamente en el dinero.
Soy un españolito de los que acude a través de una aseguradora a los consultorios y hospitales de la empresa privada. Me he sentido bien atendido en ese modelo. Comencé a ser asiduo de ese sistema asistencial hace décadas y no he utilizado una gran parte de los servicios que presta la pública de Castilla y León, más allá de alguna urgencia o de la medicina de familia, donde siempre he encontrado profesionalidad, interés, amabilidad y cercanía.
Recientemente una convulsión de salud entró en mi vida con la virulencia de un tsunami. Había que llevar a cabo una importante intervención quirúrgica. Mi duda llegó a ser hamletiana. Había varios caminos a seguir en esa noche oscura del alma, por parafrasear a San Juan de la Cruz. Tomé la decisión de confiar en SACYL. Estoy enormemente satisfecho de así haber resuelto y de la atención hospitalaria que he recibido en la sanidad pública de Castilla y León.
Dediqué casi cuarenta años de profesión a la comunicación corporativa. En aquellos interminables días de hospital se me ocurrió inventar una marca: “CalidadSACYL”. Si en vez de partir la ingeniosidad de este paciente 326-2 , de la planta tercera ala sur del Hospital Clínico Universitario de Valladolid, la Consejería de Sanidad hubiera encargado la creación de la marca a una consultora, habrían cobrado una pasta.
Para llegar a conclusiones, marca y logo se hubiera adjuntado una memoria de doscientas páginas. A mí se me antojó alumbrar “Calidad SACYL” en la hambruna de las meriendas con infusión de manzanilla a palo seco. El hambre es paridora de ingenios.
Es de bien nacidos ser agradecidos y he aspirado en esta vida a vestirme por los pies. Afirmo rotundo que la atención hospitalaria en SACYL ha sido espléndida. Es muy alta la profesionalidad de los equipos humanos de la sanidad pública de Castilla y León, que han cuidado con esmero a ese paciente 326-2, que lejos de ser Superman era en aquellos días un débil pelelillo de trapo.
No olvido a mis ángeles de la guarda de la tercera sur del Hospital Clínico Universitario de Valladolid. Atentos, rigurosos y con esa caricia dibujada en sonrisa que necesitan los quebrantados de salud. Si sonreír es capaz de fundir el hielo, es el mejor bálsamo para los dolores, de cuerpo y de alma.
Además de los sanitarios, en mi desasosiego siempre estuvo el sostén y el pilar de mi familia. Columnata tan firme que no cabe en cuatro palabrejas. Necesita doscientas páginas, cual informe de consultora.
La familia es el cimiento que sustenta nuestras vidas. Lo rubricó el paciente 326-2, en aquellas noches de entresueños cuando la borrasca Martinho era machadiana monotonía de lluvia tras los cristales. Una vez más fui junco que dobla, pero no rompe con el viento. Perdonen que les haya hablado de mi mismo. Era necesario para concluir en mi nueva marca: “Calidad SACYL”