Una bomba llamada Irene Montero: una rebelde en el Gobierno, entre el sensato Pablo y sus aduladoras
La ministra le ha prometido a sus colegas -y altos cargos- que van a "resistir" el envite de la Ley Montero. Pero la tensión ya va de Moncloa a Galapagar.
8 marzo, 2020 02:43Noticias relacionadas
Nada parecía apuntar hace apenas unas semanas, tras la fotografía de familia del Gobierno de España en la campiña toledana, que detrás de las sonrisas de ministros y ministras, de compañeros y compañeras, de socialistas y líderes de Unidas Podemos, algo estaba a punto de estallar. Buscaban “engrasar” la relación entre ambas formaciones políticas, pero cuando un dossier se cruzó en medio, el muro que pretendía ser el Ejecutivo, de repente, se resquebrajó.
El documento, el primer borrador de la ley Irene —esto es, la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual—, fue el detonante de una tormenta de dimensiones mucho mayores, pero únicamente porque había dado con la tecla: la institucionalidad que se le exige a los ministros, la necesidad de formar un único equipo y, sobre todo, la nota discordante en la que se ha convertido la ministra de Igualdad, Irene Montero, según apuntan fuentes de Moncloa en conversación con EL ESPAÑOL.
Porque Irene Montero Gil (Madrid, 1988), temen desde el Gobierno, no se ha desprendido aún de esa vehemencia, esa virulencia que requiere el activismo social y que uno debe abandonar cuando lleva el traje institucional. Montero es ministra, pero en ella aún vive ramalazos de las anteriores Irenes que fue.
Activista, portavoz, ministra
En aquella sesión de trabajo del Gobierno en Quintos de Mora el pasado 8 de febrero, las sonrisas, la vestimenta informal y la buena vibra querían ser las protagonistas. Era el plan establecido: después de la génesis de un Ejecutivo difícil, resultante de un matrimonio de conveniencia, con arduas negociaciones detrás y un cruce de acusaciones sostenido en los meses que rodearon las diferentes citas electorales, había necesidad de calmar los ánimos y crear dinámicas de trabajo interministeriales. Sembrar confianza. Comenzar a funcionar.
Ya con el reparto de carteras, el recelo comenzó a aflorar. El orden de los sillones del Consejo de Ministros era codiciado. Los llamados ministerios de Estado estaban fuera del alcance de los miembros de Unidas Podemos, y las carteras desde las que se podía legislar los buques insignia del programa eran reducidas. Había un gran objeto de deseo: las competencias de Igualdad.
Ese tira y afloja lo ganaron, finalmente, los morados. Se las quedaría la activista Montero, de formación psicóloga, y las perdería Carmen Calvo, quien las ostentaba hasta el momento. Se unía esta silla a la mesa de Sánchez, aunque a una gran distancia: entre el presidente del Gobierno y la nueva titular de Igualdad hay nueve carteras más, símbolo de la lejanía desde la que arrancaba Montero. Justo al otro extremo de la sala. Justo en el lado contrario. Justo enfrente.
Pero con ambos partidos envueltos en la bandera del feminismo, aunque con posiciones bien diferenciadas, desde el primer Gobierno de coalición de la historia reciente de España se aseguró que la igualdad real entre hombres y mujeres iba a ser algo “transversal”. Es decir: la titular sería ella, pero, sus logros, de todos.
El resquemor es patente en las filas socialistas, tal y como ha podido pulsar este diario, aunque no hacia su grupo confederal sino, más bien, hacia ella. Fuentes del Ejecutivo consideran que, en cambio, desde que Iglesias asumió la vicepresidencia segunda “sí que está en su papel”. En Irene se vislumbran diferentes perfiles, y a ratos puede parecer que se confunden entre sí.
Una pareja con contradicciones
La comparación, para ellos, se está convirtiendo en inevitable. Ya fuera en sus actos en calidad de secretario general de Podemos —como en la charla universitaria en la que sufrió un escrache— o como miembro destacado del Gobierno de España, Pablo Iglesias no se ha salido del guion esperado. Los aplausos al Rey durante la sesión solemne de apertura de las Cortes ya lo auguraban: era consciente de su rol, de lo que se pretendía de él y de las responsabilidades de su cargo, y lo asumía con pragmatismo.
Ella se ha convertido, a muchos ojos, en una rebelde que no encuentra su lugar. Montero pelea, se emociona, toma decisiones con pasión y vehemencia… pero lo hace de cara al público. Quizá se deba a la sensación de claustrofobia que puede llegar a generar el sentir el peso del Estado sobre tus hombros. Ella, una mujer criada en las asambleas, en los debates universitarios, en las manifestaciones y reivindicaciones, tiene ahora que contenerse. Medir.
“Son muchas las contradicciones personales e ideológicas que están viviendo”, indican fuentes parlamentarias a este periódico. “Una cosa es el discurso y otra cosa es, cuando estás en la Administración, valorar hasta dónde puedes llegar. Es complicado”. Desde el Congreso, fuentes del entorno de ambos lados del Consejo de Ministros ahondan en esa tesis. “En eso Garzón ha sido más listo. Él, antes de que surja el problema, ya ha reconocido que se va a tener que autolimitar. Mal está decirlo, pero hay que saber que hay límites”.
Quienes conocen los recovecos de la Administración, el peso de las formas, de la importancia del continente tanto o más que el contenido, afirman que éste es un problema de fiscalización. Que todo esto se podría haber evitado con una gestión eficaz de la estructura del Gobierno. “Alguien no ha controlado esto e Igualdad es un Ministerio que depende de la vicepresidencia de Asuntos Sociales, del vicepresidente Iglesias. De ahí viene todo el problema”, sostienen.
Pero por los pasillos de la Carrera de San Jerónimo hay otra cuestión de fondo, que circula y preocupa, traspasando las bancadas azules del Gobierno. “Ahí viene el dilema: cuando tienes una pareja, sales a defenderla. Y llegan los conflictos internos, es inevitable”, opina un diputado popular, cercano, a pesar de ello, al vicepresidente y a la ministra.
Lo verbalizó de manera sucinta la portavoz del PP en la Cámara Baja, Cayetana Álvarez de Toledo, que convirtió el choque en arma política. “Irene Montero es la mujer más humillada de la política española”. “Si yo fuera ministra de Igualdad y mi marido vicepresidente y se le ocurriera salir en mi defensa cual macho alfa para protegerme de las críticas de un compañero, yo le mandaría al sofá”.
Esta relación sentimental siempre ha sido objeto de controversia política. La sintonía entre ambos era evidente y, sumado al ascenso fulgurante de Montero dentro de las estructuras de Podemos —fue la primera mujer portavoz parlamentaria de su partido y hay quien dibuja un futuro en el que Irene podría disputar el liderazgo a Pablo si se abre la brecha, como sucedió al otro lado de los Pirineos con Ségolène Royal y François Hollande—, el ataque se ha centrado en ellos en múltiples ocasiones. Fue, finalmente, en febrero de 2017 cuando fueron descubiertos juntos. Han salido indemnes de las refriegas de tinte personal, independientemente del estado de su relación —aunque, como ahora, no sea el ideal—.
El proceso vivido por ambos dirigentes ha sido paralelo al que ha experimentado la formación política a la que pertenecen. Evolucionaron a borbotones. Como un adolescente que crece, Iglesias y Montero —y, de su mano, Podemos— han pasado de la universidad al Congreso. De la consigna a la iniciativa parlamentaria. De Vallecas a Galapagar.
El último bombardeo
El episodio último y estallido de la bomba Irene ha sido el vivido en estos siete días: la llamada Ley Montero. Los choques a uno y otro lado del Ejecutivo eran constantes: desde Unidas Podemos querían comenzar con la tramitación legislativa en la semana del 8-M como golpe de efecto y el PSOE prefería otro calendario. Pero aunque la formación de Pablo Iglesias ganó la batalla, Justicia y la vicepresidencia de Carmen Calvo intervinieron. El resultado es de sobra conocido: diversos borradores hechos públicos que ponían la cara colorada a Igualdad por problemas de técnica legislativa y declaraciones cruzadas en los medios de comunicación.
Era fuego amigo: desde Igualdad se aseguró que el texto "se ha quedado corto" tras la revisión del mismo por parte de otros ministerios. Acusaban directamente a Calvo y al ministro de Justicia, Juan Carlos Campo —quien, a su vez, es la pareja de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet—, de haber tratado de "bloquear con excusas" la norma. Después entró en tromba Podemos. El propio Pablo Iglesias acusó al titular de Justicia de ser un “machista frustrado” por el tirón de orejas —Iglesias había comenzado a salirse de su posición inicial—. Le siguió Pablo Echenique, que echó más leña al fuego y le llamó "machote". Todo el trabajo previo, el intento de empaste entre ambos partidos, había saltado por los aires.
La tensión vivida se visualizó en la intervención de Montero en la sesión de control al Gobierno en el Senado. Ante la pregunta de la senadora autonómica Lorena Roldán (Ciudadanos), la ministra estalló justo como más se temía: volviendo al tono de activista. Ya se veía venir, lamentan desde Moncloa.
Todo se ha avivado en la semana del día de la mujer, 8-M, y fecha marcada en rojo en el calendario de los dos partidos que conviven en Moncloa. Desde el Congreso temen lo que esté por venir: “Tendrán mucho lío entre feministas. Entre sangre pura y muggles, que las llamo yo, para ver quién tiene la bandera más grande”, bromea una voz de la comisión de Igualdad.
Cohorte de colegas
“Ella está aún imbuida del discurso radical. Está rodeada en el Ministerio de Igualdad de activistas, no de técnicos”, mantiene otro diputado cercano a la cartera de Montero. La gestión de la comunicación institucional —bien diferente a la que se le presupone a una ministra: ahí está el ejemplo de las redes sociales de otras carteras lideradas por Unidas Podemos—, además, ha abierto otra zanja. “No se trata del vídeo de la tarta, ni de cómo lanzan los mensajes, con un tono como si siguiera en la facultad o de activista social. Es que en el despacho tiene la hamaca de la criatura con los juguetes alrededor. Eso es un privilegio, no igualdad ni visibilidad. Eso no lo pueden hacer ni las empleadas públicas”.
Desde el PP dejan caer que si llegan a ser ellos los que, cuando se encontraban en su lugar —en su momento se trató de una Secretaría de Estado y no de un Ministerio—, llegan a celebrar el cumpleaños del responsable último en horario de trabajo, rodeado de colaboradores y colegas, con las actuales cifras de violencia de género, se les “habría caído el pelo”. Los especialistas del sector, preguntados por la formación del equipo de Montero, arquean las cejas. La ministra está rodea de “aduladoras”. “Son sus amigas. No son técnicas especialistas y por eso se ha liado la que se ha liado con la factura de su proyecto de ley”.
La actitud de Irene Montero no deja de sorprender a los funcionarios más antiguos del Ministerio. Para muestra, un botón: en una visita reciente al Instituto de la Mujer, Montero —bebé en brazos mediante— no paró de sorprenderse de dónde se ubicaba y qué hacía ese organismo, vital para su ministerio. Perdida, sin la suficiente información que se le supone a alguien que ocupa su cargo. Como quien va de excursión.
En su semana más amarga desde que asumió la cartera, Montero tiene un reto por delante: que no se desmorone el proyecto de su partido al frente del Gobierno de España y que no torpedee todas las iniciativas vienen detrás. Así lo resaltan quienes la conocen bien: “Irene es como es: tiene 32 años, no ha estado nunca en la Administración y piensa que todo puede hacerse porque sí, y no se puede”, consideran las fuentes consultadas. “Porque en un Ministerio sin competencias reales y que el presupuesto no depende de ti, harás lo que te digan los ministerios que se puede hacer. No puedes hacer otra cosa. Hay que ser posibilista, y ella no lo es”.
Las batallas se libran una a una y si algo ha demostrado Montero a lo largo de su trayectoria política es que está preparada para cualquier envite. En el PSOE le acusan de chapucera por la factura de su anteproyecto legislativo. También afirman que se cree demasiado lista. Desde Unidas Podemos asumen, como aceptan en privado, que los socialistas han filtrado a propósito que no tienen experiencia gubernamental. Es decir: que no saben hacer leyes. Es cierto que hay alguna discrepancia de fondo —teoría queer, qué es ser mujer, prostitución...— pero, realmente, no se trata de eso: es una simple lucha de poder. El mensaje que ahora quiere trasladar Igualdad es que “lo importante es que la Ley comienza su trámite y que se va a pelear para que sufra las menos modificaciones posibles en el Parlamento”, expresan en una charla con este diario.
Ante semejante panorama, la hoja de ruta a seguir es evidente: aunque esté trascendiendo un personaje vulnerable e incluso liviano, Montero plantea enrocarse. Así lo dijo a sus más estrechas colaboradoras mientras preparaban la ley que desencadenó el tiroteo. “Aquí vamos a resistir”, adujo, según cuentan testigos presenciales. La cuestión es cuánto tiempo pasará hasta que todo vuelva a explotar. Tic, tac.