Tras la euforia de la noche electoral por el triunfo histórico del PSC, comienzan las complicaciones cabalísticas para cuadrar las mayorías que permitan formar gobierno. Mayorías que deben producirse en el marco de unos vetos cruzados que dificultan enormemente cualquier fórmula de gobernabilidad.
Salvador Illa ha adelantado que se presentará a la investidura, pero le faltan 26 escaños para alcanzar la mayoría absoluta. Se da por descontado que convencerá a los 6 diputados de los Comunes de Sumar, aunque ganarse a los 20 de ERC se antoja más difícil. Más aún tras la dimisión de Pere Aragonès este lunes.
El president saliente ha anunciado que su partido aceptará el papel de oposición al que le han relegado los electores, y ha reconocido que "han elegido a la oposición al Govern para que gobierne". ERC se mantendrá por tanto al margen, y emplaza a Illa y Puigdemont a negociar y llegar a un acuerdo.
Según Aragonès, "PSC y Junts han mejorado los resultados y les corresponde a ellos entenderse".
Aragonès ha sido ambiguo. Después de asegurar que "ERC será un elemento de desbloqueo", ha añadido que "no estaremos para facilitar una investidura del PSC".
El PSC, tal y como informa hoy EL ESPAÑOL, aspira a vencer esta resistencia ofreciéndole a los republicanos la presidencia del Parlament de Cataluña a cambio de su apoyo para la investidura.
Si ERC aterrizase en la realidad, y asumiese que, con los resultados de este domingo, la fórmula más viable y razonable es la de un Govern del PSC, aunque fuese en minoría y sin tripartito, Illa se vería beneficiado, pero Sánchez resultaría perjudicado.
Porque ¿qué incentivos tendría a partir de ese momento Junts para no dejar caer a Sánchez en el Congreso de los Diputados?
Cuanto más se acerque Illa a ERC, más se alejará Junts de Sánchez.
Una fórmula que permitiese no romper las alianzas que sostienen al Gobierno de España sería la de un gobierno de Puigdemont que sumase sus 35 escaños a los 20 de ERC y los 4 de la CUP, y que contase con la abstención del PSC.
Esta opción no sólo es improbable por el lado de Illa, que malograría su discurso de superación del procés si contribuyera a que Puigdemont volviese a la Generalitat.
También es inverosímil desde el lado de ERC, que no puede apoyar a su principal rival en el espacio independentista cuando, además, este le ha arrebatado su liderazgo.
De hecho, Puigdemont sabe que esta vía no tiene visos de prosperar. Al presentar su candidatura a la Generalitat, el prófugo no está aspirando en realidad a ser president, para lo cual no le dan los números.
Lo que pretende es presionar a ERC para que no permita, ni con su apoyo ni con su abstención, la investidura de Illa. Puigdemont está jugando a forzar un bloqueo que aboque a Cataluña a una repetición electoral, esperando que unos segundos comicios le otorguen más fuerza negociadora.
La tercera opción, que Junts permita un gobierno de Illa, es igualmente improbable. No parece tener sentido que Puigdemont, cuya única aspiración está cifrada en ser restituido como "presidente legítimo" tras su "exilio", renuncie a "acabar" lo que empezó en 2017.
Él mismo lo explicó a EL ESPAÑOL: la única opción de que Sánchez siga en la Moncloa es que Illa no sea president. Porque Sánchez no podría cumplir con sus compromisos con Junts y negociar desde Moncloa con un president socialista en la Generalitat la "financiación singular" y el reconocimiento nacional de Cataluña.
El PSOE va a intentar la vía Bildu: que Junts y ERC sean oposición en Barcelona, mientras ejercen de socios de gobierno en Madrid. Pero lo cierto es que los socialistas están envueltos en una manta zamorana de la que, si tiran para cubrirse los hombros, dejarán al descubierto los pies, y viceversa.
La incógnita, por tanto, es qué hará ERC, que se encuentra en una encrucijada en la que sólo puede perder: o se suicida invistiendo a Puigdemont, o se suicida con el tripartito con el PSC, o se suicida con unas segundas elecciones.
Del cálculo que hagan para minimizar sus daños dependerá el futuro de Cataluña… y de Pedro Sánchez.