¿A dónde van a parar los residuos radiactivos generados en España en los diferentes usos civiles de la energía nuclear, desde la medicina, la investigación y la docencia hasta la industria pesada? El periodista cordobés Sebastián Cuevas dio la respuesta en un sensacional reportaje que publicó en 1976 en la revista Sábado Gráfico. Explorando al norte de la provincia de Córdoba, en la sierra Albarrana de Sierra Morena, el reportero descubrió que las autoridades estatales de entonces guardaban la basura radiactiva en las galerías de una antigua mina de uranio. Es el metal usado, entre otras aplicaciones, como combustible (en su tipo U-235) para los reactores de fisión nuclear de las centrales de energía atómica.
Aquel lugar remoto y bajo tierra no era mal sitio para esa misión, dado el desarrollo de la época. Pero la revelación al gran público de las condiciones de la mina ayudó a mejorar radicalmente el sistema de almacenamiento. En 1986, la recién creada Empresa Nacional de Residuos Radiactivos S.A. (la pública Enresa) se hizo cargo de la finca de 1.126 hectáreas de El Cabril, en el término municipal de Hornachuelos (Córdoba), donde estaba la vieja mina de uranio, la llamada mina Beta, que la Junta de Energía Nuclear (JEN) había reconvertido en almacén de restos radiactivos durante el franquismo en los años 60.
Los trabajadores trasladaron los bidones de la mina a cuatro naves o módulos construidos para su almacenamiento transitorio, hasta que en 1992 se inauguró, en la misma finca, el emplazamiento definitivo del que es el único y gran cementerio nuclear centralizado de España para los "residuos radiactivos de media y baja actividad". Aquí vienen también los restos de las centrales nucleares en activo y las desmanteladas, excepto su combustible usado. EL ESPAÑOL | Porfolio ha recorrido esta semana sus instalaciones de máxima seguridad cuando Enresa celebra los 30 años de su modernización y se prepara para doblar su capacidad. Sus celdas están ocupadas a más del 80% con 56.977,83 metros cúbicos de residuos.
Cada año llegan aquí unos 300 camiones y furgonetas cargados con desechos radiactivos. ¿Ha habido algún incidente? Ninguno, se felicita su directora, Eva Noguero, que lleva 31 años trabajando en El Cabril, su segunda casa.
Los transportes con los residuos radiactivos llegan por la carretera del acceso norte, pero trabajadores y visitantes también pueden acceder desde el sur, viniendo desde Hornachuelos a través de las frondosas dehesas de encinas y alcornoques del parque natural al que da nombre este pueblo cordobés. Se tarda más de una hora en recorrer los 32 kilómetros que median entre Hornachuelos y el cementerio nuclear de El Cabril a través de la estrecha carretera A-3151. Al cruzar el río Bembézar, sale a la izquierda el desvío que conduce hasta las instalaciones.
Evolución
Un cartel avisa: "Almacén Centralizado de RBMA El Cabril. Enresa, soluciones ambientales. Carretera privada. Acceso restringido, sólo personal autorizado". RBMA son la siglas de Residuos de Baja y Media Actividad. Se omiten las palabras "radiactivos" o "nuclear", seguramente para evitar la alarma social asociada a menudo a ellas. Pero, más allá de este detalle, la opacidad que reinaba en los tiempos del periodista Cuevas ha dado paso con el tiempo a una política de transparencia sobre este estratégico servicio público. Cualquiera, como subrayan en Enresa, puede pedir participar en las visitas organizadas para conocer de primera mano el funcionamiento de un sitio que, si no existiera, habría que inventar urgentemente.
Entre los visitantes especiales de los últimos años figuran los alcaldes de los pueblos franceses del entorno de la instalación análoga de El Cabril en el noreste de Francia, en el departamento de Aube (región de Champaña-Ardenas), que hace tres décadas sirvió de referencia para el modelo español. La visita más llamativa fue la de los dirigentes aborígenes australianos que acudieron aquí para que los responsables de la construcción de un almacén similar en Australia les enseñaran in situ un ejemplo real de cómo funciona y de las garantías extremas de seguridad que se emplean.
En El Cabril trabajan 117 empleados de plantilla de Enresa y 225 colaboradores. La mayoría de los trabajadores procede de municipios de Córdoba y de otros pueblos cercanos de Sevilla y Badajoz. Junto a la cafetería, Eva Noguero, cordobesa de la vecina Peñarroya, cuenta que entró a trabajar en el laboratorio de El Cabril como licenciada en Ciencias Químicas, encargada de comprobar si los residuos que llegaban cumplían los requisitos de admisión. En 2005 asumió la jefatura de los servicios técnicos y desde 2010 es la directora.
Su nueva misión es supervisar las próximas obras de ampliación que doblarán la capacidad de El Cabril y asegurarán el tratamiento seguro durante décadas de todos los residuos de media y baja actividad que se producen en España. La extensión de El Cabril, explica, comenzará a construirse en el cerro de Los Pavillos en 2025. Serán 27 celdas; se prevé que las doce primeras empiecen a funcionar en 2028. Todas las instalaciones actuales ocupan 30 hectáreas de las 1.126 que tiene la finca.
Los residuos radiactivos de El Cabril se clasifican en dos tipos: los de media y baja actividad, que tardan unos 300 años en perder su radiación hasta igualarse con la de la naturaleza, y los de muy baja actividad, que se desactivan al cabo de 60 años. Los residuos de alta actividad, que también gestiona Enresa, resultantes de la producción de energía nuclear, no se guardan aquí sino en el "Almacenamiento Temporal Individualizado" (ATI) de cada una de las respectivas centrales atómicas donde se generan.
Las celdas
En el primer tipo, los residuos de media y baja actividad llegan desde hospitales, laboratorios y fábricas a bordo de camiones y furgonetas de la empresa estatal ETSA. Los bidones se meten en contenedores cúbicos de hormigón y estos se rellenan de mortero para inmovilizar los envases. Esta operación se hace en una nave en la zona de recepción y tratamiento. Desde aquí, otro camión traslada los contenedores a su ubicación final en una celda de unos 25 metros de longitud, con paredes también de hormigón. Es como meter un sarcófago blindado dentro de otro mayor. Hay 28 celdas así para residuos de media y baja actividad, repartidas entre la plataforma norte -la más ocupada- y la plataforma sur, que a finales de 2021 almacenaban 35.524,85 metros cúbicos de residuos radiactivos, con un porcentaje de ocupación del 81,38%.
En la colocación no participa ninguna persona dentro de las celdas. La apertura y cierre de las compuertas -por donde entran de espaldas los camiones para soltar el remolque- y los movimientos de las grúas internas para sacar los bidones y colocarlos en su contenedor y su celda se manejan desde la sala de control automatizada con una palanca igual al joystick de un videojuego. Presidiendo la sala, una gran pantalla muestra las conexiones del sistema. Esta mañana hay tres trabajadores. Uno de ellos hace una demostración con la palanca de cómo movería un contenedor y lo pondría en su sitio viendo la acción a través de un monitor. Cada residuo está registrado para saber dónde está dentro de este gigantesco tetris.
En una de estas celdas se almacenan los residuos radiactivos derivados del accidente con una fuente de Cesio-137 ocurrido en 1998 en la fábrica de tratamiento de chatarra de Acerinox en Los Barrios (Cádiz). Se contaminó la planta entera. La desmontaron y la trajeron aquí metida en contenedores de barco, aparcados aún en el recinto.
En el segundo tipo, los residuos radiactivos de muy baja actividad siguen un proceso diferente: los sacos y bidones se entierran en el suelo bajo dos grandes naves-carpas, las celdas numeradas 29 y 30, que miden unos 120 metros de largo por 55 de ancho. Se prevé igualmente doblar su capacidad con la construcción de las celdas 31 y 32. En este sector se almacenan -a 31 de diciembre de 2021- 21.452,98 metros cúbicos de residuos. La celda 29 está completa y en la 30, donde entramos, continúa el relleno. No hace falta ningún traje de protección para estar aquí. El visitante solo tiene que llevar prendido en la ropa un dosímetro que mide la radiación. El dosímetro marca todo el tiempo "0000".
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Decenas de sacos y bidones se apilan a varios metros bajo la superficie del vaso, que cubrirán con tierra a medida que se colme. La mayoría procede de la desmantelación o la limpieza de centrales nucleares -el combustible usado, de alta radiación, se almacena en las propias centrales de forma temporal-. Por ejemplo, los bidones marcados "AS-II" proceden del reactor II de la central nuclear de Ascó (Tarragona), los "TR", de la de Trillo (Guadalajara). Aquí se almacenan también los restos del Pimic de Madrid, el Plan Integrado para la Mejora de las Actividades del Ciemat (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas).
Controles
Los controles internos y externos son exhaustivos, explica la directora. Diez u once veces al año los inspecciona el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) de España, y también pasan revisiones anuales del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), de Naciones Unidas, y de la Comunidad Europea de Energía Atómica (Euratom), además del seguimiento de la Consejería de Salud andaluza. Las inspecciones internas para revisar el cumplimiento de los protocolos son "300 y pico al año". "Está todo muy regulado, como debe ser", dice Eva Noguero.
En la oficina de acceso a las zonas de actividad con residuos hay un aparato con aspecto de báscula donde hay que ponerse ponerse de pie y meter las manos en dos ranuras para medir la radiación en el cuerpo y detectar una posible exposición.
Luego enseñan las galerías subterráneas transitables que discurren bajo las celdas selladas de hormigón; en la pared de estos túneles cuelgan las tuberías para evacuar el agua de lluvia infiltrada. En las tuberías hay unos espacios para examinar el agua. Si tuviera algún exceso de radiación, se mantendría en un depósito y se podría reutilizar para fabricar el mortero usado como relleno en los contenedores de las celdas. El agua recogida en el sistema de evacuación solo llega al arroyo Montesina y de allí al río Bembézar, afluente del Guadalquivir, cuando han comprobado que es apta para beber. Hay estaciones de medición ambiental en El Cabril y en el entorno para registrar los niveles de radiación, que son los normales de la naturaleza.
Debido al aislamiento geográfico y a que en su gran extensión no se caza, El Cabril se ha convertido en un santuario animal en el que proliferan los jabalíes o los ciervos, como los que pastan tranquilamente junto a la carretera de acceso. La finca no pertenece al Parque Natural de Hornachuelos, pero puede homologarse con su paisaje.
Compensaciones
Hubo contestación social de una parte de la población de Hornachuelos y otros municipios del entorno de El Cabril al inicio de su andadura, recuerda Eva Noguero, pero pronto, dice, se aceptó y normalizó su presencia, que se ha comprobado que es inocua gracias a las medidas de seguridad adoptadas. Las ayudas económicas para los ayuntamientos y los empleos creados cambiaron la perspectiva de muchos. Los municipios que reciben ayudas directas son Hornachuelos y Fuente Obejuna, en Córdoba, y Alanís y Navas de la Concepción, en Sevilla. Hornachuelos disfruta la mayor asignación en el reparto por ser en su término donde se ubica El Cabril, aunque el cementerio nuclear esté muy distante del casco urbano, a más de una hora en coche.
El problema para estos pueblos ya no sería la presencia de El Cabril, sino que cerrara y se perdieran sus empleos y sus aportaciones. Lo que, con su ampliación en marcha, no va a ocurrir en mucho tiempo.
"Enresa ha aportado directamente al entorno más de 211 millones de euros desde 1987 entre asignaciones directas a municipios, impuestos, proyectos de desarrollo local, convenios y actuaciones de la Fundación Enresa", explica la empresa pública a EL ESPAÑOL | Porfolio, con datos a 31 de diciembre de 2021 que no incluyen el presupuesto anual ordinario de gastos y de inversiones.
De esos 211,8 millones de euros de la repercusión económica a los pueblos de la zona desde 1987, el Estado dio 63 millones a los ayuntamientos en "asignaciones directas", como compensación: un 49,20% han sido para Hornachuelos (más de 31 millones) y un 26,19% para Fuente Obejuna (16,5 millones). Hornachuelos ha recibido en este tiempo otros 8.324.518,44 euros en concepto de licencias. Este pueblo cordobés ingresa al año cerca de 1,4 millones por tener El Cabril como vecino a 32 kilómetros por carretera, un dinero que, solo en esta asignación directa, representa en torno al 20% de los 7,17 millones de su presupuesto municipal de 2022.
Mantener operativo El Cabril cuesta 11,5 millones de euros al año. Aparte del coste de explotación, Enresa pagó en 2021 un impuesto estatal en concepto de residuos radiactivos de 8,19 millones de euros, más otros 1,23 millones al Ayuntamiento de Hornachuelos en impuestos y tasas municipales. En 2021 destinó 2,8 millones a asignaciones directas a los municipios (casi la mitad, para Hornachuelos) y 437.235 euros a cofinanciar proyectos municipales.
A diferencia de otros países, en España las operaciones de Enresa se financian con un fondo económico nutrido con las aportaciones de las empresas y entidades privadas y públicas que generan los residuos radiactivos. Enresa es una empresa estatal pública participada al 80% por el Ciemat -dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación- y al 20% por el SEPI, la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales, del Ministerio de Haciencia y Función Pública. A Enresa la supervisa por otra parte el Gobierno a través de la Secretaría de Estado de Energía, del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, y el Parlamento, por medio del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN).
Futuro de las centrales
Precisamente, el recorrido esta semana por El Cabril de EL ESPAÑOL | Porfolio coincide con una visita de miembros del CSN, reunidos en el salón de actos del nuevo centro de interpretación para visitantes, en el que recibe una gran foto de Marie Skłodowska-Curie, la madre de los estudios sobre la radiactividad. El Cabril dispone además de una residencia de invitados con 11 habitaciones, al pie del promontorio donde la torre de vigilancia principal domina el vasto horizonte de sierras. En la finca se erigen aún las casas de los últimos mineros que explotaron la mina de uranio hasta 1959. En verano las usa el retén del plan andaluz antiincendios, junto al helipuerto.
El Gobierno ha descartado recientemente construir en Villar de Cañas (Cuenca) un Almacén Temporal Centralizado (ATC) para los residuos radiactivos de alta actividad procedentes del combustible usado en las centrales nucleares españolas y ha optado de momento por mantener esos restos, como hasta ahora, en el Almacén Temporal Individualizado (ATI) de cada central.
Hay cinco plantas nucleares en activo en España, con siete reactores: Almaraz I y II (Cáceres), Ascó I y II (Tarragona), Cofrentes (Valencia), Vandellós II (Tarragona) y Trillo (Guadalajara). Los restos del edificio de la central de Zorita (Guadalajara) vinieron a El Cabril tras su desmantelación; la mayor parte, al contrario de lo que podría pensarse, son de muy baja actividad radiactiva, precisa Enresa.
Para el futuro, la solución internacional aceptada para los restos más peligrosos de las centrales atómicas es centralizarlos en un Almacén Geológico Profundo (AGP). Hasta dentro de medio siglo, a finales de la década de 2070, hay tiempo para decidir la ubicación de ese cementerio español para el combustible nuclear usado, así que en Enresa no quieren ahora abrir el debate. Pero sí aclaran que El Cabril no reúne las condiciones geológicas necesarias para albergar ese futuro gran almacén subterráneo para residuos de alta radiactividad.
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¿Cuál es el destino de la basura radiactiva que ahora almacenan aquí en superficie bajo techo? Cuando se llenen las plataformas de celdas, construidas sobre desmontes e inauguradas hace 30 años, las cubrirán con varias capas de tierra y rocas para devolver al monte su aspecto original. Los restos quedarán enterrados por los siglos de los siglos, y ya inertes, una vez pasados 60 años o 300 años, según su actividad radiactiva, habrán muerto del todo.
La experiencia acumulada en el que es uno de los cementerios nucleares más seguros del mundo sirve de ejemplo para otros sectores. En España habría menos accidentes laborales y ambientales si en todas partes hubiera tanto cuidado y rigor como aquí.