Millones de españoles se estremecieron el pasado jueves ante las imágenes retransmitidas desde Valencia, con dos bloques de edificios, con casi 150 viviendas y menos de 20 años de antigüedad, devorados por unas llamas expandidas rápidamente en todas direcciones. Los bomberos se emplearon a fondo durante más de 12 horas para extinguir el fuego, y continuaron las labores ayer viernes para adentrarse en sus ruinas tras descartar la posibilidad del colapso.
El estremecimiento vino acompañado de varias preguntas. ¿Cómo se originó el fuego? Y, sobre todo, ¿qué hizo posible que llegara tan lejos y consumiera la fachada como una mecha? Es evidente que el suceso requiere de una investigación a fondo que permita a los peritos sacar conclusiones precisas, pero las últimas horas ya presentan los indicios suficientes para sacar algunas lecturas.
Se da por seguro que una combinación desafortunada de factores provocó este desenlace. El fuerte viento de la jornada empujó el avance de las llamas. Pero el fuego, apuntan los expertos, encontró un colaborador necesario en la fachada. Una fachada revestida de un material inflamable, elaborado de plástico, que permitió que el edificio se convirtiera, en cuestión de pocos minutos, en una estructura colosal completamente carbonizada.
Las cifras de la tragedia son sobrecogedoras. Apenas 36 horas después, las autoridades han confirmado la muerte de nueve personas, y queda una persona desaparecida. Cabe apremiar, pues, a que la tragedia sirva para que no se repita en otras partes. Porque, como publica hoy EL ESPAÑOL, los revestimientos termoplásticos del bloque de Campanar están lejos de ser una excepción en el resto del país.
Los expertos consultados por este diario advierten de que hay "miles" de construcciones levantadas entre 1996 y 2006 con estos materiales en sus fachadas. La razón es sencilla. Los termoplásticos son muy buenos aislantes y resultan muy útiles para la eficiencia energética de los hogares. Sin embargo, lo que muestra Valencia es que también son muy peligrosos. Será necesario que la ayuda urgente de las Administraciones para los afectados venga seguida de un plan nacional que dote a esas construcciones de más seguridad.
La tragedia de Valencia tiene que servir como aviso, y también como acicate para unas remodelaciones de fachadas que se sirvan de los fondos europeos destinados a la rehabilitación de edificios.
Será necesario, en primer lugar, la creación de un censo de bloques revestidos con estos materiales. El siguiente paso será la apertura de subvenciones para actualizar las fachadas, sustituyendo los elementos inflamables por otros ignífugos y modernos, sujetos a los patrones más exigentes. No hay marcha atrás posible. El trauma de Campanar acompañará siempre a los valencianos. Pero las llamas obligan a sacar lecciones de las cenizas para todos los españoles. Tenemos que dotar de seguridad nuestras casas. Y tenemos que asumirlo como una prioridad nacional.