Hay una riqueza de sinónimos en el español que no hay en ningún otro idioma del mundo. De cuántas maneras –con amabilidad o sin ella– se le puede llamar idiota a cualquiera. Empezando por gaznápiro, que está en desuso y digo que habría que rescatarlo. El español tiene estas cosas: varios siglos y tantos contextos que entre el castellano de Cervantes y el nuestro van dos vidas pero se siguen comprendiendo sin demasiada dificultad puesto que en el fondo son lo mismo. Como aquel fraile extranjero que aprendió español con Don Quijote recién llegado a la península y cuando fue al médico en mil novecientos ochenta y tantos a decirle que tenía "una jodienda" no hizo falta traductor siglodoresco que les hiciese de intérprete en la conversación. Una jodienda sigue siendo una molestia y una señora que cobra por sus servicios una prostituta hasta que a la RAE se le caigan las páginas del diccionario. 

Nadie ha ensanchado el lexicón como el PSOE. Qué habilidad para pervertir el idioma, para hacer pasar por sinónimos palabras que, por supuesto, son antónimos. Entre amante y prostituta hay un muro insalvable, una civilización y varios siglos de oficio. Por eso que a las señoritas de Ábalos quieran hacerlas pasar los tertulianos de Ferraz por "amigas", "queridas", "amantes", "novias", "parejas", "enamoradas", "concubinas" y un larguísimo etc. y la mayoría del oficio les haya comprado el discurso sin sonrojo y sin pudor cuanto menos se merece este diploma. A las señoritas de Ábalos, como Picasso con "las señoritas de Avignon", las han llenado de aristas idiomáticas para tratar de hacerlas pasar por lo que no son. Para que den a cámara de manera más honrada, pero no por ellas, si no por el exministro que las contrató. Porque si resulta que ellas en vez de "amigas", "queridas", "amantes", "novias", "parejas", "enamoradas" o "concubinas" fuesen meramente prostitutas, es decir: una "persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero", convertiría al señor Ábalos en un putero y se acabó. Eso en el PSOE no se puede consentir... No hay de eso entre los socialistas, ni en la política española –a izquierda ni a derecha–, que escándalo, por Dios. Antes de que ni un sólo euro público se destine a la prostitución, se emplearía en purgar el diccionario para que diciendo lo mismo dijese cualquier otra cosa menos reprochable. Hasta dónde vamos a llegar.

Es curioso como desde que estalló el caso Ábalos –que tiene una vertiente económica cada vez más escandalosa: chalet en Colombia, propiedades en Perú, pisos en España-, lo único que les preocupa a los defensores acérrimos de la justicia televisiva sea que a estas señoritas se las llame prostitutas. A ellas, a las que Ábalos escogió de un catálogo como si se tratase de un juguete y que cobraban su amor cada vez que el ministro las llevaba de viaje oficial a cambio de un piso, un empleo en Tragsa o lo que surgiera. 

Sólo queda que a Ábalos le hagan académico de la Lengua ahora que se ha quedado "sin nada". Ahora que no tiene secretaria, que está solo, que no tiene a nadie detrás. Ningún autor le dio tanto esplendor a nuestro idioma e hizo a los periodistas y tertulianos rebuscar más en el desván de los sinónimos. Más que un caso policial, lo de Ábalos, parece una película dirigida por Santiago Segura.