Cansada de las imitaciones, Antena 3 TV se lanzó a por el original. Durante casi dos años, la cadena había probado todo tipo de antídotos contra Pepe Navarro y su “Esta noche cruzamos el Missisipi”. Desde “La noche prohibida”, presentada por José Coronado, al “Efecto F”, con el que José Manuel Lorenzo, director general de la cadena, pretendía repetir el tremendo éxito de su hermano Francis en “Médico de Familia”.
Ninguno de estos programas se acercó siquiera a los números del Missisipi, convertido poco a poco en un fenómeno de masas. El programa de Pepe Navarro no era, como se decía, pionero de casi nada, ni falta que le hacía: el “late night” en la televisión española fue un invento de José María Íñigo en los años setenta, con unos formatos que, precisamente, se parecían más a lo que estaba haciendo Johnny Carson en “The Tonight Show” o había hecho antes Steve Allen: entrevistas a famosos y actuaciones musicales. Algo muy parecido a lo que llevó El Gran Wyoming a Telemadrid con su “La noche se mueve” (1992-93).
La apuesta de Navarro iba por otro lado: el presentador se había curtido en el magazín “La tarde” de TVE en los años ochenta y ya había creado buena parte del universo “Missisipi” en sus distintos programas matinales: “El día por delante”, también en TVE, y, sobre todo, “Vivir, vivir, qué bonito” y “Todo va bien” en Antena 3 TV. Ahí ya estaba la base sobre la que cimentaría el éxito de su programa nocturno en los siguientes años: un equipo de excelentes actores -Carlos Iglesias, Nuria González, Santiago Urrialde…- y un gusto evidente por la polémica en todas sus formas. Al espectador no solo había que engancharlo, sino que había que atarlo al sillón, que no pudiera despegar la mirada del televisor.
El éxito de Navarro estaba en su ritmo: la sucesión de impactos a menudo sin relación entre sí que ya triunfaban por la mañana, pero que se adaptaban aún mejor al insomnio nocturno: entraba Carlos Iglesias y salía un vídeo de Santiago Urrialde, aparecía un actor con prestigio en el plató y de repente era interpelado por un cómico molesto, los temas de investigación -el “Missisipi” generó muchos juguetes rotos, pero el primero de ellos probablemente fuera el escritor Álvaro Baeza, autor de “ETA nació en un seminario”- se mezclaban con los striptease o los reportajes en clubes de intercambio de parejas…
No había nada de Carson ni de Letterman ni de Leno, ni siquiera de Conan O´Brien en Pepe Navarro, pero la experiencia era apasionante. Una montaña rusa de sensaciones que conectaba muy bien con un público joven que había vivido precisamente una excitación parecida unos años antes con la propia aparición de Telecinco, que entró como un huracán en la vida de los adolescentes -y no tan adolescentes- españoles con su fanfarria Lazarov. En rigor, el “Missisipi”, sobre todo en su primera temporada, no solo era “gamberro”, sino que era enloquecedor. Y hay noches que lo que uno quiere es que le vuelvan loco y olvidarse de todo.
Hasta “Moros y cristianos”
El tiempo ha destacado algunos recuerdos y ha soterrado otros. Por ejemplo, del “Missisipi” se recuerda casi obsesivamente a La Veneno y el juicio paralelo del “caso Alcásser”. Sin embargo, ambos fueron productos tardíos, casi decadentes. Antes, fue la comedia. Fueron “Pepelu”, Lucas Grijánder, Krispín Klander, la “chica asexual”, el Reportero Total, Rambo… y todo aderezado por la letanía de la canción de los limones de José Antonio Canta, miembro del grupo de culto de los años ochenta, Pabellón Psiquiátrico, y a quien este tipo de fama en un carácter sensible le llevó directamente al suicidio en diciembre de 1996.
Entre la competencia, se planteaba una pregunta sin respuesta sencilla: ¿cómo se para un huracán? Todo se quedaba corto. José Coronado y Francis Lorenzo, desde luego, se quedaban cortos porque entendían de límites. Al fin y al cabo, eran actores. Pepe Navarro, no. Pepe Navarro era un animal televisivo que se proponía hacer de cada programa una especie de “Desmadre a la americana” con Florentino Fernández doblando a John Belushi mientras Elvis Presley cantaba “Amatoma”. ¿Cómo se hace frente a lo que no se puede definir? Apropiándoselo.
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Y así, en la primavera de 1996, Pepe Navarro llegó a un acuerdo con Antonio Asensio y empezó a preparar su marcha a Antena 3TV mientras su programa de Telecinco daba sus últimas bocanadas rozando el 40% de audiencia diaria. El reto del presentador era repetir el fenómeno en otra cadena cuya apuesta por una programación amable y familiar ya le había costado varias reprimendas cuando era empleado de la casa. Con todo, el reto de Maurizio Carlotti, por entonces director general de Telecinco, era aún mayor: inventarse un fenómeno de la nada. Con una nueva marca, nuevas caras y sabiendo que el huracán ahora soplaba en contra. En vez de buscar grandes fichajes, miró a su propia parrilla y encontró un nombre intrigante: Javier Sardá.
La elección de Sardá como competidor de Navarro no fue ninguna sorpresa. Si Navarro había sido uno de los hombres de referencia de la televisión de los ochenta, Sardá lo había sido de la radio de los noventa. Antes de abrazar el frenesí, Navarro era el chico guapo, agradable, moderno que había presentado un programa de cierta calidad como “La tarde”. Sardá, en ese sentido, estaba a la altura: no dejaba de ser el chico de los gallifantes, el del humor inteligente del Señor Casamajor, el que sabía dirigir con templanza “La ventana”, en la SER…
Si algo podía no cuadrar en la apuesta de Carlotti era que Sardá parecía demasiado buen chico. Presumía incluso de buen chico, era parte de su identidad. Una inocencia cínica, de intentar evitar por todos los medios el lado turbio de las cosas. Hasta “Moros y cristianos”, claro. Si el éxito de Pepe Navarro no se entiende sin el trabajo de hormiguita durante tantos y tantos magazines matinales creando su propio tono y su propio equipo, el de Sardá no se entiende sin el fenómeno del disparate que fue “Moros y cristianos”.
Por primera vez, Sardá se manchaba y parecía a gusto. El programa, donde ya estaban, por ejemplo, Juan Adriansens o Boris Izaguirre como tertulianos habituales, era un batiburrillo de opiniones sin sentido expresadas a gritos entre comentarios del público. Sardá tenía que poner algo de orden en todo aquello y lo hizo con éxito. Tanto, que en la cadena se dieron cuenta de que aquel no era ya el amable conductor de “Juego de niños”, sino una auténtica fiera televisiva, alguien dispuesto, llegado el momento, a manejarse más allá de los escrúpulos. Justo lo que necesitaban.
El Día D
Al nuevo programa lo llamaron “Crónicas Marcianas”, como el libro de Ray Bradbury y se basó en una premisa que no le interesaba a nadie y que abandonaron casi al primer mes: un grupo de marcianos examinaba desde la distancia la actualidad del planeta Tierra y la comentaba desde distintos enfoques. Eso, hasta que se dieron cuenta de que la distancia no vendía en televisión y tuvieron que mojarse los pies y mancharse las manos, como correspondía a cualquiera que quisiera competir contra Pepe Navarro, ya en Antena 3, con prácticamente todo su equipo de los años anteriores trabajando día y noche.
Todos los testimonios de los que iniciaron esa aventura en la productora Gestmusic coinciden en que estaban convencidos de que Navarro les arrasaría como había arrasado a todos sus demás rivales. Visto desde la distancia de los veinticinco años, hay que reconocer que, para tener tan clara la derrota, su plan de victoria estuvo realmente bien pensado, una sucesión de aciertos que desencadenaron todo lo que acabaría pasando en los dos meses y medio posteriores.
De entrada, Sardá necesitaba adelantarse, y eso fue lo que hizo. Presentar al público su propuesta antes que su contrincante y aprovecharse de la existencia previa en la cadena de una franja horaria dedicada a un programa de entretenimiento. “Crónicas Marcianas” empezó a emitirse un 8 de septiembre de 1997, es decir, una semana antes que su rival. Además, empezaba a las 23.00, por las 23.30 de “La sonrisa del pelícano”, el horrible nombre con el que Pepe Navarro se presentó en su nueva casa.
Por si eso fuera poco, se beneficiaba de un enorme “efecto arrastre”. De martes a jueves, “Crónicas Marcianas” empezaba después de series que arrasaban en Telecinco: “Querido Maestro”, “Periodistas”, “Médico de familia”, posteriormente “Hospital Central”… Solo el lunes, podía Pepe Navarro aprovechar un arrastre similar, cuando su programa empezaba justo después del partido en abierto que emitía Antena 3 TV.
En rigor, el “Missisipi”, sobre todo en su primera temporada, no solo era “gamberro”, sino que era enloquecedor
Durante esa primera semana, Sardá hizo una apuesta decidida por un programa “amable”, es decir, lo que se esperaba de él. En vez de intentar ser un segundo Pepe Navarro, algo en lo que probablemente se convertiría con el tiempo, apostó por sus tres grandes virtudes: el humor (ahí estaban Mariano Mariano o el desconocido imitador Manel Fuentes), la labia (entrevistó incluso a Cindy Crawford) y la ironía, representada por la figura del Señor Galindo, cuyo papel consistía en verificar que el programa no se saliera nunca de madre, generalmente, sin éxito alguno.
Con todo, el 15 de septiembre, día del primer enfrentamiento entre ambos, Pepe Navarro ganó: en el tiempo que ambos programas coincidieron (hay que insistir en que empezaban a diferentes horas y en ocasiones sus cadenas ni siquiera respetaban esos horarios), “La sonrisa del pelícano” obtuvo un 24,8% por el 17,3% de “Crónicas marcianas”. Una ventaja notable, pero no lo suficiente como para pensar que no “había partido”. Aquel día, Navarro abrió directamente con Mario Conde, cuyo juicio por la mala administración de Banesto estaba recién comenzado, y le puso a cantar con Los Brincos, como si aquello fuera “Sorpresa, sorpresa”.
De la Morena / García
Esa primera derrota y las de los siguientes días hicieron que el equipo de Gestmusic, con el propio Javier Sardá al frente, cambiaran de estrategia. Lo importante había sido darse a conocer y eso ya estaba logrado. Un 17,3% de audiencia a esas horas implicaba estar en torno al millón y medio o dos millones de espectadores. Un éxito moderado. Ahora, llegaba la guerra de verdad… y de manera inconsciente o no, imitaron la otra gran guerra mediática de la España de los noventa: la de José Ramón de la Morena contra José María García en las noches deportivas.
Los roles eran muy parecidos: Navarro era García, el rey indiscutido, el todopoderoso. Sardá era De la Morena, el aspirante, la cara nueva. Durante años, la táctica de Joserra fue hablar en todos sus programas de García -el veterano locutor solía decir a quien quisiera escucharle que cada noche tenía que hacer dos programas, “el mío y el de la SER”- y el enfrentamiento directo le fue bien: acabó descentrando a la competencia y dando una sensación de alternativa que en un principio no existía.
Sardá hizo lo mismo: si Pepe Navarro recurría a Paco Pérez Abellán y empezaba con alguno de sus juicios paralelos, él sacaba a uno de sus colaboradores, le vestía de general Prim, e ironizaba con que iban a revisar el juicio paso por paso, con una serie de falsos expertos. Si Navarro optaba por algún reportaje de zoofilia -uno de sus temas recurrentes-, Sardá llevaba una vaca al plató y le preguntaba al público si quería que alguno de los colaboradores copulara con ella en directo. Todo esto, mientras Fuentes imitaba a José María Carrascal y el Señor Galindo fingía escandalizarse.
Sardá ponía el espejo en Navarro y mostraba el esperpento. Años después, en entrevista con Gemma Nierga en la SER, Navarro aseguraría: “Este chico (Sardá) debería montarme un monumento en su casa con el dinero que ha ganado gracias a mí. Ha gozado de más popularidad que nunca porque yo era utilizado simplemente como trampolín para lanzarlo a él”. La segunda semana de competencia mutua acabó con un 25,7% para los “pelícanos” y un 22,5% para los “marcianos”. Las tornas se iban igualando en muy poco tiempo.
Octubre: de "Arny” a Mick Jagger
El miércoles 1 de octubre de 1997, Sardá cruzó una línea de la que después se arrepentiría. El tema del día era el inicio del juicio por el caso Arny, en el que varios conocidos televisivos estaban acusados de corrupción de menores. “Crónicas Marcianas” dedicó buena parte de su programa a la investigación del caso, con testigos, criminólogos y alguno de los acusados. Lo mismo hizo Pepe Navarro, más acostumbrado a estas lides. Para sorpresa de todos, Sardá ganó. Por primera vez en poco más de dos semanas, su programa obtenía mayor “share” de audiencia que el de su rival en el tiempo que competían juntos, aunque fuera por los pelos: 22,6% por 22,5%.
Aquello era solo el aperitivo de lo que tendría que deparar el mes de octubre: una lucha día a día por la hegemonía en el share y en el número total de espectadores, que no siempre coincidían. Lo normal era que el programa que empezara antes ese día tuviera más espectadores… pero menos porcentaje que el que empezaba más tarde y no tenía competencia alguna en el tramo final. Ambos podían repetir que estaban ganando sin faltar del todo a la verdad.
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El flirteo con la telerrealidad, la recreación de escándalos sociales contados con pelos y señales había revolucionado el país en el verano de 1996 cuando Juan Ignacio Blanco y Fernando García, el padre de Miriam, empezaron a comparecer en el plató del “Missisipi” cada noche para contar los supuestos avances en la investigación. Los espectadores estaban más atentos a lo que pudiese decir el forense Frontela o cualquiera de los numerosos hermanos Anglés que de lo que se dirimiera al día siguiente en el juzgado.
La jugada había funcionado tan bien, que, aunque Sardá inmediatamente se desmarcó pese al éxito inicial, Navarro quiso volver a hacerla marca de la casa: todo era revisable, en todo había una posible conspiración que los poderosos no querían que saliera a la luz. A la revisión del juicio del caso Arny y la del juicio a Mario Conde se añadieron otras. Poco a poco, el humor fue desapareciendo del Pelícano para convertirse casi en un programa de sucesos. Cuanto más truculentos, mejor. Aunque, desde el inicio, Navarro había asegurado que “la Veneno” no tendría sitio en su programa, al mes ya tuvo que recurrir a ella. Más que el “Missisipi” estábamos ante la parodia del “Missisipi”. Ni rastro de la alegría y el disparate -sí, seguía Florentino Fernández y por ahí andaba Miki Nadal, pero Santiago Urrialde y Carlos Iglesias supieron decir basta- y un exceso de dramatismo con intercalados de alto contenido sexual.
Mientras todo esto sucedía en Antena 3 -donde, por cierto, Antonio Asensio había vendido su parte a Telefónica, dejando solo ante el peligro a su amigo Navarro-, en Telecinco, Sardá anunciaba una sección -que no triunfó- con Faemino y Cansado de protagonistas. Hacía tres años, desde el último episodio de “El orgullo del tercer mundo”, que la pareja cómica no actuaba en televisión. Pepe Navarro contraatacó entrevistando a Keith Richards y a Mick Jagger, pero eso no hizo sino profundizar en la idea de que su público era otro, algo mayor, y que los jóvenes insomnes de los primeros programas del “Missisipi” se encontraban más cómodos en la competencia. Una impresión que se consolidó en noviembre.
Noviembre: la vuelta
A Pepe Navarro le gusta repetir que siempre ganó a Sardá cuando compitieron el uno contra el otro, pero no es del todo exacto. En noviembre, los "pelícanos" volvieron a tener más cuota de audiencia que los "marcianos", pero, en el tiempo que coincidían en antena, estos acabaron con una mejor media de espectadores: 2.030.000 por 1.880.000 del programa de Antena 3. Aparte, el descontento en Telefónica era patente: ni los temas ni la manera de abordarlos eran del agrado de los nuevos altos cargos.
Para sostener una apuesta así, eran necesarias dos cosas: una audiencia brutal, que Navarro no tenía, o la conciencia de que estaban ante un programa de futuro por el que merecía la pena apostar. El hecho de que, en cuanto se vio apurado, Navarro volviera a los desnudos, la polémica extrajudicial y Cristina Ortiz daba idea de que se trataba, más bien, de un programa agotado, sin caras nuevas, sin posibilidad de enganche ni con el público familiar de la cadena ni con los postadolescentes transgresores que ya empezaban a cansarse de ver a Krispín Klander imitándose a sí mismo.
La cosa pintaba mal para “La sonrisa del pelícano”, aunque nadie esperaba lo que pasó el 1 de diciembre, cuando la que iba a ser su emisión número cuarenta y cinco fue cancelada por sorpresa y el programa, eliminado de la parrilla para siempre. La cadena alegó que los contenidos de ese día no eran acordes con su código deontológico. Ese día, estaban invitados de nuevo Mario Conde, para seguir con su juicio paralelo, y el director del Ya, Emilio Rodríguez Menéndez para hablar del vídeo que las cloacas de interior durante el gobierno de Felipe González habían grabado al director de El Mundo, Pedro J. Ramírez.
Aquel 1 de diciembre, se cerró una breve etapa de la televisión española que, pese a su corta duración, pasará a la historia del medio. En sustitución de “La sonrisa del pelícano”, Antena 3 emitió “OP Center: riesgo inminente”. La miniserie obtuvo un 27,7% de cuota de audiencia, muy por encima de la media del programa que sustituía y por encima, también, de las cifras de “Crónicas marcianas” de aquel día. No volvería a repetirse con demasiada frecuencia.
La creación de un “monstruo”
Los siguientes cuatro años vieron varios intentos de Antena 3 por recuperar el formato “late night” para intentar competir con Telecinco y el imperio que Sardá iba formando. En 1999, la elegida fue Inma del Moral, recién salida de “El Informal”, con un programa llamado “El Rayo” que no duró más de unas semanas. En 2000, le tocó el turno a Jesús Vázquez con “La central”, pero nadie acabó de entender muy bien de qué iba ni a quién se dirigía el programa.
"Crónicas Marcianas" se mantuvo ocho años como el programa referencia de la madrugada televisiva
En 2002, Telefónica recurrió a Máximo Pradera, quizá su apuesta más seria hasta aquel momento: primero, porque el formato de “Crónicas” había derivado en un “totum revolutum”; segundo, porque Pradera era otro animal televisivo sin demasiado respeto por los límites, y tercero, porque el presentador quiso utilizar de nuevo la táctica De la Morena/Sardá, atacando continuamente en los medios a su competidor. Su “Maldita la hora”, pese a alguna entrevista destacada como la de Joaquín Sabina, recién salido del ictus que casi le cuesta la vida, apenas duró trece episodios.
En cuanto a “Crónicas Marcianas”, se mantuvo ocho años como el programa referencia de la madrugada televisiva. En su primer año, consiguió un excelente 22,8% de cuota, pero aquello era solo el principio: los fichajes de Xavier Deltell, Boris Izaguirre, Carlos Latre, Paz Padilla, Rosario Pardo, Javier Cárdenas, Coto Matamoros y una cantidad notable de polemistas de todo tipo auparon las cifras hasta el 24,7% en 1999 y el 29,3% en 2000. Ahí llegó el antes y el después para el programa, para Telecinco y para la televisión española: el estreno del primer Gran Hermano.
Junto al programa matinal de María Teresa Campos, “Crónicas Marcianas” inició lo que sería moneda común en el universo Mediaset durante los siguientes veinte años: la utilización de los programas más exitosos del grupo para hablar sobre otros programas del mismo grupo. La creación, por lo tanto, de un universo propio que se retroalimenta constantemente. En sus últimas cinco temporadas, entre stripteases de Boris, crónicas de telerrealidad y la invasión de todo tipo de personajes grotescos, el programa no bajó nunca del 30%, llegando al 35,9% de media en la 2003/2004, tal vez la más activa políticamente de todas, con programas especiales dedicados a los atentados de Al Qaeda en Madrid y a las consecuencias de la invasión de Irak.
Al año siguiente, el fichaje de Andreu Buenafuente por Antena 3 dio una cierta sensación de competencia, pero el problema de base era que Sardá ya estaba cansado. No había dinero ni éxito en el mundo que compensara ese horario y esa exposición pública. El último programa de “Crónicas marcianas” se emitió el 21 de julio de 2005. Hacía tiempo que tanto Mariano Mariano como el Señor Galindo habían abandonado el barco y del concepto inicial, ya de por sí difuso, no quedaba nada.
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Sobre Pepe Navarro, poco se puede decir: volvió a la televisión cuando hizo las paces con Telefónica, con “La Vía Navarro”, otro “late night”, esta vez en la plataforma Vía Digital. El primer programa se emitió en mayo de 1999 y el último, en julio de 2000. Ese mismo verano, se llegó a anunciar formalmente su regreso a las noches de Antena 3 para luchar de nuevo con Sardá, pero la cosa quedó en nada. Coqueteó sin éxito con la ficción con “Papá” (2001) y de ahí pasó a la tercera edición de “Gran Hermano” (2003), donde siempre parecía ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor. Tampoco tuvo suerte con su regreso a TVE en noviembre de 2005, al frente de “Ruffus & Navarro Unplugged”. El programa duró dos meses en antena. A sus casi 71 años, le queda el honor de haber cambiado la televisión para siempre. No parece necesitar nada más. Al fin y al cabo, pocos pueden decir tanto.