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Julia Navarro (Madrid, 1953) pertenece a la sangre azul del periodismo español de la Transición cuando tanto la Transición como el periodismo eran o se consideraban otra cosa. Felipe González fue testigo de su boda en 1983 con el también periodista Fermín Bocos. Después de cuarenta años informando empezó “por casualidad” a escribir novelas que se han vendido por millones y se han traducido a idiomas que el lector ni se imagina que existan. Casi siempre son historias ambientadas lejos en el tiempo y en el espacio, y los personajes se enfrentan a encrucijadas externas e internas donde un conocimiento exhaustivo de lo mal que va el mundo no excluye un frenético afán de mejorarlo. Donde no llegan el 15-M ni la primavera árabe llega el corazón.
Perdón por haberle cambiado la hora de la entrevista en el último minuto, es que de repente hemos tenido una emergencia veterinaria con nuestro perro... ¿Que cómo se llama el perro? Pues se llama Argos, como el perro de Ulises. Yo creo que una de las historias más emocionantes de La Odisea es cuando Ulises regresa a Ítaca y sólo le reconoce Argos, su perro. Y le reconoce con tal emoción que le da un ataque al corazón y muere. A mí es una de las partes de la Odisea que más me conmueve.
¿A usted también? Además, usted me la relaciona con esa frase de Borges, en ese relato tan inquietante sobre el infierno de la inmortalidad, cuando el protagonista oye el nombre de Argos y dice como desde muy lejos: “Argos, perro de Ulises... La Odisea, hace tanto que la escribí..."
En resumen, que entre escritoras camufladas de periodistas anda el juego. ¿O entre periodistas camufladas de escritoras? Yo personalmente me considero y me defino como una periodista que escribe novelas. Me apunta usted, rauda, que eso está muy mal visto en ciertos ambientillos literarios, que miran a los periodistas que escriben novelas con mucho desdén. Puede, pero es que yo vivo al margen de ambientes literarios.
Yo creo que la Transición se hizo bien, con todas las críticas que se le quieran formular
Soy una periodista que escribe novelas y punto. Además, estoy muy orgullosa de mis cuarenta años de periodismo y creo que en mis novelas está la huella de la periodista que soy. De ninguna manera voy a renunciar a todo lo que he sido ni a cómo me he ganado la vida hasta ahora. No voy a transformar de repente mi personalidad, no voy a convertirme en lo que no soy. Bien es verdad que ya hace bastantes años que no ejerzo el periodismo…
Me interrumpe usted para protestar, para puntualizar que sigo siendo columnista y analista. Pero no es lo mismo, Anna, no es lo mismo. Periodismo es estar en primera línea de batalla, contando lo que sucede. Escribir artículos de opinión está muy bien pero no es periodismo.
¿Que si yo tuve la suerte de ejercer el periodismo más de batalla, más activo, en la época dorada? Bueno, no creo que en realidad haya épocas mejores que otras. A mí me tocó vivir una etapa apasionante, la de la Transición, y a los jóvenes periodistas de ahora les toca vivir una etapa igualmente apasionante en que todo el mundo que hemos conocido está cambiando, se está transformando y no sabemos a dónde va. Yo creo que la vida es apasionante te toque vivirla cuando te toque vivirla. No soy de las que creen que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo único mejor es que tú eras más joven.
A mí no me gusta mirar atrás. Pero si se empeña en que hablemos de aquella generación de la Transición, yo creo que la Transición se hizo bien, con todas las críticas que se le quieran formular. Siempre se pueden hacer las cosas mejor, pero eso se ve mucho más claro a toro pasado que en el momento. Pero insisto, yo no soy nada nostálgica. Lo único que de verdad echo de menos es tener cuarenta años menos.
Me pregunta usted si los periodistas que vivimos aquello nos “callamos algo”... Si hay algo que no hemos contado. No. Yo es que ni me acuerdo. De verdad, el pasado es pasado, el pasado ya está. Yo voy viviendo, cerrando puertas. No tengo ninguna, pero ninguna capacidad para la nostalgia. Ni para lo bueno ni para lo malo.
Me propone usted que cerremos juntas una importante puerta pendiente: ¿cómo no nos hemos enterado, durante todos estos años de periodismo, de que había tanta, tantísima corrupción? Bueno, no nos flagelemos... Me habla usted de Cataluña, donde quien más quien menos se olía algo, pero, me asegura usted, nadie se imaginaba la magnitud, la osadía de robar cada día, cada hora, cada minuto. Yo sí creo que el periodismo catalán a lo mejor debería hacer una reflexión sobre su silencio ante lo que estaba pasando en Cataluña.
El periodismo catalán, sobre todo, debería hacer una seria reflexión sobre su silencio ante los casos de corrupción
¿Y en Madrid qué?, salta usted. Pues mire, no voy a hacer paralelismos. Que cada cual haga los análisis pertinentes. De todos modos creo que globalmente podemos sentirnos satisfechos de que por fin se estén publicando todos los escándalos, esté saliendo todo a la luz. En líneas generales, la prensa ha cumplido su papel. El periodismo de investigación fue trascendental para empezar a aflorar casos por ejemplo en la época dorada del diario El Mundo. Bien que mal, lo estamos contando, Anna, lo estamos contando.
Me pregunta usted si yo creo que toda esta avalancha de escándalos tendrá un efecto de vacuna duradera contra la corrupción o si en unos pocos años estaremos igual. Bueno, para que la vacuna funcione, yo creo que hace falta que los votantes, aparte de escandalizarse, castiguen en las urnas con mucha severidad a los partidos políticos que permiten la corrupción en sus filas. Si no pasa nada, no cambiará nada...
Es verdad que a veces conviene hacer una reflexión profunda sobre qué es corrupción. Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, y la vida cotidiana de cualquiera, no sólo de los políticos, está llena de pequeños trucos, pequeñas picarescas, que nos acercan a esos corruptos que tanto nos horrorizan cuando leemos en titulares sus andanzas. Sobre todo en épocas de fuerte, muy fuerte presión fiscal, combinada con recortes tremendos.
Uno de los problemas que tenemos es que el PP cree poquito, lo justito, en el Estado del Bienestar
Por un lado, al Estado le resulta evidentemente mucho más fácil perseguir al pequeño empresario, asalariado o autónomo que deja de pagar un IVA que a la gran fortuna que evade a paraísos fiscales. Por otro lado, es muy frustrante pagar tantos impuestos, tan dolorosos, y luego encontrarte con que el Gobierno empieza a regatear la Sanidad a los mayores o se plantea aumentar el copago de los pensionistas o echa mano de la hucha de la Seguridad Social.
Yo creo que uno de los problemas graves que tenemos es que el PP cree poquito, lo justito, en el Estado del Bienestar. Por eso cuando ha tenido que meter la tijera, pues ha empezado a meterla por ahí. Me parece escandaloso eso y me parece escandaloso lo del recibo de la luz y que el Gobierno no esté haciendo absolutamente nada por combatir la pobreza energética, que es una verdadera vergüenza.
Yo creo en la economía libre de mercado pero en determinados sectores estratégicos tiene que haber cortafuegos sociales. No puede ser que en pleno siglo XXI haya gente que no puede encender la luz o la calefacción en este invierno tan duro que hemos pasado.
Sugiere usted que se comprende que estemos todos tan enfadados con las compañías eléctricas, pero que en realidad nos equivocamos de enemigo, porque si el Estado se hace financiar por las eléctricas esto y lo otro y lo de más allá, dejando para el final lo de la pobreza energética, pues es normal que pase lo que pasa. Que las empresas energéticas tienen que velar por sus accionistas y sólo el gobierno es responsable de velar por los ciudadanos. Bueno, todo esto sólo manifiesta, una vez más, que es la economía la que marca las reglas de juego de la política, y justo eso es lo que habría que revertir.
Es absolutamente intolerable llegar a la situación en que a los ciudadanos se les corta la luz porque no la pueden pagar y a los políticos no se les ocurra qué hacer para evitarlo.... Que no hagan algo... Cuando ese es justamente su trabajo. Arbitrar unas reglas de juego para que el mercado sea libre pero sin destruir a las personas. No se puede tratar todo igual. No es lo mismo vender bolsos que vender energía. Las reglas no pueden ser las mismas.
Me pregunta a usted cómo veo al PSOE en todas estas encrucijadas. Yo creo que todos los partidos socialistas del mundo, no sólo el PSOE, están en un momento de incertidumbre, de cambio de identidad. Tienen que dar respuestas nuevas a los problemas nuevos. La sociedad ha cambiado, las necesidades son otras. Yo creo que a lo mejor los partidos socialistas se habían acomodado demasiado, se habían alejado de los problemas de la gente, y entonces la gente les ha ido abandonando. Tienen que hacer esa reflexión y volver a tocar calle, volver a estar con la gente. El 15-M fue la evidencia del fracaso de una izquierda que no estaba siendo capaz de dar respuesta a los problemas reales. Miles de personas se estaban quedando fuera del sistema a causa de la crisis y las medidas de los sucesivos gobiernos, y esas personas no estaban encontrando en sus representantes a nadie capaz de defenderles. Por eso nace Podemos. Si tú no ocupas un espacio, alguien lo va a ocupar por ti.
Si el PSOE se deja de guerras fratricidas y reconecta con la calle volverá a ser central, y si no, lo será Podemos
¿Que si eso es bueno o malo? Yo creo que han hecho muy bien. Podemos es absolutamente beneficioso para la política española. Ha provocado una auténtica sacudida que les va a obligar a todos a volver a ponerse las pilas, a estar por la labor de los muchos miles de personas que lo están pasando muy mal.
Me pregunta entonces si yo no considero inevitable que Podemos se coma al PSOE, y en cambio veo posible que el PSOE le acabe dando la vuelta a la situación y comiéndose a Podemos. Yo lo que creo es que si el PSOE dedica toda su energía a hacer un análisis de lo que está pasando y a ser capaz de volver a defender a la gente, pues el PSOE puede volver a ocupar el papel central que ha tenido en la política española. Y si no, pues será superado por Podemos. Lo que está claro es que las personas necesitan que alguien las defienda.
Ahora, yo creo que en este momento el PSOE está haciendo las cosas bien. Por ejemplo, el acuerdo al que ha llegado sobre las cláusulas suelo de las hipotecas, eso va a beneficiar a muchas personas. También el acuerdo al que ha llegado con los sindicatos sobre el salario mínimo, ¿Que si yo de verdad me lo creo, lo de la renta mínima, dispara usted? Yo me lo creo, sí. Y además me parece absolutamente imprescindible y necesario. Sólo por ese camino el PSOE sacará la cabeza, si, en cambio, sigue empeñado en guerras fratricidas, pues acabará desapareciendo. Porque además los electores siempre castigan a los partidos que tienen problemas internos. Por cierto que eso también vale para Podemos...
Cambiando de tercio, usted subraya que muchas de mis novelas transcurren en el mundo árabe o en Oriente Medio, y me pregunta qué espero que pase por ejemplo en Siria. Bueno, para entender todo lo que pasa en estos países hay que remontarse muy atrás, al reparto de las grandes potencias coloniales, que están en el origen de la mayoría de los conflictos de hoy. Lo que ha pasado en Siria tiene mucho que ver con la actual ineficacia internacional de la UE y hasta de Estados Unidos. Todo el mundo se puso a fomentar primaveras árabes pensando que de la noche a la mañana todo iba a cambiar. Claro que hay que ayudar a todos los países a fomentar la democracia. Pero es que eso no se puede hacer como se ha intentado hacer: ahora vamos y nos cargamos a no sé quién y ya está. Una vez que por ejemplo Gadafi ya no está, ¿en qué se ha convertido Libia? O las consecuencias de cargarse a Sadam Hussein, que todavía las está pagando el mundo entero. Hay que tener un poco más de sentido común. El único sitio donde la primavera árabe ha salido medio bien es en Túnez, y eso si no tenemos en cuenta que Túnez está hundida económicamente y bajo la creciente amenaza del integrismo.
Todo el mundo se puso a cargarse dictadores y a fomentar primaveras árabes pensando que de la noche a la mañana todo iba a cambiar, y eso no funciona así
Además, yo de verdad es que no puedo con la hipocresía de las relaciones internacionales. A mí tanto o más insoportables que Sadam Hussein me parecen las monarquías del Golfo Pérsico. Me parece Arabia Saudí. Estamos hablando de dictadores, de regímenes no democráticos donde no se respetan los derechos humanos, bueno, pues en esa parte del mundo los países aliados de Occidente tampoco los respetan. Ni uno.
Ahora me pregunta usted qué me parece, si es que es de verdad así, que la reina Letizia se haya negado a acompañar al rey Felipe a Arabia Saudí precisamente por rechazo a cómo son tratadas las mujeres allí. Yo creo que no hay que negarse a tratar porque tratas con los pueblos, no con sus gobernantes, creo que en el terreno de la diplomacia siempre hay que jugar, hay que estar presente y no ausente. Lo que sí me ha parecido estupendo es que la secretaria esta de Comercio, no recuerdo ahora su nombre [se refiere a Maria Luisa Poncela], fuera con su falda tan normal, no por provocar, sino porque así va vestida normalmente ella a trabajar. No es provocación, es su obligación hacer eso. Con todo lo que nos ha costado a las mujeres conseguir la igualdad en una serie de derechos, me parece intolerable que de repente lleguemos a otra parte del mundo y nos tengamos que cubrir el rostro y ponernos un sayo. Pues mire, no: yo respeto muchísimo su manera de vivir, pero usted también tendrá que respetar la mía. Y en mi mundo las mujeres llevamos la falda por donde nos da la gana.
Me cuenta usted, Anna, que en una ocasión asistió usted con un traje chaqueta de falda azul tirando a corta a una rueda de prensa en Moncloa de José María Aznar junto a un mandatario no sé si incluso iraní. Y que la sorprendieron mucho dos cosas, una, descubrir que casi todas sus compañeras habían decidido aquel día vestirse como ursulinas, llevando rebequitas y cosas que los otros días no solían, y que a usted por no hacer eso hubo quien la miró mal, muy mal. Y usted se preguntó si se había caído en el mundo al revés.
¿Lo ve? No podemos dar ni un paso atrás en la defensa de la igualdad. No podemos hacer la concesión más aparentemente nimia. El cuerpo de mujer no es algo pecaminoso que hay que tapar. Jamás. Yo por supuesto no voy a entrar en una mezquita en traje de baño, como tampoco lo haría en la catedral de Burgos. Pero para ir a trabajar, para ir por la calle, voy a ir como siempre. Estas cosas hay que tomarlas muy, muy en serio.
Me ve usted tan enfadada que me pregunta si trato de arreglar en mis novelas el mundo que el periodismo me ha enseñado que tiene mal arreglo. Por ejemplo en La biblia de barro, una novela que transcurre en los meses previos a la invasión de Irak. Es verdad que allí expongo en su sórdida desnudez los intereses de compañías especializadas en el expolio de países en guerra. Einsenhower ya advirtió mucho antes del excesivo, temible poder, de los lobbies militares y de todo tipo. Pero sobre ese fondo de egoísmos y miserias se mueven personajes que es verdad que pueden compaginar una situación personal de privilegio con fuertes dosis de idealismo. Es verdad que todos los personajes de mis novelas son contradictorios, todos están llenos de claroscuros. Yo no soy capaz de concebir ni de construir mundos de sólo buenos y sólo malos.
¿Qué puedo contar de lo que estoy escribiendo ahora? Nada. Yo nunca cuento eso ni a mi editor, que se pasa todo el tiempo que me paso encerrada escribiendo intentando averiguar el qué. Pero yo, punto en boca, porque prefiero y necesito escribir con libertad. Mi trabajo es absolutamente solitario. No le comento absolutamente a nadie de qué va mi novela.
¿Ni a mi marido, Fermín Bocos, me pregunta usted? Fermín es el primer lector, el primer filtro que pasa la novela, una vez acabada. Antes no. Y Fermín la lee antes que nadie porque es el único del que verdaderamente me fío, sé que me dirá la verdad sea cual sea, sea la novela buena, mala o regular. Por ejemplo, de la última me dijo, "es tu mejor novela pero seguramente a tus lectores les va a desconcertar". Y tuvo razón. Yo ya lo sabía. ¿Que si desconcertar a la gente a veces es bueno? Yo creo que sí. Además tienes que escribir lo que tienes que escribir, lo que te sale, no lo que crees que va a gustar a los demás. Si te siguen bien, y si no, también.