Suena el teléfono en la iglesia de Santi Simone e Giuda Taddeo de Roma. Descuelga Alessandro, de 72 años, voluntario desde hace más de 50 en la parroquia. “Claro, claro que me acuerdo, ¿cómo no? Don Matteo, era un hombre bueno, acogedor. Cuando daba misa, había una fila de pobres que daba la vuelta a la iglesia para venir a verle. Después, al terminar, se dirigía a los fieles y los mayores se abrazaban a él. Estuvo sólo un año y medio aquí, pero no nos olvidamos de él”. El templo se ubica en Tor Angela, en la periferia de Roma, una zona abandonada por todas las administraciones en la que los años ochenta aún no han terminado de pasar.
“Aquí tenemos muchas personas que viven en chabolas, drogadictos, alcohólicos, gente con problemas de todo tipo”, asegura Alessandro. A Matteo Zuppi lo habían enviado allí en 2010, después de participar en importantes misiones de paz en África. El voluntario insiste en que “también trajo consigo a un asistente que interpretaba el lenguaje de signos para que los sordomudos pudieran seguir la misa”. Justo después lo nombraron obispo auxiliar de Roma, más tarde arzobispo de Bolonia, lo hicieron cardenal y el año pasado el papa Francisco lo eligió como presidente de la Conferencia Episcopal italiana. Por los cumpleaños, Don Matteo sigue llamando a sus antiguos compañeros de la parroquia romana de Santi Simone e Giuda Taddeo.
Ese mismo hombre acaba de regresar de Kiev, donde se ha reunido esta semana con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. Ya en Roma, el arzobispo de Bolonia aseguró que "no se trata de una mediación, sino una manifestación de interés, cercanía y escucha para que el conflicto encuentre caminos de paz. Todo lo demás son expectativas que todos tenemos, con la esperanza de que la guerra termine, o especulaciones". Se elucubraba con que Zuppi pudiera reunirse también con Vladimir Putin, aunque no fue así. Y antes de retomar la actividad, tendrá que departir con el Papa, que se encuentra ingresado tras una nueva operación.
Il cardinale Matteo #Zuppi, inviato da #PapaFrancesco in missione in Ucraina, ha incontrato il presidente #Zelensky" pic.twitter.com/PRE6ipzTpz
— Vatican News (@vaticannews_it) June 6, 2023
El propio Francisco fue el encargado de desvelar que estaba en marcha una “operación secreta” para intentar llevar la paz a Ucrania hace algo más de un mes. Pocos días más tarde Zelenski se reunió en Roma con el Papa, con quien no había tenido hasta ahora una sintonía especialmente buena debido a la cercanía que el pontífice ha mostrado a veces con el presidente ruso. “Le pedí que condenase los crímenes rusos en Ucrania, porque no puede haber igualdad entre víctima y agresor”, comentó en Twitter el líder ucraniano. Es pura diplomacia vaticana, acostumbrada a mantener abiertas todas las puertas antes de empezar a moverse entre bambalinas.
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Matteo Zuppi es alumno aventajado de esa misma escuela. A principios de los noventa comenzó a colaborar con la Comunidad de San Egidio, una asociación católica formada fundamentalmente por laicos, que se dedica a atender a los pobres, ocuparse de los refugiados y a desarrollar una actividad humanitaria con presencia en multitud de países. No depende oficialmente de la Santa Sede, pero el Vaticano, y en especial este Papa, recurren a ella habitualmente como avanzadilla para intervenir en conflictos. En Ucrania, San Egidio también está actuando por su cuenta, ayudando a la población civil y manteniendo reuniones de forma discreta.
Gracias a él llegamos a una solución en Mozambique y más tarde se reunió con Mandela, a quien le propuso una salida también a la guerra en Burundi
En 1992 Matteo Zuppi y Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, estuvieron presentes en el acuerdo de paz para poner fin a la guerra en Mozambique, que se prolongaba desde hacía 17 años y había dejado centenares de miles de muertos. “Zuppi y yo nos conocimos en los setenta. Es un hombre del Concilio, uno de esos curas de la calle. Gracias a él llegamos a una solución en Mozambique y más tarde se reunió con Mandela, a quien le propuso una salida también a la guerra en Burundi. Su bagaje le avala, ciertamente se trata de un hombre excepcional”, asegura Riccardi al teléfono. El arzobispo de Bolonia suele estar en las quinielas como candidato a futuro papa.
- ¿También estuvo en España intentando negociar con ETA, no?
- Entiendo que en España es un tema importante, pero, con todo el respeto, se trata de un asunto menor comparado con su actividad para favorecer la paz en África.
Negociaciones frustradas
En San Egidio nunca hablaron muy a las claras de lo que sucedió en los noventa en el País Vasco. Más que nada, porque las negociaciones no dieron resultados en ese momento, y lo que no cristaliza no se cuenta. Fuentes consultadas, que estuvieron presentes en esos intentos por convencer a los terroristas de deponer las armas, confirman que el cardenal participó en algunos de los muchos intentos infructuosos de negociación que se produjeron en aquella época. Ocurrió tras la llegada del PP al poder en 1996, con Jaime Mayor Oreja como ministro del Interior, y siempre con el visto bueno de éste, confirman estas fuentes.
Al parecer, los etarras desconfiaban porque pensaban que las reuniones en las que llegó a participar el clérigo estaban vigiladas por las fuerzas de seguridad. Era la época dura de ETA, previa al asesinato de Miguel Ángel Blanco, y la situación no estaba todavía madura. San Egidio tuvo que dar explicaciones entonces ante el malestar de una parte de la Iglesia vasca, que no estaba de acuerdo con las negociaciones. Su presencia “pretendía ser la de un testigo moral, conocido por haber participado en varios procesos de reconciliación internacional, y está conectada con el trabajo por la paz de la Comunidad de San Egidio, que contribuyó a superar esta dolorosa página de la historia española”, explicó la organización, según informó el diario El Correo. La asociación con sede en Roma mantuvo los contactos con el PNV, que en 2001 y 2002 le concedió sendos galardones, y ha mantenido buenas relaciones con ellos hasta ahora.
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La entrega de las armas
Pasaron los años, ETA se disolvió y Matteo Zuppi seguía ahí, a la expectativa. En 2011 la banda terrorista anunció un alto el fuego definitivo y ellos mismos insistieron, en su estrategia por internacionalizar el conflicto que mantenían con el Estado, en contactar con organismos internacionales para supervisar el proceso que debía concluir con su desaparición. Apareció la Comisión Internacional de Verificación, un grupo formado por ex políticos, abogados y antiguos miembros de los servicios de inteligencia que habían tenido experiencia en procesos de paz en diferentes países. Su director era Ram Manikkalingam, que había sido asesor de Presidencia en su país, Sri Lanka, y profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Ámsterdam.
Manikkalingam no ha querido conceder demasiadas entrevistas desde entonces. Ahora, desde La Haya atiende a EL ESPAÑOL | PORFOLIO por videollamada. “Nosotros comenzamos los contactos con gente que estaba vinculada de alguna manera al entorno de ETA en 2011. Ellos al principio se resistían al desarme, solo querían mantener el alto el fuego, pero a partir de 2013 y 2014 esta posibilidad cada vez se hizo más factible”, rememora. En ese lapso de tiempo mantuvieron diversas reuniones de forma pública con diferentes representantes del Gobierno vasco, del Partido Socialista de Euskadi, de sindicatos abertzales, UGT, Comisiones Obreras y representantes de la Iglesia vasca. Juan María Uriarte, que había sido obispo de San Sebastián, estuvo presente en varios de esos encuentros.
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En 2014 la Comisión dio por bueno un listado facilitado por los terroristas en el que detallaban las armas que todavía poseían e incluso Manikkalingam y otro integrante del grupo aparecieron en un vídeo, difundido por la BBC, en el que dos encapuchados procedían a inutilizar una parte de ese material. Había cuatro pistolas, dos granadas, 300 balas y 16 kilos de explosivos, una pantomima. La Audiencia Nacional llamó a declarar a los negociadores, que salieron en libertad sin cargos, aunque en el Gobierno de Mariano Rajoy se instaló una desconfianza que acompañaría todo el resto del proceso.
El Gobierno de España nunca nos apoyó, pero jamás recibí un mensaje diciendo que dejáramos lo que estábamos haciendo
“El Gobierno de España nunca nos apoyó, pero también es importante decir que no nos dijeron que paráramos. Jamás recibí un mensaje de alguien del Gobierno diciendo que dejáramos lo que estábamos haciendo”, aclara el líder de los intermediarios. Pasaron tres años desde esa primera puesta en escena hasta la entrega definitiva de las armas. “Nos habían pasado un listado con la localización del armamento y pudimos celebrar el acontecimiento en una plaza de Bayona [Francia], con presencia de su alcalde y miembros de la sociedad civil”, sentencia Manikkalingam. Ocurrió el 8 de abril de 2017 y en ese acto no hubo ningún representante del Gobierno de España, tampoco acudió el lehendakari Iñigo Urkullu, ni ningún miembro de la Iglesia vasca. Para muchos fue un acto propagandístico por parte de ETA. Se entregaron unas 120 armas y tres toneladas de explosivos.
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El arzobispo freelance
Quienes eran entonces obispos en San Sebastián, Bilbao y Vitoria confirman ahora a EL ESPAÑOL que no estuvieron invitados, aunque no han querido hacer más declaraciones. Quien sí acudió fue el arzobispo de Bolonia. “Zuppi ya había seguido el caso de ETA y su presencia fue muy importante para el final de la banda. A nosotros nos respaldó en el trabajo que habíamos estado haciendo y a las autoridades francesas les dio confianza que estuviera allí un alto cargo de la Iglesia católica. Sirvió para darle legitimidad a aquel proceso”, considera Manikkalingam. La presencia de Zuppi ante la falta de autoridades políticas y religiosas españolas causó cierto revuelo, por lo que el Vaticano tuvo que anunciar que la Santa Sede no mandó al arzobispo a Bayona, sino que éste acudió a título individual. No fue enviado, pero un asunto así no escaparía jamás al conocimiento de las autoridades vaticanas.
No fue el único religioso presente. Junto a él estuvo Harold Good, un sacerdote metodista norirlandés, que había acompañado también todo el proceso para la disolución del IRA. A sus 86 años, Good recuerda al teléfono desde Belfast que “aquel fue un día memorable para la paz, estar allí todos juntos, con la multitud coreando en la plaza que por fin había terminado la violencia”. Él llegó a Euskadi por primera vez en 2005, con ETA y el IRA todavía activos, y también participó en varias conversaciones que no llegaron a buen puerto. “Me encontré una situación bastante similar a la de Irlanda del Norte, con mucha gente deseando que todo terminara, pero ante un proceso muy largo y complejo”. Por eso, quizás, valora lo ocurrido en Bayona “como algo maravilloso”. “Al final, lo importante es que ETA es parte del pasado”, sentencia.
Fue un día memorable para la paz, estar allí todos juntos, con la multitud coreando en la plaza que por fin había terminado la violencia
El sacerdote confirma que ni él ni su colega católico participaron en las reuniones previas al acto para la entrega de las armas. “Nos conocimos ahí, ese mismo día, hablamos un poco y no tuvimos más contacto”. El cardenal Zuppi no se ha pronunciado en público sobre ese momento y tampoco se ha prodigado en exceso sobre su experiencia en la mediación con ETA. Tan sólo en una entrevista con el diario Deia en 2006 se refería a ello en genérico. “Negociar en público sería muy peligroso y puede desembocar incluso en fracaso porque supondría radicalizar las posiciones. La discreción permite entenderse sin la presión de la opinión pública. Se puede llegar a un entendimiento para encontrar soluciones si no se tienen todos los ojos encima”, afirmaba entonces. Así ha sido su estrategia desde siempre y así actúa ahora en Ucrania. Diplomacia, ambivalencia, silencio y discreción, puro sello vaticano.