El nombramiento de José Cobo por el Papa como nuevo arzobispo de Madrid es un movimiento muy significativo que permite atisbar los planes de Francisco para la diócesis más grande de España.
La sucesión en la figura de Cobo es coherente con la política de nombramientos que ha venido realizando el sumo pontífice en las sedes episcopales más importantes, con arzobispados que apuesten prioritariamente por proyectos de labor asistencial a pobres y migrantes, y por la investigación y la erradicación de la pederastia en el seno de la Iglesia.
Cumplida la edad obligatoria de jubilación de 75 años, el cardenal Carlos Osoro ha renunciado al pontificado matritense, cargo que había ocupado desde 2014, además de haber ejercido como vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española desde 2020.
El propio Osoro ya encarnaba el sector más progresista de la Iglesia, en sintonía con el cariz reformista del obispo de Roma. Una reorientación de la diócesis madrileña que supuso una ruptura con la etapa de Rouco Varela, lo que le valió un aluvión de críticas y maquinaciones por parte de los sectores eclesiásticos más conservadores.
Su sustitución en el cargo por quien ha sido hasta ahora su número dos puede entenderse como un gesto de deferencia hacia monseñor Osoro por haber capeado el descontento y el filibusterismo del reducto de descontentos del clero diocesano. Y una forma de escenificar que habrá una continuidad sin ruptura al frente de la diócesis.
Sí la hubo en su momento, en cambio, con el episcopado del cardenal Rouco. Osoro edificó una iglesia madrileña menos ideologizada y politizada y más abierta a la vida religiosa extramuros de la diócesis. Y que con un talante más conciliador con las autoridades civiles se volcó antes en un trabajo discreto en la pastoral que en la combatividad en la calle.
Aunque se ha destacado que el nuevo arzobispo no tiene experiencia como mitrado titular, sí ha sido obispo auxiliar y fue nombrado vicario por el ya arzobispo emérito. Juega así en favor de Cobo que ya conoce en profundidad la diócesis, por lo que se ahorrará los prolegómenos del aterrizaje.
Cobo, joven y de carácter aperturista, ha anunciado su intención de continuar con el modelo de Osoro, con quien colaboró estrechamente en muchos de los grandes proyectos impulsados estos años por el arzobispo.
Y es deseable que así sea. Porque iniciativas de Osoro como la Mesa por la Hospitalidad (un sistema de acogida a inmigrantes y refugiados) o el Proyecto Repara (la oficina de atención, escucha y acompañamiento de las víctimas de abusos) van en la dirección de lo que esta época exige a una institución como la Iglesia.
Con un pontificado largo por delante, Cobo tiene la oportunidad de profundizar en la pionera política antiabusos de su predecesor, y de avanzar en el esclarecimiento de los casos de pederastia y en la formación de los sacerdotes.
En cualquier caso, Cobo tendrá que hacer frente a los mismos recelos con los que tuvo que lidiar Osoro en su cambio de ciclo. Deberá por tanto formar un equipo propio que haga limpieza de las rémoras susceptibles de entorpecer estas necesarias reformas, y que entierre definitivamente la era Rouco.