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Hoy es 2 del 2 de 2022. El día D para hacer memoria de un icono tan dulce como la "222… La galleta que se pide por su número… Son Solsooooooona". Si tiene usted más de 45 años es probable que este latiguillo publicitario haya macerado en sus recuerdos, porque aquello fue uno de los éxitos publicitarios españoles que marcó la década de los setenta.
Las 222 fueron unas galletas "crujientes, deliciosas, architostadas" que nacieron en Barcelona en 1965 en las fábricas de la familia Solsona y que conquistaron las meriendas infantiles entre el franquismo y la Transición.
Aquellas galletas rectangulares que hicieron frente a la tiranía de las María, más hojaldradas, fueron las oreos caseras de los años 60 y 70. Era muy habitual comerlas de dos en dos, untadas con mantequilla y azúcar.
Investigando sobre la historia de las galletas, EL ESPAÑOL|Porfolio ha podido saber que las 222 volverán al mercado en 2022. "Una empresa catalana del sector galletero" tiene previsto su relanzamiento este año, como confirma Antonio Soler, responsable de Imagine S.L., la empresa que en 2015 registró las marcas "222, la galleta que se pide por su número" y "Solsona".
Soler no ha querido desvelar cuál será la industria catalana que se encargará de volver a engendrar las 222: "La empresa en cuestión prefiere mantenerse en silencio hasta el proceso de lanzamiento y comunicarlo por su cuenta cuando llegue la hora".
"La empresa en cuestión prefiere mantenerse en silencio hasta el proceso de lanzamiento"
Según ha confirmado Javier Corominas, director de Medios y Comunicación en Adam Foods, no estarán dentro del surtidos de variedades ni de Cuétara ni de Artiach, que forman parte del grupo galletero más potente asentado en Barcelona.
La vuelta al ruedo tampoco está en los planes de Birba, Arguy, Trías ni Rifacli, cuatro empresas con capital en Cataluña. Aun así, el propietario de la marca registrada insiste en que las 222 volverán este año. "Pero no estoy autorizado para adelantar a través de qué compañía", dice. Corominas considera que "lo más probable es que sea iniciativa de una galletera pequeña, que son las únicas dispuestas a hacer locuras como estas".
Cuarenta y cinco años después del cierre de Galletas y Chocolates Solsona Rius S.A., el ojo catalán para los negocios repesca la famosa galleta, que pereció en 1977 ahogada por las deudas por culpa de la multinacional alemana Balshent, una empresa de galletas que, por entonces, aún simpatizaba con el régimen nazi.
La compañía alemana -que sigue siendo líder en su país- quiso comprar la fábrica de los Solsona por 500 millones de pesetas y, ante la negativa de sus dueños, adquirió la de la competencia: Loste, otro referente del sector extinguido un tiempo después, en los noventa. Ante la OPA de la multinacional extranjera, los fabricantes de la popular 222 tuvieron que cerrar sus puertas y despedir a los 480 trabajadores que formaban parte de su plantilla.
La empresa pereció en 1977 ahogada por las deudas por culpa de la multinacional Balshent
El primer trabajo de Javier Vega fue ante aquellas 222 de Solsona y él recuerda con cariño aquel arranque de su currículo profesional: "Estuve allí dos meses de verano, en los estertores de estas galletas tan populares. Trabajar allí fue un orgullo. A mí me tocó estar al tanto de una máquina a la que llamábamos 'el mazinger', justo en el proceso final, antes del empaquetado". En este hilo de Facebook otros exempleados sacan pecho de su paso por Galletas Solsona, enclave de la repostería de la nostalgia.
Desde finales del siglo XIX Barcelona ha sido epicentro de la industria galletera. Las galletas que se pedían por su número tienen su origen en Mataró, la capital de la industria textil catalana. Allí, en 1892, Pere Solsona convirtió un horno para la fabricación de pasteles y chocolates en un pequeño negocio de fabricación de galletas después de trasladarse a Barcelona. En 1913 amplió sus instalaciones en Poblenou y en 1929 constituyó la sociedad anónima.
A pesar de que la marca triunfaba en las televisiones en blanco y negro de la época junto a la muñeca Marujita, de Famosa; los mazapanes Delaviuda, el gran caldo, de Maggi; el órgano electrónico Sonitoy, ¡Torpedo!, "el mejor juguete para niños"; Milloncete, gran futbolcete; el ordenador Airgam o Milkibar, "la blanca alternativa", los Solsona entraron en bancarrota y se vieron obligados a despojarse de su fábrica de Poblenou, que pasó a ser un laboratorio y hoy es un gran edificio vacío y en venta.
Aquellos ladrillos, el éxito de la campaña de publicidad y los recuerdos para coleccionistas son todo lo que queda de aquella empresa que en 1963 era de las primeras industrias de Sant Martí, como recuerda el arquitecto Jordi Fossas en la revista Icaria, del Archivo Histórico del Poblenou.
Las 'big four' galleteras en España
Meterse en la caja de galletas nacional en busca de pistas sobre las 222 ha servido para hacerse cargo de la radiografía del sector galletero español, que se recupera progresivamente después la fase más aguda de la pandemia. Aunque se resiente el consumo interno, los expertos coinciden en que progresan adecuadamente las exportaciones -aumentan más de un 20%-, a pesar de que la competencia sea importante. En un ámbito tradicional con amplia solera catalana, cinco compañías generan casi el 90% de los ingresos, pero hay cuatro que destacan sobre todas.
En un informe sobre el sector de las galletas publicado en diciembre de 2021 destaca, sobre todas, Mondelez. Esta multinacional méxico-estadounidense, con sucursal en España, fabrica y exporta marcas de galletas como Lu, Oreo, Príncipe, Ritz o Chips Ahoy! en 150 países. Desde 2006, el grupo incluye toda la gama de galletas Fontaneda, que sucumbió al cierre hace dos décadas y es el emblema made in Spain de la firma, especialmente desde 2018.
La segunda empresa en valor de ventas es Cerealto Siro Foods, que tiene su asiento en Venta de Baños, Palencia, tras la fusión entre Grupo Siro y Cerealto. Desarrolla y fabrica galletas, cereales de desayuno, snacks y pasta.
Adam Foods -conglomerado con más de 75 años de historia desarrollado a partir del grupo Nutrexpa- es otra de las grandes y cuenta con sede en Barcelona. Bajo la matriz se incluyen marcas galleteras tan populares en España como Cuétara (galletas María, Tostarica, Campurrianas, Napolitanas…) y Artiach (Chiquilín, Marbú dorada y Filipinos).
Gullón es la única empresa familiar centenaria que se mantiene en el sector
La cuarta empresa galletera más potente del país es Gullón, que este año cumple sus 130 primaveras. Es la única empresa familiar centenaria que se mantiene en el sector y es, por tanto, la única que convivió en el tiempo con las 222 de Solsona. A nivel nacional lidera la categoría de galletas-salud con propuestas como Digestive y Zero. Exporta a más de 120 países y cuenta con 1.400 trabajadores. En 2003 inauguró la factoría pionera que hoy sigue echando humo en Aguilar de Campoo (Palencia).
Del éxito publicitario al 'retrobranding'
El regreso previsto de las 222 a las despensas demuestra hasta qué punto la nostalgia puede ser un reclamo para recuperar un producto perdido en el tiempo, sobre todo en periodos de crisis. Ejemplos sobran en nuestra historia reciente: la actualización retro de las botellas de Coca-Cola en 2015, la reconquista de las gafas de sol estilo aviador de Ray-Ban, el envase de Moussel de Legrain imitando el original, el sabor auténtico de la caja de Nivea, que se mantiene desde 1911…
El ejemplo más clásico de las idas y venidas de un producto lo encarna Converse. Las zapatillas AllStars nacieron en 1908. Con el tiempo, Nike y Adidas le pisaron el terreno y la marca fue perdiendo fuelle. En 1976 reapareció en el mercado con una nueva identidad más dinámica, sencilla y deportiva. El baloncesto americano consolidó la buena marcha de las botas en Estados Unidos, pero en Europa no se explotaron de nuevo hasta 2004 gracias a un ejercicio puntero de retrobranding relanzando su marca con la serie Converse AllStar Chuck Taylor. Después de varios F5 con espíritus de marca diferentes, Converse se está quedando por el camino otra vez y, muy probablemente, resurgirá de sus cenizas con más esplendor.
El retrobranding confía plenamente en la idealización del pasado por parte de los consumidores y en la proyección de nuestros sentimientos en un terreno más seguro y conocido en oposición a un futuro convulsivo, por eso ofrece ejemplos más evidentes en tiempos de economías inestables. ¿Se imaginan a los niños que disfrutaban las 222 comprando en 2022 la misma merienda que se les ha engollipado en la memoria para sus hijos y sus nietos? Pocas cosas atraen tanto con el mismo olor de la infancia en torno a las cocinas de casa.