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Aunque autoexiliado en una islita tranquila de Abu Dabi, muchos días solo y otros recibiendo visitas, lejos de su país y de su familia, aburrido por la inacción física, sin deportes, y nada adicto al estudio y la lectura, después de pasar en vilo el trance de la investigación fiscal de sus bienes, sus depósitos en bancos, fundaciones, trusts y escondites ofshore, cuando se acercaba ya el momento de regresar a España, don Juan Carlos aguzó las antenas para saber qué se decía, qué se debatía en Moncloa y en Zarzuela acerca de su nueva etapa, cómo pretendían organizarle su vida privada de modo que estorbase lo menos posible y pudiera hurtarse a la morbosa curiosidad de los periodistas...
Barajaban diversos lugares de residencia. Unos: "lo mejor es que se quede lejos; en Emiratos vive a cuerpo de rey y tiene un buen hospital a su alcance". Otros: "puestos a que no viva en España, ¿dónde mejor que en Portugal, con gratos recuerdos, amistades de otros tempos... y que nos garantizan su seguridad física?"
"Abdicó, sí, pero es Rey -apostillaba un tercero-. Y con tratamiento de Majestad. Si vuelve a España y quiere vivir aquí sus últimos años, debería habilitársele un pabellón, una estancia amplia y cómoda, instalando ascensores para evitarle escaleras, en el más idóneo de los Reales Sitios".
Y con esa propuesta, iban mencionando pros y contras sobre Aranjuez, Riofrío, La Granja de San Ildefonso, El Cuarto Alto de los Reales Alcázares de Sevilla, la Almudaina... "¿Al lado de Marivent? ¡Quita, quita!". El monasterio de Yuste cayó en picado "¿Yuste? Bueno, le metes en un monasterio y... se escapa al día siguiente aunque tenga que arrancar las rejas".
"Si viene, él querrá vivir en su casa, la Zarzuela... Éste es su sitio". Había hablado la reina Sofía
Y seguían tanteando: Tordesillas, El Pardo, El Escorial, "no el monasterio, La casita", "un lugar regio, modernizado en lo que sea su residencia, lejos de periodistas y curiosos, bien protegido... y al fin y al cabo, en España".
Al margen de aquel debate, que parecía un Monopoly o el viejo juego de mesa del Palé, sólo una voz se pronunció, sin prepotencia, pero sin timidez, con la plomada del sentido común: "Si viene, él querrá vivir en su casa, la Zarzuela... Éste es su sitio". Había hablado la reina Sofía. Y no improvisaba. Lo sabía por su marido... Últimamente, Juan Carlos y Sofía hablaban por teléfono, incluso hubo un viaje de ella a Abu Dabi.
Ese tejemaneje pretendiendo organizar su etapa final, desde Zarzuela y desde Moncloa, sin contar con él, encorajinó a don Juan Carlos. Tragó, pero mentalmente fue elaborando la carta del regreso sin regreso, la carta del "cuando y donde me dé la REAL gana... Mi vida es mía y ahora quiero pensar el futuro que me quede, con la perspectiva del pasado... hasta quiero daros organizado ya mi entierro". Y con ese ánimo se dispuso a escribir a su hijo Rey.
Carta de Juan Carlos a su hijo
Majestad, querido hijo:
En agosto de 2020, guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a España y a todos los españoles, a sus instituciones y a ti como Rey, te comuniqué mi decisión de trasladarme fuera de España, para facilitar el ejercicio de tus funciones. Desde entonces, he residido en Abu Dabi, lugar al que he adaptado mi forma de vida y al cual agradezco enormemente su magnífica hospitalidad.
Conocidos los Decretos de la Fiscalía General del Estado, por los que se archivan las investigaciones de las que he sido objeto, me parece oportuno considerar mi regreso a España, aunque no de forma inmediata. Prefiero, en este momento, por razones que pertenecen a mi ámbito privado y que solo a mí me afectan, continuar residiendo de forma permanente y estable en Abu Dabi, donde he encontrado tranquilidad, especialmente para este período de mi vida. Aunque, como es natural, volveré con frecuencia a España, a la que siempre llevo en el corazón, para visitar a la familia y amigos.
Me gustaría así culminar esta etapa de mi vida desde la serenidad y la perspectiva que ofrece el tiempo transcurrido. Como bien sabes, en 2019 te comuniqué mi voluntad de retirarme de la vida pública, y así lo seguiré haciendo.
En este sentido, tanto en mis visitas como si en el futuro volviera a residir en España, es mi propósito organizar mi vida personal y mi lugar de residencia en ámbitos de carácter privado para continuar disfrutando de la mayor privacidad posible.
Soy consciente de la trascendencia para la opinión pública de los acontecimientos pasados de mi vida privada y que lamento sinceramente, como también siento un legítimo orgullo por mi contribución a la convivencia democrática y a las libertades en España, fruto del esfuerzo y sacrificio colectivo de todos los españoles.
Siempre que te parezca bien, es mi deseo que hagas pública esta carta, para conocimiento de todos los españoles y en la fecha que estimes oportuna. Con mi lealtad, cariño y el orgullo inmenso que siento por ti. Tu padre.
[Su Majestad el Rey respeta y comprende la voluntad de Su Majestad el Rey don Juan Carlos expresada en su carta. Palacio de La Zarzuela, 7 de marzo de 2022]
No fue fácil. Se acumulaban los borradores. Una carta de azacanada fabricación, que requirió idas y venidas de un mediador de confianza recíproca, hasta lograr un texto acordado tanto en Zarzuela como en la islita de Abu Dabi, y presumiblemente con el nihil obstat de la Moncloa. En cierto modo, un pacto de no incordiarse mutuamente.
Fechada el 5 de marzo, el rey Felipe la tiene enseguida en su mesa de trabajo. No es una carta inesperada y espontánea. Ni siquiera es la carta afectuosa y natural de un padre, ausente y lejos de España desde hace medio año, que anuncia su regreso. No hay tal anuncio, ni concreción de esa vuelta a casa, ni mucho menos un apunte de cuándo y dónde y con quién piensa establecer su futuro domicilio. Antes bien, el gen Borbón indómito del monarca abdicado se deja sentir en diversos tramos del escrito: "Prefiero, por razones que pertenecen a mi ámbito privado y que solo a mí me afectan, continuar residiendo de forma permanente y estable en Abu Dabi". Entiéndase, 'ahí os quedáis... y en mi vida mando yo'.
Poco más adelante, otro pase por alto: "Tanto en mis visitas como si en el futuro volviera a residir en España, es mi propósito organizar mi vida personal y mi lugar de residencia en ámbitos de carácter privado para continuar disfrutando de la mayor privacidad posible". Es decir: 'A mí nadie me marca mi hoja de ruta, ni mi agenda de viajes y visitas, ni me dice dónde tengo que instalarme'.
Hay un trasluz de reproche por haber sido escudriñado fiscalmente, cuando alude como patente de inocencia a "los Decretos de la Fiscalía General del Estado, por los que se archivan las investigaciones de las que he sido objeto". Y omite mencionar las causas por las que los fiscales de Inglaterra, Suiza y España han tenido que dar carpetazo al caso del Rey: en unos delitos, porque habían prescrito; en otros, porque la inviolabilidad de que gozaba como rey impedía a los fiscales entrar a averiguarlos; y en otro paquete, porque la sagacidad de su abogado Sánchez Junco le aconsejó rascarse el bolsillo y ponerse al día con Hacienda: 'En esto, majestad, más vale pasarse que quedarse corto'.
Le hizo caso y abonó dos generosas regularizaciones fiscales, de 678.000 €, 4,4 millones € y 4.395.901€. Esos tres elementos, y no la ausencia de actos ilícitos, han sido los salvavidas que han librado a don Juan Carlos de la condena equis que le correspondiera, y hasta de comparecer como imputado.
¿Contrición? Cero.com
Incluso, en el párrafo donde parece que el padre Rey recapacita ["Soy consciente de la trascendencia para la opinión pública de los acontecimientos pasados de mi vida privada y que lamento sinceramente"] sin más transición que una simple coma, vuelve a alzar el mentón para autorreivindicarse por sus logros: "Como también siento un legítimo orgullo por mi contribución a la convivencia democrática y a las libertades en España, fruto del esfuerzo y sacrificio colectivo de todos los españoles".
¿Contrición? Cero.com. Aunque quizá la obtenga, si las olas y las gaviotas de la playa emiratí no rompen el silencio que un hombre necesita para encontrarse a solas con su Dios y su conciencia.
Es una carta política, pensada –y así lo pide el remitente- para ser hecha pública, pero que no despeja la incógnita inquietante sobre el inmediato futuro del Rey, cuya presencia y visibilidad en España seguirá arrojando una sombra indeseable, no en la persona del rey Felipe, sino en el aprecio popular hacia la Monarquía. Y ése es el daño. Un daño que, no teniendo vuelta atrás, sólo puede tener remedio hacia delante, anticipándose al futuro y sajando por lo sano las dos tentaciones que pueden cercar a un rey –y a don Juan Carlos le cercaron-: aprovecharse de la inviolabilidad y abusar de la influencia.
La influencia es un bien sutil, inasible, deja huella y tiene efecto, pero resulta difícil demostrar que el influyente usó con deliberación ese poder, esa habilidad, ese ascendiente.
Conversando en Zarzuela con Rafael Spottorno, entonces jefe de la Casa de Su Majestad, me dijo: "En esta casa no hay poder pero hay influencia". Cierto. Y cierto también que en esa casa ha habido influyentes que, conscientes de ello, la han usado en su provecho. Ahora hablamos del rey Juan Carlos, pero podemos pensar también en el general Armada o en Iñaki Urdangarin. ¿Se puede anular por ley que alguien influya en terceros? Imposible.
Alcance de inviolabilidad
En cambio, sí se puede reducir el alcance de la inviolabilidad del rey. Es un privilegio que le consagra la Constitución. El rey es un ciudadano español, el único, que por inviolable es injusticiable. No se le puede imputar ningún delito, no se le puede juzgar... De sus actos responden el presidente del Gobierno o el presidente de las Cortes. Y él firma los reales decretos que le pongan en su mesa de despacho.
Nuestra Constitución concede al monarca ese privilegio de estar al margen de la ley, o no sometido a ella, de un modo absoluto, tanto en sus actos políticos como en sus actos privados. Es una atrocidad, porque el hombre rey, puede cometer delitos: conducir con exceso de velocidad, maltratar a alguien, robar un objeto o sustraer un dinero que no es suyo, cazar en temporada de veda, atropellar a un viandante, violar a una menor... lucrar comisiones con el mero hecho de su influencia. Pero no hay juez que pueda imputarle ninguno de esos hechos, aunque no los cometiera "a título de rey" sino como un individuo en la esfera de su actuación privada.
La inviolabilidad que da la Constitución es una atrocidad, porque el hombre rey, también puede cometer delitos
Y en el ámbito de lo público, como su firma de una ley o de un decreto es preceptiva, le guste o no lo que le endosan en el BOE llamado "de cantos dorados", está obligado a firmarlo, no cabe atribuirle responsabilidad, porque no siendo libre no es responsable.
En Moncloa y en Zarzuela se trabaja con una futura Constitución, puesta al día de los cambios políticos, sociales, económicos, culturales... y con la evolución de las mentalidades, respecto a las de quienes votaron la Carta Magna de 1978.
"El Rey quiere una Monarquía constitucional adaptada a la España del siglo XXI –decía en diciembre de 2020 el presidente Sánchez-. Renovación, transparencia, rendición de cuentas... Y ahí está trabajando Felipe VI. El Rey es el primer interesado en renovar la institución. Vamos paso a paso. Pero ya verán cómo se materializa la renovación de la Corona, en cuanto a transparencia y ejemplaridad".
Uno de los temas que están en el laboratorio de ideas es la supresión de los fueros, con el ánimo de que no existan aforados, o sean muy pocos los que tengan el privilegio de ser juzgados por un determinado tribunal superior, y todos seamos iguales ante la ley. Pero esa vía no serviría para acabar con la inviolabilidad regia. Se precisaría una "reforma severa" de la Constitución, porque el tema afecta al Título II, de la Corona. Y eso exige una disolución de Cortes, elecciones, Cortes Constituyentes, unos cuórums altos: las tres cuartas partes de cada cámara, referéndum...
Cabría, sí, que voluntariamente, el propio rey Felipe VI se adelantase al ritmo del Gobierno –bastante lento en esto-, y reclamase el derecho a no tener un derecho; que pidiera despojarse de ese privilegio, siquiera en lo que afectase a sus actuaciones privadas. Para ello, bastaría una simple reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Y si en ese texto se incluyera que la persona del Rey fuese aforado, y de sus actos privados punibles respondiera ante el Tribunal Supremo, el sable habría cortado de un tajo el nudo gordiano.
También Juan Carlos llegó al trono con todos los poderes de Franco, pero se desprendió de ellos
Al ser justiciable ya no sería inviolable. Y ello, en beneficio directo de la propia Corona, cuyo titular pasaría a ser, de hecho, y de derecho, un ciudadano sometido, como cualquier demócrata, a la gran garante de la democracia: la Justicia. También su padre, don Juan Carlos llegó al trono teniendo todos los poderes de Franco –"Yo era entonces como Franco, pero en Rey", decía jocosamente-, pero se desprendió de ellos, o mejor dicho, permitió que la naciente Constitución entregase la soberanía al pueblo, y desde entonces es el pueblo, y no el Rey, el soberano.
Volviendo a la carta de Abu Dabi, nada más conocer su contenido, el presidente del Gobierno comentó -quizá como mensaje subliminal a Zarzuela-, que el rey Juan Carlos "debería dar una explicación a los españoles", "aclarar las informaciones que se han conocido y el informe de la fiscalía, que pone de manifiesto la posible existencia de delitos fiscales, aunque no se hayan podido investigar". Y calificó con dureza sus actuaciones privadas siendo rey: "No son de recibo, son decepcionantes".
Ciertamente, esa carta no sirve como salvoconducto venial para el rey de méritos y deméritos, que ha sido jefe del Estado durante 38 años. Hacen falta unas explicaciones "suficientes", que hasta ahora por ley no se le han podido demandar, y no han visto la luz pública de la Justicia. No es bueno, ni en presente ni cara a la Historia, cerrar con pus un reinado que tuvo una brillantez y un prestigio innegables; pero que, pasados unos años, y creyéndose el monarca liberado de sus deberes, y amortizado, se emponzoñó.
Juan Carlos debe dar explicaciones
¿Explicaciones? El pueblo las merece y él las debe. Mucho hay escrito sobre que los reyes en ejercicio no tienen vida privada, pues "un rey lo es en el trono, en la cama, sobre su caballo y hasta en el retrete".
La trayectoria final de Juan Carlos I ha sido, no ya "decepcionante", como dijo el presidente Sánchez, sino indecorosa
Su trayectoria final ha sido, no ya "decepcionante", como la calificó el presidente Sánchez, sino indecorosa, tanto por sus liviandades amatorias, sus ocios caros y su vida lúdica, cuanto por la opacidad de su enriquecimiento. Y, tratándose de un rey, escasamente ejemplar.
Una vez perdida la inviolabilidad de su persona, desde que abdicó, esas explicaciones pueden exigírselas el Gobierno o el Parlamento; no un avispero de políticos, sindicalistas o periodistas en clave de recriminación. Y desde luego, podría demandárselas en privado y como sugerencia que aguarda respuesta, su hijo, por ser a la vez el Rey en ejercicio, el jefe de la Casa Real Española y el Gran Maestre de la Orden del Toisón de Oro: tres magistraturas de obediencia obligada para el rey Juan Carlos.
O bien, que saliera de él, como cuestión de honor y deuda moral con el pueblo español, que tanto le ha querido. Quizá le ayudaría recordar algo que supo desde que era un joven príncipe a la espera: "Reinar es servir y no servirse de".
Después de ese tiempo de reflexión y tranquilidad que desea encontrar en Abu Dabi podría hacerlo, en el formato y lugar que quisiera, como alocución televisiva a distancia, y consciente de que habla a una ciudadanía que, desencantada de él por su conducta, se ha alejado del aprecio a la Monarquía. O le ha vuelto la espalda. Por tanto, tendría que romper el cristal, como se dice en el argot de la comunicación: un mea culpa serio, sincero, sentido, que lograse llegar, tocar y satisfacer al televidente crítico.
Sin descender a detalles de su vida privada, ni complicar a terceros, testaferros, gestores, amigos ricos, y apoderados de sus operaciones financieras de oscura matriz. Pero sí sería necesario un tono de arrepentimiento convincente. A estas alturas, no basta, ni es creíble, ni zurce el roto una disculpa laxa, "lo siento, no volverá a ocurrir", como dijo tras el grave suceso de Botsuana, ni un "lo lamento sinceramente", como ha escrito en su reciente misiva. Lo uno y lo otro suenan a hueco.
Ahora bien, y éste es otro asunto a considerar tras la lectura de la carta, un rey a quien, por ser padre de rey, y él mismo haber reinado, se le ha de enterrar en el Panteón de Reinas y Reyes del Monasterio de El Escorial, y en sarcófago donde ya pone Johannes Carolus I, Hispaniae Rex, no puede morir en un piso de urbanización, en el bungaló de un amigo, en un hotel de Abu Dabi, o en un resort de lujo del Pacífico. Las formas hay que guardarlas porque no pocas veces son el fondo.
Cuando Felipe VI asumió el trono, en 2014, adoptó una serie de medidas para distanciarse de los escándalos de la última etapa del reinado de su padre: aprobó una normativa sobre los regalos que pueden aceptar los miembros de la Familia Real, e impuso un código de conducta para el personal que trabaja en la Jefatura del Estado. Por ejemplo, quien trabaje en la Casa Real, o perciba una asignación de la lista civil no podrá recibir emolumentos o intereses de otra empresa.
También publicó información detallada sobre el presupuesto de La Zarzuela, incluidos los sueldos de la Familia Real y sus altos cargos. Y, sin dudarlo un momento, renunció a la herencia de los fondos depositados por su padre en las fundaciones offshore Lucum y Zagatka, fondos de los que, sin haberle consultado, le había constituido beneficiario.
Don Felipe tiene ahora, a propósito de esa carta de chirimiri, que ni es lluvia ni es nada, una estupenda ocasión de adelantarse al paso que Pedro Sánchez y/o Yolanda Díaz quieren dar con la reforma de la Constitución, aunque no será algo inmediato. Adelantarse renunciando libremente a la inviolabilidad, en él y en su sucesora la princesa de Asturias, y siguientes.
Sería un puntazo hábil, y democráticamente ad hoc con los tiempos y con el deseo ciudadano. Un paso, sorpasso por la izquierda, que le distanciaría de la conducta de su padre mucho más que los kilómetros que median entre La Zarzuela y la islita de Abu Dabi.