Ha representado durante 22 años -y 23 temporadas- al periodista más famoso de la pequeña pantalla, un Tintín a la española, justiciero e idealista, también repeinado. Pero Pablo Rivero -Toni, el de Cuéntame, para los menos avispados- es además escritor, y con sus siete novelas ha conseguido hacerse con una buena corte de lectores. Acaba de publicar la última, La Matriarca (Editorial Suma de Letras), en la que denuncia situaciones que sufren las personas mayores, como las llamadas constantes de supuestas compañías: "Yo sufro también ese acoso, tienes que confiar en la persona que te llama sin conocerla de nada para darle tus datos… ¿Cómo lo vivirá una generación que está aún más desligada de todo esto? La vida de los mayores puede convertirse en un thriller".
El thriller es justo su cuchillo para abrir siempre melones sociales. Busca el terror en lo cotidiano: "Me gusta darme cuenta de cómo los elementos de nuestro entorno pueden ponernos al límite". Cree que su último libro es el que tiene también más de Cuéntame "porque es muy familiar" y porque está plagado de conflictos y de relaciones familiares y vecinales. Y no tiene pena por la despedida de la serie, que echó el cierre el pasado noviembre, ni echa de menos aún las paellas de los Alcántara: "No tengo la sensación de haberme quedado con nada. Con el final la gente quedó encantada, nosotros lloramos muchísimo, nos divertimos muchísimo... Hemos cerrado una etapa".
Ahora está de gira con La importancia de llamarse Ernesto, que recalará en mayo en el Teatro Pavón de Madrid, y tiene muchas ganas de rodar nuevos proyectos audiovisuales que se alejen, tanto como puedan, de la imagen de "Ken de la Barbie, rubito" de Toni Alcántara. Quiere comedia, quiere acción, quiere pieles en las que meterse sin tener que dar la suya de sí: "No soy yo muy fan de esos procesos. Creo que hay actores con más peso o sobrepeso que no tienen oportunidades".
Tiene ojo Pablo para observar lo que pasa socialmente. Y buen oído para construir los diálogos de sus novelas. Por lo demás, se quita importancia: "No me han dado muchos premios y no creo que me los vayan a dar, pero soy muy feliz" y alude al juego como único motor posible de todo lo que hace: "Como cuando de pequeño jugaba a inventarme historias". Conversamos con él en la sede de su casa editorial.
PREGUNTA.– Nos vimos hace justo un año, en marzo de 2023, por la publicación de Dulce Hogar. Y ya está promocionando su nueva novela. Pero además ha rodado el final de Cuéntame, ha sacado la novela corta El Editor, ha hecho otros proyectos como actor y está actualmente de gira con La importancia de llamarse Ernesto. ¿Cómo consigue compaginar todo?
RESPUESTA.– Bueno, de lo que ves que he hecho (porque he dejado de hacer otras cosas) he tenido suerte y me he organizado. Pero podría haber hecho otras dos series y no he podido porque tenía que entregar La Matriarca… Aunque no me arrepiento porque he disfrutado muchísimo del proceso. Y ahora he retomado ensayos de La importancia de llamarse Ernesto, que nos vamos de gira, y he empezado a escribir el siguiente libro porque no quiero que me pille el toro. Lo tengo muy decidido y quiero estar también libre para rodar, que me apetece hacer audiovisual otra vez.
P.– ¿Duerme suficiente?
R.– Ahora que he empezado la gira y la promo sí me noto que estoy cansado. Pero cuando empiezo a escribir me acuesto tarde y me levanto pronto y sin embargo no lo sufro porque estoy metido en la historia, con la adrenalina.
P.– En La Matriarca denuncia algunas de las situaciones que sufren los mayores en la sociedad, como las llamadas constantes por parte de las compañías eléctricas, las estafas, la falta de atención presencial y las bajas pensiones y la dificultad para llegar a fin de mes. ¿Por qué se ha centrado en estos aspectos? ¿Por qué han despertado su sensibilidad?
R.– Aunque la historia la centro en nuestros mayores, yo ya tengo 43 y sufro también ese acoso. Soy muy malo con la tecnología y el mundo es cada vez más tecnológico: todo es a través de apps, o de links, o hay que rellenar formularios de ir adelante y atrás que se quedan en tierra de nadie… Y a la vez sufro muchas llamadas constantemente, tienes que confiar en la persona que te llama, que no sabes quién es, para darle tus datos y contarle tu vida. Y me di cuenta de que si esto me pasaba a mí, ¿cómo lo vivirá una generación que está aún más desligada de todo esto? La vida de las personas mayores puede convertirse en un thriller.
En La Cría ponía el foco en los menores por su vulnerabilidad pero, dentro de eso, están muy protegidos por la sociedad. Sin embargo, los mayores, que vuelven a ser vulnerables y frágiles como los niños, están totalmente desprotegidos y olvidados. Algunos sufren soledad, pero los que tienen familia en ocasiones sufren maltrato o ven cómo manejan su dinero, o no se saben desenvolver… A mí me gustaba plasmar todo esto en un personaje que ha sido el pilar de su familia y también del negocio familiar, que consiste en gestionar un edificio de alquileres. Una mujer que no se ha dejado nunca torear, pero cuando tiene una edad y empieza a flaquear, todo el mundo intenta sacar provecho de ella.
P.– Incluso exponen en redes sociales su consentimiento, un aspecto duro de la novela. No sé si documentándose para escribirla encontró algún caso real de esto…
R.– Aquí abro debate. Hay muchos vídeos en redes de malos tratos por parte de enfermeros, familia… que se te cae el alma al suelo al verlos. Y otras veces veo vídeos de personas mayores que se supone que son muy divertidos, y lo que yo me planteo -que es lo que se plantea en la novela la teniente de la Guardia Civil- es hasta qué punto esa persona mayor es consciente de la repercusión que va a tener ese vídeo. Se trata de una línea muy fina entre lo gracioso y reírse de alguien. Los mayores son una generación que no ha estado expuesta y ahora les exponemos completamente. No quiero dar lecciones, pero pongo a un personaje que no lo entiende y a otro que lo practica, para llegar a un punto medio mostrando las dos realidades.
P.– ¿Cree que desde la política se está prestando suficiente atención a todas estas situaciones que comentábamos antes: las bajas pensiones, la falta de atención presencial, las estafas…?
R.– Yo creo que están bastante olvidados en general. Los políticos bastante tienen con torear sus situaciones ahora mismo… Creo que no se les presta la suficiente atención, no. Y por mucho que se diga que se mejora el tema de las pensiones, muchos no tienen para llegar a fin de mes. Y no sólo los mayores, muchas familias tienen que escoger entre pagar el alquiler o comer. Este no es un libro que pretenda ser deprimente, pero todo el caso comienza con el supuesto suicidio de una anciana que da pie para hablar de todas estas realidades presentes en su entorno, a las que tenemos que prestar atención todos. Hace unos años eran fuente de veneración porque eran la experiencia, y ahora parece que como tenemos toda la información en internet no se les necesita.
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P.– Eso le iba a preguntar. No ya a los políticos, sino también a nosotros, ¿por qué nos cuesta tanto proyectarnos en la vejez, si supuestamente vamos todos hacia allá? ¿Es por miedo, es egoísmo?
R.– Yo creo que no lo queremos ver en parte. Es lo que dice Candela, la teniente de la Guardia Civil: ¡si pasado mañana vamos a estar nosotros ahí! Difícilmente no vamos a sufrir alguna dolencia también o patologías como el Alzheimer… Pero tiene que ver mucho también con el ritmo que llevamos, que no paramos. Y la gente mayor necesita cuidados, necesita mimos, como los niños, y necesitan atención porque el mundo va demasiado rápido y a veces no se saben desenvolver porque todo está por aplicaciones… Les decimos a veces como a los niños pequeños ‘venga, corre, que no llegamos’.
P.– Qué buena imagen esa.
R.– Sí, es que los niños y los mayores necesitan la misma atención y el mismo cariño. También pasa, como muestro con esta figura que es la matriarca, que a personas que siempre han tenido mucho carácter y mucha mentalidad, cuando flaquean alguna vez, no se les permite. Y sobre todo pasa con las mujeres. Les decimos: ‘Uy, qué torpe estás, mamá’ o ‘qué cabeza’. Cuando flaquea todo su entorno intenta sacar provecho y señalar su debilidad.
P.– Es de armas tomar Felicidad, la matriarca que ha creado: es una de esas mujeres fuertes porque quizá ni se plantean que pueden flaquear en algún momento, como dice. ¿Ha tenido mujeres como ella en su vida que le hayan servido como inspiración?
R.– Muchas, muchas. Tengo la suerte de tener una madre que es una Wonder Woman. Mi madre ya era feminista hace muchos años sin saberlo: ha trabajado siempre en un mundo de hombres, llevando los pantalones y dándoles mil vueltas a todos.
P.– ¿De qué trabajaba?
R.– En un banco.
P.– Anda. No era nada habitual en esa época, desde luego.
R.– No, para nada. Y por eso la frase de la faja del libro: "No intentes engañarla porque su intuición nunca falla". Las mujeres mayores son muy listas, y yo quería crear ese personaje que veo también por ejemplo en María Galiana, alguien súper válida que muchas veces nos da mil vueltas a los hijos por mucho que nos desesperemos. Y muchas veces cuando tienes figuras así al lado se crea una dependencia, porque se les ha enseñado que su validez tiene que ver con seguir ocupándose de todo incluso cuando los hijos son mayores, y ahí se crea una relación un poco tóxica. Lo he visto en sucesos reales cuando ha pasado algo con mujeres mayores: los hijos al preguntarles cómo habían dejado a su madre sola, por ejemplo para ir al cajero, respondían eso de "es que mi madre si no está activa y hace todo sola se muere". Pero ¿hasta qué punto los hijos le sacamos partido a eso? A lo mejor ella hubiera disfrutado más yéndose a un balneario con el Imserso. Por ejemplo.
P.– Es su sexta novela, siete si contamos El Editor, y tiene una buena corte de lectores. ¿Está de acuerdo con que la gente no lee?
R.– Pues se ha creado por ejemplo en redes sociales un movimiento de gente a la que le gusta la literatura y que comparte los libros, y eso a los autores nos hace bien. Y creo que es bonito porque igual que hay influencers de otras cosas, está bien que haya toda una generación que comparta con otra gente a la que le gusta la lectura, y que se puedan relacionar entre ellos. Pero también es verdad que es muy significativo a veces en librerías o en centros comerciales no ver librerías…
P.– Ni gente casi leyendo. Todos con el móvil.
R.– Sí. Tuve que hacer una escala en Dubái, y me dijeron ‘te tienes que pasar por el centro comercial porque es espectacular’… Pero no había una sola librería. Pues, lo siento, pero Dubái no es para mí. Todo es lujo y aparentar, pero ¿no tenéis ni un libro? Ciao.
P.– Le gusta mucho abrir melones sociales, pero siempre mezclados con el género negro. ¿Por qué este género?
R.– Por eso también soy actor, porque me encanta lo que hay por dentro de nuestras cabezas, soy muy fan del thriller, del misterio, me gusta ese morbo de no saber, de pasar mucho miedo pero querer saberlo todo… Me gusta darme cuenta de cómo los elementos de nuestro entorno pueden ponernos al límite, y yo construyo la novela negra a partir de eso. Lo que busco es construir el terror con los elementos que tenemos a nuestro alrededor. Y de ahí surge La Matriarca, de cosas que me dan miedo a mí: cualquiera que tenga mis datos, sabe dónde vivo y lo que puedo hacer. Yo creo que esta es la novela más costumbrista y con la que más gente se va a identificar, porque está hecha de conflictos familiares y vecinales. Es la que más tiene de Cuéntame, porque es muy familiar, de conflictos, de relaciones…
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P.– Usted abre esos melones sociales con la escritura para sembrar debate. ¿Qué cree que le ha aportado Cuéntame a este país?
R.– Creo que Cuéntame ha dado visibilidad a temas de una España muy reciente que hay gente que no ha conocido, o ha podido ayudar a entender a los abuelos: mi abuela Herminia, por ejemplo, que ha venido del pueblo y ha vivido una guerra y por eso, en cuanto había una situación de emergencia mínima en el país, hacía acopio de provisiones porque pensaba que podía volver a estallar una guerra. Ese tipo de cosas costumbristas me las aplico en los libros: todo está documentado y también procuro crear debate sobre situaciones reales a partir de los datos.
P.– Venía yo pensando que a Cuéntame no se le ha acusado de ser una serie de derechas o de izquierdas, o a lo mejor en algún momento puntual, pero no se ha mantenido ese discurso en el tiempo. Y con el país en el que estamos…
R.– Bueno, pero sí pasaba, eh. Cuando empezamos a rodar la serie el entorno político creo que no estaba tan crispado como el de ahora, era la época de las Torres Gemelas. Pero cuando se habla de un tema importante que afecta a todos han surgido los que dicen que el pasado era así tal cual como en la serie, y otros los que acusan de que está vendida. Ves las dos Españas. Pero tanto los creadores como nosotros desde dentro hemos sentido siempre que estábamos contando la historia de una familia, que no tiene por qué ser la tuya. Tienes la libertad de no verla, claro, pero si no siempre se puede crear un debate en casa sobre si eso era o no así. Y yo en el fondo creo que luego no somos tan distintos y no estamos tan enfrentados. Porque por ejemplo mi personaje, que ha sido súper de izquierdas, a mí la gente de derechas me adora. Gente muy de derechas veía la serie y no me decía ‘ay, rojillo…’. Al contrario. Y creo que es porque Cuéntame ha mostrado todas las ideologías. Yo creo que luego somos mucho más respetuosos de lo que nos quieren hacer ver.
P.– ¿Y le ha gustado ser periodista en la ficción tantos años?
R.– Bueno, yo es que he hecho todo. Estuve en la construcción, de abogado laboralista, de periodista, corresponsal, presentador, en el Gobierno… Por eso cuando me decían si no me aburría o me daba miedo encasillarme decía ‘si he hecho tantas cosas, tantas vidas’… Lo que comprobé es algo que sabía ya, y es que los actores nos dedicamos a esto para vivir cosas que no haríamos en la vida real. Yo empecé (en la vida real) Periodismo porque me gustaba escribir, pero lo que me gustaba era evadirme, ser muy peliculero, y claro, en la carrera todo era realidad. En las prácticas de radio y televisión en las que tenía que hablar desde Pablo y no desde un personaje lo pasaba fatal de vergüenza. Sin embargo cuando me lo daban como personaje, lo disfrutaba un montón. Los telediarios de Toni Alcántara yo me los aprendía de memoria, no los leía, igual que todas las crónicas del 23F desde la calle… Fue un reto y le cogí gusto.
P.– ¿Y cómo fue el rodaje las últimas semanas? ¿Echa de menos las paellas de los Alcántara?
R.– No, claro, no me ha dado tiempo porque ahora estaríamos en el tiempo normal de parón. Volveríamos en dos meses o tres. Yo creo que lo echaremos de menos a la larga. Volver esta semana al teatro me ha hecho darme cuenta de lo que me gusta, que yo no era teatro, pero también me empieza a apetecer rodar. Me apetece mucho hacer un personaje muy distinto, aunque sea pequeño, pero que no te esperes nada.
P.– He leído que con Toni, claro, ya había dado todo lo que tenía que dar.
R.– Claro, no tengo la sensación de haberme quedado con nada. Con el final la gente quedó encantada, nosotros lloramos muchísimo, nos divertimos muchísimo... Hemos cerrado una etapa. No tengo una sensación de pena por habernos quedado a medias.
P.– Es del todo inusual que una serie dure 23 temporadas: ¿qué ha sido lo mejor de esa estabilidad y cuál ha sido la peor parte?
R.– La mejor sin duda es la estabilidad, económica por supuesto, pero sobre todo el aprendizaje constante. El hecho de haber estado rodando continuamente, pero con parones suficientes para hacer otras cosas, me ha permitido rodar y estrenar otros proyectos y poner en práctica todo lo aprendido. Algo que me pasaba en Cuéntame es que la gente me decía ‘¡cómo has mejorado!’ y, claro, a lo mejor venía de hacer en el Teatro Español una obra con Eusebio Poncela. En esta profesión a veces aprendes y de repente te encuentras con un parón, que te da mucha impotencia, y yo siempre he sabido que volvía.
Pero también lo que me ha pasado y me da un poco de pena es que veo compañeros de mi quinta que han pasado por un montón de series, con personajes más o menos notorios. Yo no he tenido esa necesidad cuando estaba, pero ahora me doy cuenta de que series y equipos que admiro y que siento como familiares no he trabajado con ellos en estos 25 años. Yo he tenido mucha suerte con el teatro, he hecho cosas en el cine y recientemente Citas Barcelona de serie, o Pueblo, pero tengo ganas de recuperar todo lo que no he podido hacer.
P.– ¿Qué le apetecería ahora rodar? ¿Le apetece rodar con alguien en concreto?
R.– Me apetece mucho hacer comedia porque me lo paso pipa, y luego me encantaría hacer algo de acción. Pero algo muy distinto, de raparme el pelo por ejemplo.
P.– ¿De engordar mucho también?
R.– Mmm, no soy yo muy fan de esos procesos. Creo que hay actores con más peso o sobrepeso que no tienen oportunidades, a mí este momento de una Charlize Teron que se ponga… ¿No habrá mujeres que tienen ese cuerpo y a las que nunca se da una oportunidad? Bien por Charlize Theron, que lo ha aprovechado, pero hay un punto en que pienso eso, que ya se lo podían haber dado a alguien que está marginada porque no tiene oportunidades.
P.– Como reivindican también las mujeres trans.
R.– Claro, pues también. ¡No habrá trans actrizones y actorazos que lo pueden hacer perfectamente y que nunca tienen oportunidades! Yo no voy a poner las reglas, que cada uno haga lo que quiera, pero mi mentalidad en principio no es una súper transformación. Me gustaría, eso, raparme, ir en chándal… Algo muy distinto a la imagen de Toni Alcántara, que era como el Ken de la Barbie, rubito, siempre bien peinado…
P.– El trabajo como actor es hacia afuera, y el de autor es hacia dentro… ¿Cómo conviven dentro de usted esas dos direcciones tan opuestas?
R.– Yo creo que escribo rápido primero porque me enamoro mucho de las ideas, tengo esos pálpitos y ya me entra la pasión, pero también necesito compartirlo todo el rato. Se lo voy contando a mi grupo de amigos, a mis familiares, a mi padre -que el otro día le dije ¿te ha sorprendido? Y me dijo ¡es que ya me lo habías contado!- (risas). Y el hecho de verbalizarlo me ayuda a ordenar, sobre todo en estas tramas tan complicadas de thriller, cuando lo verbalizas te das cuenta de si alguna parte hace aguas, y entonces la puedo reforzar.
Mi manera de ser no es guardármelo… Mi manera es estar conectado con el juego, como cuando de pequeño jugaba a inventarme historias. Porque en el momento en el que me guardo cosas y pienso… Me miraría más y eso no favorece nunca. La página en blanco tiene mucho que ver con la autoexigencia. Yo empiezo a escribir y ya corregiré. No necesito aprobación, no me han dado muchos premios y no creo que me los vayan a dar, pero soy muy feliz.
P.– Le han dado el premio gordo de la audiencia. Y de los lectores.
R.– ¡Sí! Pero el otro día veía a la actriz de Anatomía de una caída, nominada a los Óscar, y le preguntaban cómo había preparado una escena y ella contestaba ‘siento decepcionarte, me sabía las líneas’.
P.– Y ya está.
R.– Ya está. Tú sabes lo que tienes que hacer, lo has entendido, llegas ahí, te pones en manos del director y, si tienes suerte de tener un compañero que te lo devuelva, te lo pasas pipa. ¡Si es divertirte! Y no mirarte tanto.