El 13 de marzo de 1954, Nikita Kruschev reorganizaba los servicios de seguridad y espionaje soviéticos y ponía al frente a uno de sus hombres más leales, Iván Serov. Nacía el Komitet Gosudarstvennoi Bezopasnosti, el Comité de la Seguridad Estatal, que pasaría a la historia por sus siglas: KGB.
El Comité de Seguridad acabaría convirtiéndose en un gobierno en la sombra a la que sus creadores habían dado toda la libertad para que hiciese todo lo que fuera necesario para mantener la seguridad de la Unión Soviética. El KGB era temido por todos y era capaz de crear conspiraciones para derrocar a quien fuera necesario, incluso al líder del país, como le ocurrió al propio Kruschev en 1964.
Entre todos los agentes que conformaron uno de los servicios secretos más temidos del mundo, hubo una mujer que logró ascender a su cúpula, la española más condecorada de la Unión Soviética, la única mujer en alcanzar el grado de coronel y una de las pocas que logró sobrevivir con éxito a todas las purgas internas de la organización. Una espía que fue enterrada en Moscú con todos los honores y en cuya lápida aparece una palabra en castellano, su nombre en clave, Patria: África de las Heras Gavilán, la reina del KGB.
África nace en Ceuta el 27 de abril de 1909 en una familia burguesa de tradición militar de la ciudad. Su padre era Zoilo de las Heras, escribiente militar, y su madre Virtudes Gavilán de Pro. Uno de sus tíos era Manuel de las Heras, general del Ejército español de la República y otro era Julián de las Heras, alcalde de Ceuta.
Poco se conoce de su juventud, más allá de que estudió en el prestigioso colegio del Sagrado Corazón de Jesús de Ceuta, rodeada de monjas, normas y mucha religión. Con 19 años se casa con un capitán de infantería del tercio de la Legión, Francisco Javier Arbat, de 25 años, que moriría años más tarde durante la Guerra Civil en el frente del Jarama, aunque África ya se había separado de él mucho antes, tras haber tenido un hijo que murió a temprana edad.
Parecía que el futuro de esta joven transcurriría por el mismo camino que el de las demás ceutíes de clase media, que se casaban con militares destinados en Ceuta, pero tras irse a Madrid, comenzaba su particular metamorfosis. En pocos años pasa de ser una tradicional jovencita a formar parte del comunismo más radical.
En Madrid pasó de ser una tradicional jovencita de Ceuta a formar parte del comunismo más radical.
En la capital de España conoció a un empleado de banca, socialista y miembro de UGT, que le inoculó el fervor político y le abrió los ojos a la lucha obrera. Comienza a militar en el incipiente Partido Comunista de España y participa activamente en la Revolución de Asturias, donde comprueba de primera mano cómo actuaba la represión del Estado, lo que acaba radicalizando y fanatizando su ideología, hasta convertirse en su religión.
El estallido de la Guerra Civil la coge en Barcelona donde, la pequeña Pasionaria, como ya la llamaban, se convirtió en interrogadora en la checa de San Elías, una de las más temidas de la ciudad. Una checa era una instalación empleada durante la Guerra Civil en la zona republicana para detener, interrogar, torturar, juzgar y ejecutar a sospechosos de simpatizar con el bando franquista.
Nace una espía soviética
Y fue en Barcelona donde conoció a dos personas que marcarían su vida: Caridad Mercader y su hijo Ramón, el futuro asesino de Trotsky. Caridad se da cuenta de la valía, la frialdad y la inteligencia que posee África, por lo que es seducida por la Unión Soviética para que trabaje para ellos.
Dos agentes del NKVD (una de las agencias precursoras del KGB), Erno Gerö y Leonid Eitingon, convencieron a la joven ceutí de que se uniera a su causa: “Para escribir una pintada en la calle, vale cualquiera. Para escribir la historia, solo unos pocos elegidos; tú eres uno de ellos”.
Fue entonces cuando comenzó a forjarse la leyenda de África de las Heras.
Es enviada a la URSS para ser formada como espía junto a otros españoles, entre ellos Ramón Mercader. En Siberia son adoctrinados y entrenados para convertirse en su nueva religión, en la que Stalin es su dios y la revolución bolchevique su biblia. Comenzaba la andadura de África como la espía más importante de la Unión Soviética.
En su primera misión, en 1937, fue enviada a México con el nombre de María de la Sierra, para formar parte del plan de asesinato del mayor enemigo de la Madre Rusia: León Trotsky, uno de los pocos que se habían enfrentado políticamente a Stalin, lo que le había obligado a exiliarse en el único país que se había atrevido a acogerlo.
Se desconoce el papel exacto que desempañó África en el asesinato, pero sí se sabe con seguridad que ayudó a Ramón Mercader a ejecutarlo. Tras la ejecución del opositor soviético y la detención de Ramón, la española es sacada de México en un carguero soviético con rumbo a Moscú, donde se encuentra un país movilizado en plena Segunda Guerra Mundial.
Tras las líneas nazis
Tras realizar unos cursillos de enfermería en la capital soviética, quiso ir al frente, petición que sus superiores aceptaron. Se le instruyó en todas las formas de matar y se le entregaron dos granadas, una pistola y un cuchillo de los que nunca se separó. Su misión era formar parte de una unidad encubierta que operaría tras las líneas nazis enviando mensajes de radio falsos e interceptando comunicaciones cifradas.
Fue lanzada en paracaídas la noche del 16 de junio de 1942 cerca de Kiev junto a los miembros de su unidad, Los Vencedores, y su rol era el de telegrafista, siempre cargada a la espalda con una maleta con su equipo de radio con el que transmitía a Moscú e interceptaba los mensajes encriptados del enemigo. Si era descubierta, sus órdenes eran las de hacer estallar las dos granadas suicidándose, además de acabar con sus enemigos. Nadie en su unidad dudaba que las cumpliría.
La subcomandante Yvonne, su identidad en aquella misión, permaneció en los bosques de Vinnytsia hasta finales de 1944, en que la guerra con Alemania llegaba a su fin. Sus superiores tenían nuevos planes para ella.
Reaparece en París con una nueva identidad: María Luisa de las Heras, modista de alta costura. En la capital gala se codea con la alta sociedad francesa y entabla confianza con las damas más importantes del país, que confían a su bella y elegante modista sus mayores secretos.
Pero su misión no eran las damas parisinas, sino un importante intelectual, escritor y músico uruguayo: Felisberto Hernández. Tenía que seducirlo y casarse con él para tener la mejor tapadera posible, ya que era un furibundo y reconocido anticomunista, al que necesitaban para la siguiente fase de su plan: introducirse en Latinoamérica para dirigir la mayor red de espías americanos del KGB.
Dirigiendo la red sudamericana de espías
África y Felisberto se casan y se instalan en Montevideo, en 1949, desde donde la española se encargó de tejer toda la red de espionaje del KGB en América del Sur. En cuanto obtuvo los papeles de la ciudadanía se separó del escritor para contraer matrimonio con otro espía enviado desde Moscú, Valentino Marchetti, con el que creó una fachada de apariencia anodina mientras desarrollaban un papel fundamental en la coordinación de la inteligencia soviética en toda la región.
Si algún agente tenía que instalarse en algún país latinoamericano, tenía que pasar primero por Uruguay, para que María Luisa le preparara los documentos, le trasmitiera las instrucciones y le asignara su zona de actuación, ya que la española era la jefa de todo el servicio de espionaje soviético en América del Sur.
La española fue la jefa de todo el servicio de espionaje soviético en América del Sur durante 20 años.
A principios de la década de 1960, su esposo comenzó a dudar de las políticas soviéticas, por lo que deja de ser de fiar. Marchetti era un hombre joven y sano que, repentinamente, sufre una parada cardiaca falleciendo en el acto. Hay quien afirma que, aunque parecía una muerte natural, África tuvo mucho que ver con ella. La policía uruguaya también tuvo sus sospechas, pero finalmente, la investigación se archivó.
Durante 20 años desempeñó su labor sin ser descubierta ni levantar sospechas, hasta que abandonó Montevideo en 1968 para regresar a su patria, justamente el nombre en clave que le habían asignado en Moscú, Patria, un nombre que siempre traía importantes informaciones, entre ellas la del plan alemán para atentar contra Roosevelt, Churchill y Stalin en la cumbre de Teherán de 1943 o el de la invasión de la Bahía de Cochinos orquestado por Kennedy.
La reina del KGB
Maria Pavlova, su identidad en la URSS, ejerció durante dos décadas como instructora de nuevos agentes del KGB y era su mayor experta en América Latina. Tan sólo salió al exterior para participar en misiones especiales y nunca regresó a España. Se retiró en 1985 siendo coronel del KGB, lo que la convirtió en la mujer con el más alto rango del Ejército soviético y la más condecorada de la historia de la URSS.
Su fidelidad a la Unión Soviética fue total, como demuestra que nunca fue víctima de una purga interna de las que tanto le gustaban a Stalin, ni a las que ordenó Kruschev, y sobrevivió a todo y a todos. Ella tan sólo era una soldado, cuyo nombre es uno de los pocos de mujer que perduran entre las figuras ilustres del espionaje soviético.
Su trabajo fue tan extraordinario que en los pasillos de la CIA nunca descubrieron quién era aquella escurridiza mujer que movía los hilos del espionaje mundial hasta que su identidad fue desvelada años después de su muerte.
La reina del KGB murió de un paro cardíaco el 8 de marzo de 1988, meses antes de la caída del Muro de Berlín y de la disolución de la Unión Soviética. Era asombrosa hasta para elegir el momento en el que morir: “Un buen espía sabe cuándo aparecer; el mejor espía sabe en qué momento desaparecer”.
Fue enterrada con los mayores honores militares de la nación en el cementerio de Khovanskoye de Moscú, cerca de Ramón Mercader. En su tumba hay una lápida con su rostro grabado y un texto en ruso: “Coronel África de las Heras, 1909-1988”. A su lado sobre la piedra, hay una sola palabra escrita en castellano: Patria.