A ella siempre le gustó salir, gustar, divertirse, las compañías de postín, las fiestas, los cócteles. Y hubo una época en la que los potentados de los salones de la socialité se la disputaban. Todavía entonces la prensa tenía algo que decir a la hora de construir mitos, y Paco Umbral, gracias a sus columnas, escribía quién sí y quién no merecía estar en el olimpo de la fama. Nadiuska, resaltada en negrita por Umbral, era una de las fijas. “Coincidimos mucho en aquel momento, con directores para los que habíamos trabajado o con diferentes parejas que ella tuvo. A lo mejor yo tenía una función y ella venía al terminar e íbamos a cenar en grupo. Le gustaba mucho moverse por esos ambientes, pero tenía un problema: era muy frágil, necesitaba cariño y estaba muy sola”. Quien habla es Jenny Llada, vedette, estrella de la época del destape, actriz de teatro y aún hoy personaje televisivo. A quien retrata, se quedó por el camino, como refleja el documental de El enigma Nadiuska de Atresplayer que se estrena este domingo.
Nadiuska no logró salir de la trampa que escondía su salto a la fama. La gran sex symbol del cine de la Transición y el primer posfranquismo se hundió cuando aquel periodo tan rompedor como efímero tocó a su fin. La abandonaron los contactos, el dinero, el glamour; la belleza, simplemente, se le acabó. Aparecieron entonces esos fantasmas que nunca dejaron de estar presentes en su vida. “Cuando llegué a España no conocía a nadie, no tenía amistades. Me costó mucho con el idioma hasta que poco a poco comencé a entender la mentalidad de la gente”, confesó Nadiuska en el punto álgido de su carrera al periodista José María Íñigo. Al llegar el declive, también volvió la soledad.
La actriz no había llegado a España como Nadiuska, sino como Roswicha Bertasha Smid Honczar, una joven de 19 años que aterrizó en 1971 en Barcelona para pasar unas simples vacaciones, según su propio testimonio; o para buscar un trabajo con el que ayudar a su madre enferma, cuentan otras versiones. Su biografía está llena de lugares oscuros, esos que suelen rellenarse con un punto de fabulación. De lo que hay pocas dudas es de que su belleza exótica -nació en Alemania, de madre rusa y padre polaco- y su espontaneidad le sirvieron para abrirse paso en esa España más antigua que moderna del desarrollismo: ¡Que vienen las suecas! Comenzó trabajando como bailarina en una discoteca en Sitges y un año más tarde ya estaba rodando películas.
La primera de ellas fue Soltero y padre en la vida (1972), una comedia dirigida por Javier Aguirre y en la que coincidió con José Sacristán. “Yo la conocí desde que llegó, era una tía cojonuda, una gran profesional, que se esforzó por aprender el idioma y que en el trabajo era de lo más seria”, afirma el actor a EL ESPAÑOL | Porfolio. Sacristán compartía representante con Nadiuska: Damián Rabal, hermano de Paco Rabal, agente artístico de los más grandes del momento y fabricante de estrellas. Damián Rabal entendió su tiempo, observó las cualidades de la artista alemana y la catapultó a la fama.
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El destape
Meses antes de la muerte de Franco, un nuevo código de censura permitió el desnudo en pantalla siempre que estuviera justificado. Pero con el fallecimiento del dictador, desaparecieron por completo los vetos y la carne pasó a estar justificada todo el rato. Los españoles ya no tenían que ir a Perpiñán a ver cine erótico, Perpiñán estaba ahora aquí. Bajo esa sed de libertad, comenzaron a aflorar películas en las que las mujeres enseñaban su cuerpo a las primeras de cambio y durante un tiempo casi no se hizo otra cosa en la industria. Se conoció como el cine del destape. “No era un destape sólo físico, sino un destape moral, ideológico, político, me atrevería a decir incluso. Había películas mejores y peores, como en todas las épocas, pero meterlas a todas en el mismo saco y asegurar que todo ese cine era de baja calidad es una absoluta necedad”, defiende José Sacristán.
Artistas como Victoria Abril, Ana Belén o Bárbara Rey formaron parte del fenómeno. También otras, que quedaron atrapadas en aquella época, como Blanca Estrada, Eva Lyberten o la desaparecida Amparo Muñoz, que se enredó en el mundo de las drogas. Pero, de entre todas ellas, Nadiuska tenía algo especial. “Era sensual, atrevida, una fiera ante la cámara. Había que doblarla porque no hablaba bien el idioma, pero la cámara la adoraba”, comenta de ella, al otro lado del teléfono, su compañera Jenny Llada. Nadiuska hizo de ese español atragantado una virtud con la que resultaba aún más sugerente. Y en cuestión de unos pocos años rodó más de medio centenar de películas, con títulos como Polvo eres (1974), Zorrita Martínez (1975), Último deseo (1976) o La amante perfecta (1976). La temática, casi siempre, era lo de menos: lo importante era que se desnudara Nadiuska.
Otros cineastas no tienen una visión tan nostálgica de la época. El director Félix Sabroso rodó muchos años después, junto a Dunia Ayaso, Los años desnudos (2008), una película que narra cómo fueron tratadas aquellas musas del destape. “Se vivió como un símbolo de aperturismo y de liberación sexual, pero lo que había detrás era una España que no había cambiado tan rápidamente. Arrastrábamos 40 años de represión sexual y eso hacía que esas actrices estuvieran rodeadas de machismo, no sólo por parte del público, sino también de productores, actores o directores. Eran mujeres muy estigmatizadas, porque no tenían alternativa para trabajar. E incluso en películas de corte más social la condición narrativa era que ellas se desnudaran”, asegura Félix Sabroso.
El cine del destape, realmente, no fue un producto oriundo de una España cateta, sino una expresión tardía de una corriente que ya se había extendido por Europa y Estados Unidos. La moral había cambiado, a esas mujeres recatadas que se acostaban en la pantalla vestidas y con el pelo cardado les habían sucedido bellezas despampanantes como Sofia Loren o Brigitte Bardot. El ritmo lo marcaban películas como Blow up (1966) o El último tango en París (1972). Lo que ocurrió en España es que, en esas, todavía andábamos inmersos en el franquismo, la industria cinematográfica estaba mucho menos desarrollada y cuando el cine quiso subirse a esa ola lo hizo con pocos recursos y altas dosis de cultura cañí.
“Las actrices, además, fueron carne de cañón, porque el fin del destape tuvo dos consecuencias: por un lado, degeneró directamente en cine X, por lo que los pajilleros terminaron refugiándose en salas X; y, por otro, cuando en los ochenta se empezó a hacer un cine más social o de autor, la mayoría de las actrices fueron denigradas porque lo que habían podido hacer hasta entonces era una mierda”, concluye Félix Sabroso. Como tantas otras cosas, se puede decir que el destape terminó con la Transición y la llegada de la democracia. El director, que trató todo esto en su película de denuncia a aquella época, asegura que “unas pocas pudieron reciclarse, otras reniegan de aquel momento y muchas cayeron en el olvido”. Para él, Nadiuska fue “una víctima del destape”.
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La caída
Para entonces Nadiuska ya había posado desnuda en varias ocasiones para la revista Interviú y había accedido a casarse, aconsejada por su representante, con un chatarrero que arrastraba problemas mentales -el matrimonio fue disuelto años más tarde por el Tribunal vaticano de La Rota- con el fin de conseguir la nacionalidad española y poder trabajar regularmente en nuestro país. Algunas voces aseguran que su agente, Damián Rabal, se enamoró de ella y que la carrera de la actriz descarriló cuando él quiso. “Damián era la persona perfecta para crear estrellas, pero también para destruirlas. Él era capaz de decir quién hacía cada película. Y, llegado un momento, Nadiuska intentó hacer cosas fuera, pero le dejaron de llegar los contratos”, sostiene Jenny Llada.
Probablemente, la actriz alemana alcanzó la cima de su carrera cuando ya había comenzado su declive. En 1982, viajó a Hollywood para grabar con Arnold Schwarzenegger Conan el bárbaro, donde interpretó a la madre del Conán niño, al que, a su vez, encarnaba Jorge Sanz. Pero ni en Hollywood tuvo más recorrido ni en España marchaban las cosas para Nadiuska. Primero se fue a la India para buscarse a sí misma y más tarde se convirtió al catolicismo.
Otro de quienes compartieron agente con ella es Máximo Valverde, uno de los últimos galanes que quedan del cine español. “Es cierto que siempre se desnudaba y que le daban constantemente papeles de lo mismo: de amante, de prostituta… Pero su encanto estaba en que era una mujer guapísima y tenía un cuerpazo impresionante. Todo lo que hizo fue con Damián y creo que ella se benefició más de él que él de ella. Su problema fue que cuando el físico ya no era el mismo, comenzó su decadencia”, cuenta el actor a EL ESPAÑOL | Porfolio.
Él, dice, también recibió “papeles por su cuerpo”. Pero, a diferencia de las mujeres, para los hombres fue más fácil reciclarse, si no en el cine, en formatos como el teatro o la revista. Por no hablar del físico de los actores del destape, como Alfredo Landa, Fernando Esteso o Antonio Ozores. Esa furia española de pelo en pecho que conquistaba a las sofisticadas rubias europeas.
El hundimiento
En los noventa Nadiuska empezó a frecuentar programas de televisión como Crónicas marcianas y a mendigar papeles tras casi una década apartada de las pantallas. Su última aparición en el cine fue en Brácula: Condemor II (1997), protagonizada por Chiquito de la Calzada. Se había convertido en una mujer crepuscular, pero la salvación aún era posible. “Recuerdo que vino al estreno de la película en Marbella, con un sombrero de plumas azules que no pegaba mucho, y ahí ya estaba mal”, rememora Jenny Llada. Pero lo peor vino después.
“Después, me la encontré viviendo en un banco de la calle Ayala, en Madrid. Me lo comentaron y fui a verla un par de veces. Entraba a un bar a asearse y decía cosas que no tenían mucho sentido. Le intenté dar algo de comer y ayudarla, pero no hubo manera”, añade su compañera de profesión. Nadiuska había intentado montar un restaurante, se dedicó a la exportación de carne congelada y a la bisutería. Nada de eso salió bien.
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Un alto directivo le pagó el alquiler de una buena casa en Madrid durante algunos meses, hasta que se fue y la dejó plantada. La actriz se quedó en la calle, rebuscaba comida en la basura y aseguraba que alguien muy importante le había impedido salir adelante. En 2002 le diagnosticaron esquizofrenia y tras dar bastantes tumbos desde hace años vive en un centro psiquiátrico de Ciempozuelos rodeada de monjas. "Es la Norman Desmond de El crepúsculo de los dioses o la Alexandra del Lago del Dulce pájaro de juventud de Tenessee Williams", la define José Sacristán. Actrices que alcanzaron la cima y no pensaron en lo que venía después.
La historia de Nadiuska ha sido tratada en un documental en audio en la plataforma Sonora y este domingo se estrena en Atresplayer otro documental en vídeo, dirigido por Valeria Vegas. Se titula El enigma Nadiuska y la pregunta que esconde es sencilla: cómo pudo ocurrir. ¿Fue el clásico juguete roto, la soledad terminó venciendo, la utilizaron, sufrió los estragos de una época cruel con las mujeres, fue solo víctima de sí misma o todas las respuestas anteriores son correctas? Quizás tampoco haya una razón que prevalezca, y de nuevo una cábala ponga una conclusión a su vida. Lo único cierto es que de todas las películas que protagonizó ninguna tenía un final tan amargo.