Gisèle siente, de nuevo, un ligero mareo. Ese cansancio inexplicable que le atormenta desde hace una década. ¿Qué lo provoca? ¿Por qué no desaparece si descansa? ¿Cuándo...? Pero el pensamiento cede, otra vez, a los efectos narcóticos del sueño. Algo no va bien. Otra vez tiene pesadillas. Como si alguien la estuviese arrastrando hacia las puertas del infierno. Al despertar no recuerda nada. Sólo ve a su marido, Dominique Pelicot, que la recibe con un café, como todas las mañanas, y le da los buenos días.
Gisèle jamás habría imaginado que aquel hombre bueno, un ideal padre de familia con tres hijos, un respetado extrabajador de la compañía eléctrica EDF especializado en la logística de las centrales nucleares, sea, en realidad, el causante de su letargo. Que sus largos trances narcolépticos y sus dolores de cabeza y de estómago, con los que se despierta habitualmente, no son fruto de un proceso natural, sino de la Temesta, el ansiolítico con el que, desde hace 10 años, Dominique la droga para que otros hombres la violen sin que ella lo sepa.
Han pasado ya cuatro años desde que ambos se divorciaron, pero Gisèle recuerda la pesadilla en presente. El dolor no ha desaparecido. Aún no se ha hecho justicia. A sus 71 años, sentada en una cabina transparente frente a un grupo de abogados y jueces, y frente a sus presuntos agresores, ella, y ellos, conforman el tornasol de protagonistas de uno de los juicios más mediáticos y escabrosos de Francia: El caso Mazan. "Me sacrificaron en el altar del vicio. Me trataron como a basura. Violación no es la palabra adecuada: es barbarie". Las palabras de Gisèle ante los tribunales de Aviñón son un mazazo de realidad; es la rabia de una humillación que supera cualquier atisbo de humanidad.
Allí, desnuda ante ojos extraños, Gisèle se pregunta cómo ha podido vivir engañada tanto tiempo. Cómo es posible que su marido, su refugio, haya permitido que más de 80 desconocidos, bomberos, periodistas, camioneros, enfermeros, maltratadores, delincuentes, pedófilos, pederastas, la hayan mancillado. El mero hecho de pensar que hacían cola en la puerta de su casa como si estuvieran en la carnicería, dispuestos a humillar su cuerpo inerte, le repugna, pero no tanto como recordar que Dominique era el maestro de ceremonias que los convocaba por Internet. Que él los grababa durante el acto para, después, meticulosamente, registrar y categorizar sin escrúpulos todos esos documentos en un ordenador. Sí, revolvería el estómago hasta al más despiadado de los psicópatas.
Cómplices de la brutalidad, Dominique y los, por el momento, 51 acusados de violación identificados (hay una treintena cuyas identidades aún se desconocen), se han convertido en el epítome de lo que Hannah Arendt llamaba 'la banalidad del mal'. Aquel horror ante el que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes. Salvo uno de los acusados, que está fugado, todas las bestias, o presuntas bestias, concédaseles la presunción de inocencia a pesar de que el propio Dominique ha confesado ya los hechos y todo está registrado en vídeo, han sido acusadas de violación y sobre sus espaldas pesan, al menos, 20 años de cárcel.
A pesar de que la legislación francesa es estricta con la presunción de inocencia, sus identidades ya se han filtrado y han sido compartidas por colectivos feministas, como el Amazones d'Avignon. Hay nombres y apellidos. Se saben sus edades. Se sabe a qué se dedicaban. Dónde vivían. Algunos tenían antecedentes penales. Otros eran respetables padres de familia. Había carceleros. Había militares. Había jubilados. Algunos portaban el VIH; otros habían abusado de menores y hasta de sus propias parejas e hijas; incluso los había que también drogaban a sus esposas mediante sumisión química para que otros se aprovecharan de ellas.
Dominique los contactaba a todos a través de una página llamada Coco.fr, un pozo de libertinaje ya prohibido por las autoridades. Lo hizo durante casi diez años, desde su chalet en Mazan, en un pueblo de 5.800 habitantes en el departamento de Vaucluse, al sur de Francia, al que Gisèle y él se mudaron en 2013. La mayoría eran lugareños. Gente del entorno. Y ella jamás notó nada. Si lo descubrió fue porque los vigilantes de un supermercado de Carprentras cazaron a su marido grabando bajo las faldas de varias mujeres. Las autoridades lo investigaron y llegaron a su ordenador personal. Allí hallaron 20.000 fotos y vídeos con títulos tales como 'ABUSO / Noche del 09 06 2020 con Charly, sexta vez'. Gisèle aparecía en muchos de ellos.
Los 51 rostros del mal
¿Quiénes formaron parte de ese perverso contubernio? ¿Quiénes eran Lionel, Mohamed, Cyprian, Simoné o Thierry? Por lo pronto, hay 83 potenciales violadores y 51 de ellos han sido identificados. Durante la década en la que se desenvolvieron los hechos, hay contabilizados al menos 92 incidentes que involucran a Gisèle. Algunos de los hombres que abusaron de ella, como Charly A., un carretillero de 30 años que vivía con su madre, lo hicieron hasta en seis ocasiones. Eran reincidentes. Sabían lo que hacían.
La mayoría, no obstante, se niega a reconocer los hechos. Argumentan que pensaban que era un juego orquestado por el marido y que Gisèle consentía; que todo aquello era un retorcido pasatiempo de dos voyeuristas. Por eso, porque es mentira, ella quiere exponerlos a todos. La Fiscalía General trató que el juicio se celebrase a puerta cerrada, ya que "se describían hechos de extrema violencia, repetidos durante un periodo de diez años" y "circularían fotos y vídeos que podrían ser peligrosos para la moral y socavarían la dignidad de las personas, las víctimas y los acusados".
Pero la abogada de Gisèle fue tajante y se negó en nombre de su cliente: "Ella quiere que se conozca lo que ha pasado; no busca esconderse. Nadie podría imaginar que encuentre algún tipo de satisfacción en relatar lo que ha sufrido. Pero los juicios a puerta cerrada implicarían que ella se encerrase con las personas que la han atacado, y quiere que el acto se celebre de forma pública y abierta".
Gisèle también ha criticado el interrogatorio por parte de los letrados de la defensa: "Me parece insultante, y entiendo que las víctimas de violación no denuncien porque tienen que pasar un examen humillante". A pesar de todo dice tener "fuerzas para llevar esta lucha hasta el final". Se ha convertido en un referente, en una mártir en la lucha contra la maldad. "Esta batalla la dedico a todas las personas, mujeres y hombres, que en el mundo son víctimas de violencia sexual. A todas esas víctimas quiero decirles hoy que miren a su alrededor: no estáis solos".
Joan, Cyprian, Quentin, Ahmed...
La lista de presuntos violadores que han pasado por la cámara de los horrores orquestada por Dominique Pelicot está llena de perfiles contradictorios; algunos, aparentemente normales, escondían filias y traumas con los que hoy tratan de justificar sus pérfidas acciones; otros eran criminales fichados con condenas previas. Había padres de familia y respetables empleados del sector público; todo tipo de oficios, desde carceleros hasta bomberos, enfermeros o informáticos. Hoy los monstruos desfilan, cabizbajos, la mayoría con mascarilla, gafas de sol y gorra, en el macrojuicio de Mazan.
Los hay que aún son unos muy jóvenes. Los hay jubilados. El que menos años tiene se llama Joan K. (1). Es un militar de 26 años originario de la Guayana Francesa con tendencias depresivas. Estaba separado de su esposa, quien había dado a luz al hijo de ambos el mismo día que él, aún con 22 años, fue a violar a Gisèle tras la invitación de Dominique. También estaba Jean-Marc L. (2), de 74 años, el más mayor, un jubilado al que el marido de Gisèle definía como "el amante de las bragas". Le sigue en edad Jacques C. (3) de 73 años, bombero jubilado, quien ha pedido perdón a Pelicot: "Señora, lo que hice... nunca me recuperaré. Espero que usted y su familia puedan hacerlo. Le pido perdón".
Muchos de los presuntos violadores eran obreros que trabajaban en el sector de la construcción. Es el caso de Adrien L. (4), de 34 años, jefe de obra; Simoné M. (5), de 43, quien también fue cazador alpino; o Charly A. (6), carretillero de 30 años, aún bajo el amparo domiciliar de su madre, y quien llegó a violar a Gisèle hasta en seis ocasiones. Estaban Cyrille D. (7), de 54 años, empleado de construcción; Gregory S. (8), de 31, plaquista; Husamettin D. (9), 43 años, decorador; Ahmed T. (10), de 54 años, fontanero, que abusó de la víctima cuando esta estaba atada a la cama, y Jean-Luc L. (11), de 46, carpintero, oficio que compartía con Vincent C. (12), de 42 años, quien ya había sido condenado por violencia machista años atrás.
Christian L. (13), tenía, por ejemplo, 58 años. Era hijo único, estaba casado y tenía dos hijos. Había sido infiel a su esposa, era un adicto al porno y, cuando Dominique lo llamaba, iba vestido con el uniforme de bombero, ya que trabajaba en un centro de rescate de Valrèas. Cuando la policía lo detuvo y analizó su ordenador, encontraron al menos 728 imágenes de pornografía infantil y una conversación con otro hombre al que solicitaba abusar de su hija sedada de 15 años. Donde también se encontraron numerosas imágenes pedófilas fue en el ordenador de Nicolas F. (14), de 42 años, periodista local, uno de los pocos acusados que se pasea por los tribunales a rostro descubierto.
Otros, como Mohamed R. (15), de 58 años, tenían antecedentes penales. En el juicio dijo que nunca llegó a violar a Gisèle porque "era como hacer el amor con un cadáver", pero a quien sí violó fue a su hija cuando tenía 15 años, por lo que fue condenado por pederastia. Florian R. (16), de 32 años, pasó por nueve condenas, la última en 2020, por abusar de una menor de 14 años. Fabien S. (18), de 39, agredió a una menor de 15 años. Todos ellos son reincidentes. Por su parte, Lionel R. (17), de 43 años, un vendedor de un supermercado con tendencias alcohólicas y adicto al porno, casado y con tres hijos, se echó a llorar y pidió perdón a Pelicot: "Nunca quise herirte, lo hice, y te suplico perdón. No puedo imaginar tu pesadilla. Y es horrible pensar que soy parte de ella".
La adicción al sexo y a la pornografía parecen ser uno de los leit motiv que comparten muchos de los acusados. Hugues M. (19), de 39 años, mecánico, experto en motos y padre de dos hijas, también lo era. Dominique lo llamaba 'Biker'. Muchos de los acusados tenían un mote. La expareja de Hugues, Emile O., confesó en el juicio que ella creía la había drogado y violado utilizando la sumisión química. "Vivía manipulada, en una completa mentira", aseguró, resquebrajada por el dolor. "Aún me cuestiono todo lo que vivimos".
Hugues M. confesó al tribunal que se metió en Coco.fr buscando hacer tríos con parejas aficionadas al mundo swinger para sentir la adrenalina del sexo desenfrenado. Como si se tratara de un personaje del Crash de Cronenberg, justificó sus filias por los problemas psicológicos derivados de un accidente de moto que sufrió en 2012. Similar caso es el de Jerome V. (20), de 46 años, dependiente de una tienda y padre de tres hijos, recién separado, que se aprovechó del cuerpo de Gisèle hasta en seis ocasiones, una de ellas en Navidad, y quien en 2016 fue internado por su adicción al sexo.
Otros no eran violadores, sino maltratadores, como Nizar H. (21), de 40 años, condenado hasta en ocho ocasiones por violencia doméstica contra dos exparejas. O Redouane A. (22), de la misma edad, un hombre desempleado que había sido juzgado hasta en 19 ocasiones por violencia doméstica. De la trayectoria de Hassan O. (23), de 30 años, se sabe poco, más allá de que fue condenado previamente por otros crímenes y que hoy es el único –además de la treintena de hombres que violaron a Gisèle y cuyas identidades aún no han sido descubiertas por las autoridades– que se encuentra en paradero desconocido.
De otros no ha trascendido ningún dato, como ocurre con los casos de Abdelali D. (24), de 47 años; de Boris M. (25), de 37; de Jean T. (26), de 52, y de Didier S. (27), de 68. Se sabe que había informáticos como Cedric G. (28), de 50 años, o Karim S. (29), de 40. Seis de ellos eran conductores de camiones: Cyprien C. (30), de 43 años; Mahdi L. (31), de 36; Cyril B. (32), de 46; Dominique D. (33), de 45, quien además era exmilitar; Saifeddine G. (34), de 36; y Jean Pierre M. (35), de 63 años, conductor en una cooperativa, padre de cinco hijos. Este último se defendió ante el tribunal amparándose en que había sufrido violencia sexual por parte de su padre y reconoció los hechos. "Soy consciente de lo que hice", aseguró, antes de confirmar que él también había drogado a su esposa al igual que Dominique Pelicot.
Andy R. (36), de 37 años, también trabajaba en una granja y era padre de dos hijos. "No tenía nada más que hacer en la víspera de Año Nuevo", aseguró este hombre, que confesó padecer problemas con el alcohol desde los 14 años y, también, con la cocaína. "No tenía ni idea de que ella no era consciente de lo que ocurría. Para mí siempre fue una situación en la que dos adultos consentían los hechos", reconoció.
Cendric V. (37), de 43 años, era gestor en el sector de la restauración. Thierry P. (38), de 54 años, era empresario local; su tocayo, Thierry P. (39), de 61 años, era frigorista. Omar D. (40), de 36, era agente de mantenimiento, mientras que Paul G. (41), de 31, era empleado en el sector agroalimentario. Patrick A. (42), de 60 años, estaba desempleado; Philippe L. (43), de 62, era jardinero; y Patrice N. (44), que tenía un pasado impecable y sin antecedentes, y quienes lo conocían lo escribían como una persona normal y ejemplar, era electricista. Otros eran empleados públicos, como Quentin H. (45), de 34 años, guarda penitenciario en una prisión de Avignon, o voluntarios, como Mathieu D. (46), que compaginaba ser bombero con el de dependiente, al igual que Ludovick B. (47), de 39 años.
El caso número 44 es el de Redouane E. (48), enfermero, quien se encontraba con un proceso de adopción en curso y, al parecer, tenía una adicción al sexo que canalizaba a través de la prostitución. Aseguró que todo esto era una "caza de brujas". Por su parte, Romain V. (49), de 60 años, nacido de una violación, tenía una personalidad borderline, según su psiquiatra. Él portaba el VIH y violó, presuntamente, a Gisèle sin ningún tipo de preservativo, aunque milagrosamente no hubo contagio. Joseph C. (50) es el único hombre que no está acusado de violación, sino de agresión sexual, porque se marchó al ver que todo podía no ser consentido, pero jamás denunció.