In the Navy: en Rota se hace el amor, no la guerra
Es el destino preferido de los militares norteamericanos. Les gusta el sol, el idioma, la cultura y algo más. Muchos se quedan prendados de los locales. Así son sus historias.
9 julio, 2016 00:52Noticias relacionadas
Anabel recuerda los primeros cigarrillos que fumó con su marido. De noche, por la tarde, siempre que hubiera oportunidad. Ambos coincidían casi por casualidad. Y se iniciaba una conversación torpe, como la de todos los enamorados incipientes. Ella balbuceaba algunas frases en inglés y él hacía lo propio en castellano. Y poco a poco se fueron enganchando. Y no precisamente a la nicotina. Sin más, surgió el amor.
“Siempre digo que mi príncipe azul llegó en un Jeep blanco y no en un corcel”, cuenta Anabel. “Estaba antojada por ese modelo de coche y cuando lo vi por las calles de Rota me quedé embobada. Y no precisamente del coche, me gustó el que lo conducía”, recuerda. “Cuál sería mi cara que él me dijo un simple ‘hola’ en español”, detalla. “Después fuimos coincidiendo. Yo trabajaba en la Gateway Galley, un comedor para militares en la base naval y él, militar americano, hacía guardia en las puertas del edificio”, explica. “A él le gustaba yo y una chica que veía en una discoteca del pueblo y con el tiempo supimos que ambas éramos la misma mujer”, confiesa. “Y empezamos a salir”, cuenta.
Si el amor tuviese banda sonora, sin duda en este caso sonaría la mítica canción de 1978 In the navy, del grupo discotequero Village People. "They want you, they want you" —"te quieren a ti, te quieren a ti"—, dice la letra, casi como una premonición amatoria.
Su madre, como todas las madres, se percató pronto de que había algo detrás de esas salidas perfumadas. “En Rota no cae bien que te cases con un americano”, confirma Anabel Pérez Moreno, de 45 y natural de este pueblo de la costa gaditana. “Antiguamente te tildaban de prostituta”, cuenta quien lleva más de 15 años con su marido, Jamie Daniel, de 43 años y nacido en Jacksonville, Florida.
Afortunadamente, la madre de Anabel —natural de La Línea de la Concepción (Cádiz)— dio rápida su bendición a la pareja, que pronto se vio en la disyuntiva de elegir entre seguir con la relación fuera de Rota o renunciar al amor. “Me llevé una maleta a Estados Unidos”, recuerda. La Marina americana destinó a Jamie a Mississippi y ambos se fueron juntos. “Total, América no está tan lejos”, le dijo su madre. Ocho meses después decidieron casarse.
“Los militares tienen la fama de que cuando te vas con ellos a Estados Unidos cambian y te tratan de forma diferente, pero él nunca fue así. Me ayudó con el idioma y estábamos muy enamorados”, narra Anabel. La boda fue íntima y apenas sin celebración. “Apenas queda una foto de recuerdo en la que los dos llorábamos de alegría”, asegura. "Firmé y me casé". Pero conservó sus apellidos. Algo innegociable pese a las presiones de su suegro.
Después de Mississippi se mudaron a Hawái. Cada tres años, un nuevo destino. Y cuando la Marina había aprobado un nuevo traslado a Rota, el 11S sacudió sus vidas. “Los destinos se paralizaron y me quedé a las puertas de volver a casa”, cuenta. Su nueva plaza estaba en Jacksonville, después Biloxi (Mississippi) y luego Virginia Beach, donde Jamie cumplió 20 años de militar, meteorólogo y oceanógrafo. Por el camino habían nacido sus dos hijas, Stefanie y Vanessa.
Su vida dio un vuelco con el nuevo destino de Jamie. Iría a la guerra, a Afganistán. E ingresaría en los Navy Seals, fuerzas de operaciones especiales estadounidenses. “Preparamos a las niñas para sobrellevar su ausencia”, narra. “Yo estaba tranquila porque creía que él iba a estar solo en la base”, añade. Pero no.
En mayo de 2011, el día 4, recibe una llamada. Y el corazón se le pone en un puño. “Me han dado, he pisado una mina”, dijo Jamie. El ataque al tanque que conducía se produjo dos días después de que sus compañeros del Seals fueran desplazados desde Afganistán a Pakistán para asaltar la casa de Osama bin Laden. Él hubiese sido uno de los participantes de haber trabajado ese día en el turno de noche.
Del ataque le quedaron secuelas. Necesita que le inyecten periódicamente botox para los dolores e cabeza, que se la rompió literalmente al golpearse con el volante del carruaje. Las molestias en la espalda son recurrentes y apenas puede correr. Su acción le valió la medalla Purple Heart, que otorga el Presidente a los heridos en servicio.
Y Anabel dijo basta. “A la guerra no vas más”. Y, después de ser ascendido a Senior Chief en su último destino en Alemania, ha obtenido la jubilación y ha vuelto a Rota. Así se pone fin a las dramáticas despedidas que sus hijas debían afrontar cada tres años. “Jamie llama hogar a Rota”, sentencia Anabel, contenta por volver a la casa en la que creció.
Un idilio de más de 60 años
El caso de Anabel y Jamie no es aislado. Hay muchos soldados de la Navy, principalmente ellos, que han tenido en las españolas de Rota a su media naranja. No existe un censo de parejas pero las que sucumben a los encantos de los militares de la marina estadounidense enumeran decenas de nombres. Tal vez cientos desde que los americanos se asentaron en un terreno antes ocupado por pequeñas parcelas de agricultores, que el gobierno de Franco expropió para hacer la base naval. La obra más grande de la Europa de la época.
Y el idilio ya suma 63 años. Y, claro, “las relaciones entre roteñas y americanos eran normales, ni más ni menos que en otros acuartelamientos”, confirma el periodista Agustín de la Poza, autor del libro Base Naval de Rota, 60 años. A medio camino entre la anécdota y la historia.
“Rota está pegada a la base y esa cercanía ha promovido las relaciones entre españoles y americanos”, explica el experto. “Y hay un colectivo importante de chicas que han acabado en los brazos de los americanos”, insiste. En muchos casos, sin la aprobación de las madres, que veían cómo sus hijas acabarían a kilómetros de sus hogares. “Muchas ahora viven en Estados Unidos y me escriben por Facebook para que suba fotos de Rota”, explica De la Poza. “La morriña”, añade.
Las generaciones actuales han crecido con la base y ya no conciben otro municipio sin la presencia de los americanos, que se ven pasear por sus calles, consumir en sus chiringuitos y habitar sus casas. Se estima que casi 3.000 militares están destinados en Rota. A la cifra hay que sumar los más de 1.500 familiares que los acompañan. Una suma que se nota dentro de una población de 33.000 habitantes. La comunidad americana es un porcentaje importante en este municipio costero que vive del turismo y de la base.
“En Rota nunca ha habido una manifestación de roteños en contra de la base”, detalla De la Poza. “Nunca ha habido incidentes reseñables”, explica. “La administración americana alecciona bien a sus soldados. Son rigurosos y recalcan que están de invitados en una casa”, detalla. “Los soldados de antes venían a beber, los de ahora vienen a comer”, mantiene. También a aprender una cultura que les atrae y un idioma que les gusta en una zona segura. Elementos que hacen de Rota el destino preferido de los militares americanos.
De Sevilla a Washington D.C.
Dada la notable presencia americana en Rota, José, un joven periodista sevillano que supera la treintena, decidió aprovechar el piso que su familia tiene en la localidad gaditana para aprender idiomas. Su empresa, El Correo de Andalucía —el decano de la prensa sevillana—, había presentado meses antes un Expediente de Regulación de Empleo Temporal (ERTE) y el tiempo de despido dejaba lugar para descansar y practicar el Inglés.
Al llegar a Rota busca en internet a alguien con quien hacer un tándem, citas de conversación en español y en inglés en las que los interlocutores van cambiando de idioma al tiempo que lo van practicando. En la Red se topó con Mike, tres años menor que él, teniente y abogado de la JAG (Abogacía General de la Marina de los Estados Unidos). Quedaron en el Azúcar de Cuba, un chiringuito regentado por dos cubanas muy frecuentado por los militares. Y volvieron a quedar. Un día, y otro, y otro… Casi diariamente durante dos meses. Así empezó la relación.
“Él aprendió más español que yo inglés”, confiesa José, que de vuelta a su trabajo juntaba días de descanso para ir a Rota a ver a su novio. Mike hacía lo propio con escapadas a Sevilla. En 2014 viajaron a Estados Unidos a conocer a la familia. Ambos pasarían las siguientes navidades en Sevilla para terminar con las presentaciones. Y, como pasa en todas las relaciones entre militares y españoles, llegó el momento de cambiar de destino. “Lo hablamos y lo dejé todo para irme a Estados Unidos”, confiesa el sevillano.
El pasado 12 de septiembre ambos se casan en Sevilla, junto al río Guadalquivir, “símbolo de unión entre Sevilla y América”. Luego se volverían a casar en terreno norteamericano para los amigos de allí. Y desde entonces viven juntos en la capital.
Mike trabaja en Annapolis, la capital de Maryland, situada a escasos kilómetros de Washington D. C. Allí asesora a los militares y lleva sus causas en los tribunales. También imparte clase de derecho en la academia de la Navy.
Pese a su experiencia, tilda las relaciones entre españoles y americanos como un “mito”. “A pesar de que muchas parejas terminan juntas”, puntualiza. “Cuando estás en Rota, ves a los americanos por un lado y a los españoles por otro. Es raro verlos juntos. En parte porque el idioma es un freno. A los españoles nos cuesta muchos arrancarnos en inglés”, desvela. “Surgen muchas parejas, normal, porque en Rota hay muchos americanos. Y porque son dos culturas que se compaginan muy bien. Cuando llegan a España esperan ver el prototipo de país europeo y se sorprenden cuando nos conocen. Y el sur de Europa les resulta atractivo por la forma de vivir y de pensar”, añade.
José explica cómo se dejo seducir por “ese punto de nobleza” que tienen los americanos. “Son muy agradables, educados y correctos, no suelen jugártela”, enumera. “Quizás sea la disciplina militar”, argumenta.
Sin embargo, muchas otras parejas no prosperan. “Hay muchos españoles veraneando en Rota. Surgen historias y no todas acaban en matrimonio. El hecho de que los destinos duren tres años también supone un problema”, mantiene José, que duda acerca de la posibilidad de que la suya sea de las primeras parejas del mismo sexo que han surgido en la base, que vive con normalidad las relaciones homosexuales después de políticas como el ‘No preguntes, no digas’. “No hay ningún problema, hay normalidad absoluta”, confirma.
Little USA
José recuerda sus viajes al interior de la base, poco accesible para los españoles, salvo que vayan acompañados de militares norteamericanos. “Es un trocito de su país en suelo español”, explica. “E intentan reproducir su estilo de vida”, narra. “Tienen sus casas con el jardín exterior sin vallas, un centro comercial donde encuentras los productos típicos americanos, un hospital, colegio… llevan una vida muy americana”, comenta. “Aunque muchos prefieren vivir fuera de la base”, detalla. Para ellos hay ayudas que costean el alquiler.
Lo hacen en municipios como Rota, El Puerto de Santa María o Chipiona. Se estima que unas los militares americanos mantienen alquiladas unas mil casas fuera de la base. El precio medio oscila entre los 1.000 y los 1.500 euros al mes. En algunos caos más. “Y no se conforman con cualquier cosa, deben ajustarse al estilo de ellos”, explica De la Loza. “Las buscan con jardín, piscina, garaje… Como las de ellos dentro de la base”, enumera. El movimiento es tal que existe una agencia oficial llamada Housing. Los alquileres son una buena fuente de ingresos para los locales.
En el interior, en la llamada Housing Area, la vivienda es gratuita. Allí es habitual ver a niños jugando con sus patines y bicicletas. A un matrimonio con tres hijos les corresponde una casa “inmensa”. “Dentro se vive muy bien, pero tienes en inconveniente de que no puedes recibir visitas españoles si no van acompañados de un militar”, explica la esposa española de uno de los trabajadores americanos de la base.
José acompañaba a Mike cuando este debía arreglar sus papeles. Dentro se habla Inglés. El idioma que le condujo a su marido. Ahora echa de menos oír el acento de Sevilla. Y la vida en la calle, “que en Washington solo utilizan para ir de un sitio a otro”. No sabe si el destino los volverá a llevar a Rota en el futuro. Lo que sí sabe es que irá a la próxima Feria de Abril. “Mi intención es no perderme ninguna”, confirma. “El contacto con las raíces no se debe perder”, añade. Algo que cuesta mantener con el paso de los años.
“Hay muchas familias que nunca vuelven a Rota”, añade Anabel. “Así lo elegimos, es el precio de casarse con un militar”, zanja. “Y yo lo pagaría mil veces por estar con Jamie”.