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La tristeza y la incertidumbre rondan cada vez más a Putin a medida que se prolonga lo que iba a ser una ofensiva relámpago. Enquistada en una guerra de desgaste, a medida que ataca las ciudades ucranianas, Rusia está cada vez más aislada en la escena internacional.
Las sanciones están surtiendo efecto y la disidencia, a la que las autoridades aplastan sin contemplaciones, está aumentando según todas las apariencias.
A principios del siglo XX, en el Imperio Ruso hubo dos revoluciones vinculadas con guerras impopulares: una en 1905 después de la humillante derrota en la guerra rusojaponesa, y otra en 1917 durante la Primera Guerra Mundial. Después del colapso soviético, en otras repúblicas recién independizadas hubo levantamientos que derrocaron gobiernos en Georgia, Armenia y Moldavia, tres revoluciones en Kirguistán y otras tantas en Ucrania.
A medida que se prolonga la guerra actual, los observadores se preguntan: ¿está temblando la posición de Putin? El presidente disfruta de un sólido nivel de apoyo entre los legisladores; de los 450 miembros de la Duma, 351 respaldaron reconocer a las autoproclamadas repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk: la excusa para la invasión.
Algunos analistas sugieren que, con las sanciones haciendo añicos la economía, a Putin podrían moverle la silla. Volodymyr Ishchenko, sociólogo ucraniano que ha estudiado las revoluciones en el escenario postsoviético, no acaba de verlo: "No creo que la revolución sea probable", dijo a Al Jazeera, "el aumento del descontento no es suficiente para una revuelta. Se necesita una división entre las élites, unidad de la oposición, estructuras de coordinación y movilización".
Putin lo sabe. Ha pasado gran parte de las dos últimas décadas preparándose contra una "revolución de color" como la Revolución Naranja que tumbó en 2014 a Yanukóvich en Ucrania, que pensó que estaba inducida por Washington.
Para evitar una revuelta interna, neutralizó a figuras de la oposición como Alexey Navalny, ahora encarcelado, cuyo movimiento político ha sido proscrito. Ishchenko asegura que el éxodo de rusos, estimado en cerca de 250.000 personas desde febrero, ha hecho que la revuelta masiva sea aún más improbable.
El vídeo agarrando la mesa
La periodista Catherine Belton, que fue corresponsal en Rusia del Financial Times, acaba de publicar Los hombres de Putin (Editorial Península). Uno de esos hombres, acaso el más influyente del círculo íntimo de Putin, es el ministro de Defensa Serguéi Shoigú. Putin le debe el éxito de la intervención militar en Siria. Además, ambos se lían el petate regularmente para cazar y pescar en Siberia o rastrear al tigre en el Lejano Oriente.
Putin is hailing Russia's "liberation" of Mariupol after his forces completely destroyed during a two-month siege.
— max seddon (@maxseddon) April 21, 2022
He told defense minister Sergei Shoigu to block off the Azovstal metallurgical plant, where the last Ukrainian troops are holed up, "so that a fly can't get in." pic.twitter.com/g2lNd44qXF
Un llamativo vídeo de una reunión de trabajo à deux entre Putin y su ministro de Defensa ha levantado sospechas sobre la salud de ambos. Las redes sociales han aireado la actitud robótica y la aparente mala salud no sólo del presidente, sino también de Shoigú.
En el vídeo —difundido en la web del Kremlin a las 10 de la mañana del pasado jueves 21 de abril—, un plano fijo muestra a Putin (69 años) con la cara abotargada. Su habla es extrañamente monocorde, entrecortada y con evidente dificultad para respirar en las frases largas. Se lo ve penoso en una postura incómoda, tan encorvada que parece tener joroba.
Agarra con fuerza el borde de la mesa con la mano derecha y no la suelta durante toda la conversación. Según la exparlamentaria británica Louise Mensch, padece párkinson y trata de evitar que le tiemble mano. Lo que no puede evitar es el rítmico movimiento de su pie derecho. Parece impaciente por acabar el encuentro cuanto antes.
Hay una diferencia drástica entre este Putin y el de finales de febrero. Poco queda del hombre atlético y vigoréxico. Se ha convertido en un anciano fofo, con sobrepeso, cara hinchada, mejillas caídas y una barriga notable. Esa repentina metamorfosis podría deberse al uso de fármacos hormonales.
A sus 66 años, Tampoco Shoigú parece estar en su mejor momento de forma. Es un político muy astuto, por eso ha sobrevivido durante treinta años. Mijaíl Zygar, director de la televisión Dozhd, bloqueada ahora por el Régimen, en su libro Todos los hombres del Kremlin: dentro de la corte de Vladímir Putin, explica que, a diferencia de otros, Shoigú ha sobrevivido en la primera línea política: "Explotando el amor del presidente por la caza y los deportes extremos, se convirtió en su touroperador".
Propaganda para dummies
Putin rara vez aparece en público últimamente. Muchos creen que,desde el comienzo de la invasión de Ucrania, se ha estado escondiendo en búnkeres subterráneos en los Urales o Siberia. O tal vez en un castillo de Crimea.
El breve encuentro Putin-Shoigú muestra a dos hombres que parecen enfermos. El economista sueco Anders Islund, que ha trabajado como asesor para los gobiernos de Rusia y Ucrania, reparó en que "la reunión mostraba tristeza y mala salud". Con un tono vital bajo mínimos, Shoigú fue incapaz de hablar sin leer, lo que da fundamento a los rumores de que ha tenido un ataque al corazón.
La transcripción completa de la entrevista difundida por el Kremlin es una puesta en escena para fingir los buenos sentimientos de Putin hacia sus soldados y los resistentes ucranianos. Primero, Shoigú lee su informe sobre la "liberación" de Mariupol. Según el ministro, al ejército ruso le quedan "tres o cuatro días para completar el trabajo". "Los nacionalistas [ucranianos que resisten] se esconden en el área industrial de la planta siderúrgica de Azovstal. Hemos sellado su perímetro", concluye el ministro.
Cuando termina, un Putin anormalmente atónico, le da la réplica durante tres minutos y medio. "Sería desaconsejable —dice— asaltar esa zona industrial. Te ordeno que lo canceles".
Shoigú: "Sí, señor".
Putin: "Debes ofrecer a todos aquellos que no han depuesto las armas que lo hagan. Rusia les garantiza la vida y la dignidad de conformidad con los instrumentos jurídicos internacionales pertinentes. Todos los heridos recibirán asistencia médica. El control de Mariupol es un éxito. Felicidades".
"Gracias, señor presidente", concluye un servil y acobardado Shoigú, el hombre que siempre estuvo ahí, leal como un perro, y que sigue estando ahí; pero en una situación muy difícil porque Putin sabe que ha fracasado.
La rabia de los esteroides
Tras analizar el vídeo, la psicóloga rusa Olga Iovich contó que Putin tiene serios problemas de salud que trata de ocultar. "Por regla general, cuando hablan de la guerra, los líderes y los militares se sientan erguidos, se les ve concentrados, hablan con claridad. Putin está rígido, tiene los ojos llorosos, su discurso es incoherente. No es el de antes".
The Moscow Times informó el 1 de abril que el Kremlin negó que se hubiera sometido a una cirugía de cáncer de tiroides. El 8 de abril, en una entrevista para el canal de YouTube ISLND TV, Oleksiy Arestovich, asesor del jefe del Gabinete del presidente de Ucrania, afirmó: "Putin tiene un sarcoma, o al menos está en tratamiento de quimioterapia, de ahí las mesas de 20 metros para preservar su sistema inmunológico, que ya está flojo".
A primeros de mes, el periódico ruso Proekt publicó que Putin viaja acompañado por al menos 10 médicos, entre ellos Yevgeny Selivanov, cirujano oncológico especializado en cáncer de tiroides, que en los últimos cuatro años ha visitado al presidente en su residencia del Mar Negro 35 veces y pasó con él 166 días.
Dos otorrinolaringólogos, Igor Esakov y Alexei Shcheglov, lo visitaron con más frecuencia aún en Sochi. Shcheglov voló para ver a Putin 59 veces y pasó un total de 282 días con él entre 2016 y 2020. Las enfermedades del tiroides, incluido el cáncer, generalmente son diagnosticadas por un otorrinolaringólogo, después un oncólogo y un cirujano se encargan del tratamiento.
Según Proekt, a medida que empezó a envejecer, el presidente ruso comenzó a visitar cada vez con más frecuencia el Hospital Clínico Central (TsKB) en el oeste de Moscú. Son frecuentes en los medios de comunicación las referencias a que el presidente tiene problemas con la columna vertebral. Se le ha visto más de una vez cojeando y llevarse la mano a la espalda. Putin ha dicho que se cayó de un caballo hace unos años, pero muchos sospechan que puede padecer cáncer de columna.
Se ha publicado que Putin puede tener cáncer de tiroides y de columna y que estaría recibiendo tratamiento de quimioterapia
Proekt ha revelado que en 2016 y 2017, Putin se sometió a varias operaciones de espalda. En 2019, el presidente volvió a necesitar asistencia médica y fue tratado por al menos una docena de médicos, entre ellos la doctora Elena Denisenko, especialista en lesiones de la columna.
Además, según agentes de inteligencia estadounidenses, Putin está desarrollando un trastorno cerebral causado por la demencia, la enfermedad de Parkinson o la llamada "rabia de los esteroides" como resultado del tratamiento del cáncer.
Su comportamiento, cada vez más errático, y sus estados paranoides con distorsiones de la realidad, en combinación con el aspecto hinchado que muestra en el vídeo con Shoigú, tendrían su causa en el deterioro de su salud por los androgénicos anabolizantes que provocan la rabia de los esteroides, "que cursa también en actitudes narcisistas y de dominancia", como explica el educador físico deportivo Ángel Roncero.
Sin contacto con la realidad
Durante la pandemia, Putin se enclaustró en un estricto autoaislamiento y fue perdiendo el contacto con la realidad. Los rusos se han acostumbrado a verle aislado en su despacho en mensajes a la nación ante una cámara o durante encuentros personales con otros líderes mundiales, separado de ellos por una mesa enorme. Según el New York Times, su distanciamiento por la Covid-19 y su reprensión a quienes no comparten su punto de vista "han creado cierta cautela, e incluso miedo, en los altos mandos del Ejército ruso".
El portavoz del Pentágono, John Kirby, dijo a principios de abril que los generales rusos no estarían ofreciendo al mandatario información fiable sobre la guerra. Opinión que compartió el secretario de Estado, Antony Blinken, durante un viaje a Argelia: "Uno de los talones de Aquiles de las autocracias es que no hay gente que diga la verdad al poder, y eso es algo que estamos viendo en Rusia".
Tiene tanta gente en la cárcel, incluso gente del Servicio Federal de Seguridad (FSB), que para un general ¿es realmente seguro decirle algo a Putin que no le gustaría oír? ¿Quién le pone ese cascabel al gato? Un problema con los sistemas políticos autocráticos es que las malas noticias no se filtran hacia arriba. Hay un problema de desconfianza entre los oficiales de nivel medio y los generales. Los primeros pueden entender lo que realmente está pasando en Ucrania, pero temen informar de ello a los generales. Los generales, obviamente, se lo piensan dos veces antes de canalizar esta información a Putin.
La periodista rusa Farida Rustamova, que ha trabajado para el servicio ruso de la BBC, dijo a Al Jazeera que "existe la sensación de que no hay nada que se pueda hacer, y hasta que esto termine, necesitan sobrevivir de alguna manera. No pueden irse, porque si renuncias o te niegas a trabajar en tiempos de guerra, serás un traidor y todos saben lo que hace Putin con los traidores".
Al llegar al poder, Putin controló rápidamente a los oligarcas, que habían dominado los negocios, los medios y la política en la década de 1990. Llamó a los principales magnates del país a una reunión y les advirtió que se mantuvieran al margen de la política.
Los que no cumplieron, como Mijaíl Jodorkovsky y Boris Berezovsky, fueron encarcelados, obligados a irse, o ambas cosas. Los demás aceptaron en gran medida el statu quo. Tienen poca influencia sobre el Kremlin.
"Si bien es lógico esperar una posición contra la guerra del lado liberal de la élite rusa, Putin los ha limpiado a fondo a lo largo de los años, los mantiene a raya y no darán un paso al frente", dijo Rustamova.
Putin, ex oficial de la KGB, se rodeó de funcionarios de seguridad e instaló leales en puestos clave, como Viktor Zolotov, jefe de la Guardia Nacional encargada de la seguridad interna. Pero se ha asegurado de que ninguno de los llamados siloviki, u "hombres de fuerza", se vuelva demasiado poderoso: el FSB y el servicio de inteligencia militar (GRU) manejan la información, mientras que el Servicio Federal de Protección (FSO) protege las espaldas del presidente.
Destituciones y arrestos
Según el politólogo y experto en las fuerzas armadas rusas Pavel Luzin, "hay una especie de secta política de algunos generales y otros oficiales de alto rango alrededor de Putin que creen en la restauración del Imperio Ruso, es una religión para ellos"·.
Pero algunos oligarcas ya han de desertado de los presuntos "intereses nacionales" a favor de asegurar sus cuentas bancarias. Incluso los funcionarios de más alto rango están perdiendo la paciencia. Putin ya ha comenzado una purga en el Ejército y el FSB.
Isaac Chotiner escribió el pasado marzo en el New Yorker que el líder ruso, frustrado, ha castigado a los funcionarios por juzgar mal la invasión de Ucrania. La fuente de Chotiner es Andrei Soldatov, periodista de investigación experto en el aparato de inteligencia del Estado ruso. Le reveló que la rama de inteligencia extranjera del FSB, que está a cargo de realizar operaciones de guerra híbrida en Ucrania, nunca logró su objetivo de cultivar redes de agentes y simpatizantes de grupos políticos pro-Kremlin. Putin se sube por las paredes y ahora el FSB está siendo investigado sobre el uso de los fondos asignados en Ucrania.
Además, el Kremlin se pregunta por qué la inteligencia estadounidense es tan precisa. "Sabía de antemano todo sobre el ataque inminente, hasta las fechas, lo cual apunta a topos en el círculo de toma de decisiones", dice el periodista ruso Maksim Katz. La contrainteligencia militar trata principalmente de cazar topos, de identificar las fuentes de las filtraciones. Ahora Putin tiene la mosca en la oreja no sólo por la mala inteligencia y su fiasco en Ucrania, sino también por el origen de la información estadounidense.
Según el medio opositor Meduza, algunas pistas de que no todo ha salido como se esperaba son los supuestos arrestos domiciliarios de dos miembros del Quinto Departamento del FSB —responsable del espionaje exterior— por proporcionar información equivocada sobre la situación política de Ucrania en vísperas de la ofensiva. Uno de ellos es el general Serguéi Beseda, en arresto domiciliario por, aparentemente, decirle a Putin que la guerra en Ucrania sería un camino de rosas.
En los últimos tiempos han dimitido o han sido destituidos hombres clave hasta entonces en la carrera de Putin
A mediados de marzo el subcomandante de la Guardia Nacional, Román Gavrílov, fue destituido y, probablemente, enfrentará algún tipo de investigación criminal.
Oligarcas en desbandada
Lo que sucedió tras la anexión de Crimea es que los oligarcas, muchos de ellos, perdieron sus contratos en Occidente. De repente, tenían un problema debido a las sanciones, pero el complejo militar-industrial ruso estaba creciendo y Putin fue muy inteligente al ofrecerles contratos militares. Ahora dependen del complejo militar-industrial.
La guerra está debilitando la posición de Putin. Aunque es difícil profetizar, sobre todo con respecto al futuro, nadie ve en el horizonte un levantamiento masivo. Tal vez los oligarcas y los funcionarios del círculo íntimo de Putin, frustrados por las sanciones e incapaces de disfrutar de sus cruceros en yate por los mares del mundo, desean derrocar al presidente. Pero todo el mundo sabe lo que hace Putin con los traidores.
Vagit Alekpérov, presidente del gigante petrolero Lukoil y uno de los hombres más ricos del mundo, ha dimitido esta semana, cuando se cumplen dos meses de que criticase la ofensiva del Kremlin en Ucrania.
Exviceministro de Petróleo y Gas soviético, el magnate de 72 años (que, según Forbes, posee un 30% de las acciones de Lukoil y una fortuna de 16.500 millones de dólares), ha finiquitado su dilatada carrera con un breve comunicado donde no explica los motivos de su renuncia.
También el dueño de Día, Mijaíl Fridman, pidió a finales de febrero parar "el derramamiento de sangre". El magnate abandonó la dirección de varias empresas poco después de sus críticas.
El 1 de marzo, Farida Rustamova reveló que fuentes de la élite rusa le habían dicho que estaban tan conmocionados por la guerra como todos los demás. Uno de ellos describió la situación como un "montón de mierda". Pero, ¿podrían traicionar al líder?
La salida del desastre
Resulta que uno de los ejércitos más grandes del mundo conduce tanques de la segunda mitad del siglo XX; la logística y los comandantes no están preparados para una guerra que ellos mismos desencadenaron, y los datos recopilados por los servicios especiales sobre la preparación del ejército ucraniano y los sentimientos de la sociedad ucraniana no sólo son falsos, sino directamente contrarios a la narrativa rusa.
Además, las filtraciones del círculo íntimo de Putin estaban en toda la prensa occidental semanas antes de la guerra. "Rusia no tiene inteligencia", dice Maksim Katz. "No hay ni ha habido nunca personas con antecedentes militares serios, pero hay muchos chequistas (agentes del servicio secreto)".
Katz ha contado que la invasión se preparó con dinero a espuertas para desestabilizar Ucrania desde dentro. "Pero ahora no está claro qué estaban haciendo. Estaban mintiendo a sus superiores", escribe. "Si no fuera por las armas nucleares, esto sería simplemente un desastre: 20 años de inversión en el ejército y servicios especiales para nada".
¿Es posible que un solo hombre, contra la voluntad y los intereses económicos de los clanes, en contra de oficiales y ministros, con millones de rusos comunes y corrientes empobreciéndose cada día de guerra, esté conduciendo al país al desastre y nadie pueda pararlo? Lamentablemente, como ha demostrado la historia, la respuesta es sí, porque hay miedo al caos y la guerra civil.
Aunque cada vez más aislado, es poco probable que el líder ruso sea destituido del poder. Volodymyr Ishchenko dijo a Al Jazeera que "el golpe de palacio es más probable que una revolución. Aunque no estoy seguro de que una posible conspiración de la élite haga un movimiento sin una derrota previa en Ucrania. Si no se produce una derrota de Putin, no pasará nada en Rusia".
Ni Ishchenko ni casi nadie esperan la salida forzada de Putin en las circunstancias actuales. Pero la situación puede cambiar en caso de una derrota". Tatiana Stanovaya, politóloga del centro Carnegie de Moscú, cree que a Putin no le falta apoyo dentro de su círculo. "Todos le respaldan, le temen, comparten su preocupación por la situación actual. A Shoigú, Gerásimov (jefe del Estado Mayor), Zolotov (director de la Guardia Nacional), Naryshkin (director del Servicio de Inteligencia Exterior) les preocupa que Putin les retire su confianza. Ellos le apoyan sin lugar a dudas. Son serviciales, son militares".
En el caso de que dure la guerra, además del poder popular, la rebeldía de algunos magnates o un golpe de Estado militar, el politólogo Pavel Luzin sugiere una cuarta posibilidad: a medida que crezcan los problemas sociales y fiscales de Rusia como resultado de la guerra, gobiernos locales y burócratas, previamente marginados, podrían tomar el relevo mientras Putin se sienta en su búnker, separado del mundo. De esta manera, la burocracia comenzará a actuar sin Putin, simplemente ignorándolo", dice Luzin. "Así, el régimen político ruso podría cambiar sin ningún golpe".
Pérdida del control de las armas nucleares
El séquito de Adolf Hitler podría haber evitado las terribles consecuencias para ellos y el resto del mundo simplemente deponiendo al Führer loco. Pero no lo hicieron; simplemente vieron cómo se perdía la guerra y el país se iba al despeñadero. Hasta el final, la Alemania de Hitler fue el ejemplo perfecto de un régimen que redujo el poder de una nación a un solo búnker.
¿Podría pasar lo mismo en Rusia? "El sistema está comenzando a devorarse a sí mismo", dice el periodista ruso Vladimir Osechkin. "Incluso está fagocitando a las personas más cercanas al director de la Rosgvárdia (Guardia Nacional), lo que indica que se está librando una guerra personal: quién acordará con quién sobre qué y quién instalará a quién". Según Osechkin, estos movimientos significan el debilitamiento del bloque de poder, que evidentemente cuenta con personas conscientes de la destructividad de las acciones de Putin.
Entretanto, Vladímir Vladimirovich sigue al mando y la guerra continúa contra viento y marea. La revista online Meduza, prohibida en Rusia, escribe que es más fácil para el bloque euroatlántico aislar a Rusia que intentar influir en un cambio artificial de poder en el Kremlin.
"Existe un consenso en los países occidentales de que los intentos de cambiar artificialmente el régimen ruso desde dentro podrían ser un remedio peor que la propia enfermedad. Podría causar el colapso territorial de Rusia, la pérdida del control sobre las armas de destrucción masiva, millones de refugiados, una radicalización religiosa de la población en ciertas regiones rusas, una crisis energética sin precedentes y revoluciones en otros países postsoviéticos".
El miedo al colapso del Estado y la incertidumbre que vivió el entorno de Putin en la década de 1990 puede ser la razón principal por la que ninguno de los compinches del presidente se atreva a eliminarlo política o físicamente. Para ellos en su búnker, con el país deslizándose hacia el abismo, la esperanza de preservar al menos algo es preferible al caos y la guerra civil.
El miedo de quienes podrían apartarlo es el perro que guarda la viña de Putin en el Kremlin.