Un yate de lujo hundido en las costas de Sicilia. Siete muertos, quince supervivientes, tres tripulantes acusados de homicidio imprudente e incontables incógnitas. ¿Cómo es posible que el magnate Mike Lynch, su hija Hannah y su séquito de amigos y abogados hayan perdido la vida? ¿Por qué se hundió su embarcación si era una de las más seguras del mundo? ¿Fue tan sólo una coincidencia que Stephen Chamberlain, el exsocio de Lynch, vinculado, como él, a una empresa de ciberseguridad asociada a los servicios secretos británicos, además de a un oscuro escándalo de corrupción del que ambos fueron absueltos, muriese menos de 48 horas antes del naufragio? ¿Qué pasó en aquella jornada fatal para que su barco fuese engullido por el Mediterráneo?
19 de agosto. El fuerte oleaje impide conciliar el sueño a los 22 pasajeros del Bayesian. Son las 3 de la madrugada. Mike Lynch y su esposa, Angela Bacares, dormitan en la cama de la suite principal de la cubierta inferior tras una noche de fiesta en alta mar. Tratan de evitar pensar en los envites de la peligrosa marejada. A través de la claraboya se ven, casi apagadas por el velo de la lluvia, las luces titilantes del puerto de Porticello, a unos 800 metros. Más adelante, distante, tiembla otro suave fulgor. Son las luces de navegación de la goleta del capitán Karsten Börner, que resiste, anclada al fondo marino, a la furia del Tirreno.
Al lado de la habitación de Mike y Angela duerme Hannah, la hija de ambos. Hace sólo unos meses que ha cumplido la mayoría de edad. Sus padres están orgullosos de su pasión por la literatura y, durante estas vacaciones, no ha podido evitar escribir alguna de sus poesías; tiene un don innato para las causas sociales y una inteligencia que fluye como los machadianos caudales de los ríos que llevan verdades a la mar. En septiembre, Hannah ingresará en la Universidad de Oxford, no para doctorarse en computación matemática, como su padre, sino para estudiar Filología Inglesa.
La tormenta arrecia. Jonathan Bloomer, presidente de Morgan Stanely International, es capaz de dormir, pero no su esposa, Judy, psiquiatra de formación, quien trata de distraerse mientras piensa en cómo organizar la próxima gala benéfica para recaudar fondos para investigar el cáncer ginecológico. Su máxima vocación, aparte de bailar y hacer gala de un punzante sentido del humor, siempre ha sido ayudar a los demás. Pero el barco no para de moverse, y el lado de estribor, o de babor –con tanto ruido es difícil saberlo– comienza a crujir. Eso le pone nerviosa.
Tras las elegantes paredes de madera de lujo de estilo japonés de los Bloomberg se encuentra Charlotte Golunski, socia de Mike en otra de sus empresas, Invoke Capital, matriz de Darktrace, la firma de ciberseguridad que en innumerables ocasiones ha sido vinculada al MI5, los servicios de inteligencia británicos. Charlotte y su marido, James Emsley, han acostado a la pequeña Sofía, de tan sólo un año, pero la niña no para de llorar por culpa del zarandeo.
Frente a su estancia, puerta con puerta, Chris J. Morvillo, abogado, y su esposa, Neda, joyera de la firma Neda Nassiri, sueñan abrazados tras una madrugada de celebración. Estos últimos días él se siente pletórico porque ha sacado a Mike del mayor aprieto de su vida: en 2011, el nabab vendió a Hewlett Packard (HP) su empresa, Autonomy Corporation, cuyo poderoso software de análisis de datos estaba destinado a cambiar el mundo tecnológico. Firmó la transacción a cambio de la friolera de 11.700 millones de dólares. La venta milmillonaria convirtió a Mike Lynch en uno de los hombres más ricos de Inglaterra, hasta el punto de que la prensa lo bautizó como "el Bill Gates británico".
Sin embargo, en 2013, HP denunció a Mike por inflar sus ingresos y valores antes de la venta. Un largo y tedioso litigio lo puso en el punto de mira de la justicia estadounidense, y Reino Unido acabó aprobando, en 2023, la extradición de Lynch a San Francisco para ser juzgado por estafa. Chris lo acompañó en todo momento. Es allí donde han pasado las últimas 12 semanas de su vida. Mike, humillado, recluido en una casa de la que no podía escapar, en un país que no lo vio nacer, con un grillete electrónico anclado al tobillo; Chris, al pie del cañón como uno de sus soldados más fieles.
Morvillo es buen conocedor de los laberintos legales de Estados Unidos porque fue fiscal adjunto de distrito en Nueva York. Él, junto a los letrados de Clifford Chance, el bufete de abogados al que pertenece, consiguió que tanto el magnate británico como el exsocio de Lynch, Stephen Chamberlain, quien murió anoche en un trágico atropello, fueran declarados inocentes ante los tribunales. La abogada Ayla Ronald, miembro del bufete, quien descansa junto a su marido, Matthew Fletcher, en otra de las suites, también contribuyó a la exoneración del magnate.
Precisamente esa victoria es lo que ha llevado a Mike y a Angela a reunir a Hannah, Jonathan, Judy, Charlotte, James, Chris, Neda, Ayla y Matthew a bordo del Bayesian, uno de los superyates más caros y lujosos del mundo, que les costó 40 millones de dólares. ¿Qué mejor que saborear la libertad con amigos, socios y familiares a través de una ruta marítima de varias semanas? El leviatán zarpó de Róterdam, en Holanda; cruzó Bélgica, Francia, Portugal y España a través del estrecho de Gibraltar e hizo escala en Milazzo. Esta noche descansan en su última parada, la cálida costa de Sicilia, allí donde Ulises navegó con su barco atado al destino.
Son las 4:00 de la madrugada. Algunos invitados han conseguido caer rendidos ante Morfeo; otros aún se mantienen en vela. Pero algo no va bien afuera. La galerna no para de soplar y bufa sobre las costas de Palermo y Porticello, que esta mañana habían amanecido despejadas y tostadas por un calor insoportable. El capitán del Bayesian, el neozelandés James Cutfield, regatista de élite curtido en mil enfrentamientos en alta mar, acaba de subir a cubierta a petición del joven Matthew Griffith, el marinero de guardia. Creen tenerlo todo bajo control, pero un fenómeno meteorológico extremo, no saben si una manga marina o un tornado de mar, se acerca a proa.
El mastodonte de 56 metros de eslora se agita. De pronto, el mástil más largo del mundo, 72 metros de trinquete, cae hacia estribor y tumba el barco. Nadie sabe muy bien qué ocurre. Angela sube a cubierta para ver qué ha pasado. También Charlotte, James y la pequeña Sofía. Y Ayla y Matthew. Pero el destino firma el fatal desenlace de la embarcación y de sus inquilinos. El súper yate ruge, se eleva varios metros, cae contra el agua y esta comienza a entrar por todos lados.
¿Se ha roto el casco por la fuerza del impacto o hay alguna escotilla abierta por la que se está filtrando el agua? ¿Está demasiado elevada la quilla –aquella pequeña estructura situada en la parte inferior de los cascos que ayuda a que el barco mantenga la dirección durante un fuerte viento– y por eso ahora se encuentran en un pepligroso péndulo? ¿Está el ancla echada? ¿Por qué no están los chalecos salvavidas preparados, y todo el mundo alerta, si la Sociedad Meteorológica Italiana ya había advertido de que hoy habría una fuerte tormenta?
Poco importan las preguntas en este momento. El Mediterráneo, inmisericorde, empieza a colarse por las suites inferiores del barco, cada vez más inclinado. Los cristales se quiebran. Cunde el pánico entre los que hasta hace unos minutos estaban dormidos, o trataban de estarlo. Apenas hay tiempo para que los 10 miembros de la tripulación y los 12 invitados reaccionen. Quienes están cerca de cubierta lo tienen fácil; los que se resguardan en las habitaciones están condenados, porque el agua ha empezado a anegar la parte inferior. El Bayesian, tumbado sobre estribor, comienza a hundirse lentamente.
Son las 4:20 de la madrugada. El agua irrumpe en los camarotes de Jonathan y Judy, de Chris y Neda, de Mike. Algunos escapan al pasillo que separa sus habitaciones de lujo, pero como el barco está volcado de un lado y ya no son capaces de usar la escalera que conecta la cubierta inferior con la superior, se desplazan como pueden hasta una de las habitaciones del lado izquierdo, en babor, aún no inundada. Pero el barco, herido de muerte, cae cada vez más rápido en las profundidades de las aguas sicilianas y, en cuestión de segundos, todos quedan sumidos en la oscuridad.
Siete muertos; quince supervivientes
Karsten Börner, capitán del Sir Robert Baden Powell, sabe que la situación es peligrosa. Toda su tripulación está despierta, la quilla desplegada y el equipo preparado para una violenta tormenta eléctrica. Las autoridades habían advertido que el temporal iba a ser salvaje, pero nadie imaginaba que la naturaleza se cebara con una tromba marina de estas características. Al mirar al horizonte, Karsten ya no ve las luces de navegación del Bayesian. Se extraña, y una intuición fúnebre, un escalofrío profético, le agita el corazón. De pronto, el cielo se ilumina de rojo. Una bengala.
Tras haber mantenido su embarcación anclada y con el motor a toda potencia para evitar que el viento también tumbara su goleta, y aún con los últimos retazos de tormenta azotando las aguas tirrenas y despertando gigantescas olas, el capitán navega hacia la señal de socorro. Ni él ni sus compañeros dan crédito: el Bayesian ha desaparecido. Aquel mastodonte diseñado para evitar los tornados más violentos, un ciclópeo titán con mástil de aluminio creado por el arquitecto naval Ron Holland y construido por uno de los astilleros más prestigiosos del mundo, el Perini Navi, ha sido engullido y ya reposa, solemne, sobre el lecho marino, a 48 metros de la superficie.
Una luz intermitente. Se escuchan gritos de auxilio. Quince de las veintidós personas que viajaban en el Bayesian han conseguido sobrevivir después de que la tripulación hinchara a tiempo una lancha salvavidas. Están en shock. Aún no saben qué ha pasado. Hace unos minutos trataban de conciliar el sueño; ahora marchan a la deriva, cuatro de ellos malheridos. A escasos metros flota un cuerpo. El hombre se llama Recaldo Thomas, un chef canadiense, miembro del personal de Lynch. A bordo de la laja van el capitán Cutfield, el oficial de máquinas Tim Parker Eaton y Matthew Griffith, el marino de guardia. La pesadilla de estos tres hombres tan sólo acaba de comenzar, pero ellos aún no lo saben.
Todos los supervivientes están temblando. Cuando el agua empezó a inundarlo todo, Charlotte tuvo que sostener a la pequeña Sofía con los brazos en alto para que no se ahogara. La perdió durante dos segundos, hasta que pudo volver a amarrarla con todas sus fuerzas. James, su marido, consiguió escapar con ellas de la fatal tragedia, igual que Ayla y Matthew. Quizás eran más jóvenes y ágiles que el resto. Angela, sin embargo, está en shock. Ni Mike ni Hannah están a bordo de la lancha. Karsten los da por perdidos y sube a todo el mundo a su embarcación. Les brinda café, toallas, ropa seca y contacta con las autoridades portuarias, que inmediatamente envían varias patrullas de guardacostas para investigar lo sucedido y trasladar a los heridos a los hospitales más cercanos.
Angela, sin embargo, se niega a bajar del barco de Karsten. Espera a que su marido y su hija aparezcan. Sólo desea volver a su mansión en Chelsea, abrazar a sus seis perros, entre ellos a Faucet, el más especial, aconsejar a Hannah cómo debe gestionar su ingreso en la universidad, seguir celebrando que tras 12 años de pesadilla legal Mike ya es libre de toda culpa y que el terror de imaginarlo 25 años entre rejas se ha disipado. Hoy se cumple el día número 75 desde que fue exonerado de toda culpa por la venta de Autonomy. ¿Volverán a reunirse en el Porto di Milazzo, la última vez que se abrazaron en tierra? ¿Irán juntos a llorar a Stephen Chamberlain en su prematuro funeral?
Las horas pasan, el sol acaricia de nuevo las costas de Sicilia y en el mar sólo se escuchan los motores de las embarcaciones de los buzos. Han encontrado el barco tendido en el fondo del mar, intacto. El casco no está roto. Ni el mástil. Pasan varios días hasta que los servicios de rescate encuentran los primeros cuerpos. Mike, Jonathan, Judy, Chris y Neda están muertos. Se ahogaron juntos en uno de los camarotes del lado izquierdo de la cubierta mientras buscaban oxígeno. Es la muerte más agónica que puede sufrir un ser humano. A Hannah la encontraron un día después. Murió sola mientras trataba de escapar de su camarote.
¿Una fatal negligencia?
"Todo lo que se hizo revela una larguísima cadena de errores. No debería haber gente en los camarotes. El barco no tendría que estar fondeando. Es un barco insumergible, siempre que todo esté cerrado y no entre agua". Las palabras de Giovanni Costantino, director general de The Italian Sea Group, empresa propietaria de Perini, el astillero fabricante del Bayesian, cayeron como un jarro de agua fría sobre los tripulantes. El dedo acusador señalaba al capitán Cutfield y a sus subordinados. "Un barco así no se hunde tan rápido sin una vía de agua. Tal vez fue la rotura de las ventanas, tal vez alguna puerta abierta".
¿Quizás, como hacía calor, hubo alguna ventana o compuerta abierta y el agua entró por ahí? Eso no tiene sentido, porque los yates de lujo de estas características usan aire acondicionado y el 90% de las ventanas están selladas. ¿Puede que una escotilla en cubierta? Es una de las principales hipótesis, aunque Stephen Edwards, el anterior capitán del Bayesian, asegura que eso es difícil, porque la embarcación sólo tenía una puerta en el casco, y estaba a babor, en la popa, y sólo podía abrirse cuando el mar estaba en calma, circunstancia que, claramente, no se daba aquella esa noche.
¿Pudo haber sido un error deliberado? ¿O alguien se olvidó de cerrar otra escotilla? Las autoridades italianas, en colaboración con las de Reino Unido –el Bayesian tenía bandera británica– lo están investigando. La principal hipótesis es que durante una de las embestidas del viento, el barco, que no tenía la quilla desplegada, se tumbó más de 75 grados, y entonces el agua pudo entrar por la sala de máquinas, cuya escotilla no estaba cerrada, tal y como indica el protocolo de seguridad, lo que sería responsabilidad tanto del capitán como del oficial de máquinas. Ambos, junto al marino de guardia, figuran como investigados por posible homicidio imprudente, homicidio culposo múltiple y naufragio culposo.
Pero hay más preguntas. ¿Por qué 9 de los 10 miembros de la tripulación sobrevivieron y sólo se salvaron 6 de los 12 invitados? ¿Por qué si la fuerte tormenta amenazaba la integridad de la embarcación el capitán y su equipo no dieron la orden de salvar a quienes dormían en los camarotes inferiores? ¿Por qué sólo Ángela se salvó, y no Mike y su hija Hannah? ¿Por qué Charlotte, James, Ayla y Matthew no fueron puerta por puerta avisando al resto de sus compañeros para que salieran a cubierta? ¿Fue todo fruto de una serie de terribles negligencias que derivaron en un homicidio imprudente, como asegura Costantino y especulan las autoridades? ¿Hubo algún tipo de premeditación, como rezan las teorías de la conspiración? ¿O simplemente fue todo una terrible jugarreta del destino provocada por una imprevista perturbación mediterránea?
Aún más extraño resulta que Stephen Chamberlain, el exsocio de Mike Lynch, acusado, al igual que él, de haber defraudado a HP por la venta de Autonomy, falleciera el sábado 18 de agosto, horas antes de que el Bayesian se hundiera. Una mujer que conducía un Opel Corsa azul lo atropelló mientras corría por Newmarket, en el norte de Cambridge. El exvicepresidente de Autonomy entre 2005 y 2012 y también expresidente de Darktrace, fue trasladado al hospital, pero los médicos no pudieron salvar su vida. Curiosa paradoja del destino que los dos hombres que lucharon 12 años por salvarse de prisión murieran en poco menos de 48 horas de diferencia.
El sol de los últimos días de agosto acaricia las costas de Porticello y se refleja en su azul inocente y traslúcido. Como si nada hubiera ocurrido, los pescadores faenan en alta mar, los chiringuitos de playa sirven cócteles negroni y bellini a los últimos turistas del verano y las campanas de la iglesia de Maria del Lume, erigida por los Borbones en el 1700, avisan a los sicilianos rezagados que la misa está a punto de comenzar. En su interior, más de un feligrés reza por que la justicia resuelva cuanto antes el misterio del hundimiento del Bayesian. Todo el mundo se hace la misma pregunta. ¿Qué hizo que una de las embarcaciones más seguras del mundo se convirtiese en la tumba de Lynch, de su hija Hannah y de sus más cercanos allegados?