Vista aérea de Nueva York.

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LA TRIBUNA

El progreso no es patrimonio de Occidente

En su nuevo libro Abierto: la historia del progreso humano Johan Norberg defiende que el progreso humano no depende de ideologías, creencias, etnias o localizaciones geográficas, sino del nivel de apertura de la sociedad.

16 septiembre, 2021 03:16

La globalización ha sido descrita como la “occidentalización” del mundo. Yo solía pensar que así era, pero, cuando me interesé por primera vez por la historia, temo que la estudié en orden inverso, como la mayoría de la gente. Así, comencé con la época actual y viajé atrás en el tiempo para buscar sus raíces, lo que me dio una visión distorsionada del carácter distintivo de Europa. Identificados fenómenos como la Ilustración o la Revolución Industrial, busqué sus antecedentes. No tardé en encontrarlos en el Renacimiento, en la Carta Magna, en el Derecho Romano... hasta llegar al descubrimiento griego de la filosofía o la democracia. Esta versión de la historia ha sido descrita por el filósofo y teórico cultural británico-ghanés Kwame Anthony Appiah como la “teoría de la pepita de oro”.

Érase una vez, los griegos encontraron una pepita de oro enterrada en sus tierras. Cuando los romanos los conquistaron, tomaron esta pepita de oro y la pulieron. Cuando cayó el imperio, esa pepita de oro se partió y los fragmentos terminaron repartidos por diferentes cortes, ciudades-Estado o polos de aprendizaje europeos que los conservaron, hasta que la pepita volvió a agruparse gracias a las universidades europeas o al movimiento por la independencia de Estados Unidos.

Comencé a perder mi fe en esta explicación cuando comencé a conocer casos de renacimientos culturales en otras latitudes. Más allá de Occidente también encontramos períodos en los que imperó el Estado de derecho, el progreso científico y un desarrollo económico rápido e intenso. Descubrí que la filosofía griega era, de hecho, una herencia común compartida con el mundo islámico. Y aprendí que los chinos descubrieron y crearon numerosas maravillas científicas y tecnológicas por sí mismos, muchos años antes de que lo hicieran los occidentales. Cuando tuve que confrontar toda esa evidencia pasada, encontré cada vez más difícil el defender la existencia de algún tipo de linaje directo que explica la civilización occidental, especialmente porque esta visión de la historia depende, por ejemplo, de limitar los siglos y siglos que van de Roma al Renacimiento como una simple aberración o Edad Oscura.

No, no hay una “pepita de oro” que explique todo el progreso de forma lineal y lo limite a un avance occidental. A lo largo de la historia han existido épocas doradas marcadas por la creatividad y los logros técnicos, científicos, económicos... El historiador Jack Goldstone se refiere a estos períodos como “eflorescencias”, que suelen ser rápidas y a menudo inesperadas, pero permiten que la población o la renta per cápita aumenten de forma acelerada. Lo que tienen en común estos apogeos históricos no es su ubicación geográfica, la etnia de sus protagonistas o las creencias de las poblaciones que los protagonizaron. Las “eflorescencias” ocurrieron en distintos lugares y épocas, bajo diferentes credos. Sucedió en la Grecia pagana, el califato musulmán abasí, la China confuciana, la Italia católica del Renacimiento, la República Neerlandesa calvinista... El denominador común es que todos estos pueblos estaban abiertos a nuevas ideas, conocimientos, hábitos, personas, tecnologías y modelos de negocio, vinieran de donde vinieran.

La posición de Occidente no nos la entregó el destino, sino ciertas instituciones que podrían acabar siendo arrasadas, tal y como ya sucedió en el pasado en otras partes del mundo

Como argumento en este libro [Abierto: la historia del progreso humano], la razón por la que la Ilustración y la Revolución Industrial comenzaron en Europa occidental fue que esta región del mundo resultó ser la más abierta, en parte por pura suerte. Esto ha sucedido en todos aquellos lugares que han pasado por cambios institucionales similares. No es, por tanto, el triunfo de Occidente. Es el triunfo de la apertura.

Si esto es así, es una buena noticia para el mundo, porque implica que este desarrollo también puede tener lugar en otras culturas. Al mismo tiempo, es una mala noticia para nosotros, en Occidente, puesto que significa que nuestra posición no nos la entregó el destino, sino ciertas instituciones que podrían acabar siendo arrasadas, tal y como ya sucedió en el pasado en otras partes del mundo, que vieron como sus “eflorescencias” acabaron derrumbándose.

Abierto: la historia del progreso humano, de Johan Norberg.

Abierto: la historia del progreso humano, de Johan Norberg.

La apertura creó el mundo moderno y lo impulsa hacia delante, porque cuanto más abiertos estamos a ideas e innovaciones inesperadas, más progreso podemos lograr. El filósofo Karl Popper acuñó el concepto de sociedad abierta. Popper se refería así a la sociedad que tiene un “final abierto”, porque no es un organismo con una idea unificadora ni un plan colectivo que establezca una meta utópica o común. El papel del Gobierno en la sociedad abierta es el de proteger la libertad de explorar nuevas ideas y vivir de formas distintas, de forma que cada cual persiga sus propias metas bajo un sistema de reglas que se aplican a todos de igual manera. Tal Gobierno se abstendrá de elegir “ganadores” y “perdedores” en la cultura, la intelectualidad, la sociedad civil o la vida familiar, así como en los mercados, los negocios o la tecnología. Su rol será el de blindar el derecho de todos a experimentar con nuevas ideas y métodos, y permitir que quienes encuentren soluciones a las necesidades y deseos obtengan los réditos que les genera la aceptación de los demás, incluso si esto desplaza a quienes antaño tenían una posición más ventajosa. Por lo tanto, la sociedad abierta es abierta porque no termina: siempre está evolucionando, siempre está en progreso.

Esto genera un margen muy notable para consolidar la irrupción de nuevas formas de orden humano que no son más que el resultado de la acción humana, que no del diseño humano. Las instituciones más importantes que encontramos en la cultura, la economía y la tecnología no se planificaron de forma centralizada, sino que fueron consecuencia de la cooperación y la competencia, de los experimentos, del sistema de prueba y error... Los grupos que adoptaron las mejores soluciones, a veces por pura suerte y otras por genuino criterio, tuvieron más éxito, fueron a más y terminaron siendo imitados por otros, mientras que los experimentos fallidos sufrieron el declive consecuente.

Las personas que están más abiertas a la novedad tienen menos probabilidades de mostrarse a favor de prohibir los cambios. Pero ese no es siempre el caso

Tal y como enfatizó el economista austríaco y premio Nobel Friedrich Hayek

Por humillante que sea para el orgullo humano, debemos reconocer que el avance e incluso la preservación de la civilización dependen de que aumentemos las posibilidades de que ocurran accidentes.

La apertura a la experiencia es considerada hoy como rasgo psicológico. Se incluye como uno de los “cinco grandes” en la taxonomía que describe los rasgos de personalidad y se explica como un componente relacionado con la imaginación, la curiosidad intelectual o la preferencia por la variedad. Pero este libro trata sobre la apertura de las instituciones, no tanto de los individuos. A menudo, una y otra forma de apertura están relacionadas. Las personas que están más abiertas a la novedad tienen menos probabilidades de mostrarse a favor de prohibir los cambios. Pero ese no es siempre el caso. Hay personas que asumen riesgos a título personal y, en cambio, ven necesaria la existencia de reglas duras y Estados grandes que nos protejan de ciertas desviaciones o tentaciones. Como bien demuestran innumerables biografías, hay personas que llevan vidas abiertas al sexo, las drogas y el rock and roll, pero defienden ideas autoritarias o represivas, mientras que otros viven una vida conservadora y prudente, pero defienden actitudes políticas más abiertas y tolerantes, no “a pesar de” esa personalidad, sino “a causa de” ella, puesto que ven con sus propios ojos que la libertad les permite actuar virtuosamente y hacer cosas buenas.

Mi tesis es que, actuando bajo un marco de instituciones abiertas, las personas resuelven más problemas de los que crean, sin importar sus rasgos de personalidad. Además, en estas circunstancias, aumenta la posibilidad de que se crucen los caminos de personas con rasgos diferentes y, de esa forma, combinen pensamientos o formas de trabajar. 

*** Johan Norberg es un escritor e historiador sueco. Este texto es un fragmento de su nuevo libro Abierto: la historia del progreso humano (Deusto, 2021)

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