La vida de Francisco Martínez López es un remanso de paz ahora que va a cumplir 97 años. Pero creció y sobrevivió en su niñez y juventud rodeado de violencia, y ese recuerdo lo acompaña como su segunda sombra. Su misión es exponerla a la luz contra el olvido. Vive a solas en la cuarta planta de un bloque de pisos en El Campello (Alicante), adonde, divorciado, se vino después de jubilarse en Francia. Se levanta a las seis y media de la mañana, sale a dar un paseo al amanecer y sobre las ocho y media se baña en el Mediterráneo, no importa si es verano o invierno. La cabeza que se sumerge en el agua inmemorial está llena de vivencias históricas. Parecen sucedidas ayer cuando las cuenta.
Después del ritual, el jovial nonagenario vuelve a su piso y se recluye con sus libros hasta la mañana siguiente. Solo rompe la rutina algunos días para encontrarse con sus compañeros en Alicante de la asociación Guerra, Exilio y Memoria Democrática del País Valenciano (de la que es presidente de honor), o ir de viaje a dar testimonio sobre su traumática y trepidante experiencia en la historia del siglo XX en España. Su relato no es uno cualquiera. Este hombre de menos de 1,60 de estatura, espalda erguida, ojos rasgados y trato fraternal que abre la puerta a EL ESPAÑOL | Porfolio es el último guerrillero antifranquista que queda vivo, además, precisa él, de su amiga Esperanza Martínez Sole, un año menor y residente en Zaragoza.
"En casa me llamaban El Quico y ese fue también mi nombre de guerrillero", empieza a contar Francisco Martínez. Hemos venido a conocerlo este mes de julio −en vísperas del 86º aniversario del golpe militar que desató la Guerra Civil y cuarenta años de dictadura− porque acaba de publicar el libro con la nueva edición actualizada y ampliada de sus lúcidas memorias, Caminos de resistencia (Ediciones El Boletín). Dice que lo mueve el compromiso con la verdad de los hechos y no el partidismo, que él detesta.
En sus páginas detalla sus años con la Segunda Agrupación del Ejército Guerrillero de León-Galicia entre 1947 y 1951, las torturas y asesinatos sufridos por sus compañeros (hombres y mujeres) a manos de las fuerzas del orden de la dictadura, y también las purgas internas en el Partido Comunista.
Cuenta también en su libro los choques a tiros con los guardias civiles y policías que los perseguían día y noche, su huida a Francia haciéndose pasar por militar del régimen, sus décadas como refugiado político en el exilio, su papel como secretario general del PCE en Francia (1977-1990) y como miembro del Comité Central del partido (1983-1991).
Tras su regreso a suelo español en 1975 a la muerte de Franco, se dedica, hasta hoy, a investigar y divulgar la historia de la guerrilla antifascista y antifranquista, y a pregonar, sobre todo entre los jóvenes, su mensaje de concordia: "En España se trata como enemigo al que no piensa como tú", critica. No es militante del PCE pero se sigue considerando un comunista democrático, y repudia cualquier intento de convertir el comunismo en una dictadura totalitaria como la que, de otro signo, él combatió de joven con las armas.
Leonés de 1925
Francisco Martínez, El Quico, habla con ganas y un ligero acento francés. Sube la escalera que conduce a su terraza particular en la azotea y enseña su pequeño mundo de hoy, refrescado con buganvillas y otras plantas, con vistas por un lado a las montañas de Alicante y por otro al parque municipal y a un trozo de mar que se cuela entre los edificios de El Campello. En el saloncito de su piso tiene una mesa pequeña pegada a la ventana que asoma al parque; en esta atalaya lee y escribe.
En las paredes hay fotos de su madre, Obdulia, tan parecida a la Pasionaria que de hecho la llamaban así en su pueblo. En otra imagen posa El Quico con sus tres hijas adultas, nacidas en Francia: Elsa, que murió en 2015, Irma y Odette, que fue quien compró este piso en el que vive su padre. Él no tiene ninguna propiedad. Un cuadro de un amigo representa el paisaje verde y montañoso de Ferradillo, en León, donde se fundó el 24 de abril de 1942 la Federación de Guerrillas de León-Galicia.
Este protagonista y testigo de los años más espantosos de la historia moderna de España es feliz aquí, junto al Mediterráneo. Pero no es su tierra natal. Vino al mundo el 1 de octubre de 1925 en Cabañas Raras, un pueblecito leonés a cuatro kilómetros de Ponferrada, en el noroeste de la península, cuenta a EL ESPAÑOL | Porfolio mientras cae la tarde.
Su padre, Daniel, era zapatero y labrador, y su madre, Obdulia, agricultora también; de la familia materna habían heredado el minifundio donde cultivaban cereales y hortalizas. Los dos eran socialistas, aunque su madre era la más activa políticamente: "Ella fue la que más me influyó", recuerda. Eran cinco hermanos (tres hombres y dos mujeres). Los padres, tras la problamación de la Segunda República en 1931, enviaron al pequeño Quico a estudiar con un maestro laico que le infundió, dice, valores progresistas. En su comarca, en El Bierzo leonés, había una gran efervescencia social y política, deseos de cambios, impulsados en buena medida por los mineros.
Golpe y represión
Su biografía, que es un recuento y una lección de historia del siglo XX español, la marca para siempre el golpe de Estado de los sublevados liderados por el general Francisco Franco del 18 de julio de 1936. Los rebeldes triunfaron en León el 20 de julio, señala. Esos días y los años siguientes los recuerda como una existencia de terror pero también de callada resistencia. Sus padres acogían en casa a huidos de izquierdas, a los que las nuevas autoridades franquistas buscaban para detenerlos y, a muchos de ellos, asesinarlos, como los que llenaban las fosas comunes en las cunetas.
Sus padres acogían en casa a huidos de los fusilamientos, y él se convirtió desde niño en "enlace" y espía
En ese ambiente, el niño Quico se convirtió pronto en "enlace" y espía para transmitir mensajes entre los resistentes que empezaban a organizarse e informarles sobre los movimientos de los uniformados. Dice que muchos niños se dedicaban a lo mismo. "No soy un héroe", afirma, "el héroe es colectivo, fue todo el pueblo, que corrió gran peligro" para proteger a los huidos y apoyar a los resistentes armados. Como el matrimonio formado por Domingo Rodríguez y Amalia López, padres de su amiga Consuelo, a quienes asesinaron el 18 de octubre de 1939 por ayudar a la guerrilla.
¿Qué vio de niño de esa represión? "Recuerdo que mataron a tres hombres y dejaron sus cadáveres tirados durante días en el camino para aterrorizar a la gente. Yo los veía cada día al pasar por allí", responde extrayendo de su memoria otro ejemplo.
Explica que durante los años de la Guerra Civil (1936-1939), en esa zona galaico-leonesa bajo control franquista hubo actividad resistente, encabezada por el mítico Manuel Girón Bazán, pero que la lucha armada contra la dictadura se organizó más sistemáticamente tras acabar la guerra española y mientras se desarrollaba en Europa la Segunda Guerra Mundial. Comunistas, socialistas y anarquistas se unieron formando una guerrilla sostenida por los vecinos que los hospedaban en los pueblos y aldeas por donde se movían constantemente.
"Era un movimiento de resistencia popular, creado desde la base hacia arriba, sin jerarquías; no teníamos jefes sino responsables de grupo", recalca Francisco Martínez para diferenciar esta lucha armada arraigada en la población de la actividad guerrillera impulsada "desde arriba" por el PCE desde el exilio francés, con la que estaba en desacuerdo. A juicio del Quico, no tenía sentido y era suicida pelear aislados en las montañas, como ocurría en Andalucía, sin contacto con los habitantes.
[La Agitada Vida de las Dos Fotógrafas Judías que Inmortalizaron la Guerra Civil Española]
Sobre su etapa de enlace con la guerrilla, como miembro del Servicio de Información Republicano (SIR) entre 1944 y 1947, se acuerda de cuando, mientras trabajaba de ayudante en el laboratorio de la Minero-Siderúrgica de Ponferrada (MSP), vio que unos policías llegaban preguntando al responsable por un guerrillero. Él se apresuró en ir a avisar al prófugo al sitio donde se escondía, para que huyera. El hombre se fue inmediatamente hacia la montaña."Un minero que había sido anarquista y se había hecho falangista, y que presumía de haber matado a más de cuarenta, cogió un caballo y lo alcanzó en el monte. ¡No me mates, no me mates!, le pidió. Pero lo mató a tiros y volvió con el cadáver en el caballo".
El joven Quico tuvo, como enlace, la suerte de que no lo atraparan; a su hermano Antonio, en cambio, "lo detuvieron y torturaron dos veces". Destaca que muchos de los torturados, encarcelados y asesinados por apoyar a los guerrilleros eran mujeres, y defiende que ellas fueron esenciales en el movimiento de resistencia. "A una mujer la torturaron quemándole los genitales y los pechos. Se volvió medio loca. No se lo dijo a sus hijos, por miedo seguramente, sino a su nieta, muchos años después".
Destaca que muchos de los torturados, encarcelados y asesinados por apoyar a los guerrilleros eran mujeres
Al descubrirse que la Policía lo buscaba por ser enlace, El Quico pasó a la clandestinidad como guerrillero en septiembre de 1947, tomando las armas con la agrupación galaico-leonesa controlada por el Partido Comunista. Usaba una pistola ametralladora, con el cargador montado por debajo y culata. Dibuja en un papel cómo era. Podría ser una Astra modelo 900, copia española de la alemana Mauser C96.
Herido en combate
Dice que en sus encuentros con estudiantes prefiere "no contar batallas, que son la consecuencia, sino las causas" de la resistencia contra la dictadura que, argumenta, surgió para aplastar los cambios de la Segunda República y preservar los privilegios de las clases dominantes. Pero esas batallas son importantes para saber qué pasó. ¿Qué enfrentamientos tuvo? ¿Iban a atacar a la Guardia Civil?
"Nosotros nunca buscábamos el enfrentamiento, no atacábamos. Nuestro objetivo era ampliar nuestra influencia política en la población, que los que no eran antifranquistas cambiaran de opinión; solamente usábamos las armas para defendernos de la persecución", dice con su tono enérgico y a la vez amable y tranquilo. Preguntado por el periodista, revive varios episodios en los que se vieron rodeados por los guardias y policías que los buscaban o simplemente se encontraron casualmente con ellos.
La cercanía e inminencia de la muerte era constante. La tenían tan asumida que conservaban munición para el caso más extremo: "La última bala podía ser para ti". Una vez, el 24 de febrero de 1949, estuvo muy cerca, en una emboscada de la Guardia Civil en Ocero, en la comerca leonesa de El Bierzo. "Me hirieron de bala en el brazo y murieron dos compañeros de los siete que íbamos", dice. No le da importancia a su herida; tuvo suerte de que el proyectil le atravesara la carne sin romper hueso.
Le pedimos que nos enseñe la cicatriz. Él se había olvidado de ella y cree que no se ve. Pero se remanga la manga de la camisa y ahí está, en el brazo izquierdo, como recordatorio imborrable de las luchas del pasado. En esa misma escaramuza en que logró escapar herido, las balas mataron a su compañero Eduvige Orozco Palacín, Andaluz, y otro, Alfonso Rodríguez López, Gallego, cayó herido gravemente. Alfonso se suicidó, rematándose para que no lo atraparan vivo. "Cogió su pistola y se pegó un tiro en la sien".
Mucho arrojo y suerte tuvieron en otra ocasión en que alguien denunció su presencia en la aldea de Corporales, en la comarca leonesa de La Cabrera. Ocurrió el 24 de febrero de 1951. Eran solo cuatro guerrilleros frente a las decenas de guardias y policías que los cercaban. Se atrincheraron en una manzana de viviendas. "Empezaron a quemar casas para llegar hasta donde estábamos nosotros. Nos subimos a un tejado. Un guardia me tenía enfocado desde arriba, pero Manuel Girón le disparó, y el guardia cayó muerto por las escaleras hasta el portal, y allí se quedó sin que vinieran a recogerlo", cuenta a esta revista. ¿Mató El Quico a alguien en el tiroteo? Responde que cree que no, pero que no lo sabe.
Tras el día entero de refriega, al llegar la noche burlaron el cerco y escaparon ilesos los cuatro. Dice que en los pueblos hicieron coplillas sobre su proeza de "la manzana"; una mínima victoria moral en un conflicto que acabaron perdiendo cuando quedó claro que después de la Segunda Guerra Mundial los países democráticos no iban a ayudarlos a derribar a Franco, como se habían hecho ilusiones.
"Traidores" y aliados
Durante los años de la contienda mundial (1939-1945), en el norte español la guerrilla había cometido sabotajes para intentar debilitar al régimen franquista e indirectamente a sus aliados fascistas, como, pone de ejemplo, contra los trenes que llevaban wolframio de Galicia destinado a la maquinaria bélica de Hitler en Alemania. Pero en los últimos años 40 y principios de los 50, el objetivo en sí mismo era resistir, sobrevivir y mantener las redes antifranquistas en la población.
En ese contexto ocurrió un episodio incruento que hoy El Quico recuerda con una sonrisa. "Los guerrilleros fuimos a la mina de wolframio y la ocupamos dos horas. Muchos mineros eran enlaces nuestros y disimulaban. Los directivos eran italianos y alemanes. Cantamos la Internacional, dimos un mitin, repartimos los productos del economato entre la gente y nos fuimos. Los directivos vieron que los habíamos respetado y no éramos unos bandoleros, como decía la dictadura de nosotros".
Las relaciones humanas eran complejas en ese mundo de clandestinidad y guerra sucia. Personas a las que tenían por amigas los denunciaban, a menudo bajo chantaje extremo, después de que los policías y guardias torturasen o matasen a algún familiar y las amenazasen con el mismo destino si no colaboraban. Bajo las órdenes del comandante de la Guardia Civil Arricivita, se incentivaron además los sobornos, los premios, para animar a reclutar a informantes y delatores, explica el antiguo guerrillero. Un "traidor, José Rodríguez Cañueto, que trabajaba para la Guardia Civil", fue el que mató a su jefe en la guerrilla, Manuel Girón, el 2 de mayo de 1951; el verdugo se fue a Sevilla y apareció muerto a finales de ese año atropellado supuestamente por un camión.
Pero, igual que a ellos los infiltraban, la guerrilla también contaba con informantes entre policías y guardias civiles, que los ayudaban por amistad, parentesco o convicción política. "Una chica que era enlace nuestro tenía de novio a un guardia civil. Organizamos una reunión con él, al entrar le descargamos la pistola por seguridad y él lo entendió", recuerda de ese agente que se convirtió en confidente.
Los guerrilleros tenían informantes entre policías y guardias civiles. Y había curas que los acogían
Otra ayuda fundamental fue la de los curas que los acogieron y ocultaron, salvándoles la vida. Famoso entre ellos eran los curas "Don Celso" y "Don Francisco". Este último tenía ocultos en su casa a dos guerrilleros de paso. "Vinieron unos policías a buscarlos, don Francisco dijo que era terreno sagrado y no podían entrar. Los policías le dijeron que era 'un rojo con sotana', y él se quitó la sotana, cogió una escopeta y les dijo: 'Ahora no tengo sotana, a ver si se atreven a entrar'. Los policías se fueron".
Especialmente dolorosos para El Quico son los casos de algunos camaradas a los que asesinaron no agentes franquistas aplicándoles la "ley de fugas" con ejecuciones extrajudiciales cuando ya estaban detenidos, sino otros guerrilleros o enviados del PCE que los acusaban falsamente de "traidores" por disentir de las instrucciones del partido. Asegura que esas purgas internas fueron un grave error que él se esfuerza en denunciar y reparar, como hizo cuando pidió al PCE que rehabilite el buen nombre de Víctor García García, El Brasileño.
Huida a Francia
En septiembre de 1951, convencidos de que la lucha armada de los maquis como ellos ya no era útil en una España donde la dictadura se había asentado con la aceptación del resto del mundo, decidieron huir a Francia. Eran los cuatro supervivientes del grupo que había liderado Manuel Girón, asesinado en mayo: El Quico; Pedro Juan Méndez, El Jalisco; Manolo Zapico y Silverio Yebra, El Atravesado. "Teníamos un contacto en el Gobierno Civil de Pamplona, que consiguió un uniforme con el que nos hicimos fotos para un carné falso de militares. Cruzamos la frontera con esa documentación y con nuestras armas. En Francia, entregamos las pistolas y granadas", describe con detalle. Todavía les esperaba otro suplicio.
"Nos encerraron durante tres meses en el calabozo en Marsella. Nos daban a elegir entre unirnos a la Legión Extranjera francesa para enviarnos a Indochina, o que nos expulsaran a España. Un oficial me dijo, en correcto español: '¡Franco te va a cortar los cojones!'. Y yo le respondí: 'Los cojones se los van a cortar a usted en Indochina!'". Gracias a una campaña de presión internacional, les reconocieron el estatuto de refugiados políticos que habían pedido y los soltaron.
En libertad en París, trabajó en una fábrica de carritos para niños, de albañil, en un laboratorio... En los años 60 fue sindicalista con la CGT francesa en Citroën, organizó a los emigrantes españoles, siguió con tareas de dirigente del Partido Comunista de España en suelo galo. Regresó por primera vez a su patria española en diciembre de 1975, en una fugaz incursión en Barcelona días después de la muerte de Franco. En 1976 y 1977, un cuarto de siglo después de su exilio-fuga, volvió de visita a su tierra, al Bierzo de León. Allí se reencontró con mujeres y hombres que lo habían acogido y ayudado años atrás.
En las décadas siguientes, recorrió España para dar testimonio de su experiencia y escribió y fue ampliando su extraordinaria biografía política, que es un documento histórico imprescindible, y muy bien escrito, para conocer aquella etapa de sacrificios en pos de la democracia.
Convivió con una viuda con otro trauma: "Un hijo suyo fue uno de los cadetes de la Guardia Civil a los que mató ETA"
Se jubiló en la década de los 80 y se vino a vivir a Alicante, donde durante cuatro años convivió con una viuda que había sufrido otro trauma: "Un hijo suyo fue uno de los cadetes de la Guardia Civil a los que mató ETA en Madrid", dice refiriéndose a la masacre terrorista del 14 de julio de 1986. Etarras del comando Madrid asesinaron con coche bomba a doce guardias de entre 18 y 25 años de la escuela de Tráfico que pasaban en su autobús por la plaza de la República Dominicana.
Convivencia democrática
Francisco Martínez López, El Quico, predica con el ejemplo a favor del entendimiento y la convivencia democrática y libre entre ideas distintas. Para un antiguo documental sobre la guerrilla, aceptó de buena gana encontrarse y darle la mano a uno de los guardias que lo habían perseguido. Y la primera versión de sus memorias la presentó en un acto conjunto en la Diputación de León con el hijo del sargento Ferreras, que presentaba el libro de memorias de su padre, perseguidor de guerrilleros.
En su dormitorio cuelga en la pared el certificado del Ministerio de Justicia español de 2009 que lo reconoce como represaliado de la dictadura, por los procesos penales que abrieron contra él en rebeldía. En 2021, el gobierno de la Generalitat valenciana le concedió una medalla, inscrita con el nombre "Quico el guerrillero". Él agradece mucho las muestras de aprecio, pero sostiene que, por lo general, en España los reconocimientos a los luchadores contra la dictadura han pesado menos que el olvido, la indiferencia y el abandono.
Mientras viva, contará este "relato histórico antifranquista para la memoria democrática", como nos escribe en la dedicatoria de su libro. Seguirá defendiendo, añade de viva voz, un mensaje de presente y futuro para los jóvenes: "Que no haya rencor, los nietos no tienen que heredar los conflictos de sus abuelos". Lo dice un día después de que, este lunes 4 de julio, la Comisión Constitucional del Congreso haya aprobado el proyecto de la nueva Ley de Memoria Democrática.
En septiembre irá a presentar su libro al Bierzo leonés, donde comenzó su vida. Un siglo después, El Quico aún sigue luchando por la libertad, la democracia y la fraternidad, sin hacer daño a nadie. En su blog en internet, Memoria cautiva, se define así: "Guerrillero contra Franco. Guerrillero contra el olvido".