En el ínfimo rastro público que hay de Brian Raimundo Céspedes Mendieta, el presunto violador de una joven en Igualada (Barcelona) en la noche de Halloween de 2021, hay una constante: los monstruos. Su foto de perfil en Facebook, por ejemplo, es la ilustración de portada de un libro de un juego de rol de finales de los años 80, en la que aparecen retratados una colección de demonios, cada cuál más aterrorizante. En su Instagram sólo tiene publicada una foto: la de un esqueleto con expresión calamitosa disfrazado de soldado en un lúgubre escenario.
Esta inquietante manera de mostrarse al mundo, sin embargo, no podría aventurar que este joven boliviano de ahora 24 años cometiese la violación más brutal que se recuerda en España en los últimos años. La noche del 31 de octubre de hace tres años, víspera de Todos los Santos, cuando la gente se disfraza de monstruo, el monstruo en sí salió a la calle, siguió como un depredador al acecho a su víctima, de entonces sólo 16 años, y la violó y la golpeó hasta casi matarla.
Ella salía de una fiesta en la discoteca Épic de Igualada, camino a la estación de tren para volver a su casa en Vilanova i la Geltrú. Llamó a su madre, pero nunca apareció. Él, por su parte, estuvo bebiendo y fumando marihuana en las inmediaciones de la sala con un grupo de gente, como relató al juez en el juicio que se ha celebrado esta semana en la Audiencia de Barcelona, y en el que la Fiscalía pide para él 45 años de prisión por los delitos de violación y tentativa de homicidio.
Después de abandonar las cercanías de la discoteca, Brian Raimundo caminó junto a un grupo de jóvenes que reventaron el retrovisor de un coche. Luego se separó de ellos, seleccionó a su víctima, a quien no conocía de nada, la siguió en solitario, y la atacó en un oscuro callejón del polígono industrial donde ambos se encontraban, a sabiendas de que nadie sería testigo de su crimen.
Allí la agredió sexualmente durante 24 interminables minutos, entre las 6:16 y las 6:40. Usó para ello también un objeto, como acreditan las múltiples operaciones de reconstrucción interna a las que tuvo que someterse la víctima. Tenía desgarros. La acusación especula con que se trate de un puño americano en el que luego se encontró sangre de la víctima.
No satisfecho con esto, Brian Raimundo la golpeó repetidamente hasta provocarle otras numerosas contusiones y un traumatismo craneoencefálico que la dejó sorda de un oído. Después la dejó moribunda a la intemperie, semidesnuda, en una fría noche de noviembre con una humedad del 90%.
Pese a ser festivo, un camionero que acudió en las primeras horas de la mañana al polígono dio con el cuerpo de la joven, en medio de un charco de sangre. Se la encontró en posición fetal, inconsciente y tiritando al borde de la muerte. La cubrió con su chaqueta y llamó a emergencias. Según la fiscalía, aquella llamada le salvó la vida.
Por su parte, Brian Raimundo, como se ha conocido de las diligencias policiales mostradas en el juicio, buscó poco después en su teléfono "chica violada en Igualada". Siguió con su vida como si nada. Tuvo incluso, después de todo, una novia. Hasta que el 21 de abril de 2022, tras cinco meses y después de una compleja operación, los Mossos d'Esquadra le echaron el guante.
La mente del monstruo
Entrar en la mente del monstruo y comprenderla no es tarea fácil. Ni los propios perfiladores de criminales del cuerpo de la policía autonómica catalana se lo explican. Uno de los agentes que han investigado el caso declaró esta semana ante el juez: "Nunca en mi carrera profesional había visto estas lesiones". El perito certificó que en el proceder del criminal halló una conducta "sádica", compatible con "rasgos psicopáticos" y una "falta absoluta de empatía".
"No hubo acción de arrepentimiento. Hay una absoluta falta de empatía. Lo que encaja con los informes de justicia juvenil [sobre Brian Raimundo]. Después de la agresión pudo haber avisado a emergencias, pero no hizo absolutamente nada. Se llevó su ropa y la dejó en un estado de absoluta fragilidad, para ampliar el daño. Según los estudios, el 70 por ciento de estos agresores volverán a reincidir", dijo el perito.
Para el experto policial, el único móvil que llevó a Brian Raimundo a cometer la brutal violación y la agresión fue "causar un mal, una vejación, causar mucho dolor". "Es probable que se trate de una persona con antecedentes violentos o que le consten hechos donde haya mostrado una conducta agresiva, de menosprecio y vejatoria hacia otras víctimas, con una falta absoluta de empatía", insistió, ante las preguntas de la fiscal Paola Tejada.
Ésta se pronunció en la misma dirección: "Las heridas son causadas de forma deliberada buscando la provocación del sufrimiento de la víctima. Fue maldad brutal sin finalidad".
El origen de esta maldad sin explicación se encuentra, según ha insistido el propio Brian Raimundo, en los abusos que sufrió de pequeño, cuando apenas tenía seis años, por parte de su padre y de su tío en su Bolivia natal. Según los informes incluidos en la causa, estas agresiones eran "forzadas, generalmente, con ingesta de psicotrópicos".
Pese a estos antecedentes, según ha podido comprobar este periódico, en la ciudad boliviana de Santa Cruz, la familia de Brian Raimundo es perfectamente funcional. Sus dos hermanas mayores trabajan, una en un gimnasio, y la otra, como fisioterapeuta. Ambas tienen una relación normal con su padre, hecho que, de haberse producido tales abusos, sería del todo improbable.
Por su parte, la madre emigró a España en marzo de 2004, huyendo también del maltrato de su marido, según reveló ante un tribunal de la ciudad boliviana para lograr una reunificación familiar que le permitiera traer a su hijo menor Brian Raimundo a España en 2015, cuando él tenía 14 años. Sería la conducta violenta de su padre hacia él mismo y hacia su madre la que él copiaría de mayor.
Además de las palizas, la madre explicó entonces que el progenitor la amenazaba con quitarle a su hijo y lo describió como un padre ausente. Estos argumentos le valieron una sentencia favorable y Brian Raimundo llegó a España en 2015, donde en pocos años, desarrollaría una personalidad perversa que le llevaría a cometer los actos más execrables.
Vida en España
De la infancia de Brian Raimundo se ha contado que participó en Bolivia en pandillas callejeras y que ya fue condenado en su país por otros delitos. Es una descripción que choca con el álbum de fotos al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL | Porfolio, de cuando el joven viajó a España en 2015, donde aparece acompañado en el aeropuerto por sus hermanas con un aspecto de adolescente inocente.
En fotos posteriores, ya en España, se vería también su evolución física: aparece ya con el pelo teñido de naranja y un característico tatuaje en el lado izquierdo del cuello, como también se ha podido ver en las imágenes del juicio. El tatuaje es la grafía japonesa que designa al buey (牛). En el simbolismo nipón, este animal representa a personas trabajadoras, responsables y constantes, de carácter "tranquilo y paciente por naturaleza" y que "inspiran confianza". Nada más lejos de la realidad.
En España, su madre rehizo su vida con otra pareja y tuvo una hija. A su llegada, Brian Raimundo se instaló con ellos. Pero desde el primer momento, la convivencia no fue fácil. La madre alertó a los servicios sociales del comportamiento conflictivo de su hijo, que ya había cometido algún robo en España.
Luego, después de sólo unos meses en el país, Brian Raimundo agredió sexualmente a su hermanastra de sólo siete años. Era agosto de 2015, cuando la familia se encontraba de vacaciones en un cámping de Girona. La madre lo expulsó de casa y se fue a vivir a un centro de acogida para menores extranjeros no acompañados bajo tutela de la Generalitat. Hasta ahora, la situación de extranjería de Brian Raimundo ha sido irregular.
La madre no denunció la agresión a la hermanastra hasta dos años después. Más tarde, el Juzgado de menores le impuso una pena de 24 meses de libertad vigilada, un curso de educación sexual y otro de rehabilitación, pues tenía problemas de adicción con el alcohol y la marihuana.
Tras pasar por el centro de acogida, el joven recaló en un piso para tutelados hasta que cumplió la mayoría de edad, momento en el que se fue a vivir a una casa okupa en Piera (Barcelona), en la que estuvo de octubre de 2019 a marzo de 2020. Allí comenzó una relación de convivencia con una joven a la que también agredió física y sexualmente.
Según fuentes cercanas a la investigación, en ese momento ya ejercía el mismo patrón de conducta que reprodujo la noche de Halloween de 2021: agresiones físicas aparejadas de violencia sexual. Hasta el momento, sin embargo, las víctimas siempre habían sido conocidas.
Por uno de esos ataques a su pareja fue condenado en febrero de 2023 –ya detenido y en prisión por la violación de Igualada– a 60 días de trabajos en beneficio de la comunidad, a la privación de tenencia de armas y a no acercarse ni comunicarse con la víctima en cinco años, según consta en el fallo al que ha tenido acceso este periódico. Además de agredir a la joven, la dejó embarazada y la abandonó.
Después de aquello, se instaló en Igualada en un piso compartido, mientras trabajaba como instalador de ADSL para una compañía con sede en Murcia y con una filial en Mollet del Vallès (Barcelona). En la misma Igualada se mudó a otro piso, en la calle de Sant Sebastià, mientras seguía bajo observación y evaluación de la justicia juvenil. Los informes, uno de ellos apenas una semana antes de la brutal violación, ya advertían del riesgo de reincidencia.
Poco después de la agresión, Brian Raimundo regresó a su casa como si nada. De forma casi paralela, comenzó una nueva relación con otra joven a la que también atacó física y sexualmente. Ella no sabía que convivía con un monstruo. Por suerte, no tuvo que lamentar mayores daños. La relación se acabó en febrero de 2022, cuando la Unidad Central de Agresiones Sexuales (UCAS) de los Mossos d'Esquadra ya le cercaba con todos sus recursos.
La caza
Tras el aviso del camionero, la UCAS se puso sobre la pista del posible agresor siguiendo los métodos tradicionales: los agentes pidieron todos los teléfonos que operaban bajo las antenas cercanas, consultaron todos los agresores sexuales recién salidos de prisión o con permisos y barrieron los expedientes de antecedentes penales de los habitantes de la zona. Pero no hubo resultados.
Los Mossos pasaron entonces a una táctica conocida como 'pesca de arrastre', que consiste en comprobar todos los incidentes sucedidos, por pequeños que fueran, en las horas anteriores y posteriores al crimen. Un vecino de Igualada, piloto de Iberia, denunció a un grupo de jóvenes que estaba de botellón por romper el retrovisor de un coche, a quienes también grabó en vídeo.
En las imágenes se puede ver como uno de ellos se cubre la cara con una capucha cuando se da cuenta de que le están grabando. Tras interrogar al resto de componentes del grupo, uno de ellos dijo a la policía autonómica que el encapuchado era un boliviano, de nombre Brian. Los agentes también consiguieron el número de teléfono.
Después, los agentes visionaron las grabaciones de 155 cámaras de seguridad de Igualada. Algunas de ellas captaron los movimientos por separado de la víctima y el agresor, cuya descripción coincidía con la del vídeo grabado por el piloto. Por otro lado, siguieron la pista de la propiedad de la línea de teléfono, a nombre de la empresa murciana de telecomunicaciones, que a su vez facilitó la identidad completa del sospechoso a los Mossos.
Tras seguirlo durante un mes, la UCAS comprobó que Brian Raimundo usaba la misma ropa que el sujeto encapuchado de la noche de la agresión. Finalmente, los agentes entraron en su casa, la cual registraron durante seis horas: allí encontraron el abrigo de la víctima y restos de su ADN en diferentes prendas y objetos, como el puño americano en forma de D. "No hay ninguna duda de que es él", señalan fuentes próximas a la investigación a este periódico. "Se le ha visto frío, sabe que tenemos muchas pruebas", dijo en este sentido otro de los agentes en el juicio.
A la espera de que se dicte sentencia, Brian Raimundo insiste en que él no es el autor de los hechos. Quiere evitar cumplir condena en Bolivia. Por su parte, la víctima no ha tenido que declarar en el juicio. En el programa Horizonte de Iker Jiménez, su abogado, Jorge Albertini, reprodujo un audio en el que se la escucha decir: "Me ha dejado unas secuelas de las que nunca me voy a recuperar (...) Tengo el alma rota en mil pedazos, ojalá lo manden a la cárcel de su país".