Lo que aprendí fumando un porro con la Familia Arcoíris pregonando el sexo libre en La Rioja
Los hippies acampados en el Valle de la Portilla abandonarán el campamento con el siguiente ciclo lunar. Así fue mi noche con ellos.
13 junio, 2021 01:26Esa mañana salí temprano. Quería llegar antes del anochecer, y eso significa cuatro horas de coche y otras tantas de caminata con un mapa de dudosa veracidad. El objetivo bien lo merecía: pasar una noche con la Familia Arcoíris, y me metí rápido en el personaje. Cerré la puerta de casa con la bandana en la frente, el tabaco de liar en el bolsillo de atrás, el despertador apagado y California Dreamin reproduciéndose en bucle. En mi cabeza sonaba espectacular.
Al final, como suele ocurrir, no tardé en darme cuenta de que estaba haciendo el imbécil. Llegué al campamento de la mano de Josephine, que me recogió en medio del bosque. Estaba cansado, sin cobertura, bordeando la fina línea que supone colgar las botas, despedirme de La Rioja y pensar que bueno, que sí, que comerme una bronca de mi jefe quizás mereciera la pena con tal de dormir en una cama de verdad. Por suerte, no llegamos a eso y me llevó con ella.
Nos recibió una chica con flequillo y bombachos. Ella estaba a punto de irse tras tres semanas de acampada. Yo entraba un poco por la tontería, por saber qué se cocía en la comuna de la que tanto habían hablado los medios. Al vernos, corrió a abrazarnos y a decirnos que gracias, que nos quería, y que estaba muy feliz porque estuviésemos ahí. No la había visto en mi vida, pero necesitaba mucho ese abrazo. Hay momentos en la vida en los que no hace falta nada más que eso.
Bienvenido al Arcoíris
De la mano, llegamos al Welcome, un toldo azul en la entrada del campamento que sirve tanto de espacio de reunión como de recepción para los nuevos. Unas diez personas se levantan y me reciben entre besos, abrazos, una ración de lentejas y las últimas caladas de un canuto. Entonces, intuyo, empieza mi formación. O mi bautizo. Las cosas que hago por el periodismo.
En realidad, la base de los Rainbow Gathering (Encuentros Arcoíris) es el intercambio desinteresado. Sin tecnología de por medio, ni en general nada que no provenga directamente de la Madre Tierra, la Familia se reúne durante un ciclo lunar al aire libre para compartir saberes, experiencias y bienestar. Cualquiera puede ayudar, desde un servidor que se limitó a ejercer de pinche y avivador del fuego hasta Matu, que todas las mañanas enseñaba a escribir e interpretar runas antiguas.
El que no quiere no hace nada, y tampoco hay problema. Buena parte del tiempo me lo pasé tumbado en la hierba, rodeado de hermanos rotantes, que compartían sus experiencias ermitañas por todo el mundo. Eran las siete de la tarde y, en cuanto uno empezaba a hablar, llegaba el siguiente, y después otro más, hasta juntar un elenco de culturas y folclores. Yo me hacía el interesante y el místico, en mi cabeza, aunque no sé si en las suyas tendría hasta un aire de Norman Bates. Si fue así, no me lo dijeron.
Con Jota jugué al ajedrez, y me enseñó su libro de aperturas por países; Mauro daba clases de tantra y meditación, e incluso hacía “masajes espirituales” con los que dormía a la gente al apoyar la mano en su espalda; Luna, por su parte, había pisado todos los continentes del mundo antes de cumplir los 30 años, con anécdotas en cada uno, y liaba los mejores porros que he visto en mi vida. Para ese momento, mi halo de poeta oscuro y sensible había desaparecido para convertirse en el de un chaval incapaz de atender a todo a la vez.
“Ahó, hermano”, resuena por detrás. Es una oración de unidad, algo así como el “amén”, pero en idioma del pueblo lakota, una tribu de indios sioux. Significa “así es y que así sea”, y es la palabra que utilizan para afirmar, aprobar o simplemente como feedback de “vale, te he escuchado”.
Todavía lo estaba asimilando cuando noté movimiento a mi derecha. Estaba anocheciendo, la hoguera todavía no alumbraba lo suficiente, y entre eso y el cigarro mágico de Luna no me enteraba muy bien de la jugada. Duró poco. Far, que venía de coger leña, me acababa de sentar al lado de una guitarra y entonó el Hare Krishna, una oración hinduista para honrar a un avatar de Visnú. De repente somos más de veinte, tres guitarras, un par de bombos, un acordeón y mucho entusiasmo. Empiezo a pensar que me equivoqué con aquello de California Dreamin.
Fuego, mantras y profecías
Entiendo que aquí hay poco de Woodstock y caravanas Volkswagen, pero mucho de espiritualidad, de tradiciones antiguas y de mezcla de culturas. No hay un libro de reglas, tampoco una Constitución espiritual, ni un cartel que indique el camino. Todo llega por el boca a boca, la comunión bajo las estrellas y la sintonía con la tierra y el fuego sagrado en un clúster de culturas y religiones. Estamos en medio de todo, de noche, y vamos descalzos por dentro y por fuera.
No sé si es el espíritu de los 70, que viene a tomarse la revancha del medio siglo, o la ruptura con la sociedad, que te hace ver las cosas de otra manera. La cuestión es que desde dentro, alrededor del fuego, entiendes que estén así. Se está a gusto para un rato, el día y la noche que pasé entre ellos, pero quién sabe, quizá esté demasiado atado al capitalismo y no haya conseguido abrir la mente lo suficiente. Nada de ahó en ese sentido.
Llega un punto en que la gente empieza a faltar. Alrededor de la hoguera quedamos unos cincuenta con el mantra de Shiva Shambho, un canto de sanación en honor a Shiva, el solitario dios asceta de la renovación. El resto están en sus tiendas, predicando su propia Ley del Amor libre, aunque tampoco me meto para comprobarlo. Porros, sexo y noches a la intemperie. Primavera Sound con rastas y espiritualidad.
La cuestión es que entiendo que no queda mucha noche, así que vuelvo a mi tipi. Allí me esperan, alrededor de otra hoguera interior, varios de mis hermanos más jóvenes. También un hombre mayor, con barba hasta el pecho y largo pelo blanco, que se agacha delante del fuego para recordar la profecía: "Cuando la tierra sea devastada y los animales agonicen, llegará una nueva tribu de muchos colores, clases y credos, y con sus actos lograrán que la tierra vuelva a ser verde. Se les conocerá como los guerreros del arcoíris".
Habla con la seguridad del que ha contado la misma historia muchas veces, con los ojos muy abiertos del profeta autoproclamado. Su público, los más jóvenes, no sabemos si volveremos, tampoco él, pero hace por despertarnos la curiosidad. Yo me recojo en mi saco, poco a poco, pero fascinado como un niño pequeño, y me quedo dormido con la imagen exacta de plumas y caras pintadas, e indios con el pelo largo, que caminan por la Tierra restaurando el equilibrio. Riojano Dreamin.